Carlos Magariño Rojas
El Común, 27/12/2024
Es llamativo que aquellos personajes públicos, autopercibidos como de izquierdas, que celebraron profusamente el derrocamiento de Al Ásad con expresiones jubilosas y referencias a la libertad, estén estos días como ausentes. Los testimonios que llegan desde Siria, con terribles escenas de degollamientos, ejecuciones públicas, tiroteos en las calles, torturas y persecuciones, les deben haber pillado de vacaciones navideñas.
No a todos, porque algunos sí han estado de guardia para saltar a defender de inmediato a Pedro Vallín por su despido. Es sabido que la opinión debe ser libre, pero resulta curiosa la falta de ecuanimidad para rasgarse las vestiduras por unas cosas y sin embargo hacerse el sueco en otras. Y que lo hagan siempre, por casualidad, en el mismo sentido.
Aquellos que denunciaron las matanzas de la «dictadura», que dieron por ciertas a través de testimonios anónimos, no conceden la misma validez a las imágenes, espantosas, que llegan ahora desde el país, grabadas y compartidas por los propios «rebeldes moderados» que ejecutan esas acciones. Persecuciones contra las minorías alauitas o cristianas que acaban en palizas o en el peor de los casos con fusilamientos y degollamientos.
Videos que llegan a las redes compartidos sin ninguna dificultad, pese a que los medios informativos los ignoran, pero que podemos ver debido a que los propios ejecutores se consideran impunes y los difunden sin ningún miramiento. Algunas escenas, como las de detenidos atados a postes en las vías públicas, ya los hemos visto antes. La autodifusión parece formar parte de los hábitos de estos grupos «rebeldes». Pensemos que el terrorismo sin difusión no tendría sentido.
Es precisamente el «orden basado en reglas» el primero en no sentirse incómodo ante esa impunidad. No en vano, Al Julani, el nuevo líder en el país, ha pasado de la noche a la mañana de ser buscado como terrorista a ser considerado respetable hombre de estado. Con su nuevo outfit ejecutivo, los medios le llaman ahora tecnoislamista o líder de la organización opositora.
Que estas situaciones pillen -siempre- a estos personajes públicos -los mismos- y que sea -en todos los casos- favorable a los intereses atlánticos y -nunca- al revés, debería suscitar la sospecha de que existe un patrón.
Pero no es así. Que exista una evidente pauta desde Afganistán, Irak, Libia, o en las coloridas revoluciones y primaveras, parece que no despierta la atención de estos señores y señoras. Su indignación sólo se enerva cuando esta pauta aparece, pero ellos no atan cabos.
Tampoco «les interpela» la experiencia de Yugoslavia y la intención de repartirse Siria a trozos entre países afines a la OTAN. Ni la ayuda de EEUU o Israel en la formación y sostenimiento de los «grupos rebeldes». Se trata de una manera de sentirse interpelado muy selectiva.
Para desgracia del mundo entero, probablemente nunca volveremos a ver a la Siria laica, último reducto del pasado panarabismo socialista. Lo pagarán como siempre los más desprotegidos, sus mujeres, ahora condenadas a la oscuridad absoluta, los trabajadores y trabajadoras que no tendrán donde escapar ni pueden eludir el horror que los grandes intereses económicos reservaron para ellos.