martes, 10 de septiembre de 2019

LA DESAPARICIÓN DEL TERRORISMO IZQUIERDISTA Y EL BOOM DEL FEMINISMO, UNA RELACIÓN CAUSA-EFECTO




De un tiempo a esta parte, el fenómeno terrorista parece haber desaparecido por completo del panorama social como por arte de magia, especialmente el terrorismo de corte izquierdista [1]. Un día sí y otro también los informativos televisivos ponían a prueba nuestro sistema nervioso con sus escabrosos relatos sobre atentados, en los que no se escatimaba tiempo ni esfuerzo a la hora de transmitir imágenes y describir los detalles más morbosos: reacciones de los familiares y amigos de las víctimas, conexiones con los hospitales donde éstas eran atendidas, partes médicos detallados, etc. Sin embargo, y coincidiendo con el reciente boom del feminismo, el fenómeno terrorista ha pasado a la historia, parece como si jamás hubiera existido y que todo lo que se nos contó no hubiera sido más que una pesadilla que nunca ocurrió.

En su día, la alerta terrorista fue de gran utilidad no sólo para fortalecer los aparatos represivos del Estado, imprescindibles para garantizar la supervivencia de un sistema esclavista como el capitalismo, sino sobre todo para demonizar socialmente a aquellos sectores sociales que más se oponían a la barbarie de este inhumano sistema de producción, al ser perpetrados la mayor parte de los atentados por organizaciones que, a pesar de la incongruencia teórica, no tenían el más mínimo rubor en calificar su particular forma de lucha de revolucionaria o incluso marxista, una lucha incapaz de movilizar masivamente a la clase obrera.

Sin embargo, esta perseverante y disciplinada labor de demonización de ideas revolucionarias realizada  durante décadas por los medios de comunicación terminó por domesticar y aburguesar de tal forma al conjunto de la población, que hoy no resultaría creíble, ni tan siquiera viable, la existencia de grupos terroristas de corte izquierdista, con lo que al Estado no le ha quedado más remedio que recurrir a un nuevo discurso y a un nuevo tipo de amenaza para seguir justificando su poder y autoridad sobre la población; para lo cual, el feminismo y toda su no menos morbosa narrativa sobre el machismo están resultando ideales. Gracias a la conversión del feminismo en ideología de Estado, para considerar a un individuo o grupo de individuos como una amenaza social, ya no es necesario que éstos sigan un determinado pensamiento político o creencia religiosa (algo que, por otra parte, ha dejado de ser lo común en las modernas sociedades occidentales, totalmente escépticas y descreídas hoy en día), basta con que pertenezcan al sexo masculino. Además, y esto es quizás lo más importante, esto último hace que esta nueva amenaza resulte mucho más rentable para el Estado que la antigua, pues mientras ésta estaba constituida por un sector minoritario de la población, la nueva lo estaría, nada más y nada menos, que por la mitad de la humanidad. Un modo de proceder que resulta perfectamente comprensible teniendo en cuenta la lógica de acumulación propia del capitalismo. Y es que a éste no le basta con sustituir un producto por otro cuando no funciona, sino en sustituirlo por uno que además le proporcione más beneficios que el anterior.


Este cambio de estrategia por parte del Estado la ilustra a las mil maravillas la rápida y radical transformación de organizaciones políticas que durante mucho tiempo jugaron un papel muy importante como objeto de denominación en agentes demonizadores, una función, ésta última, igualmente útil para el Estado, o más, que la primera. Un ejemplo es EH Bildu, la antigua Herri Batasuna, una organización que en su día fue muy útil para relacionar el marxismo con algo tan contrario a él como el terrorismo individual (de tal modo que fuera más sencilla su demonización por los agentes demonizadores de aquel entonces, los partidos derechistas), y convertida hoy, gracias a su radical discurso feminista, en un agente demonizador de gran utilidad para el Estado.

En definitiva, ante el aburguesamiento general y el rechazo social de las ideas revolucionarias por un lado, y la mercantilización y cosificación de la mujer a la que inevitablemente conducen las relaciones capitalistas por otro, el feminismo tiene hoy mucha más credibilidad que el discurso antiterrorista a la hora de ser usado por el Estado para ganarse fácilmente la voluntad de las masas y perpetuar el chantaje que, desde hace siglos, viene justificando su existencia: seguridad a cambio de libertad (el capitalismo utiliza y sobre todo exagera problemas que su inhumano modelo relacional acaba generando, para fortalecer al Estado y perpetuar así su existencia). Además, el feminismo resulta mucho más "rentable" debido al mayor número de sospechosos (aproximadamente la mitad de la humanidad [2]) y por tratarse de una amenaza eterna, pues sólo desaparecería con la desaparición del varón. Por otro lado, el aura de disidencia que organizaciones izquierdistas e incluso anarquistas, antiguamente demonizadas, como EH Bildu, la CUP (heredera de Terra Lliure) o la CNT (recordemos el caso Scala) proporcionan al feminismo, es fundamental para dotar a esta nueva estrategia propagandística del capitalismo y del Estado de aún mayor fuerza y credibilidad. Precisamente el necesario reciclado de este tipo de organizaciones por el Estado con el fin de hacer incuestionable y blindar el discurso feminista (¿quién se atrevería a insinuar que el discurso que sostienen organizaciones que hace poco eran objeto de denominación por el sistema es ahora de gran utilidad para éste?), es la principal causa de que, en menos de una década, se haya hecho todo lo posible por borrar de la memoria colectiva de un país como España todo lo sucedido en torno al fenómeno del terrorismo izquierdista, del que, cada vez más, empezaban a aparecer pruebas definitivas y concluyentes de su infiltración y manipulación por los servicios secretos tanto locales como internacionales, lo cual no sólo hubiera anulado la antigua estrategia antiterrorista, sino que hubiera restado fuerza y credibilidad a la actual estrategia feminista.

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[1] A pesar de la propaganda realizada por los medios de comunicación europeos y norteamericanos, e independientemente de su infiltración para ser usados como armas arrojadizas entre los diferentes Estados en la actual pugna interimperialista, las FARC, el ELN y demás grupos armados por todo el mundo que se autoproclaman marxistas y que aún continúan en activo, según la teoría militar más elemental, sería un grave error etiquetarlos como grupos terroristas, en todo caso se debería hablar de grupos guerrilleros.
[2] Una cantidad de sospechosos que no es capaz de garantizar ni de lejos ningún otro tipo de amenaza social tradicional, ni siquiera la delincuencia común, pues ésta se encuentra asociada a sectores marginales de la sociedad y por lo tanto minoritarios, mientras que la amenaza machista trasciende toda barrera social, englobando a todos los hombres independientemente de su condición social; ni siquiera los miembros del sexo masculino de los cuerpos de seguridad del Estado están libres de sospecha. La actual alarma mediática en torno a la delincuencia en Barcelona estaría más relacionada con la pugna que mantienen la burguesía catalana y la española y cuyo fin sería restar fuerzas y credibilidad a la burguesía catalana, pues no es normal que se arme tanto alboroto con los sucesos de Barcelona y no se diga lo mismo de Madrid, una ciudad más grande que Barcelona y con mayores índices de delincuencia. En cualquier caso, la alarma mediática en torno a la delincuencia común, un fenómeno generado también por el brutal modelo relacional que nos impone el capitalismo, siempre suele estar activa con el fin de complementar a otras alarmas mucho más rentables, como fue en su día el terrorismo o lo es hoy el machismo.