viernes, 3 de febrero de 2012

LA FARSA DE LA GUERRA JUSTA. (Extracto del libro Kosovo: la coartada humanitaria))


[A continuación tenéis un extracto del libro Kosovo: la coartada humanitaria de Aleksandar Vuksanovic, Pedro Lopez Arriba e Isaac Rosa Camacho, Ediciones VOSA, 2001, un libro tan recomendable como los de Michel Collon para entender las guerras yugoslavas (en especial la de Kosovo) y la manipulación mediática que las rodearon.]




Guerra justa o, más arteramente, guerra humanitaria. Los autoproclamados "hijos del sesenta y ocho", encuadrados hoy en las distintas formas europeas del ecosocialismo o la socialdemocracia, los Kouchner, Cohn-Bendit, Bernard-Henri Levy, Mendiluce,..., han celebrado por todo lo alto la guerra que daba respuesta a sus lamentos desde que, años atrás, formularan el principio de la "injerencia humanitaria". Intelectuales mediáticos que, desde una agresividad anti-serbia sospechosa -en Francia, Bernard-Henri Levy, recordado por su asaltos y destrozos en centros culturales serbios, calificaba de "muniqués" a todo aquel opuesto a la intervención de la OTAN, evocando la permisividad de Chamberlain y Daladier hacia Hitler en Munich-, afirmaban sin rubor cosas como que "la opción militar es una opción política".


Henri-Levy, filósofo sin filosofía propia, tras
recibir el regalo de un admirador

El principio de la "injerencia humanitaria" o "intervención humanitaria", al que se intenta dar forma legal en el derecho internacional a partir de precedentes como el de Kosovo, ya era enarbolado por Kouchner y compañía décadas atrás. Ha sido el mayor, trágala de fin de siglo. Bajo coartadas morales, se introduce un concepto que, además de atentar contra el principio de soberanía de los estados, entra en directa contradicción con los principios del derecho internacional, comenzando por la propia Carta de las Naciones Unidas. Más aún cuando corresponde a un grupo reducido de países, de forma unilateral, decidir dónde se precisa la intervención por motivos humanitarios, como ha ocurrido en el caso de Kosovo. Pero incluso si el Consejo de Seguridad hubiera aceptado respaldar la injerencia, hay que recordar que las decisiones y resoluciones del Consejo de Seguridad tienen una limitación: los principios de la ONU, comenzando por la Carta; entrar en contradicción con ellos desautoriza las decisiones del Consejo de Seguridad, como recuerda el "rtículo 24 de la Carta.

La injerencia humanitaria sigue siendo, por encima de todo, injerencia. Y desde el momento en que, además, como hemos dicho, queda al arbitrio de un grupo de países, minoritarios pero poderosos, se convierte en un puro instrumento de dominación. No está de más recordar que fueron motivos humanitarios los alegados por Japón, la Italia de Mussolini, la "lemana de Hitler, o Turquía, al invadir, respectivamente, Manchuria, Etiopía, Checoslovaquia o Chipre. Siempre se trata de proteger poblaciones, minorías, derechos humanos y nacionales,... " este paso, podemos apostar que todas las guerras, sin excepción, serán humanitarias. Desde el momento en que la guerra es justa, humanitaria y democrática, todo lo que sucede en ella se barniza con el mismo sofisma: los mismos ejércitos que bombardean son los que construyen campamentos de refugiados; y la asistencia a los desplazados del conflicto es monopolizada por organizaciones, gubernamentales o no gubernamentales, de los mismos países que atacan; las ruedas de prensa e intervenciones de portavoces, civiles o militares, se enriquecen con el nuevo vocabulario, marcado por el eufemismo y la reiteración agotadora de lo humanitario.

Si el argumento inicial, versión OTAN, es detener la "catástrofe humanitaria", ésta misma catástrofe, amplificada, agravada y prolongada por los bombardeos, será la que dé legitimidad a la guerra ante las opiniones públicas: todo líder, político o militar, acudía a visitar la región y dedicaba más tiempo en los campos de refugiados, fotografiándose con niños y ancianos, que en reuniones con sus tropas y mandos militares. Por si no era suficiente con llenar las grabaciones televisivas con imágenes redundantes de sufrimiento y desesperación, se decide trasladar a unos pocos -poquísimos- desplazados a los países de la OTAN, de forma que los ciudadanos del país puedan sentir más cercana la tragedia y comprender las nobles razones de quienes lanzan bombas. Los fotógrafos y camerógrafos de las grandes agencias gastan centenares de películas en series idénticas tomadas en los campos de refugiado, auténticos parques de atracciones por los que pasarían, además de los media, dirigentes políticos, intelectuales de diverso pelaje, artistas varios,..., que, rodeados de niños, recibían de los desplazados la versión personal de sus tragedias, eso sí, previamente filtradas por los muchos traductores colocados por el ELK en los campos de acogida.