martes, 10 de marzo de 2020

CORONAVIRUS: MENTIRAS Y MEDIAS VERDADES

Nuevo Curso, 10/03/ 2020

Se prohíbe eventos multitudianarios como maratones
pero no las manifestaciones del 8 de marzo que 
son mucho más multitudianrias.

En un mensaje televisado ayer en cadena nacional Conte acabó con la división entre las «zonas rojas» y el resto del país. Toda Italia es ya una «zona especial» de la epidemia en la que se recomienda a 60 millones de personas permanecer en sus casas. Mientras, en España el número de casos se elevaba exponencialmente. Madrid y el País Vasco eran reconocidos como focos «sin control» por Sanidad. El gobierno regional madrileño cerraba todos los centros educativos, recomendaba el teletrabajo y no salir de casa a mayores y personas con patologías. Esta mañana las colas en los supermercados y el agotamiento de stocks anunciaban que, quien puede, se dispone al auto-encierro. Y sin embargo, las políticas contradictorias y los mensajes «por la tranquilidad» han creado una nube de confusión. Hoy vamos con algunas mentiras y medias verdades sobre el coronavirus que todos hemos oído estos días en la calle, los medios y entre los compañeros de trabajo.

Colas hoy en los supermercados de madrid 
para hacer compra de cuarentena.

«¿De mani un día y de confinamiento al siguiente? No será para tanto»

La manifestación del 8M se ha convertido en una liturgia oficial, una forma de implantar una nueva ideología de estado con la que el «gobierno feminista» de Sánchez está especialmente comprometido. La semana pasada era obvio que la llamada «fase de contención» del gobierno ya no contenía nada, pero priorizaron. El Ministro de Sanidad como toda recomendación pidió ¡a los enfermos! que no fueran a la manifestación. Y la televisión pública tituló la noticia con un triunfalista y ridículo «El feminismo resiste al coronavirus en las calles», como si congregar masas de gente en mitad de una epidemia de un virus de transmisión aérea fuera otra cosa que una imprudencia.

El estado, con el gobierno a la cabeza, marcó las prioridades que eran esperables ante la epidemia: «tranquilidad», es decir en primer lugar darle protagonismo mediático al feminismo y sus penosas batallitas importadas de los debates universitarios yankis y una vez cumplido el ritual de estado mantener el aparato productivo en marcha a toda costa minimizando pérdidas, si hace falta incrementando el presupuesto y aumentando el mismo déficit que se invoca para recortar el gasto sanitario.

«No hay de qué preocuparse: el sistema de Salud público es uno de los mejores del mundo»

Es lo mismo que escuchamos en Italia antes de que el mismísimo Conte se pusiera a repartir culpas entre los hospitales y las regiones. En Italia, como en España, la sanidad pública arrastra décadas de recortes que ahora se pagan… y que los gobiernos no van a hacer nada por corregir.

Desde el principio de la epidemia en España se denunció la falta de materiales básicas y la indefinición de protocolos, pero sobre todo la falta de personal. Ante la primera subida significativa de los números de contagio y hospitalizaciones, se hizo evidente que el sistema ya estaba saturado y sobrecargado antes de la emergencia. Y «la privada» no ayuda: las pandemias no están cubiertas por los seguros privados.

Llegamos al día de hoy, cuando el gobierno ya ha destinado recursos para que no sufra demasiado el balance de las grandes empresas, con los periódicos diciéndonos que los médicos «almacenan el material para que no lo roben y tratan de adaptarse a la nueva situación con los mismos recursos» de los que disponían hasta ahora y que el sistema hospitalario madrileño ya está «en colapso».

Y sí, evidentemente los países como EEUU con sistemas públicos de Salud precarios e insuficientes van a sufrir más que los europeos. Pero no es una competencia, hay que ser un nacionalista genocida para encontrar consuelo en que la situación sea aun más difícil en otro lugar. En Italia, el sistema no solo está colapsado, sino que ha degenerado en una batalla regional en la que, ante el temor al colapso hospitalario, las regiones saturadas encuentran cada vez más las puertas de los hospitales cerradas en las otras. El desmantelamiento de los servicios públicos de Salud nos coloca ahora a todos y en especial a los trabajadores, en riesgo.


«No hay que exagerar, es como una gripe»



En nuestro canal de noticias seguimos etiquetando las noticias sobre la epidemia por el nombre por el que fue conocida originalmente: neumonía de Wuhan. Aunque solo sea para no olvidar que se trata de una neumonía, es decir, que en sí es una enfermedad grave.

Los medios y los mensajes oficiales durante estas semanas han tratado de quitarle hierro diciéndonos que para la mayor parte de la población no era mortal, sino «algo más parecido a una gripe» y que «solo» estaban en riesgo -de muerte- los mayores. En el gráfico de arriba vemos las comparativas de mortalidad por edades de la epidemia de 1918 -la famosa y terrible «gripe española»-, la gripe de los últimos años y el coronavirus. Como se ve, la mortalidad entre los mayores supera con creces no solo a la gripe normal sino a la de la peor epidemia sufrida por Europa en el último siglo. Y lo que es más, es una enfermedad tremendamente contagiosa e inhabilitante, no deja de ser una neumonía.

En una sociedad como la española, con una de las esperanzas de vida más alta de Europa, lo previsible es que el impacto del virus sea alto. De hecho en Italia, otra sociedad de las que llaman «envejecidas» la mortalidad es excepcionalmente elevada, del 5% respecto al 3,5% promedio mundial, y los médicos avisan que la falta de camas en los hospitales reventados a recortes puede empeorarla.

«Esta vez no nos dejarán tirados, la enfermedad es «democrática» y ataca a todas las clases sociales por igual»

Ya hemos visto en EEUU que éso no es verdad: Cientos de miles de trabajadores no han podido permitirse dejar de trabajar para hacer cuarentena o ir al médico. La «solución» del teletrabajo no hace sino ahondar la grieta de clase. Y es la favorita de las empresas, claro. El corresponsal de Die Spiegel en San Francisco lo relataba así:

La economía de la plataforma no puede quedarse en casa: las decenas de miles de conductores de bajo costo de Uber y Lyft, los que llevan alimentos de DoorDash y los transportistas de paquetes de Amazon. El precariado de Silicon Valley. Mientras el auto sin conductor y el sistema de correo masivo a través de enjambres de drones aún no existan, el hermoso mundo digital del trabajo a domicilio depende de los portadores de agua analógicos. La oficina en casa se convierte en un símbolo de status, en una cuestión de clase: quien puede quedarse en casa es soberano. Es muy posible que el Coronavirus haga que esta nueva zanja sea más visible y se profundice en el mundo del trabajo.

En Europa la «economía de plataforma», que Sánchez quiere normalizar a toda costa en el Estatuto del Trabajador, no está todavía tan desarrollada como en EEUU, pero en Italia en estos días se ha visto claramente la misma divisoria entre los que podían trabajar desde casa y los que no. Para ellos, el gobierno mantiene los transportes internos sin importar que convivan en casa con población de alto riesgo, como sus padres. Las prioridades son las prioridades y para los gobiernos europeos se miden en términos económicos.

¿Tranquilidad?

La principal lección que nos tiene que dejar como trabajadores el desarrollo de la epidemia es que las amenazas a las que nos enfrentamos como clase son globales, el virus, como la crisis, no conoce de fronteras, y lo que ocurre en cada lugar afecta al resto. Simplemente, no hay soluciones nacionales. Es más, los intereses de cada capital nacional impiden que las clases dirigentes puedan aportar verdaderas soluciones mundiales. Siempre tendrán incentivos para «esperar un poco más», llamarnos a la «seguir con la vida normal» más allá de lo sensato… con tal de no perder situación competitiva. Es lo que pasó en China al principio de la epidemia, luego en Corea, Italia, Francia, Alemania… y España.

La «serenidad» y la «tranquilidad» a la que nos llaman los gobiernos, desde Trump a Sánchez, es la de la «unión sagrada anti-vírica» con los mismos que desmantelan y erosionan los sistemas de Salud, los mismos que priorizan el «impacto económico» sobre el riesgo y las necesidades de las personas… que no tienen recursos para cuarentenas de lujo. Claro que todos los gobiernos han «quitado hierro». Claro que han intentado «desdramatizar». Sus prioridades, más allá de ellos mismos, se centran en mantener el orden social, evitar que su capital nacional se devalúe demasiado e intentar que la «normalidad» se mantenga por inercia. Su ideal es que obedezcamos acríticamente las consignas de cada momento y no nos preocupemos ni critiquemos. No podemos aceptarlo. El silencio y la confianza ciega en los mismos que se empeñan en mantener las condiciones que empeoran cualquier epidemia es algo que, sencillamente, no podemos permitirnos.