viernes, 16 de septiembre de 2011

REPORTEROS SIN FRONTERAS O LOS NUEVOS DISFRACES DE LA PROPAGANDA NEGRA

Ricardo Rodríguez
LaRepública.es, 01/09/2007


Es muy común la idea de que la «propaganda negra» fue un invento de los nazis, y usualmente se cita al siniestro Goebbels como su principal artífice e inmediatamente después la celebérrima divisa: repetir una mentira hasta que parezca una verdad. El escritor y cineasta australiano John Pilger, sin embargo, explicó hace años que los nazis, aún habiendo empleado hasta el delirio la falsedad y la manipulación, no pasaron de ser meros aprendices de los agentes del Imperio Británico, los verdaderos maestros en la materia. Durante décadas, el Foreign Office instaló, en aquellos lugares del mundo en los que existían intereses imperiales, oficinas más o menos clandestinas que se encargaban de elaborar «noticias» que les favorecían y luego lograban insertarlas eficazmente como hechos comprobados en los cables de las agencias de información de todo el mundo. El fin era, naturalmente, la manipulación, la homogeneización de las informaciones –sólo en apariencia independientes- y el ahogo de cualquier crítica a la estrategia de dominio de la gran potencia. La elite gobernante en el Reino Unido fue, de hecho, la primera que adquirió conciencia de la importancia del control de la prensa para la subyugación de las mentes y la represión de la rebeldía.

Igual que otras muchas cosas, después de la Segunda Guerra mundial, EEUU heredó del Imperio Británico en declive sus altamente desarrollados métodos de manipulación y propaganda. De entre las innumerables hazañas en este campo de la CIA y del Departamento de Estado, John Pilger destacaba el haber conseguido que ningún medio de comunicación occidental importante informase sobre la salvaje matanza de casi un millón de militantes comunistas en Indonesia, entre 1965 y 1966, por el gobierno criminal de Suharto con la imprescindible colaboración estadounidense. Desde entonces muchas han sido las guerras, carnicerías e invasiones dirigidas o perpetradas directamente por el Imperio, y hemos tenido ocasión, en Yugoslavia, en Afganistán, en Palestina, en Iraq o en América Latina, de ver la prodigiosa maquinaria de propaganda funcionar a pleno rendimiento. Sabemos lo que cuesta sortear las trabas del sistema y ofrecer una información veraz, no censurada; que se lo pregunten, si no, a los periodistas de Al Jazeera asediados por los marines o a los asesinados en el Hotel Palestina.

Ahora bien, Reporteros Sin Fronteras, la presunta Organización No Gubernamental con sede en Francia que preside Robert Mènard, ha introducido una novedad tan insólita como repulsiva y estremecedora en la cadena de manipulación. Porque ya no nos encontramos con un gran grupo de comunicación privado con intereses económicos y políticos evidentes en los países de conflicto, ni siquiera con una de tantas tapaderas de los servicios de inteligencia de un Estado en forma de agencia de noticias, emisora o periódico. Se trata de una organización que se define a sí misma como ajena a cualquier afán de lucro y campeona en la defensa de la libertad de expresión en todo el planeta. Y lo que es peor, ha conseguido que tanto las instituciones internacionales, como gobiernos, prensa e incluso una gran parte de la opinión pública den por buena tal definición.

Un somero repaso de las actividades habituales de Reporteros Sin Fronteras, no obstante, y la comprobación del contraste entre sus principios declarados y sus actos reales, nos ha de llevar al estupor. En pocas ocasiones toma vida con semejante claridad la paradoja orwelliana: la mentira es verdad y la verdad, mentira. Una organización fundada para la promoción de la libertad de expresión y la información veraz, se transforma en poderosa mercenaria de la mayor manipulación informativa, patrocinada por la CIA y el Departamento de Estado, acalladora de protestas, ocultadora de la represión y la injusticia y ariete del imperialismo. Una monumental estafa, en suma.






Escritores y periodistas de excelente reputación, como el canadiense Jean-Guy Allard, la estadounidense Diana Barahona o los franceses Salim Lamrani y Thierry Meyssan, vienen desenmascarando desde hace tiempo con sólidos trabajos de investigación el sospechoso sesgo de las campañas de Reporteros Sin Fronteras y la opacidad de su financiación.

Comienza a heder la obsesión de la ONG por derribar los gobiernos de Cuba, Venezuela y, últimamente, Bolivia. Thierry Meyssan y la Red Voltaire que él dirige pudieron confirmar las íntimas relaciones existentes entre Robert Mènard y la extrema derecha cubana residente en Miami. Sus insidiosas campañas en contra de la revolución cubana siguen al pie de la letra las orientaciones más extremistas de las oligarquías norteamericanas.

Reporteros Sin Fronteras y columnistas acólitos en diferentes países se han hartado de clamar en contra del gobierno de Hugo Chávez, al que acusan de intentar amordazar la libertad de expresión en Venezuela por aprobar una ley que establecía medidas elementales, y bien modestas, de evitación de la falsedad y la manipulación informativa. Por lo visto, un gobierno democráticamente elegido no puede crear ninguna normativa que afecte a la prensa, pero los propietarios de los grandes medios, a los que nadie ha elegido, sí pueden dictar a miles de profesionales qué se puede decir y qué no en artículos y alocuciones públicas. Sin embargo, tanto Mènard como sus monaguillos guardaron silencio, cuando no jalearon con descaro, el intento de golpe de estado en Venezuela, en abril de 2002, incluidas las medidas expeditivas que conllevó, tan tristemente corrientes en operaciones fascistas similares en la historia de América Latina: disolución del Parlamento, prohibición de organizaciones políticas y cívicas, suspensión de derechos fundamentales y constitución de un Estado policial, amén del secuestro del presidente legítimo y democrático del país. Los poderosos medios privados venezolanos asociados a Reporteros Sin Fronteras, en especial la estación Cisneros, instigaron el golpe, y mintieron sobre lo que sucedía en Venezuela a lo largo de toda la jornada, ocultando hasta el final la existencia de un inmenso movimiento popular que liberó al presidente y reinstauró en breve la democracia.

También fue llamativo el caso de Haití. La ONG francesa celebró el golpe contra el gobierno de Aristide como un triunfo de la libertad, pasando por alto «detalles» del gobierno que le sucedió, como el asesinato por la policía del reportero de radio Abdeas Jean o el tiroteo del periodista Raoul Santo-Louis, dentro de un clima de generalizado hostigamiento de la prensa no sumisa.

En Oriente Medio, por supuesto, la tónica seguida ha sido la misma. Si bien la organización ha ofrecido alguna cobertura a las protestas por el ataque al Hotel Palestina en el que murieron dos periodistas, sus esfuerzos en este sentido no son ni una sombra de las espectaculares campañas orquestadas en contra del gobierno cubano –quien, por cierto, no ha asesinado a ningún periodista, puede que no sea ocioso recordarlo- o contra las actividades de la resistencia iraquí. Más bien Mènard intervino en el asunto para ponerle sordina. Y, simultáneamente, se aplaude el bombardeo al Ministerio de Información Iraquí –un crimen de guerra- y se resta importancia a la vulneración de todas las convenciones internacionales sobre derechos humanos –de periodistas y no periodistas- en Abu Ghraib, Guantánamo, Afganistán, cárceles secretas en Europa, secuestros de ciudadanos, etc.

Recientemente, el escritor francés Máxime Vivas ha exigido a la Unión Europea una investigación imparcial y el esclarecimiento de las fuentes de financiación de Reporteros Sin Fronteras. De manera gradual, han ido saliendo a la luz datos sobre las aportaciones que la ONG recibe de importantes fabricantes de armas, como Jean-Guy Lagardère y Serge Dassault, de la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia), que está reconocida como una fachada de la CIA, o del Center for a Free Cuba (Centro para una Cuba libre), presidido por el propietario de Rones Bacardí. Entre sus benefactores también se cuenta, al parecer, cómo no, la ubicua Fundación Soros5, y difunde sus comunicados por mediación de Saatchi & Saatchi Worldwide, corporación que depende de Publicis Group de Francia, la que a su vez tiene como más prominente cliente al Ejército de Estados Unidos.

Resulta obvio que, con tan inquietantes amistades, la asociación filantrópica presidida por Mènard difícilmente puede sostener ni la más básica imparcialidad en su labor y carece de toda credibilidad. Se ha especulado, empero, sobre hasta qué punto influye la financiación en su ideología, su política y sus actividades. Que las determina es indudable; caben las opiniones respecto a si las determina de forma absoluta o no. Thierry Meyssan cree que los fondos procedentes, por una u otra vía, de la CIA y el Departamento de Estado norteamericano son más bien recientes y esporádicos. No obstante, aunque así fuese, como afirma el propio Meyssan, aun en el caso de que su actividad se sufragara íntegramente con donaciones confesables, la acción real de Reporteros Sin Fronteras no sería moralmente más aceptable, en la medida en que, no sólo no tiene nada que ver con la defensa de la libertad de expresión o el auxilio a periodistas perseguidos por su trabajo de información, sino que es la peor enemiga tanto de una como de otros. Hoy, Reporteros Sin Fronteras es, objetivamente, una de las más poderosas agencias internacionales dedicada de forma velada, pero con creciente descaro, a la represión de la libertad, la mentira y la tergiversación metódica de los hechos. Su fin esencial es la universalización del fraude y el control de las conciencias, para mitigar y a ser posible anular cualquier oposición a los designios del Imperio.

Sus extraordinarios medios materiales, el padrinazgo de que goza por el más poderoso Estado del mundo y su dominio de las más modernas estrategias de comunicación, hacen difícil desenmascararlos. Diariamente, centenares de columnistas y reporteros repiten como papagayos sus consignas. No obstante, hoy como en el pasado, es posible incluso desvelar los trucos de la propaganda negra, por medio de la organización popular, el ejercicio de la crítica libre y la constitución de redes alternativas de información y debate público sin cortapisas. Las extraordinarias movilizaciones contra la invasión de Iraq que todos vivimos hace pocos años lo demostraron, como antes lo había demostrado la derrota del nazismo, que pretendía edificar nada menos que el Reich de los mil años. Al fin y a la postre, ningún engaño dura para siempre.


[Más información:

*Existe un largo dossier contra esta nefasta ONG perfectamente documentado en el boletín Armas contra las guerras nº 187 del 03/06/2008.

*También está disponible en internet la obra de Jean Louis Allard Auge y caída de Reporteros sin fronteras en pdf.]