domingo, 28 de octubre de 2018

LORENT SALEH: "MI PROFESIÓN ES TERRORISTA" (Vídeo)

Éste es el "mártir de los derechos humanos" al que protegen los medios de comunicación de este país... Un tipo que confiesa que "su profesión es terrorista"... Y que por cierto ahora llevan de gira por ahí para acusar a Podemos de comerse a niños crudos. Qué patética es la oligarquía española.

sábado, 27 de octubre de 2018

UN AÑO DEL MOVIMIENTO #METOO

David Walsh
Trad. por Tommaso della Macchina


El movimiento #MeToo cumple un año este mes. Los artículos en el New York Times y en la revista New Yorker detallando las acusaciones contra el productor de Hollywood Harvey Weinstein abrieron la campaña. Docenas y docenas de acusaciones han seguido.

La ostensible meta de este floreciente movimiento es combatir el acoso y las agresiones sexuales, es decir, estimular la aparición medidas de progreso social. Sin embargo, los medios represivos y regresivos a los que se ha recurrido – incluyendo denuncias sin fundamento y a menudo anónimas y los constantes ataques a la presunción de inocencia y a los procedimientos legales – desmienten las reivindicaciones “progresistas”. Tales métodos son las señas de identidad de un movimiento antidemocrático y autoritario, y un movimiento, además, que deliberadamente desvía la atención sobre la inequidad social, los ataques a la clase obrera, la amenaza de una guerra y otros grandes temas sociales y políticos del momento.

En vez de generar mejoras sociales el movimiento #MeToo, muy al contrario, ha contribuido a dinamitar los derechos democráticos, ha creado una atmósfera de intimidación y miedo y ha destruido las reputaciones y las trayectorias profesionales de un considerable número de artistas y otras personas. Se ha unido a la estrategia oposición del Partido Demócrata a la administración Trump y a los republicanos desde una posicionamiento de extrema derecha.

La histeria sexual se ha centrado en Hollywwod y los medios de comunicación, aéreas en donde casualmente el subjetivismo, el extremo egocentrismo y el ansia de estar en el candelero abundan.

La caza de brujas mccartista encontró tan poca oposición a finales de la década de los 40 del siglo pasado en Hollywood en gran medida porque la falta de preparación política de la izquierda artístico-intelectual, bajo la influencia del estalinismo y el frentepopulismo. Sin embargo, combinado con eso, estaba también el hecho de que, para salvar sus carreras profesionales –y sus piscinas, como en el famoso chiste de Orson Welles- hubo individuos que de manera oportunista se volvieron contra amigos y compañeros de trabajo, “dieron nombres” y rompieron relaciones, a menudo aparentemente sin ningún escrúpulo. Hay que recordar la frase inmortal del actor James Dean, “explicando” por qué consintió trabajar con el director-soplón Elia Kazan, sobre del cual él se había expresado con desprecio: “él me hizo una estrella”. Ahora ya somos perros viejos.

No debemos hacernos ilusiones acerca de la moralidad que ha prevalecido en la industria del cine y las que se relacionan con ésta. Muchos hombres y mujeres jóvenes y atractivos, ansiosos de fama, se encuentran a merced de influyentes o incluso relativamente humildes figuras que les pueden enchufar, hombres y a veces mujeres que parecen tener el control de sus destinos futuros. Ésta es una situación que se presta al abuso. No tiene que ver en principio con el sexo sino con el ansia de poder. 

Esto llevaría a un contemporáneo Theodore Dreiser o F. Scott Fitzgerald a escribir acerca del tipo de fantasía sobre el mundo dorado de la fama -y el pánico a no participar en él- que mueve a un gran número de gente en EE.UU., especialmente bajo condiciones en las que para muchos la alternativa parece ser el abismo económico o psíquico.

(Clyde Griffiths en La tragedia americana de Dreiser: “Se sentía tan fuera de ello, tan solo y agotado y machacado por todo lo que vio allí, pues adonde quiera que mirara parecía ver, amor, romance, felicidad. ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? Él no podía seguir solo de esta manera para siempre. Era demasiado desgraciado… Era demasiado duro ser pobre, no tener dinero y posición y ser capaz de hacer en la vida exactamente lo que quisieres… Adiós al efecto de la opulencia, la belleza, el privilegiado estatus social al que él tanto aspiraba sobre un temperamento que era cambiante e inestable como el agua… Qué maravilloso ser de ese mundo”)



Que nadie sea ingenuo en cuanto al grado en el que muchos aspirantes consienten la actividad sexual en nombre del éxito profesional, justificándolo como uno de los desagradables costes típicamente asociados a “llegar a lo alto”, o incluso lavando la cara a ciertas situaciones que precisan del autoengaño, lo cual en el fondo no implica nada más que movimientos fríos y calculados envueltos en un aura cuasi-romántica. 

La vergüenza y el remordimiento puede que lleguen más tarde, especialmente si las cosas no van demasiado bien. La gente, incluyendo las actrices cuyas carreras profesionales –aunque no por culpa suya en muchos casos- están estancadas o en declive, puede que concentre ciega y vengativamente su decepción o desilusión con Hollywood retroactivamente sobre figuras como Weinstein. (Además, como ya hemos precisado antes, en algunos casos la campaña contra la mala conducta sexual ha devuelto carreras profesionales a la vida y ha abierto nuevas posibilidades financieras. Es ridículo seguir alabando la valentía de las acusadoras que han dado un paso al frente, cuando éstas generalmente han recibido el aplauso del público y les ha salido la jugada bastante redonda.)

Uno no tiene especial motivo para pensar bien de la nueva hornada de personalidades cinematográficas, que han perseguido el éxito bajo malas condiciones artísticas e ideológicas, donde la indiferencia social y el egocentrismo han sido trasformados en virtudes positivas. Como escribimos el año pasado, “para ser totalmente sincero, hay una gran diferencia entre la situación a la que se enfrenta una mujer de clase trabajadora, por un lado, para la cual ceder a la presiones sexuales en una fábrica o en una oficina puede ser virtualmente un asunto de vida o muerte, y las opciones abiertas a alguien del mundo del espectáculo, por otra parte, que sigue el juego cuando le conviene ascender profesionalmente.”

En su ira y su desorientación, a un buen número de partidarios de #MeToo se les ha ocurrido la idea que “hay que creer a las mujeres” cuando acusan a alguien de mala conducta sexual, incluso si no hay ninguna otra prueba. Es una realidad dolorosa que hay ciertas situaciones que pueden, sobre todo a posteriori, depender de la palabra de una de las partes contra la palabra de la otra. Esto indudablemente deja abierta la posibilidad de que ciertos infractores puedan eludir el castigo.

Pero la alternativa –fiarse tan solo de la palabra de quien acusa– es peor y se burla de la presunción de inocencia o incluso de que el requerimiento de la preponderancia de las pruebas debe ser lo que indique la culpabilidad. Por tanto, estamos ciertamente en el terreno de la caza de brujas y de las turbas linchadoras. 

Como los hombres, las mujeres mienten –como en los tristemente famosos episodios de los casos de los chicos de Scottsboro y Emmett Till, junto con los más recientes que tenían que ver con Tawana Brawley, falsas acusaciones contra el equipo de lacrosse de Duke, “Jakie” en la universidad de Virginia y los cargos contra la celebridad de la CBC Jian Ghomeshi– demuestran.

Precisamente porque las mujeres se enfrentan a sanciones particularmente hipócritas por tipos de conductas sexuales poco ortodoxas o mal vistas, tienen un incentivo para mentir ante ciertas circunstancias.

De la misma manera, uno además estaría simplemente ignorando la realidad social y psicológica al ignorar la verdad del comentario del novelista Alfred Döblin de que precisamente porque las mujeres constituyen “un sexo pisoteado que sigue luchando para afirmarse”, como los “terrosristas”, éstas “no descartan los actos de violencia más inhumanos”. La venganza puede ser una expresión vuelta del revés de condiciones dolorosas y oprimidas social o psicológicamente pero eso no la ennoblece o legitima como para hacer un programa de ello. “No me importa que hombres inocentes se enfrenten a un castigo porque las mujeres hemos sufrido mucho”. El mensaje subyacente al comentario feminista es un eslogan terrible y vergonzoso sin el menor contenido progresista.

The Economist recientemente informó de los resultados de dos sondeos llevados a cabo en noviembre de 2017 y septiembre de 2018, que indican que “la tormenta de alegaciones, confesiones y despidos del último año ha hecho a los EE.UU. más escéptico respecto al acoso sexual.” La revista escribió: “la proporción de adultos americanos que hace 20 años respondían que los hombres que acosan sexualmente a mujeres en el trabajo deben mantener sus puestos de trabajo ha subido del 28 al 36 por ciento. El porcentaje de los que piensan que las mujeres que se quejan de acoso sexual causan más problemas de los que resuelven ha crecido del 29 al 31 por ciento. Y el 18 por ciento de los americanos ahora piensan que las falsas acusaciones de agresión sexual son un problema mayor que las agresiones que no se denuncian o castigan.” El artículo añadía, “estos cambios de opinión contra las víctimas han estado ligeramente más marcados en las mujeres que en los hombres.”

Este creciente escepticismo por parte del público en general, que cada vez más tiende a ver a celebridades como Rose McGowan, Asia Argento y otras como trepas neuróticas o algo peor, tiene generalmente un componente saludable. Es también uno de los factores tras el fortalecimiento de la retórica y la histeria en #MeToo, en el Partido Demócrata y en los círculos de la pseudo-izquierda durante la confrontación Brett Kavanaugh-Christine Blasey Ford. Estas fuerzas no han en absoluto podido convencer al público americano, y ahora cada vez más gente tiende a reprenderles.

Sin embargo, sus esfuerzos tienen consecuencias. En tanto que las deshonestas y sensacionalistas “revelaciones” periodísticas de Ronan Farrow en el New Yorker, de la plantilla del New York Times y otros se no se desmonten, que bien podría hacerse, esto dinamitará las denuncias y acusaciones de las genuinas víctimas de los abusos sexuales y generará el peligro de una reacción violenta en contra. La temeridad de Farrow, Jessica Valenti, Rebecca Traister y compañía en este respecto es puramente otra expresión de su profunda y pequeño burguesa indiferencia frente al destino del grueso de la población, incluida su mitad femenina.

La agresión sexual y la violencia, la mayoría contra las mujeres, son fenómenos sociales graves y terribles, da igual qué estadísticas elijamos para basarnos. La invasión del cuerpo propio es una de las más dañinas y humillantes experiencias posibles. El abuso sexual expresa la brutalidad de la sociedad de clases en una de las formas en las que se muestra en la vida cotidiana de los individuos y las comunidades.

Las mujeres pobres e inmigrantes, las socialmente indefensas y desposeídas, generalmente, las más jóvenes, las que están a merced de los ricos y los poderosos, ésas que dependen de sus patronos o de funcionarios del estado, son las más vulnerables. Sin embargo, la violencia dentro de los oprimidos es también un hecho vital de la sociedad burguesa. Aquellos que han sido maltratados pueden maltratar a otros. Los estudios revelan que, por ejemplo, se ha experimentado un pronunciado incremento de la violencia doméstica en familias donde ha habido despidos.

En cualquier caso, a pesar de las ocasionales palabras bonitas, nadie en los movimientos #MeToo y Time’s Up, ahora liderado por individualidades ricas e influyentes como Tina Tchen, antigua asesora de Barack Obama, se dirige a las mujeres de clase obrera, que están dejadas a su suerte.

En definitiva, #MeToo es una respuesta reaccionaria a un problema social real.

La vacuidad de las quejas feministas de clase media acerca de la arbitrariedad e injusticia de la sociedad actual se pone en evidencia por su carácter selectivo. No se preocupan por los miles de hombres que mueren en accidentes industriales o las decenas de hombres y chicos que mueren por sobredosis de opiáceos o se suicidan anualmente. Ese sufrimiento no interesa, junto con el caos mortal causado por todas las intervenciones militares americanas en todo el planeta, a menudo llevadas a cabo en nombre de los “derechos humanos” o incluso de los “derechos de las mujeres.”

Quienes se quejan más alto tienden a tener menos por lo que quejarse. Las mujeres profesionales han dado grandes pasos en las últimas décadas. Según la investigadora y académica del Reino Unido Alison Wolf, “entre los hombres y mujeres jóvenes [en los países de capitalismo avanzado] con los mismos niveles educativos, que ha dedicado también el mismo tiempo a la misma ocupación, no hay brecha salarial entre géneros”, aunque las mujeres continúan siendo castigadas económicamente por si tienen hijos (a no ser que sean tremendamente ricas).

El número de abogadas, doctoras, dentistas, contables y otras se ha disparado en los años recientes. Wolf explica que en los EE.UU., “las mujeres que ejercen la abogacía han ido del 3 por ciento en los años 70 al 40 por ciento hoy día y son más de la mitad de los estudiantes de derecho.” La Fundación Rusell Sage apunta que “el número de títulos profesionales conseguidos por hombres ha bajado ligeramente (de 40.229 en 1982 a 34.661 en 2010), mientras que los títulos profesionales conseguidos por mujeres se han incrementado en casi 20 veces más –de 1.534 títulos en 1970 a 30.289 en 2010.”

Una parte de esta nueva capa social próspera e independiente tiene hambre de más, ve a los hombres todavía mejor situados en el poder como rivales que han de ser desplazados –si es necesario por medios despiadados y poco éticos. Esta feroz lucha intestina, este barrido de un género por otro, dentro de esta clase media alta, irrumpe en los titulares de prensa en la forma del movimiento #MeToo y los numerosos intentos de destituir a figuras mediáticas y académicas usando acusaciones de mala conducta sexual muchas de los cuales se han demostrado que son exageradas o inventadas.

La socialista alemana Clara Zetkin se remonta tan lejos como al año 1985, en que “las demandas de género al desarrollar una ocupación” de las mujeres burguesas “no significan nada más que la materialización de la libre competencia y el libre mercado entre hombres y mujeres. La materialización de esta demanda despierta un conflicto de interés entre las mujeres y los hombres de la clase media y la intelligentsia”. Por otra parte, “la lucha de liberación de la mujer proletaria no puede ser –como lo es para la mujer burguesa– una lucha contra los hombres de su propia clase.” Ésta “lucha codo con codo con los hombres de su propia clase.”

Para justificar y facilitar su avance a expensas de los supuestamente bestiales y depredadores varones, las feministas de #MeToo han intentado imponer su propio código moral. Éste tiene poco que ver con la salvaguarda de las mujeres en general y con la seguridad en el puesto de trabajo en particular. No ha tenido ningún impacto positivo en el puesto de trabajo en los EE.UU., donde prevalecen condiciones tiránicas –cada vez más parecidas a las de finales del siglo XIX y principios del XX– para ambos géneros.

Uno de los aspectos más perniciosos de la caza de brujas sexual ha sido el esfuerzo de estigmatizar una amplia gama de actividades sexuales, “incluyendo” como hemos apuntado, “muchas que reflejan ambigüedades y complejidades de las interacciones humanas.”

En un triste y sórdido revival del puritanismo americano o el victorianismo, hombres importantes han sido denunciado por promiscuidad (por ejemplo, por “citas en serie”), adulterio y en un caso publicitado a nivel nacional, “coqueteo que se desvía bruscamente hacia terrenos sexuales, proposiciones sexuales indeseadas y relaciones sexuales consentidas acabadas abruptamente” (es decir, ¡la interrupción de una relación sin haberlo advertido suficientemente!)

Asociado a todo esto está el antidemocrático y espurio esfuerzo de criminalizar las experiencias del “sexo de la zona gris” – aquellas, por ejemplo, donde dos personas acuerdan acostarse, pero una se arrepiente después de hacerlo. Así, tenemos el desagradable ataque contra el cómico Aziz Ansari por parte de una mujer que tuvo un insatisfactorio encuentro con él y corrió a quejarse a una periodista sobre ello –“3000 palabras de porno vengativo”, en las palabras de la columnista del Atlantic Caitlin Flanagan. “El detalle clínico con el que la historia está narrada está pensado no tanto para validar su relato como para herir y humillar a Ansari”, prosigue Flanagan. “Juntas, las dos mujeres [incluida la periodista] podían haber destruido la carrera de Ansari, lo que constituye hoy día el castigo para cualquier mala conducta sexual, desde lo grotesco a lo decepcionante.”

En la onda de perseguir la destrucción, un deplorable artículo de  Julianne Escobedo Shepherd en Jezebel nos informa que “el nuevo derrotero de #MeToo pasa por una visión más profunda de las experiencias más comunes y difíciles de definir. Está dirigiendo su mirada a un mundo más equitativo en el cual las mujeres y otros géneros marginalizados puedan vivir con menos miedo, excavando en las zonas grises y formándonos a todos en el daño que éstas causan… ¿Cómo hablamos de comportamientos que son dañinos y no equitativos pero no son ilegales? ¿Cómo hablamos de las mujeres afectadas por éstos? ¿Y qué pasa cuando las acusaciones de tales comportamientos se hacen contra alguien que se supone que es un aliado?”.

Ésta es la “frontera sin ley”, como ha argumentado W[orld] S[ocialist] Web] S[ite], donde “el castigo será infligido a través de la humillación y el ridículo públicos”, y donde lo “subjetivo, personal y arbitrario están siendo potenciados como una base alternativa para establecer la responsabilidad criminal.”

El “área gris” debe también incluir varias formas de titubeo y falta de entendimiento sexual incluyendo hacer proposiciones no bienvenidas o no deseadas, las cuales, si se prohíben, podrían fin a cualquier tipo de relación futura.

Categorizar cada paso en falso o palabra mal elegida como una forma de abuso es un absurdo inhumano y reaccionario, que, de ser tomado completamente en serio, hará un tremendo daño a las mentes de incontables jóvenes mujeres y hombres en particular.

Mientras tanto, la lucha diaria para ganarse el sustento, para dar ropa y cobijo a una familia y manejarse en un entorno social y político inestable preocupa a la inmensa mayoría de la clase trabajadora, mujeres y hombres. Y por encima de todo, un número cada vez más grande se está dando cuenta de que es necesario un cambio radical en el orden social en su conjunto.

Pero las cazadoras de brujas de #MeToo no son parte de esta lucha terriblemente hostil.

lunes, 15 de octubre de 2018

¿CÓMO SE ENGENDRÓ EL MONSTRUO BOLSONARO?

Gerardo Szalkowicz
Rebelión, 11-10-2018



Algo cambió el domingo en la política latinoamericana. La foto asusta: casi 50 millones de brasileños y brasileñas votaron por un proyecto abiertamente fascista. El 46% del electorado del país más grande de la región (y el quinto del mundo) eligió a un candidato que reivindica la tortura y hace apología de la dictadura, que despliega una retórica de odio, machista, racista y homofóbica descomunal y que promete armar a la población y privatizar las empresas estatales. De yapa, su hijo se convirtió en el diputado más votado de la historia brasileña.

El refortalecimiento de la derecha pura y dura ya se venía acentuando con los Macri, Piñera, el propio Temer, Mario Abdo, Iván Duque y varios más. Pero la irrupción de una ultraderecha troglodita que logra conquistar una enorme base social -un experimento que se instaló en EEUU con Trump y que se extiende en Europa- es un emergente novedoso en América Latina que nos alborota los diagnósticos. Y enciende todas las alarmas.

Brasil quedó al borde del abismo. Y más allá de las urgencias de cara a la segunda vuelta, toca desentrañar la película completa ante el retorno del oscurantismo. ¿Cómo se gestó este fenómeno político, sociológico y hasta religioso llamado Jair Messias Bolsonaro?

El triunfo de la “antipolítica”, o la política del odio

Para comprender este tsunami político es necesaria una mirada retrospectiva de largo aliento. O al menos de mediano. Un país cuya independencia fue proclamada por un príncipe portugués, que no vivió procesos revolucionarios, cuya última dictadura duró 21 años y tuvo una salida bastante consensuada, parió una sociedad históricamente despolitizada. Pero este sentimiento “antipolítica” se repotenció en los últimos años, estimulado por la operación Lava Jato y los grandes medios. Tras el golpe institucional que destituyó a Dilma en 2016 y la paupérrima gestión de Michel Temer, quedó en evidencia la putrefacción del sistema político y se impuso un sentido común de rechazo a la clase dirigente. De hecho, los principales castigados de la elección del domingo fueron los dos principales partidos del establishment: el PSDB, cuyo candidato Geraldo Alckmin no llegó al 5%, y el MDB de Temer que postuló a Henrique Meirelles y obtuvo un magro 1,2%.

Pero este proceso tuvo como condimento central una fuerte campaña de satanización mediática y judicial contra el PT, que permitió asociar la epidemia de corrupción unilateralmente a esa fuerza política y justificar socialmente la irregular prisión y proscripción de Lula.

En ese marco emerge este ignoto ex militar desbocado que logra capitalizar la implosión de los partidos de derecha y centro-derecha, la consolidación de ese fuerte sentimiento anti-PT y la aguda crisis económica que potenció el hastío. Como la política aborrece el vacío, Bolsonaro aparece como el candidato antisistema –pese a que hace 28 años ejerce como diputado- que promete resolver esta crisis multidimensional a fuerza de mano dura y prédica mesiánica. Y de ser un legislador marginal, que ganó fama cuando juró por el militar que torturó a Dilma, se convirtió en el efecto más siniestro de esta democracia agonizante.

El fundamentalismo religioso

No se pueden entender esos 50 millones de votos sin la militancia activa que desplegó la poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios. La fuerza evangélica neopentecostal -que juega cada vez más en el terreno político en toda la región- ataca en tres frentes simultáneos: en el Congreso, donde “la bancada de la Biblia” controla la quinta parte de la Cámara de Diputados; en la prensa masiva con su multimedio Record, el segundo del país achicándole distancias a la Rede Globo; y en las barriadas populares, donde tiene una penetración territorial que no logra ningún partido.

Quizá parte del ascenso abrupto de Bolsonaro se explique por el despliegue de miles de pastores haciendo campaña furiosa por el ex militar en los días previos a la votación.

Las otras tres patas de la mesa

Otro factor clave en la construcción de consenso alrededor de Bolsonaro fueron los grandes medios, que terminaron aceptando al mal menor ante la irreversible polarización con el PT y el fracaso de los candidatos del orden. Las fake news antipetistas se multiplicaron en las últimas semanas e hicieron estragos en las redes sociales. Algo similar pasó con el poder empresarial y financiero, que también cerró filas con Bolsonaro. No es para menos: su gurú económico es Paulo Guedes, un Chicago boy que asegura un rumbo ultraliberal.

Por último, el creciente poderío del llamado “Partido Militar”, que este domingo cuadruplicó su presencia al ritmo de la debacle de la política tradicional. Además de Bolsonaro y su compañero de fórmula, el inefable general Hamilton Mourão, al menos 70 candidatos militares fueron electos y tres disputarán gobernaciones estadales en segunda vuelta.

Los límites del progresismo

También al PT se merece reflexionar sobre su responsabilidad en la despolitización de la sociedad brasileña y en la creación del Frankenstein Bolsonaro. Durante 12 años faltó audacia para avanzar en transformaciones raizales, como hubiera sido la tan reclamada reforma política o una ley que limitara la concentración mediática. Y sobre todo, no se profundizó en el empoderamiento popular y la formación político-ideológica, facilitando el terreno para la diseminación de valores retrógrados y autoritarios.

Y una vez fuera del Palacio de Planalto, el progresismo brasileño se conformó en dar la pelea casi exclusivamente en el andamiaje institucional. Salvo la gimnasia de movilización permanente de los movimientos populares, la estrategia petista quedó atrapada en la telaraña de un sistema democrático controlado por el golpista entramado mediático, religioso, militar y financiero.

Tal vez en la respuesta callejera de las mujeres brasileñas y su poderosa consigna #EleNão se puedan encontrar algunas pistas de cómo enfrentar a los profetas del odio y su monstruo Bolsonaro.


Gerardo Szalkowicz, Periodista. Editor de Nodal. Colabora en diversos medios como Tiempo Argentino, TeleSUR, Rebelión, ALAI y otros. Conduce el programa radial “Al sur del Río Bravo” por Radionauta FM. Coordinador, junto a Pablo Solana, del libro “América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista”.

domingo, 7 de octubre de 2018

ECOEMBES, UN NEGOCIO POCO ECO

Yago Álvarez, Genoveva López y Carlos Saavedra
El Salto, 30/05/2017

[Los medios nos bombardean con la necesidad de reciclar... A continuación se explica qué hay detrás de la supuesta preservación del medios ambiente.]

Ecoembes, la empresa que monopoliza el reciclaje de envases, se beneficia de un modelo de gestión poco ecológico y eficiente pero muy lucrativo.



La gestión de los envases en España está copada por una empresa: Ecoembes. Tras una imagen corporativa basada en el amor a la naturaleza y sociedades colaborativas se encuentran las multinacionales distribuidoras más grandes del planeta: Unilever, Coca Cola o Procter & Gamble, todas ellas conocidas por las numerosas denuncias que acumulan por graves daños al medio ambiente. Más de 2.200 empresas se han unido en un negocio tan opaco como lucrativo.

SIG, Sistema Integrado de Gestión, es el modelo de gestión de Ecoembes. En este sistema, una gran empresa organiza a los distintos actores que interactúan: administraciones públicas, ciudadanía y empresas de reciclaje.

La Comunidad Valenciana, gobernada por Compromís, Podemos y PSOE, ha intentado recientemente implantar un modelo mixto, añadiendo, además del SIG, el SDDR, Sistema de Depósito, Devolución y Retorno. Con este sistema, las personas pagan un poco más al comprar los envases y tras su devolución reciben una pequeña cantidad de dinero por el retorno.

La iniciativa de la Generalitat ha despertado una gran polémica por la virulencia con la que se ha opuesto Ecoembes. Las razones de la Comunidad Valenciana son claras: existen muchos envases que se quedan tirados en el monte o las calles que no llegan al contenedor amarillo y que con el SDDR serían reciclados. “Un SDDR favorece la recogida diferenciada de envases, permitiendo mejores tasas de recuperación, y abre la puerta a envases retornables, que permitirían la reutilización, con un menor coste ambiental que el reciclaje”, apunta Alberto Vizcaíno López, autor del blog productordesostenibilidad.es.

El SDDR se utilizaba en nuestro país hace años y en la actualidad está implantado en Alemania o Noruega. Sus cifras de recogida y reciclaje son mucho más altas que las nuestras. “En las encuestas que se han hecho en los últimos 40 años, existe un consenso del 85% por parte de los ciudadanos y ciudadanas, que ven con buenos ojos volver a esta práctica”, comenta Miquel Roset, director de Retorna, una organización que defiende el SDDR.

De los siete millones de envases consumidos diariamente en la Comunidad Valenciana, solamente dos acaban en la planta de reciclaje, previo paso por el ejército de contenedores amarillos distribuidos por toda su geografía. La repercusión ecológica (la mayoría de envases acaban en el fondo de los océanos) y económica (Ecoembes cobra por los siete millones de envases y no por los dos) de esta realidad ha provocado que la Conselleria de Agricultura y Medio Ambiente se haya lanzado a implantar el SDDR a partir de 2018.

Se cumpliría así con el mandato de las Cortes Valencianas, que en septiembre del pasado año votó pedir formalmente al Gobierno autonómico el impulso definitivo del modelo de retorno.

Enfrente, Ecoembes, la pléyade de marcas a sus espaldas y el poder mediático que arrastran. Pero en los cálculos y datos que ofrecen, algo falla. Las cifras que proporciona Ecoembes para la Comunidad Valenciana elevan el porcentaje de envases reciclados al 75%, frente al 25% que baraja la Administración valenciana.

Los datos de Ecoembes son dudosos, sobre todo si se tiene en cuenta que esta empresa, tras la primeras reuniones con los responsables de la Conselleria de Agricultura y Medio Ambiente de la Generalitat, prometió esfuerzos para poder doblar las cifras actuales. Las negociaciones para implantar el sistema a partir de 2018 entre todas las partes implicadas continúan.

Mientras tanto, el PP valenciano propone reforzar el actual sistema, el de Ecoembes, y Ciudadanos alega falta de información para emitir un veredicto sobre un sistema, el SDDR, que, aunque en distinto momento de desarrollo, se está pensando implantar en Baleares, Cataluña o Navarra.

El modelo de negocio de Ecoembes es claro: cuantos más envases de usar y tirar se consuman, más ingresos obtiene. “Si se implantase un SDDR que sacase del sistema integrado los envases con más interés para el reciclaje, los resultados de Ecoembes se verían seriamente afectados, tanto en lo económico como en porcentaje de material recuperado —explica Vizcaíno—. Un modelo SIG como el que tenemos actualmente, basado en un contenedor amarillo de envases ligeros, obliga a mezclar muchos tipos de residuos y materiales diferentes, dificultando su posterior recuperación”.

En el resto del Estado, el problema con las cifras de reciclaje se mantiene, no salen las cuentas: “Asturias un 13%, Madrid un 47%… Quizá alguna otra comunidad autónoma lo esté haciendo francamente bien y consiga elevar la media, pero ¿cómo llegaríamos hasta el 75%? A estas alturas ya sabemos que las estadísticas oficiales sobre residuos no coinciden con las de la industria del envase de usar y tirar”, señala Vizcaíno.

Basta con cruzar las cifras anuales que presentan las empresas de envases fabricados y puestos en el mercado en el Estado: Coca Cola, 9.000 millones; la Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebida Envasadas, 4.900… De los 17.000 millones de envases de los que presume la industria a la hora de hablar de volumen de negocio a los 7.000 millones de los que dice responsabilizarse.

Un negocio redondo

Las dos flechas enroscadas que identificamos como símbolo del reciclaje es lo que se denomina el punto verde, e indica que la empresa que produce el envase ha pagado una tasa para su gestión posterior. Esa tasa se cobra a los consumidores al comprar el producto. “Pagamos dos veces. Cuando compramos un envase pagamos el punto verde, y luego pagamos la tasa de basuras municipal”, dice Alodia Pérez, responsable de Recursos Naturales y Residuos en Amigos de la Tierra.

Ecoembes reparte muchos millones de euros entre los ayuntamientos cada año, en torno a unos 500, y eso le otorga mucho poder
Sin embargo, el contenedor amarillo no lo gestiona Ecoembes, sino los ayuntamientos. Las tornas se cambian y es la empresa privada la que paga a una Administración Pública por la gestión de un servicio a la ciudadanía. “Ecoembes reparte muchos millones de euros entre los ayuntamientos cada año, en torno a unos 500, y eso le otorga mucho poder”, dice Roset.

“Lo más perverso es ver cómo Ecoembes dice que se recicla el 70% y cómo el Ministerio acepta esas cifras, al menos públicamente. Nadie está poniendo en su sitio a esta empresa. Además, amenaza con que si ponen en marcha el sistema de retorno van a ir a la bancarrota y no van a poder dar el dinero que dan a los ayuntamientos”, añade Roset.

Una vez se han recogido los contenedores amarillos, el Ayuntamiento los lleva a las plantas de gestión de residuos, generalmente públicas. Allí los residuos se separan y una vez retirados los materiales del contenedor amarillo que no deberían estar ahí, los impropios, Ecoembes paga a los ayuntamientos según el peso de lo recogido. “Ecoembes debería pagar en función del número de envases que pone en el mercado, no en función de lo que se recoge en el contenedor amarillo. Si no están bien separados, los envases pueden acabar en vertedero o en incineradora”, admite Pérez.

A las plantas de gestión de residuos se dirigen los fabricantes y allí compran los envases a Ecoembes para volver a utilizarlos. “La asociación de empresarios de PET, el material que se usa para embotellar el agua, que sí compran restos, dice que les llegan muchos impropios, pero Ecoembes es la única fuente que tienen para comprar envases de segunda mano”, añade. Ecoembes, por tanto, cobra dos veces: a la ciudadanía por el punto verde y a los fabricantes por el material separado.

Existen estudios que demuestran que el SDDR es mucho más eficaz que el SIG, sin embargo, en España ha sido imposible implantarlo hasta ahora.

El lobby que realiza Ecoembes para mantener su imperio y defender su sistema de gestión es inmenso. Ecoembes financia cátedras universitarias, periódicos, radios, organizaciones y campañas de publicidad. Patrocina la sección de medio ambiente de los periódicos de gran tirada, como El País, Público, El Mundo o eldiario.es, también la Cadena SER.

“Hablando con periodistas me han comentado que pueden hablar de cualquier cosa menos del sistema de depósito si el patrocinio lo realiza Ecoembes”, comentan en Amigos de la Tierra. “La única cátedra que se dedica al estudio de los residuos en la Universidad Politécnica de Madrid es la Cátedra Ecoembes. Recientemente ha sacado estudios con las universidades de Alcalá de Henares y Valencia sobre lo perjudicial que era el sistema de depósito, con muy poco rigor. Para calcular los costes del sistema, por ejemplo, han utilizado el precio del metro cuadrado de la calle Serrano de Madrid, que evidentemente no es significativo ni similar al metro cuadrado de los comercios al uso”, denuncia Pérez.

Una S.A. “sin ánimo de lucro”

Si hay algo que llama la atención de esta empresa es su forma jurídica. Ecoembes es una “sociedad anónima sin ánimo de lucro”. Este apellido, sumado a su monopolio del reciclaje, facilita mostrar una imagen de ONG medioambiental. Pero esa imagen se resiente cuando comprobamos quién está detrás del accionariado de esta S.A. Son más de 12.000 empresas las que están adheridas al sistema de Ecoembes, pero solo unas 60 conforman su accionariado.

El 60% del accionariado está controlado por el “grupo de envasadores”, en el que se encuentran la mayoría de las grandes compañías de alimentación y bebidas, las principales productoras de envases. Gigantes como Campofrío, Bimbo, Danone, Nestlé, L’Oréal, Procter & Gamble o Henkel se unen en este curioso accionariado sin ánimo de lucro a PepsiCo y a Coca-Cola, representada mediante la Asociación Nacional de Fabricantes de Bebidas Refrescantes.

Otro 20% lo representa el “grupo de materias primas”, en el que se encuentran las mayores asociaciones de reciclaje de materias primas, como Cicloplast, la Asociación Ecológica para el reciclado de hojalata (Ecoacero), la Federación Española del Envase de Madera (Fedemco) y productores de envases específicos como la conocida Tetra Pak, responsable de los ampliamente utilizados tetra briks, muy criticados por su difícil tratamiento para el reciclaje.

La quinta parte restante del accionariado está en manos de otro de los principales actores en la cadena de los residuos, las grandes cadenas de supermercados: Carrefour, Alcampo, Día, El Corte Inglés o la valenciana Mercadona.

La presencia de estas empresas se hace más clara al ver la composición de su junta directiva. Aunque la cara visible es la de su consejero delegado, Óscar Martín, el presidente es Ignacio González Hernández, consejero delegado de Nueva Pescanova S.L., empresa resultante de la quebrada Pescanova S.A. El secretario, Ignacio Larracoechea, es presidente de Promarca, un lobby que engloba a la mayor parte de los fabricantes líderes de sectores como la alimentación, la bebida o la perfumería, y que tiene como principal misión la de ensalzar la imagen de las marcas de los fabricantes que la conforman frente a las marcas blancas. Además, entre los consejeros de Ecoembes podemos encontrar representación de Pepsi, L’Oréal, Danone o Carrefour.

También es llamativa la retribución del “personal de alta dirección”. El selecto club de 10 personas que dirige esta sociedad sin ánimo de lucro se embolsó 1.610.000 euros en 2015, un 9% más que el año anterior, con un sueldo medio de 13.416 euros por directivo al mes.