lunes, 9 de agosto de 2021

EL 'BOOM' DE LA ENERGÍA SOLAR EN OCCIDENTE SE LEVANTA SOBRE UNA MONTAÑA DE CARBÓN CHINO

The Wall Street Journal, 09/08/2021

[Otra mentira más del capitalismo verde.]


En EEUU y Europa, crece la preocupación por la posibilidad de que la dependencia del carbón chino de la industria solar dé lugar a un fuerte aumento de emisiones en los próximos años

A medida que los países occidentales buscan reducir su dependencia de los combustibles fósiles, se ha disparado el número de instalaciones de paneles solares en Estados Unidos y Europa. No obstante, estas regiones se enfrentan a un dilema a la hora de instalar paneles tanto en pequeños tejados como en extensas instalaciones en el desierto: la mayoría de ellos se producen utilizando energía obtenida de grandes centrales chinas que queman carbón y emiten CO2.

En Estados Unidos y Europa, aumenta la preocupación por la posibilidad de que la dependencia del carbón chino de la industria solar dé lugar a un aumento importante de emisiones en los próximos años a medida que los fabricantes incrementen la producción para satisfacer la demanda. Los analistas indican que la industria solar se convertiría así en uno de los mayores contaminadores del mundo, desvirtuando la reducción de emisiones generada por la adopción generalizada de los paneles.

Durante años, la electricidad china de bajo coste, generada a partir de carbón, ha proporcionado una ventaja competitiva a los fabricantes de paneles solares del país que les ha permitido dominar el mercado mundial.

Según el analista del sector Johannes Bernreuter, las fábricas chinas aportan más de tres cuartas partes del polisilicio mundial, un componente esencial de la mayoría de los paneles solares. Las fábricas refinan el metal de silicio mediante un proceso que consume grandes cantidades de electricidad, por lo que el acceso a energía barata constituye una ventaja en lo referente a costes. Las autoridades chinas han construido una serie de centrales eléctricas en zonas poco pobladas, como las regiones de Xinjiang o Mongolia Interior, como apoyo a los fabricantes de polisilicio y otras industrias de alto consumo energético.

Fengqi You, profesor de ingeniería de sistemas energéticos de Cornell University, explica que fabricar un panel solar en China genera aproximadamente el doble de emisiones que fabricarlo en Europa. Añade que en algunos países o regiones que no dependan en gran medida de los combustibles fósiles para generar electricidad, como Noruega o Francia, la instalación de un panel solar hecho en China podría no reducir emisiones en absoluto.

You aclaró también que "aunque contaminemos poco [en Occidente], el transporte de estos paneles desde otro país, ahora desde China y más adelante puede que otros, produce muchas emisiones".

No obstante, los científicos indican que, con el tiempo, instalar paneles chinos casi siempre da lugar a una reducción neta de emisiones de CO2, ya que suelen sustituir la electricidad generada a partir de combustibles fósiles. Las emisiones que evita el panel durante los primeros años de sus tres décadas de vida útil pueden compensar las emisiones creadas al producirlo.

Fabricar un panel solar en China genera casi el doble de emisiones que en Europa

Algunos gobiernos occidentales están intentando alejar la industria solar del carbón. Las empresas que adquieren energía renovable están sentando las bases para dar prioridad a los paneles de bajas emisiones de carbono a la hora de aportar financiación para proyectos solares. Según un portavoz de la Agencia de Protección Medioambiental de EEUU, el Gobierno está elaborando una política para hacer lo propio cuando compre paneles solares. La Unión Europea, por su parte, está estudiando la posibilidad de regular el contenido de carbono de los paneles que se venden en todos los Estados miembros.

Algunos ejecutivos occidentales han señalado que estas políticas también favorecerían la reconstrucción de la industria solar occidental, que se ha visto limitada ante sus competidores más contaminantes en China.

Según la consultora Wood Mackenzie, la potencia de energía solar de Estados Unidos ha subido un 48% en los dos últimos años. En Europa, el aumento es de un 34%. Esto conlleva el envío de decenas de miles de paneles solares cada año.

Jen Snook, de la Alianza de Compradores de Energía Renovable, un grupo que incluye a Amazon.com, Salesforce.com y más de 200 empresas más, afirmó que "los grandes compradores de energía pueden afectar a las cadenas de suministro. (…) Se espera que el uso de energía solar siga aumentando a buen ritmo, y queremos asegurarnos de que ese crecimiento sea sostenible".

La disyuntiva se hace cada vez más evidente a medida que los líderes mundiales se preparan para reunirse en Glasgow (Escocia) en noviembre para dar un nuevo impulso a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Este impulso conlleva convencer a China, el mayor emisor del mundo, de que abandone la electricidad obtenida mediante carbón para reducir emisiones, a pesar de que Occidente siga comprando productos chinos de forma masiva, desde paneles solares a aluminio ligero para coches eléctricos. Durante una reunión de ministros de Medioambiente de las 20 principales economías del mundo, China e India bloquearon un acuerdo para eliminar la electricidad obtenida a partir de carbón de forma gradual.

Encontrar alternativas no será fácil. El auge de la producción barata de polisilicio china ha afectado a las productoras estadounidenses, obligando a cerrar a varias fábricas que utilizaban fuentes de energía con menos emisiones que las chinas. Según Christof Bachmair, portavoz de Wacker Chemie AG, la mayor productora de polisilicio para paneles solares de Occidente, la empresa paga hasta cuatro veces más por la energía de sus fábricas en Alemania que las productoras chinas ubicadas en Xinjiang.

China ha presionado a la baja los precios de los paneles solares hasta tal punto que la energía solar ya es más barata que la energía generada a partir de combustibles fósiles en muchos mercados de todo el mundo. Así mismo, están llegando grandes cantidades de las células solares que componen los paneles a Europa y Estados Unidos. Estos envíos o bien vienen directamente de China o incluyen elementos clave hechos en China.

Robbie Andrew, un investigador principal del Centro de Investigación Climática Internacional de Oslo, explica que "si China no contase con carbón, la energía solar no sería barata ahora mismo… ¿Es un problema que hayamos tenido un aumento enorme de emisiones de CO2 de China porque les permitía desarrollar todas estas energías de forma barata? Probablemente no lo sepamos hasta dentro de tres o cuatro décadas".

Algunas productoras de polisilicio chinas están bien posicionadas para actuar ante la demanda occidental de paneles de bajas emisiones. Tongwei, la mayor productora del mundo, tiene fábricas que funcionan con energía hidroeléctrica. Sin embargo, sus mayores competidores chinos, Dago New Energy y GCL Poly, dependen principalmente del carbón.

Francia es uno de los pocos países que regulan el contenido de carbono de los paneles solares. Requiere paneles bajos en carbono para los grandes proyectos solares, lo que ha animado a algunos fabricantes de China a utilizar energías renovables en algunos procesos para poder vender en el mercado francés. Este año, Corea del Sur ha seguido el ejemplo de la normativa francesa para implementar regulaciones propias, y varios países europeos han expresado su interés en hacer lo propio.

La posición predominante de China en la cadena de suministro de la industria solar también dificulta la tarea del puñado de empresas que intentan reconstruir la capacidad de producción de paneles solares de Occidente. La mayoría de las empresas que cortan el polisilicio en obleas, empaquetan las obleas en células y usan las células para montar paneles tiene su sede en China. Los aranceles estadounidenses sobre células y paneles solares chinos han llevado las empresas chinas a montar fábricas de estas piezas en otros países.

JinkoSolar, una empresa china, estableció una planta de ensamblaje de paneles en Florida para suministrárselos a NextEra Energy, una de las mayores empresas de energías renovables de Estados Unidos. No obstante, según algunos analistas, las células y el polisilicio vienen de China.

Enel, una empresa de energía italiana, se ha propuesto expandir su fábrica de paneles solares, ubicada en Sicilia, que es una de las pocas que quedan en Europa, pero seguirá dependiendo de las obleas de polisilicona importadas de China.

"Nos encantaría que se estableciese en Europa la otra parte de la cadena de valor", reveló Antonello Irace, director de la fábrica en Sicilia. "Piensa en la sostenibilidad, las condiciones de trabajo, los costes de logística y la proximidad".

Beijing también ha obstaculizado los esfuerzos occidentales al imponer aranceles al polisilicio estadounidense en el marco de las tensiones comerciales duraderas entre los dos países relativas a los paneles solares. Ello ha impedido que los productores estadounidenses vendan materias primas a las fábricas de obleas chinas, de forma que se quedan sin apenas compradores, ya que el 95% de la producción mundial proviene precisamente de China.

En 2019, los aranceles obligaron a REC Silicon a parar la producción en una planta en Moses Lake, en Washington, que funciona con energía hidroeléctrica libre de emisiones. La compañía esperaba que, gracias a las negociaciones entre el Gobierno de Trump y Beijing, se suprimieran los aranceles. No obstante, al final, Beijing extendió la duración de los mismos otros cinco años.

"Tenemos una gran capacidad de producción de polisilicona", afirma David Feldman, un investigador del Laboratorio Nacional de Energías Renovables del Gobierno estadounidense. "Estaría bien que tuviéramos clientes".

A medida que los países occidentales buscan reducir su dependencia de los combustibles fósiles, se ha disparado el número de instalaciones de paneles solares en Estados Unidos y Europa. No obstante, estas regiones se enfrentan a un dilema a la hora de instalar paneles tanto en pequeños tejados como en extensas instalaciones en el desierto: la mayoría de ellos se producen utilizando energía obtenida de grandes centrales chinas que queman carbón y emiten CO2.

lunes, 2 de agosto de 2021

LA CARA OCULTA DEL VEGANISMO

por Tommaso della Macchina



1. Introducción 

Desde los años 90 la tendencia a abstenerse de consumir cualquier producto de origen animal basada en la defensa de los derechos de los animales se ha ido popularizando en occidente. Primero penetró en grupúsculos de la izquierda radical, especialmente anarquistas; luego dejó de ser una moda underground para ir convirtiéndose en parte esencial del credo político del establishment, especialmente en su versión liberal progresista, formando parte de esa incontestable ideología de estado en que se ha convertido el ecologismo. Pero ¿realmente es compatible el veganismo con las ideas sobre las que se fundaron las izquierdas?

2. El pecado de la carne

Es innegable que el control sobre la dieta humana ha sido una constante de los sistemas de dominación, especialmente de las religiones. El judaísmo prohíbe comer carne cerdo e incluso de ternera si se acompaña con leche de vaca. Tales costumbres alimenticias no son kosher. Tampoco deben consumir carne de vaca los hindúes, quienes tienden a ser vegetarianos pues creen que sus ancestros pueden estar reencarnados en animales. También es sabido que el Islam prohíbe el cerdo y el consumo de alcohol. Dichos productos no son halal. Y con respecto al cristianismo, especialmente el católico, tenemos la prohibición de comer carne durante la cuaresma. Además casi todas las religiones han promovido alguna forma de ayuno para fomentar el ascetismo y la fe en Dios.

De igual modo, el veganismo contemporáneo también está repleto de prohibiciones dietéticas, por la sencilla razón de que su origen es religioso, en concreto deriva de ciertas facciones del cristianismo protestante. Así, en Gran Bretaña, tras la ruptura con Roma, surgen multitud de iglesias que propugnan una dieta sin carne porque la carne propicia la glotonería y ésta aleja al hombre de Dios. Uno de los más célebres defensores del vegetarianismo cristiano fue el reverendo William Cowherd (1763-1816) [1], fundador de la Iglesia Cristiana Bíblica y uno de los precursores de la Sociedad Vegetariana británica, creada en 1847. Por su parte los fundadores de la Iglesia Adventista del Séptimo día, Joseph Bates y Ellen White argumentaron que los cristianos no deben comer carne ya que ésta es considerada como un alimento “impuro” en el Levítico (Antiguo Testamento), especialmente la carne de cerdo y el marisco (nótese el parecido con el Judaísmo y el Islam al prohibir precisamente los alimentos más suculentos.) 

 

El reverendo William Cowherd.


A la Iglesia Adventista del Séptimo Día, una de las facciones protestantes más conocidas por su rechazo a comer carne y derivados de animales, perteneció el doctor John Harvey Kellogg. Este médico norteamericano estaba empeñado en acabar con la costumbre de heredada de los británicos de desayunar huevos con bacon y desarrolló una dieta nueva para el desayuno americano basado en los cereales. De aquí provienen los populares corn flakes de Kellogg’s, una firma fundada por John y su hermano Will. Cuenta el investigador y médico norteamericano William T. Jarvis en su muy recomendable ensayo ¿Por qué no soy vegetariano?[2] que John Harvey Kellogg era un “vegetariano fanático”, tanto que no le importaba ignorar la evidencia científica para justificar sus prejuicios derivados de su creencia religiosa. Así, el médico adventista mandó a un colaborador hacer un informe sobre la dieta de los esquimales. Kellogg no creía que los esquimales se alimentaran exclusivamente de carne y que si lo hacían tenían un serio problema con el escorbuto por la falta de vitamina C. Sin embargo, el informe de su colaborador demostró que eran prácticamente carnívoros y que no tenían problemas con el escorbuto ya que comían la carne cruda, con lo cual evitaban que la vitamina C desapareciera en la cocción (“esquimal” significa precisamente comedor de carne cruda.) Como resultado, Kellogg llamó mentiroso a su colaborador e hizo trizas el informe. Pero es que además, Kellogg era un puritano terrible que creía que comer carne llevaba el ser humano a la búsqueda pecaminosa del placer y a la masturbación, algo que horripilaba al galeno adventista.  De hecho, Kellogg aconsejaba la circuncisión sin anestesia para los niños y la aplicación de fenol directamente en el clítoris de las niñas, para apartar a los más jóvenes del onanismo. Además, su clínica (el “Battle Creek Sanatorium”), incluso para los parámetros de la ciencia decimonónica, ofrecía tratamientos de lo más cuestionables por su agresividad (lavativas constantes, baños de agua helada, etc.)[3].


 

John Harvey Kellogg y su invento: los corn flakes.


Un caso similar es el del reverendo Sylvester Graham. Graham, un clérigo presbiteriano de Connecticut (EE.UU.) ligado a la Sociedad por la Templanza, un grupo religioso ultraconservador que predicaba contra el alcohol, llegó a la conclusión de que comer carne tenía que ver con el vicio del alcoholismo, siendo ambos dos expresiones del pecado de la glotonería que alejaban de Dios al buen cristiano. Él creía además que tanto la carne como el alcohol estimulaban el apetito sexual, con lo cual arrastraban al ser humano a otro pecado capital, la lujuria. Así Graham empezó una cruzada contra la carne utilizando el miedo de la población a las epidemias de cólera que asolaron la sociedad americana del siglo XIX, pues, según él, estaban causadas por incluir carne en la dieta. Además, predicó contra cualquier tipo de aditivos en los alimentos, contra la harina demasiado molida y contra el uso de levaduras ya que éstas también se usaban para fabricar cerveza. La dieta estricta y austera que defendió Graham, basada en “lo que comían Adán y Eva en el Paraíso” recibió en EE.UU. el nombre de “grahamismo”, y sus vestigios principales son la galleta de Graham y el pan de Graham, alimentos muy austeros hechos con una harina integral poco molida y con poca levadura, un desayuno propio de ascetas. También es herencia de Graham los cereales Golden Graham, hoy día comercializados por Nestlé. 


 

Sylvester Graham y su invento: las galletas Graham.


3. Una esvástica en mitad del bosque

El nazismo es un producto derivado del romanticismo decimonónico y como tal es un movimiento que propugnó una vuelta a la naturaleza. De hecho, se podría decir que el nazismo es precursor del ecologismo moderno. Aquí, el eslabón perdido el siglo XIX y el XX es el naturalista y filósofo alemán Ersnt Haeckel, quien tergiversó las teorías de Darwin para convertirlas en lo que se dio en llamar “darwinismo social”. Según Haeckel, quien unió las palabras griegas “oikos” y “logos” para crear por primera vez el término “ecología”, las razas primitivas estaban en su infancia y precisaban de la supervisión y protección de las sociedades más avanzadas, con lo cual construyó los cimientos ideológicos del imperialismo occidental y del racismo que desembocó en el fascismo y el nazismo del siglo XX [4].

La vuelta a la naturaleza propugnada por Haeckel guió el pensamiento de los nazis alemanes. Éstos, nacionalistas obsesionados por la antigüedad, desenterraron el culto al árbol y al bosque de los pueblos germánicos y decretaron ambiciosas leyes de protección del medio ambiente. Éstas incluían una ley de caza, una ley de protección de la naturaleza y una ley de protección de los derechos de los animales. Así, los nazis se convirtieron en los primeros en dotar a los animales de derechos (y ello mientras se los negaban a sus víctimas humanas en los campos de concentración.) Tal era la devoción del III Reich por los animales que se prohibió (Alemania fue el primer país) la vivisección y la experimentación con animales con fines médicos; de hecho, hay un cartel de propaganda grotesco con el ministro nazi Hermann Göring en un laboratorio liberando animales mientras éstos se lo agradecen haciendo el saludo nazi. Las penas para quienes infligieran algún tipo de sufrimiento a un animal incluían el internamiento en un campo de concentración. Los nazis, además rechazaron el antropocentrismo y el III Reich organizó una conferencia internacional contra el maltrato animal en Berlín en 1934 [5]. Aparte de animalistas, buena parte de los jerarcas nazis, como Himmler y el propio Hitler, no comían carne.

 

Göring liberando los animales de los laboratorios.


En efecto, Hitler era vegetariano o, mejor dicho, vegano pues su dieta rechazaba cualquier derivado animal. No importa lo mucho que se haya esforzado el lobby del capitalismo verde en negarlo, hoy sabemos que Hitler sólo ingería verdura por diversos testimonios. Uno es el de su ministro Albert Speers, quien aseguraba que el führer cuando estaba a la mesa sacaba a colación truculentos relatos de sufrimiento animal para persuadir a sus correligionarios de que no comieran carne [6]. Otro testimonio, aún más irrefutable era el de la chica adolescente, Margot Woelk, que probaba la comida de Hitler por si estuviera envenenada. Margot, quien murió en 2013, a los 95 años, afirmó que Hitler comía “frutas, verduras, arroz y pasta. Nunca carne ni pescado, porque Hitler era vegetariano” [7]. Y ni siquiera es válido el argumento de que los nazis no eran verdaderos vegetarianos o animalistas porque persiguieron a organizaciones como los Amigos de la Naturaleza, ya que se les persiguió por los vínculos de muchos de sus miembros con el Partido Socialdemócrata no por sus convicciones animalistas.

 

En neerlandés: “Goering prohíbe la vivisección (en animales). Tenemos suficientes judíos y marxistas para eso.”


Por último, mencionaremos una curiosa anécdota. Cuando en 1992 unos guardas forestales alemanes sobrevolaban una zona arbolada a 110 kilómetros de Berlín, en ZerniKow, encontraron una descomunal esvástica de 60 por 60 metros dibujada por un grupo de árboles de hoja más clara que el resto. Pronto se supo el origen del macabro hallazgo: fue regalo de un terrateniente alemán al führer por su 49 cumpleaños. Otra prueba más de la pasión por la ecología del régimen nazi.

Esvástica del bosque de Zernikow


4. La revolución de Norman Borlaug

Norman Borlaug fue un ingeniero agrónomo del Medio Oeste de EEUU (Iowa) de origen noruego, considerado el padre de la Revolución Verde. La Revolución Verde fue un fenómeno que se desarrolló durante los años de la Guerra Fría, y muy especialmente en la década de los 60. La idea de Borlaug, un hombre muy competente en su campo, era aplicar los avances tecnológicos a la agricultura para elevar la producción de alimentos de tal manera que cubriera las necesidades de la población. Especialmente exitosas fueron sus campañas para conseguir mejores cosechas de cereal (trigo, arroz y maíz) para lo cual alentó la siembra de variedades resistentes a climas extremos y plagas, promovió la mecanización, el uso de plaguicidas, fertilizantes y sistemas de riego. El fin que perseguía Borlaug con todo esto era nada menos que la erradicación del hambre y el subdesarrollo en el Tercer Mundo. Y, ciertamente, sus técnicas incrementaron la producción agrícola en países como India y México. No en vano se le concedió el premio Nobel de la Paz en 1970.

 

Norman Borlaug en un tractor con ingenieros agrónomos mexicanos.


Hasta aquí todo suena muy bien, pero veamos si había algo más detrás. Borlaug fue financiado desde los años 50 por la Fundación Rockefeller para llevar a cabo su Revolución Verde, llamada así para contraponerse a la Revolución Roja, es decir, a la Revolución Bolchevique y a la Unión Soviética. Y es que si la Fundación Rockefeller sufragó los planes de Borlaug no era por humanitarismo sino porque en EEUU había mucha preocupación de que el hambre en el Tercer Mundo hiciera crecer las simpatías de los pobres hacia la Unión Soviética y China, países donde se había conseguido erradicar el hambre. Según un estudioso del fenómeno, el británico de origen indio Raj Patel, la Revolución Verde se basó en la creencia de que “nadie se vuelve comunista con la barriga llena”. Por otra parte, Patel precisó que sus técnicas “fueron desplegadas en beneficio no de los pequeños granjeros o de los campesinos sino de los grandes granjeros industriales” [8].

Enjuiciar la Revolución Verde de Borlaug no es fácil. Dicho proceso es como el equivalente al Estado de Bienestar pero en el ámbito de la agricultura. Al igual que éste, se promovió en el mundo capitalista como antídoto contra el comunismo; sin embargo, sí que es verdad que consiguió aumentar la productividad en el campo y que las generaciones posteriores fueron probablemente las mejores alimentadas del mundo occidental. La mecanización agraria liberó mucha mano de obra en el campo que se trasladó a la ciudad, tuvo un acceso a buenos hospitales y universidades y generó una clase media con las necesidades básicas cubiertas, algo que no había ocurrido con anterioridad. Pero, como el género humano tiene mala memoria y a menudo es muy desagradecido, fue paradójicamente de estas clases medias sobrealimentadas por la Revolución Verde de dónde salieron sus más acérrimos enemigos. Así, desde los años 70 crece un movimiento, el ecologismo moderno, que critica el uso de la química y la mecanización en la agricultura, pide una nueva vuelta a la naturaleza y culpa de los todos males medioambientales a Borlaug y su revolución. Tanto fue así que Borlaug, en 2008, poco antes de su muerte, se refirió a sus detractores de esta guisa: “Algunos de los grupos de presión ambiental de las naciones occidentales son la sal de la tierra, pero muchos de ellos son elitistas. Nunca han experimentado la sensación física de hambre. Ellos hacen su trabajo de cabildeo desde cómodas suites de oficina en Washington o Bruselas... Si vivieran sólo un mes en medio de la miseria del mundo en desarrollo, como he hecho por cincuenta años, estarían clamando por tractores y fertilizantes y canales de riego y se indignarían que elitistas de moda desde sus casas les estén tratando de negar estas cosas.” No le faltaba razón al granjero de Iowa.

5. Soylent verde

Tras el peligro de la insurrección comunista por culpa del hambre en el Tercer Mundo una nueva preocupación asaltó las mentes maquinadoras de la Fundación Rockefeller: la superpoblación. Si la Revolución Verde salvó muchas vidas en los países en desarrollo, ello también implicó que la población de esa parte del planeta creciera considerablemente. Unos países con recursos casi intactos y mucha población, incluso si no se hacen comunistas, representan un peligro para la hegemonía de las grandes potencias occidentales, con EEUU a la cabeza. A esta conclusión llegó en los años 70 el famoso think tank fundado por el clan petrolero. Fue entonces cuando las élites dejaron de promover el miedo a la invasión comunista para promover el miedo a la superpoblación y a la escasez de recursos. O sea, el anticomunismo es sustituido por el neomalthusianismo.

En 1973 se estrenó en los cines una película norteamericana que ilustra perfectamente lo expuesto en el párrafo de arriba: Soylent Green. Traducida en España como Cuando el destino nos alcance e interpretada por Charlton Heston y Edward G. Robinson, la película se basa en un relato distópico de Harry Harrison que se desarrolla en el año 2022 en Nueva York. La ciudad cuenta entonces con 40 millones de habitantes y existe un grave problema de hacinamiento. La energía y las materias primas escasean y apenas hay comida con lo que la población se tiene que alimentar con una especie de pienso para personas llamado “soylent”. Para poder comer carne hay que ser muy rico y tener contactos en el mercado negro. Cuando se dice en Wikipedia y en sitios web de cine que la distopía de Soylent Green se ha vuelto real en la actualidad, se miente descaradamente. La película no gira en torno al calentamiento global por el CO2 antropogénico (eso es una interpolación hecha desde la actualidad), la cinta habla de la superpoblación (de hecho, la novela en la que se basa se titula Haz sitio, haz sitio) y de la consiguiente escasez de recursos para alimentar a esa población. Justamente lo que dijo Malthus en el siglo XIX. Por tanto, los malos augurios de la película se han demostrado falsos con el tiempo: faltan cinco meses para el año 2022 y Nueva York no tiene ni la mitad de la mitad de esos 40 millones de habitantes, el petróleo aún no se ha acabado y por tanto tampoco sus derivados como el plástico y tampoco la carne y el resto de alimentos se han agotado. Las predicciones han fallado como fallaron las de Malthus. Lo que sí sufre Nueva York y otras grandes ciudades son los estragos de la pandemia del COVID-19. Eso no lo previeron las lumbreras del pesimismo malthusiano a sueldo de los ricos.

 

Escena de Soylent Verde: la carne como oscuro objeto de deseo.


Con toda esta paranoia fomentada desde las élites se trataba de poner a la población occidental en contra de los países emergentes, especialmente los asiáticos. Éstos, al entrar en su fase de industrialización, vieron cómo su población crecía desmesuradamente igual que había ocurrido con Inglaterra en el siglo XIX. Y fue a partir de entonces cuando occidente se dedicó a poner palos en las ruedas del desarrollo económico de países como China o India.

6. Nueva Era

Hacia finales de los 80 el mundo estaba a punto de sufrir un gran cambio: la Unión Soviética desaparece y las élites occidentales se van a la cama más tranquilas. Ahora la mentalidad productivista de la Revolución Verde de Borlaug no pinta nada, así que se finiquita y es sustituida por el misticismo de la New Age, una especie de hippismo para pijos. La New Age se basa en la Hipótesis Gaia, neopaganismo más poético que científico que ve a la Tierra (la diosa Gaia) como un organismo vivo, como una madre que se enfada con los seres humanos si intentan modificar el medio natural. Se trata pues de la vuelta a la naturaleza propugnada, como ya hemos visto, por ciertas sectas religiosas y por los nazis. Sigue manteniéndose buena parte de los planteamientos malthusianos (se sigue hablando de un inminente agotamiento de las fuentes energéticas… ¡Desde hace 50 años!) pero se pone más énfasis en la contaminación y en que ésta traerá consigo grandes cataclismos climáticos, como el agujero en la capa de ozono (una idea con la que se atemorizó a la población a finales de los 80 y que hoy está demostrada como falsa [10]) o la del calentamiento global por el CO2 antropogénico, en la actualidad en su momento álgido. ¿Qué buscan las élites globalistas potenciando esta nueva vuelta a la naturaleza? Lo que ya pretendían en los 70: obstaculizar el desarrollo de los países emergentes. Ahora, sin embargo, la excusa de la superpoblación no vale porque algunos de los países más populosos, como China, han conseguido frenar el crecimiento demográfico a través del control de la natalidad. Por tanto, en la actualidad se usa el pánico climático para frenar la industrialización de los países rivales y de paso para sacar beneficios en el mercado de intercambio emisiones de CO2.

Paralelamente, la izquierda occidental desorientada tras la desaparición del referente de la URSS deja de hablar de lucha de clases y acepta el premio de consolación que le ofrecen las élites, el “ecosocialismo.” Es en este contexto donde empieza a crecer el veganismo en la sociedad. Primero se empieza a infiltrar en grupúsculos de la izquierda (sobre todo anarquistas aunque también en no pocos grupos neofascistas) y luego se introduce en la izquierda institucional hasta convertirse, junto con el ecologismo apocalíptico y el feminismo burgués, en ideología de estado. Ya demostramos cómo detrás de la mediática Greta Thunberg, una adolescente vegana atiborrada de ansiolíticos, estaba el sector más improductivo del capitalismo, el financiero [11]. Pero es que la idea falsa y apocalíptica de salvar el planeta absteniéndose de comer carne lo mismo la cacarea con desvergüenza el ministro de consumo de nuestro “gobierno de izquierdas” que el globalista y autoproclamado filántropo Bill Gates, quien ha aconsejado a los gobiernos occidentales obligar a sus súbditos a comer carne sintética [12]. Y es entonces cuando uno no puede dejar de pensar en el “soylent” de aquel film de ciencia ficción. Y aún peor: han aparecido empresas que ofertan gusanos [13] e insectos [14] como alimento humano bajo el pretexto de salvar el planeta de los efectos del calentamiento global.

7. Romanticismo contra Ilustración

Lo hasta ahora expuesto no busca afirmar que todos los veganos son fanáticos religiosos, nazis o están a sueldo de multinacionales. Eso sería una burda “falacia ad hominem”. El objetivo de este escrito es criticar la idea de que el veganismo se haya convertido en un punto fijo e incuestionable del orden del día de las organizaciones de izquierda, porque el veganismo no tiene nada que ver con la izquierda. Ésta está vinculada con la Ilustración y el racionalismo mientras que el veganismo lo está con el romanticismo al igual que la mística religiosa, el nazismo o la New Age, todos ellos movimientos con un marcado carácter irracionalista. Y aquí habría que añadir que el irracionalismo no es sólo una etiqueta filosófica sino que también es una importante herramienta de manipulación y control social.

Llegados a este punto, uno podría preguntarse ¿por qué estos sistemas de pensamiento reaccionarios tienen esa obsesión contra la carne? Eso en parte está contestado cuando señalamos que el moralismo de las ideologías reaccionarias odia el placer, y uno de los placeres es comer, por eso se prohíben los alimentos más sabrosos. Pero es que además la ciencia nos ha desvelado que la ingesta de carne fue esencial en la evolución humana para el desarrollo del cerebro. Así lo demuestra un estudio realizado por la Universidad de Harvard  que se hizo público en 2016 [15]. De ello se infiere que controlar las proteínas animales que recibe el cerebro equivale a controlar el cerebro mismo. 

Por otra parte, ni siquiera es verdad que la supresión de la ingesta de carne se pueda justificar por razones dietéticas. Aquí se podría citar el testimonio de la autora ecologista norteamericana Lierre Keith, quien se hizo vegana desde muy joven y tuvo todo un catálogo de trastornos (espondilosis, hipoglucemia, amenorrea, depresión, etc.) que le dejaron secuelas graves. Keith llegó a afirmar que las dietas veganas “no resuelven los problemas que nos preocupan y para lo único que sirven es para autodestruirnos” y que “la mayoría de veganos lo deja y los que insisten hacen trampas”. Sus críticas al veganismo aparecen recogidas en su libro El mito vegetariano. Y para quienes crean que es la típica persona que se ha vuelto  conservadora con la edad diremos que, al contrario, su discurso se ha hecho aún más radical, nihilista incluso, con el tiempo.  “El problema no es la carne, es la agricultura,” Keith dixit [16].



Pero la carne no es lo único que el irracionalismo moderno quiere hacer desaparecer de la dieta humana. La locura por suprimir grupos enteros de nutrientes ha desembocado en dietas en las que se eliminan los hidratos de carbono. Éstas se han puesto de moda gracias a celebridades de Hollywood que han abrazado el veganismo y el misticismo derivado de la New Age. Esto ha sido calificado por muchos dietistas como un “grave riesgo para la salud” [17] ya que es precisamente la glucosa, un tipo de hidrato de carbono, el combustible que mueve nuestro organismo, de tal manera que todos los demás tipos de nutrientes deben ser convertidos en glucosa para ser aprovechados. De hecho, fue la domesticación y producción masiva de cereales como el trigo, el maíz y el arroz (superalimentos ricos en carbohidratos) durante la revolución neolítica la que hizo avanzar a pasos agigantados a la humanidad. Y ello en una época con un clima mucho más cálido (y, por tanto, más húmedo) que el de ahora (¡a pesar de no haber fábricas!), por lo cual el desierto del Sahara estaba cubierto de vegetación [18]. Es en los periodos cálidos, en realidad, cuando ha avanzado más la humanidad, en contra de lo que nos han hecho creer. Todo esto hace de la guerra contra el carbohidrato un suicidio para el ser humano.

Peor aún: este misticismo de nuevo cuño ha puesto de moda los ayunos. Por alguna razón se ha extendido la creencia entre las clases medias que ayunar días enteros es bueno para la salud. Incluso tenemos un grupo sectario posmoderno, los “respiracionistas”, que practican la “inedia”, es decir no comer absolutamente nada ya que, según ellos, el cuerpo humano se puede nutrir de la luz solar [19]. A veces parece como si las élites al promover todo esto en el fondo nos estuvieran acostumbrando a la pobreza en la que han planeado sumir a la mayoría de la población mundial.

Por último, hay que recalcar que la visión que tienen los veganos y animalistas de la naturaleza es de marcado carácter idealista y anticientífica. La mayoría son jóvenes de clase media crecidos en ciudades y, por tanto, con un conocimiento idealizado de cómo funciona la naturaleza, conocimiento que ha sido recibido a través del cine y la TV. Parecen ignorar que la naturaleza es cruel y que las especies se devoran las unas a las otras e incluso las madres devoran a sus crías. Pero, claro, eso no lo muestra el cine de Walt Disney. Su línea de “razonamiento” (por llamarlo de alguna manera) siempre acaba en la misma conclusión nihilista y absurda: que el ser humano es como una plaga maligna para la naturaleza. Y a partir de ahí ¿qué? ¿Fomentar el suicidio colectivo? ¿O vivir instalados permanentemente en la hipocresía? En definitiva, puro nihilismo romántico.


REFERENCIAS:

[1] https://en.wikipedia.org/wiki/William_Cowherd

[2] http://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com/2010/05/por-que-no-soy-vegetariano.html

[3] https://es.wikipedia.org/wiki/John_Harvey_Kellogg

[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Ernst_Haeckel

[5] https://www.elespanol.com/cultura/historia/20190713/tercer-reich-primer-ecologista-protegio-hitler-ambiente/413209086_0.html

[6] https://en.wikipedia.org/wiki/Adolf_Hitler_and_vegetarianism

[7] https://www.elperiodico.com/es/internacional/20130527/margaret-wolk-cobaya-alimentos-hitler-2401614

[8] https://en.wikipedia.org/wiki/Animal_welfare_in_Nazi_Germany

[9] https://www.pbs.org/wgbh/americanexperience/features/caught-war-on-communism-norman-borlaug-and-green-revolution/

[10] https://www.elperiodico.com/es/entre-todos/participacion/la-falsa-capa-de-ozono-150283

[11] http://vorticeinmediaista.blogspot.com/2019/08/la-coartada-climatica-como-la-idea-del.html

[12] https://www.libremercado.com/2021-02-19/bill-gates-carne-artificial-naciones-ricas-agenda-davos-2030-6711495/

[13] https://es.euronews.com/green/2021/02/09/la-union-europea-aprueba-el-consumo-humano-de-los-gusanos-de-la-harina

[14] https://www.intensofoodservice.com/tendencias/a-comer-insectos-start-ups-grandes-marcas-e-inversores-que-apuestan-por-ellos

[15] https://rpp.pe/ciencia/biologia/la-carne-fue-esencial-para-el-desarrollo-del-cerebro-segun-harvard-noticia-945866

[16] https://www.alimente.elconfidencial.com/nutricion/2018-06-16/lierre-keith-veganos-vegetarianos-mito-mentira_1579379/

[17] https://www.ultimahora.es/noticias/sociedad/2018/08/28/1021869/dietas-declaran-guerra-carbohidrato-plantean-riesgos-para-salud.html

[18] https://www.nature.com/scitable/knowledge/library/green-sahara-african-humid-periods-paced-by-82884405

[19] https://www.lavanguardia.com/lacontra/20110728/54192074989/llevo-nueve-anos-sin-comer-alimento-solido-alguno.html