Carmen Gozalo de Andrés, Licenciada en Historia. Artículo de diciembre de 2003. Recuperado en octubre de 2013, sin modificaciones
Meteored, 09/10/20213
[Este texto escrito por una historiadora de la Universidad de Valencia explica cómo el fenómeno de las gotas frías y las riadas se llevan produciendo en la zona de Valencia, una zona muy vulnerable por ser terreno pantanoso desecado por el ser humano, se llevan produciendo desde época inmemoriales en las que empezaron a haber asentamientos humanos. Por tanto, no es producto del calentamiento global por el CO2 antropogénico como dice nuestra clase política, mediática y la ciencia comprada por el globalismo que está detrás de la agenda 2030 malthusiana.]
El Guadalaviar nace en la Sierra de Albarracín, en los Montes Universales, al pie de la Muela de San Juan, entre las poblaciones aragonesas de Griegos y Guadalaviar, a unos 1600 metros de altitud. Según los arabistas, la traducción de Guadalaviar equivaldría a ‘río blanco´ y se le habría dado este nombre en su curso alto por “lo fragoso del terreno que determina blancor de espumas”. Desde Teruel a Torrebaja, el río toma el nombre de Turia, y de Torrebaja a Chulilla lo cambia por el de Río Blanco. Definitivamente, desde Chulilla vuelve a denominarse Turia, nombre que conserva hasta su desembocadura en el Mediterráneo por la ciudad de Valencia. Desciende 1.600 metros en los 280 kilómetros aproximados de su recorrido.
Su curso alto es torrencial, por lo que baja raudo por gargantas y rápidos. Sirve de límite entre las provincias de Teruel y Valencia y penetra en terrenos de Cuenca, que abandona pronto. A poco de volver a entrar en tierras valencianas, se interna en el estrecho desfiladero de Chulilla, tan angosto que en algún tramo sólo alcanza diez metros, con profundidades de hasta 160 metros. A partir de Benaguacil, corre por una fertilísima llanura dando sus aguas a los numerosos canales y acequias que riegan los términos municipales de 54 pueblos. Sus embalses más importantes son los de Arquillo de San Blas (21 Hm3), Benagéber ( 221,3 Hm3.), Loriguilla (73,2 Hm3) y Buseo ( 7,5 Hm3 ). Su caudal, irregular en exceso, se caracteriza por propiciar grandes crecidas, desbordamientos, inundaciones y riadas y también frecuentes estiajes, episodios todos producidos ordinariamente tanto por la excesiva abundancia de precipitaciones como por la ausencia o disminución considerable de ellas.
Monumentales puentes para grandes avenidas
Richard Ford, escritor y viajero inglés que visitó nuestra patria a finales del reinado de Fernando VII, en su obra Cosas de España: el país de lo imprevisto, cuando describe al Turia en su lecho valenciano, dice de éste que solía estar tan seco como las playas en la bajamar y que daba la sensación de llamársele río sólo por cortesía hacia los magníficos puentes que había edificados sobre su cauce. Explica que la solidez y amplitud, la altura y anchura de los numerosos arcos y la firmeza de los estribos de los puentes no era antojo por construir obras monumentales, sino una verdadera necesidad cuando acontecían lluvias fuertes y persistentes en las montañas de la cuenca alta del Guadalaviar. Explicaba que la lluvia torrencial formaba allí avalanchas que bajaban saltando de piedra en piedra, arrollando y arrastrando cuanto encontraban a su paso, socavando la tierra, arrancando rocas, descuajando árboles y casas y sembrando por todas partes desolación y ruina...
Poco después, Teófilo Gautier en 1840, en su libro Viaje por España, al hablar de Valencia y de sus puentes, dice de éstos que eran objetos de lujo y adorno las tres cuartas partes del año.
Ahora Manuel Sueiras, en el reportaje Valencia, futurista, publicado por Viajar. com, describe el presente del antiguo cauce del Turia valenciano y de sus numerosos puentes antiguos reconvertidos en viaductos, como de un verdadero lujo ornamental para la capital levantina. Así lo reseña este periodista en el estilo coloquial e ingenioso que le caracteriza:
“... Durante muchos siglos, el Turia se desbordaba cada dos por tres ( ya sabes, el fenómeno de la gota fría). Hasta que la riada de 1957 fue la gota que calmó el vaso, o lo que es lo mismo, el río inundó la ciudad y sus huertas causando destrucción y muerte. Los valencianos dijeron “¡ Basta ya, nunca máis !” y decidieron cambiar el curso del Turia algunos kilómetros hacia el sur en una gigantesca obra de ingeniería. Total, que cuando se terminaron las obras se encontraron con que, por donde antes discurrían las aguas, ahora sólo había un cauce seco [...] Lo primero que se les ocurrió fue llenarlo de zonas de esparcimiento, deporte y jardines, que para eso Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor... Es una gozada, porque hay campos de fútbol, pistas de tenis, banquitos, árboles de colores, parques infantiles, zonas para pasear el perro [...] todo un paseo sin tráfico, ni semáforos, ni peligros y en plena naturaleza...”
“...Una vez eliminado el río ¿ para qué quieres los puentes si puedes ir andando de un lado a otro? Pues, de entrada, para decorar; porque hay que ver la prestancia que le da a cualquier ciudad un buen puente, con sus arcos y sus estatuas. En el caso de Valencia, el antiguo cauce está atravesado por multitud de puentes, la mayoría antiguos y unos cuantos nuevos. Los Puentes del Real, del Mar o de la Trinidad son de piedra, con esculturas de santos en los templetes u hornacinas y escalinatas que le dan un aire superromántico. Te sientes casi como en París. [...] Hasta hace un año había otro puente bastante feo, que llamaban la pasarela y que finalmente ha sido sustituido por el Puente de las Flores, enteramente cubierto de flores, que se cambian según la estación del año...”
Antecedentes históricos de las riadas del Turia
Los romanos fundaron Valencia en el año 138 a. C, en el entorno geográfico ideal en que se erigían las poblaciones urbanas de aquella época: a orillas del cauce de un río, relativamente cercanas a una costa de litoral accesible, con abastecimiento de agua dulce y tierras espaciosas aptas para el cultivo. Pero estos paisajes inaugurales de la Valencia romana, iban a ser modificados paulatinamente durante los tiempos históricos por los frecuentes desbordamientos del Turia y la consiguiente erosión registrada en su sistema fluvial.
Pilar Carmona y Joan Olmos, en su monografía “Río y Ciudad: El caso de Valencia”, dan a conocer la existencia de crecidas del Turia y desbordamientos de este río desde los tiempos más remotos de la fundación de la ciudad :
“El caso de la llanura aluvial costera de Valencia es un claro exponente de la transformación histórica del paisaje. Entre 1321 y 1957 se registran 22 desbordamientos del Turia, 11 crecidas y 15 noticias de inundación sin referencia a la magnitud o alcance del acontecimiento. Además, en el subsuelo del casco antiguo de la ciudad, aparecen las huellas de otras inundaciones de época romana y musulmana; mientras que en la época visigoda la ciudad no se inunda”.
“En las excavaciones arqueológicas encontramos los sedimentos dejados por estas riadas: desbordamientos de los siglos I y II a.C. en la Plaza de L’ Almoina y en la Costera del Toledà. En época romano- imperial ( siglos I al IV d.C), en el subsuelo de la calle del Mar, en la Plaza de Zaragoza y plaza de Nápoles y Sicilia. En época musulmana (siglos IX, X y XI) la ciudad se inunda de forma catastrófica: aparecen casas con las paredes reventadas por la presión del agua y pozos cegados por gruesas capas de canto, grava y arena acarreados por el río durante la crecida. Vestigios de estas inundaciones aparecen nuevamente en la plaza de l’Almoaina, la calle del Mar, la calle Barón de Petrés, els Banys de l’Almirall y la calle Sabaters, situados en el casco histórico de la ciudad”.
Primeras riadas documentadas
La primera enumeración sistemática de las avenidas del Turia es relativamente reciente. La publicó a mediados del siglo XVIII ( 1760) el doctor Agustín Sales, Cronista de Valencia, en un opúsculo escrito en latín titulado Turiae marmor. Esencialmente, es una incompleta descripción de apenas nueve páginas, en la que aparecen registradas únicamente trece riadas, monografía que se inicia con la avenida del año 1328 y finaliza con la inundación de Valencia de 1731.
Después Teixidor, V.Boix, Carboneres, Llombard y algún otro autor publicaron ensayos parciales relacionados con el tema. No existía más bibliografía hasta mediados del siglo XX, en que, al ocurrir la doble riada de Octubre de 1957, que superó en violencia a todas las anteriores, Francisco Almela y Vives, de las Reales Academias Española y de la Historia, hizo una recopilación que tituló LAS RIADAS DEL TURIA (1321-1949). Esencialmente, esta obra es una relación escrita con criterio histórico, que reúne información sobre las avenidas acontecidas en la capital valenciana con anterioridad a la avenida de 1957, porque, en aquel momento –según justifica el autor en el prólogo de la obra – “el Turia es un gran desconocido. Y no tanto en su nacimiento, discurso y desembocadura en el mar, sino en las que pudieran ser sus ‘reacciones’...” Su objetivo primordial consistió en reunir la documentación necesaria para elaborar, con sistemático rigor histórico, un estudio cronológico de las riadas del Turia a su paso por Valencia durante los seis últimos siglos. Básicamente, ésta ha sido la principal fuente de referencia utilizada en la realización del presente artículo.
Entre 1321 y 1957, se registran en la publicación de Francisco Almela 22 desbordamientos, 11 crecidas y 15 noticias de inundaciones del Turia en Valencia. En el primero de los ocho capítulos de que consta la obra, trata de las más importantes avenidas de los siglos XIV y XV. Inicia la enumeración de riadas con la primera de la que hay noticias documentadas, después de que Jaime el Conquistador tomara Valencia, inundación que tuvo lugar el 16 de octubre de 1321 y de la que aporta la siguiente información:
“El día 16 de dichos mes y año,(Octubre, 1321) el Justicia y los Jurados de la Ciudad publicaron un bando haciendo saber que, como por el aumento de las aguas del Guadalaviar a consecuencia de abundantes lluvias, se habían caído en parte algunos puentes, muros y barbacanas de la población, se prohibía a todo hombre y mujer, de cualquier ley o condición, que cogiera o mandara coger, de noche o de día, abierta u ocultamente, piedras, argamasa, tierra, ladrillos o madera de dichos muros, puentes y barbacanas. Y quien tal hiciere pagaría como castigo sesenta sueldos tantas veces como lo hiciera”.
“Los estragos causados por la riada se deducen asimismo de una carta que en 24 de octubre de 1321 dirigieron al Rey, D. Jaime II el Justo, los Justicias, Jurados y Consejeros de la Ciudad. En aquella le decían poco más o menos, que las abundantes aguas pluviales habían determinado el derrumbamiento de muchas casas dentro y fuera de las murallas, aparte de los numerosos edificios que se hallaban en peligro de que les ocurriera lo mismo. Además, habían caído las bóvedas de los Puentes del Real y de los Catalanes, posteriormente llamado de la Trinidad. Con todo ello, la gente padecía mucho, porque no había pan, debido a que los hornos carecían de leña. Tampoco había cal ni ladrillos para reparar las casas derrumbadas y las que estaban a punto de caerse, donde, por cierto, habitaban las personas con peligro de muerte. Por otra parte, también faltaba la carne, porque los carniceros no tenían sitio para guardar el ganado...”
El autor continúa enumerando cronológicamente las riadas y citando algunas particularidades de los daños en puentes, casas y murallas y de los bandos de las autoridades para evitar latrocinios. Alguna vez hace alusión al tiempo atmosférico y a las particularidades de la inundación, y de si se hicieron rogativas para que cesara la lluvia, como el 6 de noviembre de 1340, en que el aguaducho fue tan furioso, que el Cabildo catedralicio tuvo que sacar el Lignum crucis y llevarlo procesionalmente por las calles valencianas, con objeto de conjurar los peligros.
El jueves 17 de agosto de 1358, después de haber sufrido una ruinosa y pertinaz sequía, que dejó yermos los campos y entregados a la miseria a los colonos y pequeños propietarios, crecieron tanto las aguas del Guadalaviar “ preñadas con el exceso de las lluvias”, que no tardaron en penetrar en la ciudad, inundando calles, plazas y casas con furia inusitada. [...] los puentes desaparecieron todos y barriadas enteras cayeron desplomadas en número de mil casas, aplastando a familias completas bajo sus escombros y ruinas. 400 personas perecieron. [...] La parte de la Ciudad que más padeció fue el barrio de Curtidores. Y no fueron menores los estragos producidos en los campos, alquerías y pueblos de La Huerta.
Permaneció el siglo XV casi medio siglo sin riadas catastróficas, hasta que, el 17 de noviembre de 1475 comenzó a llover. Las lluvias, a partir del día 20 fueron “espantables”, duraron tres días con sus noches como “si los cels foren uberts y lo món degués perir” [...] la gente no podía salir de sus casas ni para procurarse víveres. Y esto –informa el autor- no sólo ocurría en Valencia ciudad, sino en todo el Reino, y también en Cataluña, Aragón, Castilla y otras partes. Pocos días después, el primero de diciembre, el Turia vino con tanta fuerza que derribó tres de los nueve arcos del Puente del Real. Manaba el agua en el suelo de las casas y surgía por la boca de los pozos domésticos. Los días sucesivos arreció el temporal y hubo temblores de tierra, tormentas y granizo. Entró el mes de enero de 1476 y las lluvias prosiguieron con más crecidas de ríos, barrancos y desbordamiento de pozos. Los predicadores sólo hablaban de aquella situación caótica, que sin duda era el justo castigo merecido por los muchos pecados cometidos. Hasta comienzos de febrero no se afianzó el buen tiempo.
Pasaron doce años, sin ninguna avenida desastrosa. Después, el 28 de octubre de 1487, a primeras horas de la tarde, vino el Turia muy crecido y “derribó las dos palancas del Puente del Mar”, entraron las aguas por el Portal Nuevo, llegaron hasta La Mancebía e irrumpieron en la calle de Murviedro.
Eran las tres de la tarde de la festividad de los Santos Cosme y Damián, antevíspera de San Miguel Arcángel, cuando llegó el Turia a Valencia con tanta fuerza como nunca lo habían visto personas vivientes.
Comenta Almela y Vives que en el transcurso de una hora derribó los puentes del Portal Nuevo, del Real y de los Serranos, y gran parte de los antepechos de los Puentes de la Trinidad y del Mar.
Las aguas entraron en tal cantidad, que podía navegar una barca grande por los portales situados junto a los puentes citados, y también por las puertas de los Tints y de las Blanquerías. En el Convento de la Zaidía alcanzaron un nivel de diez palmos y medio y causaron muchos daños, por lo que las religiosas tuvieron que refugiarse en las casas de sus deudos.
Lo mismo ocurrió con las monjas del convento de la Trinidad, que durante la mañana siguiente, con las caras cubiertas, se trasladaron al palacio arzobispal. Tampoco permanecieron en su cenobio las monjas de San Julián, alarmadas por las ciento veinte casas destrozadas por las aguas y la pérdida de más de cien vidas humanas.
Resumiendo el texto en el que Almela aporta noticias de esta extraordinaria inundación, hay que decir que las aguas desbordadas se extendieron a muchas alquerías, causando estragos incalculables y se vinieron abajo casi todos los molinos, se obstruyeron las acequias y quedaron embarrancadas las tierras labrantías. Aquello no parecía la Huerta de Valencia. Las mismas aguas arrastraron cantidad de árboles y madera, que fueron impelidos en gran parte hasta el mar, por Monteolivete.
El Cabildo de la Catedral dispuso que el Corpus Domini, acompañado del Lignum Crucis y otras reliquias, fuera llevado en procesión a los lugares donde abundaban las aguas. Varios sacerdotes permanecieron entonando salmos desde la tarde a la noche y pidiendo misericordia, por lo cual consta en la documentación que se les dieron a cada uno dos sueldos de limosna. Desde medianoche hasta la hora del alba, fueron otros sacerdotes quienes entonaron los salmos en la capilla mayor catedralicia. Aquella mañana volvió el río a su cauce, pero los capitulares dispusieron que, mientras el tiempo no mejorase del todo, continuaran las rogativas “ad petendam serenitatem” por turnos de cuatro horas y dando dos sueldos a cada sacerdote que estuviera por la noche, y un sueldo y seis dineros a los que estuvieran y rezaran de día. El mismo día 27, los clérigos de las iglesias parroquiales y los de los conventos de San Agustín y San Francisco salieron a la calle para conjurar el río. Los frailes dominicos no pudieron participar por tener que defender su convento del agua, ya que la riada había derribado la mayor parte del claustro y precisaban demoler lo que aún quedaba en pie.
Una semana después, el 3 de octubre de 1517, los Jurados de la Ciudad dirigieron una epístola al joven rey Carlos I, recién llegado a España, que había desembarcado en Villaviciosa el 19 de septiembre de aquel mismo año, días antes de la riada. Le informaban someramente de lo sucedido. Y para recordatorio de aquella trágica inundación, se puso en la pared exterior del atrio del convento de la Trinidad, en la esquina con la calle de Alboraya, una lápida con la inscripción: HVCVSQ. SVPRA HOMINVM MEMORIAM INVNDANS TURIA MAXIMA VRBI REGNO Q. VALENT. DAMNA INTVLIT ANN. M.D. XVII QVINTO K. OCTOB HO. POST MERID III.
En aquella noche de infortunio del 27 de septiembre, una gran tormenta azotó la Ciudad y varios habitantes de la capital del Turia dijeron haber visto un extraño y fiero animal que se asemejaba a un león y rugía paseándose por las calles encharcadas. La noticia corrió como la pólvora y se produjo una gran confusión. La gente salió con alabardas, ganchos, bastones y otras armas para matar a la fiera. Todo eran rumores, gritos y alborotos y, a consecuencia de aquella fantasmagórica visión, dicen las crónicas que muchas mujeres enfermaron de espanto y se volvieron locas.
A la mañana siguiente,” el Turia dejaba al descubierto los cientos de muertos que el agua había arrastrado consigo en aquel día fatídico, que fue recordado durante muchos años como el más nefasto de todos los tiempos”...
Después, mientras los supervivientes intentaban devolver la normalidad a la Ciudad, el extraño animal al que llamaban “la bestia”se dejaba ver sólo por las noches. Decían que había llegado acompañando a las tormentas previas a la riada y que se veían sus pisadas y se oían sus bramidos hasta el amanecer. Unos opinaban que se parecía a un león, otros que se asemejaba a un buey. Las autoridades duplicaron sin éxito la vigilancia nocturna. Se comprobó si los cadáveres de los ahogados presentaban señales de garras o de dientes en sus cuerpos y, durante tres meses, el terror paralizó la vida nocturna en Valencia. Un día, varios ciudadanos aseguraron haber visto a la bestia cerca del convento de la Trinidad y, cuando los vigilantes nocturnos llegaron al lugar indicado, quienes allí permanecían aseguraron que la fiera se había arrojado al agua desde el Puente. Nunca más se la volvió a ver, pero los limoneros desgarrados, las huellas de sus pisadas en el barro, sus excrementos y los animales muertos evidenciaban su presencia... los ciudadanos más escépticos siguieron manteniendo que aquel extraño engendro no había llegado con las tormentas que precedieron a la riada y que la bestia sólo había existido en la imaginación calenturienta de quienes decían haberla visto...
El investigador catalán Fontana Tarrats, en sus compilaciones documentales dedicadas a incidencias meteorológicas en lo que hoy son las comunidades autónomas de Cataluña, Valencia y Murcia, nos dice en relación con la riada valenciana de 1517, que las lluvias ya habían comenzado 40 días antes del desbordamiento del Turia; que a las 4 de la tarde del día 27 las aguas habían inundado casi todos los barrios de Valencia, además de sus puentes, y que en la Ciudad se derrumbaron multitud de casas. Cita como ejemplo la calle de Murviedro, en la que desaparecieron sesenta edificios.
Fuera de Valencia, Fontana refiere que hubo grandes tormentas en Utiel, donde cayeron varios trozos de muralla y que los destrozos se dejaron sentir en Sumarcarcer, Gobarda, Alcacer, Alcira, Algemesí y, sobre todo, en Carlet, donde desaparecieron cien casas. Añade que 1517 fue un año de terremotos y que dos meses después de la gran riada, en las primeras horas de la tarde del 21 de noviembre de 1517, Játiva sufrió un seísmo de gran intensidad, que repitió al día siguiente. En Cataluña, a comienzos del mes de noviembre de aquel mismo año, un temporal de lluvias se mantuvo muy activo, lloviendo profusamente, sin parar, durante dos noches y un día, ocasionando grandes daños y causando la muerte a muchas personas. Como consecuencia, se produjeron importantes inundaciones en el Llobregat, en Vich y, sobre todo, en las riberas del Ebro.
Las avenidas e inundaciones continuaron...
Desde esta inundación de septiembre de 1517 transcurrieron veintitrés años sin sucesos de esta naturaleza, hasta el 5 de octubre de 1540. Seis años después sobrevino la inundación del día de San José de 1546. Y más tarde, las riadas de 1555, de 1557, de 1577 y de 1581, en la que el río vino tan crecido que pasó por encima del Puente del Real, riada que se reprodujo los días 22, 23 y 25 de septiembre y que afectó a todo el Reino de Valencia. En ella se desbordaron ríos y barrancos; se ahogaron muchas personas; se destruyeron pequeños pueblos, molinos y alquerías; se arruinaron los campos y se destrozaron muchas cosechas. Por tal motivo, se encarecieron enormemente los comestibles y otros artículos. Otra nueva inundación catastrófica sobrevino en el mes de octubre de 1589, después de la cual las autoridades aumentaron el arbitrio sobre la carne. Con los fondos recaudados se construyeron en piedra la Puerta y el Puente del Real, se concluyó la edificación del Puente Nuevo y se levantaron diques y pretiles que encauzaron el Turia desde Mislata hasta Monteolivete.
Sería demasiado largo y reiterativo continuar la enumeración de las crecidas y desbordamientos del Turia en los cuatro siglos que siguieron. Por ello, se concluye este tema con unos apuntes sobre la última inundación valenciana, la del año 1957, que puso fin a la serie de riadas valencianas de los últimos siglos y que tuvo, además, extraordinarias repercusiones en el futuro urbanístico de la Ciudad del Turia.
LA CRÓNICA DEL SIGLO XX, publicación de Plaza & Janés, Editores, S.A., resume la efeméride valenciana del 14 de octubre de 1957 en estos términos:
TERRIBLES INUNDACIONES EN VALENCIA
“Los temporales de lluvia, que durante las últimas semanas azotan España, han tenido una triste manifestación en la zona de Valencia. El río Turia se ha desbordado a las dos de la madrugada, inundando la capital con una pavorosa riada, que afecta a dos tercios de la población. A media mañana, las aguas comenzaron a retroceder; sin embargo, al mediodía, comenzó de nuevo a llover, en medio de gran aparato eléctrico. No se recuerda una tragedia tan grande desde 1879. En algunos puntos, el agua alcanza los dos metros”.
“Fuera de la capital, el desastre es también enorme. Centenares de viviendas destruidas en Catarroja, Chivas, Masanasa, Albal; un barrio entero de Carlet; desolación casi completa en Nazaret; desbordamientos del Magro en Algemesí; del Jucar, en Alicante y del Segura en Orihuela. Más de ochenta muertos y miles de millones en pérdidas.”
Información del Servicio Meteorológico Nacional (Octubre, 1957)
El Meteorólogo J. Fernández Campa, en su análisis “El tiempo en España durante el año agrícola 1957-58” del CALENDARIO METEORO-FENOLÓGICO 1959, publicado por el Servicio Meteorológico Nacional, al comentar el tiempo atmosférico acontecido el mes de Octubre de 1957, decía lo siguiente:
“Las precipitaciones que descargaron en la mitad oriental de la Península fueron abundantísimas, superándose en Valencia el 600 por 100 de las normales. En dicha región, los intensísimos chubascos tormentosos ocasionaron el desbordamiento del Turia y un verdadero desastre regional. Las lluvias, en cambio, fueron escasísimas en el Norte, Duero, Extremadura y Oeste de Andalucía. Las temperaturas medias mensuales se aproximaron a las normales.”
“La primera década empezó con un descenso térmico, nevadas en puntos del centro y mitad norte de la Península, y tormentas y chubascos en Cantabria. Siguieron precipitaciones intensas en la región Central y Levante. A partir del día 4 el tiempo, en general, fue bueno y las temperaturas normales.”
“ La segunda década, del 11 al 15, fue de precipitaciones generales de carácter tormentoso, que adquirieron su máxima intensidad los días 13 y 14 hacia Levante, ocasionando el desbordamiento del Turia y una catástrofe regional sin precedentes en el siglo. Los días 19 y 20 fueron de carácter tormentoso en muchas zonas. Las temperaturas se caracterizaron por la escasa amplitud de sus oscilaciones.”
“La década tercera fue la más seca. Empezó con chubascos en Cantabria y terminó con pequeñas precipitaciones en el Norte, alto Ebro, puntos del Duero y hacia la provincia de Cádiz. El día 29 descargaron tormentas en Cantabria. Las temperaturas máximas fueron algo más elevadas que las máximas normales, a partir del día 25.”
“Las lluvias torrenciales de Levante ocasionaron grandes daños a los cultivos y cosechas ya recolectadas. En otras regiones, las lluvias y las temperaturas benignas favorecieron los sembrados tempranos y los pastos.”
La precipitación mensual del mes de octubre del año 1957 recogida en el Observatorio Meteorológico de Valencia había sido de 309,9 mm. ( litros por cada metro cuadrado). Como contraste, en las lluviosas ciudades gallegas de La Coruña y Santiago de Compostela se totalizaron aquel mismo mes 13,7 mm. y 6,0 mm, respectivamente. Valencia registró entonces el máximo mensual de precipitaciones del mes de octubre de todos los Observatorios peninsulares.
El gran desvío del río: fin de las riadas del Turia.
Después de esta nueva catástrofe, se abordó definitivamente el desvío del río Turia fuera de la Ciudad, desviación que ya se venía contemplando como la mejor de las posibles soluciones para hacer desaparecer de Valencia aquella terrible y endémica lacra de sus riadas.
El desastre regional había sido de tal magnitud que el Gobierno no tuvo más remedio que adoptar decisiones importantes. Meses después se aprobó la denominada Solución Sur, que consistía en desviar el río, construyendo un nuevo cauce de 12 Kilómetros de longitud y 175 metros de ancho, capaz de desaguar 5.000 metros cúbicos por segundo en una nueva desembocadura del Turia, que iba a situarse tres Kilómetros al sur de la existente. La riada de 1957 había llegado a alcanzar, según los cálculos, un caudal máximo de 3.800 metros cúbicos por segundo. Teóricamente, con el desvío del nuevo cauce, las inundaciones en la ciudad ya no eran posibles. Las obras comenzaron en 1964 y finalizaron en 1973, aunque no se completó totalmente el programa inicial.
Al principio, la Solución Sur era un proyecto hidráulico que se fue reconvirtiendo en un ambicioso plan urbanístico, que pasó a denominarse Plan Sur de Valencia. Fue aprobado por ley en 1961 y comprendía, además de las actuaciones hidráulicas, otras acciones de carreteras, ferroviarias y de urbanización. El antiguo cauce urbano del río, ya liberado del Turia, ha tenido un gran futuro en la modernización de Valencia.
Monumento dedicado a las innumerables víctimas
Veinticinco años después de la última inundación catastrófica de Valencia por las desbordadas aguas del río, en el año 1982, el alcalde de la Ciudad del Turia, Sr. Pérez Casado, inauguró un monumento en recuerdo de las innumerables personas que habían perecido víctimas de las riadas a lo largo de todos los tiempos.
Este monumento está situado en la explanada de la antigua estación del ferrocarril de Aragón, rodeado por una pequeña alberca. Es una obra de líneas esquemáticas muy estilizadas, formado por dos cuerpos rectilíneos cubistas de 16 metros de altura, paralelos y casi verticales, con los que se pretende glorificar y mantener vivo el recuerdo de quienes perdieron la vida en la última riada de 1957 y todas las anteriores. Fue hecho en piedra artificial, por encofrado, con diseño del escultor valenciano Ramón de Soto Arándiga.