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jueves, 14 de mayo de 2020

¿QUÉ SIGNIFICA LO QUE PASÓ EN EL BARRIO DE SALAMANCA?

Nuevo Curso, 14/05/2020


Según el relato oficial de la RTVE, después del show nacionalista y creepy de todos los días a las ocho -himno, aplausos, «resistiré», marcha fúnebre militar- un grupo de vecinos de la calle Núñez de Balboa fue a felicitar a tan original DJ que, por lo visto, daba por finalizada la temporada y se despedía de su público. Inmediatamente apareció la policía a disolverlos y su presencia propició un adelanto de «la cacerolada de las nueve», convirtiendo a los vecinos concentrados en una manifestación espontánea apoyada desde los balcones al grito de «¡Comunistas fuera!», «¡Libertad!» y «¡Gobierno dimisión!».

Otros medios ofrecieron casi inmediatamente relatos ligeramente diferentes en los que se dejaba entrever la crispación de fondo, el deseo de ejercer una cierta «desobediencia civil» y que había «más periodistas que manifestantes». Y es que en realidad, estaban esperándolo. La policía viene tiempo temiendo eclosiones callejeras de la derecha más cercana a Vox y advirtiendo al gobierno de que el verano y el otoño pueden estar protagonizados por la protesta de la pequeña burguesía por un lado y el ascenso de una oleada de huelgas por otro.

La Policía Nacional y la Guardia Civil han trasladado a Interior que, tras los meses de verano, se prevé un escenario de movilizaciones contra el Ejecutivo, reivindicaciones de carácter laboral y una nueva ofensiva del independentismo catalán. Las peores proyecciones apuntan incluso a una situación de gran factura social y una profunda erosión de las instituciones con efectos desestabilizadores más preocupantes.

La rebelión del Barbour

En los barrios de la pequeña burguesía por todo el país la impotencia y la rabia vienen in crescendo desde hace semanas. Lo que cambia de una ciudad a otra y de un perfil a otro es como se procesa políticamente. No es muy reflexivo: no hay argumentarios elaborados sobre la pandemia y sus efectos. El descontento se expresa como indignación genérica, con focos variables en pequeñas anécdotas mediáticas, para reafirmar posiciones ideológicas anteriores. En «Quatre Torres» en Barcelona la angustia se torna en reproche a la recentralización que supuso el estado de sitio. Que la «desescalada» se haga por provincias lleva a interminables ejemplos sobre la diversidad dentro de cada una como si fuera un hecho limitado a las provincias catalanas. El relato, a todas luces menor, se vive con una pasión y una crispación incomprensibles sin un largo contexto previo a la pandemia.

La versión «Barrio de Salamanca» de esta misma clase es esa pequeña burguesía de Oviedo, Valladolid, Sevilla o Murcia que pasea disfrazada con ropas de montería y complementos de Barbour y que en su día idolatró a Aznar, uno de los suyos. Llevan desde que comenzó la pandemia una intensa vida en Whatsapp. Sincronizados por las radios conservadoras en la mañana, comparten audios viejos de Pablo Iglesias como si fueran bebidas de taurina, memes variados con consignas sobre el gobierno que «nos quiere callar» y consignas llenas de ese anticomunismo primario que hasta hace poco era exclusivo de la oposición venezolana en el exilio. Se sienten despojados. Despojados por la evolución de un sistema político que repartió tanto entre los gobiernos regionales que no les permite ya reconocer al estado más que en sus cuerpos armados; se sienten despojados de identidad nacional, pero también de identidad íntima por la elevación del feminismo a ideología de estado. Y sobre todo se sienten despojados por la evolución del sistema económico y la crisis. Se sienten solidarios con el agricultor -otra familia de la pequeña burguesía-, con el tendero «de toda la vida» que tiene que cerrar su negocio, con el amigo dueño de restaurantes o de gasolineras en el pueblo al que van de caza que «lo está pasando mal» con el confinamiento. Y lo hace porque también él lo está pasando mal: la banca y el sector financiero ya no reclutan cuadros medios en masa y menos aun de cierta edad, las inversiones que hizo en pisos o en acciones ya no rentan, sus hijos -formados en escuelas privadas- no tienen expectativas equivalentes a las que él tenía a su edad.

Algo muy significativo, el Spexit no le llama. Sigue siendo un «neoliberal», chovinista y globalista al mismo tiempo. Su perspectiva global es aun más pobre y derrotista que la de los medios porque la política es eso que se dirime en los informativos matutinos, con su división temática estricta en la que las noticias nacionales pertenecen a un mundo propio, «distinto y distante» de las internacionales. Los «de fuera» no son parte del «problema», que acaba siendo siempre el gobierno. Como el independentista, le da la razón a los tópicos nordistas más burros porque reflejan la imagen de un «país caído» que necesita redención, un «cambio gordo». Pero a diferencia de éste puede votar a Casado (PP) o a Abascal (Vox), aunque su verdadero referente sigue siendo Aznar.

La pequeña burguesía y la crisis política que viene

En Italia, Francia o España están saltando las costuras del aparato politico ya. Lo que estamos viendo es que la pequeña burguesía retomará su revuelta con fuerza renovada… y frustración creciente. Aspiraciones como la independencia de Escocia son materialmente imposibles con precios del petróleo tan bajos, el nacionalismo corso será el primer damnificado del hundimiento del sector turístico. La base agraria que el sistema electoral hace tan importantes para las derechas gran-nacionalistas italiana, francesa o española, que ahora multiplica precios mientras mantiene salarios de miseria y situaciones vergonzosas al límite de la esclavitud, lo va a «pasar muy mal». Y todas ellas van a poner en primer plano, como una «necesidad de la economía» aumentar la explotación, bajar salarios y reducir coberturas sanitarias y sociales estatales para «abaratar el estado».

Antes del covid, veíamos ya que bajo las «revueltas populares» que se prodigaron durante el año pasado latía una contradicción cada vez más fuerte. La pequeña burguesía quería oxígeno y exigía a la burguesía y al estado que les diera un pedazo de la «recuperación» de la que empezaban a disfrutar los grandes capitales, es decir, quería oxígeno a costa de la precarización y la transferencia de rentas que dirigían otros. Ahora, como tantas otras cosas, esa tendencia se ha acelerado. La pequeña burguesía que justo antes del Covid disparaba ya contra los salarios mínimos, ahora se revuelve contra una desescalada que ya era imprudente cuando se diseñó para hacerla total cuanto antes.

Cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid compara los doscientos muertos diarios que produce el covid en España a dia de hoy con los accidentes de tráfico para argumentarlo no solo comete una falacia de escala. Está operando dentro de un consenso tácito de la clase dirigente entera con el gobierno a la cabeza: salvar las inversiones tiene preminencia sobre salvar vidas, el objetivo de las medidas de contención no es detener la enfermedad y salvar al máximo de personas sino evitar un colapso sanitario y volver a la «normalidad» de la producción cuanto antes. Es lo mismo que decía ayer Merkel: «estuvimos de acuerdo en que no íbamos a poder detener al coronavirus, pero sí ralentizar su propagación». La diferencia de Ayuso es que lo dice con descaro y un argumento falaz. Y lo hace porque ese tipo de argumentos están tan normalizados en su entorno, la pequeña burguesía madrileña, que ni siquiera es consciente de que haya gente capaz de pensar lo contrario o que se asuste de verse a sí mismo o a los suyos como posibles «sacrificios necesarios» para que los negocios vuelvan a ser rentables cuanto antes.

La clase ruidosa

La pequeña burguesía se está radicalizando. Las primeras secciones de ella que lo hacen expresan los intereses de sus pequeños capitales cargando contra la necesidad más básica de todas: la salud pública en mitad de una pandemia. A la pequeña burguesía industrial, comercial, financiera y agraria, seguirán más que probablemente otros sectores de la misma clase -academia, burocracias regionales, cuadros corporativos- con aun mayores exuberancias ideológicas… pero no mejores intenciones para con los trabajadores. Eso sí, ocuparán todo el espacio con un ruido infinito, mil falsas dicotomías (fascismo-antifascismo, fascismo-feminismo, guerra-pacifismo, negacionismo-ecologismo, etc.) y salidas «progresistas» a la crisis que ni son progresistas ni se basan en otra cosa que propiciar transferencias masivas de rentas desde el trabajo al capital.

En el periodo histórico en que vivimos las movilizaciones de la pequeña burguesía, con independencia de su expresión ideológica, no pueden converger con las de los trabajadores. Al revés, se van a dar cada vez más en conflicto con las necesidades universales que las luchas de los trabajadores afirman y que tendrán que vencer cualquier tentación nacionalista, cualquier enfoque «popular» para poder avanzar lo más mínimo. Desde el primer día.

miércoles, 20 de febrero de 2019

¿POR QUÉ ESTÁN INFLANDO A VOX?

Nuevo Curso, 19/02/2019 


El Gran Wyoming y los demás payasos televisivos a sus órdenes 
están haciendo una campaña publicitaria gratuita a Vox.

Toda la campaña electoral parece girar en torno a Vox. Desde las encuestas a la «huelga feminista» el partido de Abascal se ha convertido en el centro del debate mediático orillando al nacionalismo catalán y el juicio del «procés». ¿De dónde sale esta «operación Vox»? ¿Por qué el partido nacional que según las encuestas va a ser el menos votado es tan importante para la burguesía española?

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La burguesía española tiene claro, y tras el fracaso del experimento Sánchez aun más, que necesita remozar su aparato político de modo que pueda producir de nuevo mayorías absolutas que no dependan de las derivas de las pequeñas burguesías periféricas. Al final, el único camino es reformar la ley electoral, pero para llegar ahí, necesitan como mínimo un gobierno con mayoría absoluta. El «milagro» con el que se encontraron en las elecciones andaluzas es que, gracias al sistema proporcional, si la derecha está dividida en tres partidos y los tres pasan de cierto umbral, eso es posible. Inmediatamente el «tripartito» se convirtió en la forma de cortar el nudo gordiano de una parálisis política que fracturaba ya al estado y amenazaba con un colapso general.

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Pero viniendo prácticamente todos los votos de Vox del PP (85%) no es tan fácil escalar esos resultados a nivel nacional. Si no se acarrean suficientes votos a Vox la cosa puede salir estrepitosamente mal, obtener la derecha como un todo el 50% de los votos y ni por esas llegar a la mayoría absoluta. El equilibrio es difícil: la burguesía española no quiere a Ciudadanos y Rivera por encima del viejo PP, no se fían. Y de C’s a Vox, todo el pescado está vendido… La democracia es una máquina corporativa bien engrasada de crear la «opinión» y «oposición» que el capital nacional necesita pero tampoco tiene un trazo tan fino…

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De ahí las fantasías de conseguir llevar votos desde la izquierda a Vox. Pero para eso Vox tendría que ser un partido fascista o al menos parecerse mucho… como Salvini o el peronismo argentino. Y no es tan fácil. Vox es un partido de fachas de toda la vida, cazadores de fin de semana, votantes fieles del PP, con malos divorcios. No son un producto de la revuelta pequeñoburguesa, sino de la transformación que Aznar hizo en la derechona nostálgica: son neoliberales hasta el tuétano, catolicones hasta el clericalismo y conservadores de manual. Están a años luz de poder arrastrar voto obrero.

No se entienda mal. La burguesía española ya tiene bastante con el independentismo. No quiere -y no puede sostener- un fascismo en ascenso. No quieren que Vox abandone el liberalismo y el conservadurismo y venda protección social, estatalización y revolucionarismo, ni siquiera aunque sea para precarizar después al estilo Salvini. La burguesía española está embarcada en este follón para llegar a donde siempre quiso llegar: prepararse para una nueva embestida de la crisis entregando las pensiones a la banca, bajando la masa salarial y precarizando aun más los contratos. Vox tiene que comportarse electoralmente como un partido fascista sin dejar de ser el neoliberalismo bruto que es hoy.

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Hacer creíbles a una parte significativa de los sectores más débiles del proletariado, al equivalente español de los «chalecos amarillos», que toda esa troupe de dueños de gasolineras, tenderos y abogados casposos, puede aliviar la precarización de sus condiciones de vida, no es tan fácil. La cosa chirría tanto, incluso estéticamente, que hace falta echar más carne al asador. Se trata de crear a toda costa la imagen de que Vox compite con la izquierda por el voto de unos sectores obreros que ven en ellos una defensa frente al neoliberalismo del PP, el racismo del independentismo y un feminismo antiobrero convertido en ideología de estado… todo al mismo tiempo… Se trata de hacer pasar a Abascal por aquello que querría ser Anguita. No es fácil, no. Pero para eso están los medios, el feminismo y una izquierda siempre dispuesta a vendernos y desarmarnos con una tramposa épica antifascista.

domingo, 10 de febrero de 2019

PP, CS Y VOX PINCHAN EN SU MANIFESTACIÓN CONTRA SÁNCHEZ

Pilar Santos
El Periódico, 10/02/2019

[Los oligarcas tercermunistas y sus esbirros no son tantos como se creen...]

Unas 45.000 personas protestan en Madrid por el diálogo con la Generalitat, según la Delegación del Gobierno

Casado, Rivera y Abascal se fotografían por primera vez juntos y exigen la convocatoria de elecciones generales

Diversión con banderas.

A veces después del subidón que generan las expectativas llega el bajón de la realidad. Es lo que les ha pasado este domingo en Madrid a PP, Ciudadanos y Vox, los tres partidos que llamaron a los españoles a protestar en la plaza de Colón contra Pedro Sánchez por su diálogo con la Generalitat de Catalunya. A la espera del recuento en las urnas, las derechas quisieron medir sus fuerzas en la calle y el resultado no fue el esperado. Los populares, incluso, llegaron a fletar autobuses gratis desde toda España para viajar a la capital.

La habitual guerra de cifras se volvió a repetir. La Delegación del Gobierno afirmó que habían participado 45.000 personas; Ciudadanos, en un primer momento, dijo 50.000, pero apenas unos minutos después acordó con el PP en informar de que los asistentes habían sido más: 200.000. Unos números, en todo caso, muy alejados de los que consiguió Mariano Rajoy cuando convocó para protestar contra José Luis Rodríguez Zapatero por negociar con ETA. En junio del 2005, reunió a 850.000 personas, según los cálculos del Ayuntamiento, gobernado por los populares entonces. 

Valls no sube al escenario

La concentración, organizada por populares y naranjas con el lema ‘Por una España unida. ¡Elecciones ya!’, se cerró con la primera fotografía conjunta de sus líderes, Pablo Casado y Albert Rivera, con el presidente de Vox, el ultra Santiago Abascal. Eso sí, no posaron los tres juntos en el escenario y quisieron que otros dirigentes se colocaran estratégicamente entre ellos. Los tres estuvieron acompañados por representantes de los otros cuatro partidos (UPN, Foro Asturias, Par y UPyD) que también subieron al estrado montado en la plaza de Colón para mostrar una imagen de unidad contra Sánchez y sus "traiciones". Manuel Valls, el candidato apoyado por Cs a la alcaldía de Barcelona, prefirió no participar en la foto y se quedó abajo. Inés Arrimadas no llegó a ir a Madrid por "problemas con el vuelo", informó su equipo.

La plaza se empezó a llenar a las diez de la mañana, dos horas antes del inicio de la concentración. “Hoy no es cuestión de partidos, es cuestión de banderas. ¡Es un día para emocionarse con la bandera que nos ampara y nos protege!”, exclamó por megafonía el dinamizador de la protesta, Carlos Moreno, alias ‘el Pulpo’, de la Cope.

Lo más granado de la mafia periodística patria.

El manifiesto

Pasadas las doce, tomaron la palabra tres periodistas que fueron los encargados de leer un manifiesto consensuado por PP y Ciudadanos, que los eligieron a ellos como representantes de la "sociedad civil". Carlos Cuesta, María Claver y Alberto Castillón pidieron la convocatoria de elecciones para poner freno a la "deriva suicida" en la que consideran que ha entrado el jefe del Ejecutivo al intentar negociar los Presupuestos de 2019 con ERC y PDECat. Los 12 minutos que duró el mitin de los tres oradores incluyeron varias informaciones erróneas, entre otras algunas que no tuvieron en cuenta que el viernes el Gobierno dio por roto el diálogo con los independentistas tras una intensa semana en la que la Moncloa había llegado a anunciar que aceptaba la figura de un "relator" para organizar las reuniones entre los soberanistas y el PSC.

Un ejemplo. El manifiesto señaló que Sánchez “cedió al iniciar unas negociaciones para aprobar los Presupuestos ofreciendo a cambio la soberanía nacional”. El Ejecutivo aseguró el viernes que rompía con el PDECat y ERC porque ambas formaciones mantenían su exigencia de hablar del "derecho de autodeterminación", algo que el Gobierno rechaza, razón por la cual ambos partidos presentaron enmiendas a la totalidad de las Cuentas.

Y otro ejemplo de ‘fake news’. “Sánchez cedió al aceptar las 21 condiciones de Torra”, se leía en el texto. El presidente no ha aceptado el documento de la Generalitat y la relación entre ambas partes se ha roto, al menos por ahora.

Fuentes del PSOE celebraron que la convocatoria fuera "un fracaso" porque demuestra, en su opinión, que "las ideas unen, la crispación, no". El jefe del Ejecutivo, en un mitin en Santander, se quejó de que el PP no se comporte con la misma "lealtad" que él tuvo con Rajoy cuando aplicó el 155. 

sábado, 22 de diciembre de 2018

"ESTIGMATIZAR A VOX NO ES NINGÚN DIQUE DE CONTENCIÓN"

El Diario, 15/12/2018


Xavier Casals es historiador y ha publicado varios trabajos en los que analiza el fenómeno de la extrema derecha y de los neonazismos. Casals defiende que para frenar el crecimiento de partidos como Vox no basta con criticarles sino que hay que ir a la raíz del problema que no es otro que la crisis del sistema político.

Tras años estudiando a la extrema derecha, en España y en otros países, este historiador concluye que lo que deben hacer el resto de formaciones políticas es preguntarse qué han hecho mal para que sus electores se queden en casa o acaben votando a partidos como el de Santigo Abascal.     

¿Viendo lo que ha pasado en el resto de Europa era inevitable que la derecha extrema avanzase en España?

No, no es necesariamente inevitable porque hemos tenido espacios como el de Plataforma per Catalunya que conoció un ciclo de expansión en las elecciones municipales del 2007 y 2011 y de repente en el 2015 se eclipsó. También tenemos los casos de Irlanda y Portugal que nos indican que no hay nada inevitable. Vox ciertamente cuenta con expectativas de progreso en las urnas pero de momento es un partido circunscrito a Andalucía y con un diputado en el Parlamento extremeño como resultado de un abandono de escaño de un diputado del PP.

¿Pronostica que el apoyo electoral a Vox puede ir a más?

Sí, por varios factores. Tras los comicios en Andalucía, el electorado que podía dudar entre votar al PP, Ciudadanos u otras formaciones o bien castigarlas votando a Vox ha visto ahora que su voto ha sido útil. Eso es un primer estímulo. El segundo es que es un voto determinante y por lo tanto es un acicate para votarlo.

Una de las diferencias entre España y otros países es la respuesta que se da desde la derecha a la entrada de este tipo de partidos. Aquí ni PP ni Ciudadanos reniegan de Vox. ¿Eso es un error?

Desde mi punto de vista es una sorpresa. Por una parte el PP optó por aproximarse al discurso de Vox y en ningún momento lo estigmatizó. Ciudadanos los ignoró hasta que en el tramo final de la campaña andaluza pasó a estudiar las posibilidades de convertirlos en un socio. A partir de ahí se da una cierta paradoja en la medida en que Vox llega a las instituciones con un discurso que ha ganado respetabilidad.

En Francia, la derecha empezó con duras críticas al lepenismo y después se ensayaron estrategias que fracasaron. Una fue acercarse a su discurso para captar a su electorado y otra fue ignorarlo, pero entonces sus mensajes quedaron sin réplica en el espacio público.

¿Cómo se combate a la extrema derecha?

Sobre esto hay dos reflexiones mínimas. La primera es que no se debe confundir la causa con el efecto. Si miramos el resultado de las elecciones vemos que solo un 47% han votado a los cuatro grandes partidos. Menos de la mitad de los andaluces no se han sentido identificados por ninguna de estas opciones, incluyendo los llamados nuevos partidos. Por lo tanto lo que hay es una crisis de representatividad. Vox es un ejemplo pero otro es el PACMA, que ha duplicado sus apoyos. Otro es cómo se ha disparado la abstención y ha crecido el voto en blanco o nulo. Así que si se quiere incidir en el crecimiento de Vox hay que incidir en la crisis del sistema político.

La segunda es que el avance de este tipo de partidos es siempre multifactorial y por ello las estrategias para contenerlos también lo deben ser. En Francia se insistía en que hay que hacer pedagogía, analizar el discurso de estos partidos y sus contradicciones. La estigmatización por si misma no supone ningún dique de contención. Otra de las reflexiones que se hacía allí es que si hay problemas, hay que resolverlos. Por ejemplo, si hay paro o puntos que se sienten marginados económicamente, hay que corregirlo.

Lo simplista es decir que hay que contener a Vox pero lo que hay que hacer es mirar qué lleva a los votantes a apoyarles. Hay que reflexionar sobre causas y efectos. Si todo se reduce a movilizaciones y a apelar a votar a la contra puede incluso tener un efecto contrario porque puede activar más el voto de Vox.

Una de las dudas que más se ha planteado estos días. ¿Los medios tienen que hablar de Vox?

Publiqué un artículo en El Periódico titulado Un grave error; Vox sí, PACMA no, y en él reflexionaba que era pertinente hablar de Vox cuando las encuestas le otorgaban presencia institucional, con una competencia en el ámbito de la derecha y cuando por primera vez había una opción de ultraderecha hegemónica en este espacio. Ahora bien, hablar de Vox por hablar de Vox es una inercia informativa que beneficia a Vox. El ejemplo contrario es el PACMA. Según la encuesta del CIS tenía un 1,7% del voto y nadie hablaba de ellos. ¿Por qué? Porque la extrema derecha está asociada al enemigo del sistema por excelencia.

¿Vox es un partido fascista?

No. Hay una tendencia permanente a ver a la extrema derecha como una reencarnación del fascismo. Son fenómenos distintos. Simplificándolo mucho podríamos decir que Vox es, como el resto de la mayoría de formaciones occidentales similares, una oposición de la globalización desde la derecha.

Si miramos retrospectivamente vemos que aquí no se trata de encuadrar a los ciudadanos en unos partidos únicos. Al contrario, aquí se exalta la movilización permanente de los ciudadanos en las urnas con plebiscitos, referéndums... Además, económicamente estamos en un proceso opuesto porque en los años 20 y 30 asistimos a una industrialización, a conflictos clasistas. Ahora asistimos a conflictos de otra naturaleza. Y estos partidos, salvo en algunos casos, estos partidos no se reclaman herederos de esas formaciones y han hecho una lectura parcial de la ilustración.

Una de las comparaciones recurrentes es entre Vox y Podemos. ¿Son comparables?

Podemos representa un populismo de izquierdas. La casta simbolizaba una movilización de la gente, como ellos la llamaban, contra las élites que han secuestrado derechos de distinta naturaleza. En el caso de Vox también se trata de una movilización antiélites pero desde la derecha, en clave ultranacionalista y excluyente. Por lo tanto sí son comparables, son respuestas de movilización populista, una desde la izquierda y la otra desde la derecha.

¿Es correcto decir que muchos de los 400.000 andaluces que han votado a Vox no saben qué han votado?

Es impreciso. Yo creo no es así porque un elector acostumbra a tener una noción de lo que está votando. Lo que sí es posible es que haya muchos votantes de Vox que no necesariamente se sientan representados por todos los postulados de este partido. Del mismo modo que el 30% de votantes franceses que votó a Marine Le Pen no se siente identificado con todo el ideario. En estos partidos confluye un voto que acostumbra a ser un voto de protesta. El politólogo francés Pascal Perrineau señaló que son diferentes fracturas: culturas abiertas y culturas cerradas, partidarios y detractores del multiculturalismo, perdedores y beneficiados por la globalización, partidarios de valores autoritarios y contrarios a ellos...

Aquí tenemos una idea de las dinámicas que lo explican. Está la oposición a la ley de memoria histórica, la movilización contra el separatismo catalán, el efecto que puede haber tenido contra un PP que ellos denominan 'la derechita cobarde' o un Ciudadanos al que se refieren como la 'veleta naranja'. Si no tenemos en cuenta que el origen es multifactural será difícil entender su ascenso. Las simplificaciones ayudan poco y la labor de los que estamos en Ciencias Sociales a veces es, lamentablemente, poner un problema a cada solución.

¿Qué papel juegan las nuevas formas de comunicación en el ascenso de los partidos de derecha extrema?

Vox ha hecho la campaña pero a Vox le han hecho la campaña los partidos de izquierda utilizándole para movilizar a su electorado y los de derecha como referente, visible o invisible. Se ha situado a Vox en el centro del debate. Y después están las redes, pero las redes han cambiado la política para todos los partidos.

¿Que Steve Bannon se haya fijado Europa como objetivo implica que este tipo de partidos han venido para quedarse y que van a ir a más?

Estos partidos generalmente vienen para quedarse. El lepenismo está desde el año 84 y eso significa que hay electores que ya han crecido con él. Igual que el Partido Popular en Dinamarca u otros llevan décadas. Su presencia está normalizada en el paisaje político de numerosos países europeos. En España tenemos una percepción un tanto deformada porque aquí estaban ausentes.

Respecto a lo que puede hacer Steve Bannon creo que no hay que magnificarlo ni infravalorarlo. Parece que tenga una varita mágica para unir a toda la extrema derecha europea y unirla. Yo haría dos consideraciones. La extrema derecha europea es difícil de unir en un solo grupo. En el Parlamento europeo ha sido imposible y algunos partidos ven a Bannon con recelo. Ahora bien es alguien que puede estimular el diálogo entre estas formaciones. Puede ayudarles en asesoría de comunicación aunque ya son muy duchos en este ámbito. Bannon es el mensaje porque es quien que ha llevado a la Casa Blanca a un político con un mensaje de extrema derecha. Encarna el 'sí se puede' desde la derecha.