Communia, 22/05/2021
El vegetarianismo, el veganismo o el soylent no son única ni fundamentalmente opciones en el supermercado, son ideologías que alimentan una política dietética. No es una novedad histórica: los aparatos ideológicos de la Antigüedad y el feudalismo ya utilizaron la política dietética como herramienta de poder y dominación política.
Brevísima historia de la política dietética
Política dietética, ideología y dominación de clase en el judaísmo antiguo
El uso de las restricciones dietéticas como parte del sistema de dominación no es nada nuevo. Hace años ya que la crítica arqueológica de la Biblia eliminó las pretensiones de racionalidad sanitaria de las disposiciones sobre el tratamiento de alimentos de la Torah.
Al parecer es un accidente histórico el que lleva a la monarquía teocrática a apoyarse en los habitantes de las tierras altas de Judea y definir lo correcto, lo kosher, a partir de la cultura local como forma de evitar la influencia de las ciudades costeras. La dieta -producto a su vez de las condiciones económicas y medioambientales- es uno de los principales hechos diferenciadores de este grupo particular. Los sacerdotes de Jerusalem la convierten en más de 300 reglas que codifican en la Torah, una verdadera política dietética.
Al convertir la particularidad en canon religioso y política dietética, la casta sacerdotal creará dos mecanismos de control social particularmente importantes para la conservación y desarrollo de su poder de clase:
1 Una forma de control social autónoma en la delimitación de su dominio: un nosotros reafirmado cotidianamente sin necesidad de particular vigilancia. Esto le servirá para mantener el control sobre sus súbditos durante los periodos en que la monarquía jerosolomitana sufra pérdidas territoriales, pero también servirá como medida de la expansión territorial del poder ideológico de la nobleza teocrática, que implícitamente marcaba los límites potenciales de la monarquía ligada a ella.
Por eso la teocracia del Templo absorberá y homogeneizará ideológicamente poblaciones usando el control dietético como herramienta. Esto aparece de refilón en los evangelios cristianos cuando se muestra como el término nazareno conllevaba en la época una sombra de duda sobre la autenticidad del judaísmo de los galileos.
La batalla de fondo, que puede parecer anecdótica pero no lo era en absoluto en sus repercusiones económicas y políticas, se debía a que la política dietética del Deuteronomio habían prohibido mezclar carne y leche (no comerás al ternero en la leche de su madre). Pero el plato típico de los galileos combinaba pollo y leche. Doblar esta práctica gastronómica, que como toda costumbre de este tipo implicaba una cierta estructura y práctica productiva, se convirtió en el principal objetivo político del poder teocrático en la región hasta que las élites sacerdotales desaparecieron con la destrucción del templo de Jerusalem en el año 70.
2 Añadir una política dietética a la definición de la pertenencia al pueblo -en el sentido antiguo, no en el burgués– dio oportunidad a la nobleza del templo para organizar en torno a la alimentación un sistema general de exacciones voluntarias. El control religioso de la dieta acabará siendo el control sacerdotal sobre matanzas y sacrificios, es decir, el control sobre las proteínas se convirtió en la principal fuente de rentas de la nobleza teocrática.
La política dietética de las clases dominantes feudales
En el ocaso del esclavismo y el ascenso de la feudalidad, la competencia entre judaísmo, islam y cristianismo impactará en la política dietética de las clases dirigentes. Los tres grandes aparatos ideológicos, que confluyen y chocan en la península Ibérica, la costa levantina del Mediterráneo y el sur de Italia, desarrollarán políticas e ideologías sobre la alimentación en competencia y conflicto entre sí.
Conforme el sistema de segregación urbana se profundice y extienda a partir del siglo XII, el cristiano de la península ibérica tendrá por bandera el cerdo -alimento prohibido para islam y judaísmo- al punto de generar a partir del siglo XIV toda una gastronomía de la confrontación en la que una dieta que exalta y exagera el uso de los derivados del cerdo se convierte en profesión de fe. Es la época de los Duelos y quebrantos, por ejemplo, el plato que Cervantes hará comer más tarde al Quijote como muestra de su cristianismo viejo.
Cada uno de los tres aparatos generará innovaciones propias en política dietética que tendrán trascendencia posterior y se incorporarán al arsenal ideológico-político posterior.
1 En el judaísmo medieval, cuyo centro intelectual estará en el Al Andalus, establecerá por primera vez una justificacion racionalista de las prohibiciones y la política dietética. Empiezan así los intentos de racionalización de la dogmática religiosa, que recuperará la burguesía luego, pero también y en primer lugar la asociación entre el establecimiento político de restricciones alimentarias y salud pública, otro tema seminal. En la Guía de Perplejos de Maimónides, la salud del cuerpo social de la judería y la salud física de los judíos confluyen nada sorprendentemente en el cumplimiento de la Torah.
2 Con las invasiones almohades y almorávides reaparecen las políticas de islamización. Pero si tradicionalmente habían pivotado sobre la Yizia, el impuesto religioso, y aparejado con él, el acceso a oportunidades económicas, ahora la política dietética cobrará centralidad.
Al menos en dos ocasiones se establecerá la obligatoriedad del halal, se prohibirá la cría de cerdos y -durante poco tiempo- el cultivo de la vid. La batalla contra la nueva política dietética será duramente librada por mozárabes cristianos -que recuperarán el vino bajo la excusa litúrgica- y rabinos judíos, que mantendrán las matanzas -especialmente de aves, de ahí su protagonismo en la gastronomía sefardí- puertas adentro.
3 La abstinencia y el ayuno marcan el ritmo del «hombre medieval», asegura Le Goff, reduciendo la Europa medieval a la Cristiandad y poniendo el centro de las relaciones entre el cuerpo y la ideología feudal en la cuaresma y su opuesto, el carnaval.
Con las cruzadas aparecerán las bulas e indulgencias que, a cambio de limosnas y donaciones, permitirán comer y tener acceso a proteínas animales en el contexto de la guerra contra ejércitos musulmanes. Este tipo de normas, que se generalizará a partir del siglo XIII con la Bula de la Santa Cruzada, aporta una novedad importante: no se limitan a los ejércitos.
No se trata solo de que los soldados puedan comer en vísperas de la batalla. Se trata de financiar a los reyes que participan en las cruzadas levantinas y la reconquista ibérica. Tienen una función distributiva: las limosnas recaudadas por el Papa son entregadas -en su mayor parte- a los príncipes cristianos. Así que las bulas se dirigen sobre todo a las clases dominantes que no van al combate. Comer carne en cuaresma y otras fiestas se convierte en un signo de la nobleza… y pronto de las aspiraciones a fundirse con ella de una parte de la burguesía comercial en ascenso. La política dietética empezará pues a diferenciar clases abiertamente por primera vez en Europa.
Se establece así en la práctica un régimen de restricciones alimentarias por clases… que, a falta de ejércitos cruzados, acabará convirtiéndose en parte de la financiación regular del aparato eclesial y acabará estando en el centro de la crítica luterana al Papado y la Teología dominante.
Moral burguesa y política dietética
A partir de la generalización de las relaciones capitalistas, el rigorismo igualitarista de las primeras manifestaciones ideológico-religiosas de la burguesía dará paso a la revolución moral de Smith, Bentham y Malthus.
Smith, partiendo de una base calvinista y siguiendo el modelo gravitacional de Newton, explicará que el resultado social del libre intercambio generalizado de mercancías es un óptimo social que gracias a una mano invisible, que en realidad no es otra cosa que la ley divina del amor, maximiza el bienestar posible y asegura el progreso humano.
Malthus convertirá en bénéficos elementos de la ley natural el hambre y la miseria del proletariado naciente explicando su función como motores necesarios de la gran máquina social de la acumulación.
Y Bentham, tomando de Helvetius una versión desnaturalizada de la moral epicúrea, unirá las partes enunciando el núcleo de la religión de la mercancía. Reduce las relaciones sociales entre clases a relaciones interpersonales entre individuos que intercambian libremente como iguales en el mercado. ¿Cómo no va a ser el capitalismo moral? Basta con asegurar la libertad individual para intercambiar mercancías y la igualdad vendrá sola. De hecho vivirá en cada intercambio pues nadie va a cambiar libremente algo por otra cosa que para él tiene menor utilidad.
Resultado global: cuantos más intercambios, cuanto más completa, fluida e intensa sea la circulación… ¡¡mayor bienestar social gracias a la providencia que actúa como una mano invisible!!
Que exista una clase de personas que solo pueden vender una mercancía muy particular, la fuerza de trabajo, y por tanto no conozcan otra libertad que la de venderla o perecer, queda diluido en el magma de individualidades de la circulación y acumulación. Para la moral individualista universal de Bentham solo son seres sensibles, capaces de sufrir y disfrutar, que actúan en el mercado calculando en todo momento cómo aumentar su utilidad total.
Bentham es consciente de que en la operación ideológica que está culminando, tanto Malthus como él están reduciendo a los trabajadores al nivel de infrahumanidad atribuido por los capitalistas-esclavistas a los esclavos, casi al nivel de las bestias de carga. Así que hace una floritura libertaria, equiparar condición obrera, negritud y animalidad y reivindicar para todos la libertad mercantil sobre su propia esclavitud.
"Puede llegar el día en que el resto de la creación animal adquiera esos derechos que nunca se les podrían haber negado sino por la mano de la tiranía. Los franceses ya han descubierto que la negrura de la piel no es la razón por la que un ser humano deba ser abandonado sin una compensación al capricho de un torturador.
Puede llegar un día a ser reconocido, que el número de patas, la vellosidad de la piel, o la terminación del hueso sacro, son razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensible a la misma suerte. ¿Qué más es lo que debería trazar la línea insuperable? ¿Es la facultad de la razón, o tal vez, la facultad del discurso?… la pregunta no es, ¿Pueden razonar? ni, ¿Pueden hablar? sino, ¿Pueden sufrir? ¿Por qué la ley debería negar su protección a cualquier ser sensible?…. Llegará el tiempo en que la humanidad extenderá su manto sobre todo lo que respira."
Jeremy Bentham, Inctroduction to the Principles of Morals and Legislation.
Donde es evidente el clasismo y el racismo más salvaje, la pequeña burguesía radical anglosajona encontrará las raíces del animalismo y el fundamento moral de una nueva política dietética: el vegetarianismo. En Gran Bretaña la revolución burguesa había tomado en su origen forma de disidencia religiosa, y tanto allí como en EEUU las principales expresiones del radicalismo democrático pequeñoburgués nacerán en continuidad con distintas expresiones del puritanismo protestante, todavía visible en sus últimos vástagos bajo la consigna lo personal es político.
Es decir, la burguesía había renunciado durante su etapa gloriosa a cualquier política dietética que pudiera obstaculizar la acumulación y la extensión del mercado mundial. Pero no la pequeña burguesía, que mantenía el cordón umbilical con el puritanismo. El vegetarianismo durante el siglo XIX y la primera mitad del XX y el veganismo desde entonces expresarán y acompañarán la evolución cada vez más reaccionaria de las utopías pequeñoburguesas: desde el espiritismo a Tolstoi, desde la New Age a la mística del Ecologismo profundo.
Veganismo, Vegetarianismo y la política dietética del Pacto Verde
Veganismo y vegetarianismo, como kosher, halal y cuaresmas, no son dietas. Son política dietética, prácticas ideológicas con la misma voluntad de homogeneizar y transformar para una cierta moral a las poblaciones en las que se asientan y promocionan que sus antepasados feudales. La moral que les sirve de sustento cambia, evidentemente de la moral feudal a la moral capitalista. Son tan inmorales como el malthusianismo que les sirve de base y al que se asocian una y otra vez. Por eso son ideología burguesa lista para la acción política. Y por eso son tan útiles como herramientas para la pauperización masiva de los trabajadores ahora con el Pacto Verde.
Basta abrir las grandes plataformas de distribución de contenidos audiovisuales para encontrar todo tipo de documentales y reportajes sensacionalistas contra la pesca, la ganadería industrial o el consumo de lácteos. Todos se acaban ligando al discurso de la emergencia climática y abogando por la generalización de la dieta vegano-vegetariana. Son el agitprop de una nueva política dietética. Casualmente el mensaje coincide con el objetivo que los gobiernos se han fijado para reanimar la acumulación agraria: cambiar las tecnologías de explotación forzosamente aunque sea a costa de reducir drásticamente el consumo de proteínas de calidad por los trabajadores.
La propaganda de esta política dietética funciona. Al menos en EEUU. Allí por ejemplo, el consumo de leche de vaca ha disminuido 40 por ciento desde 1975 y, en la última década, se cerraron 20.000 granjas lecheras.
Las leches vegetales veganas son el nuevo boom para inversores aunque nutricionalmente sean incluso dañinas, muchas de ellas con menos de un 4% de su supuesto componente principal y más azúcar de la que sería saludable. Las pocas que consiguen ser alternativa nutricional real a la leche de verdad lo consiguen solo parcialmente y a base de añadidos y complementos cuya elaboración, si hubieran de escalarse para sustituir totalmente el consumo de leche, se haría una vez más prohibitiva a precios asequibles. Como la elaboración de alternativas a todas las fuentes de proteínas de alta calidad.
Y sin embargo, aparece ahí otra vieja fantasía burguesa que retoma la idea benthamita: alimentar al proletariado con piensos, compuestos industriales realizados a base de residuos con la composición química necesaria para que realicen sin problemas su trabajo… y nada más. La política dietética de la utopía ultracapitalista.
El proletariado como ganado: del «Modest Proposal» al Soylent y la política dietética del 996
La idea nace como una sátira de Jonathan Swift, seguramente el crítico más lúcido dentro de la clase dirigente británica de la aberración moral que acabaría cristalizando en los trabajos de Smith, Malthus y Bentham. Swift, dean de la catedral anglicana de Dublín, presentará al parlamento una sarcástica propuesta titulada A Modest Proposal For preventing the Children of Poor People From being a Burthen to Their Parents or Country, and For making them Beneficial to the Publick (Una modesta propuesta para prevenir que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o el país y para convertirlos en beneficiosos para el común).
El famoso Modest Proposal utilizaba los fundamentos morales de los precursores del malthusianismo y el benthamismo, así como su exaltación de la función social de la pobreza, para proponer una salida a la situación de emergencia humanitaria causada por la hambruna en Irlanda: internar a los hijos de jornaleros y campesinos pobres en granjas y utilizarlos como ganado para carne. El sarcasmo, que empezaba en el estilo distante que sigue caracterizando al mundo Oxbridge, sucedía a la ironía y la sátira que había utilizado contra la Royal Society tres años antes en sus Viajes de Gulliver.
Aunque en el momento fue condenado por su mal gusto, faltaría más, la idea literal de canibalizar a los trabajadores sin empleo, es decir, sin uso por el capital, era perfectamente coherente con los precursores de la moral malthusiano-benthamita. Swift había localizado la línea de flotación de la nueva moral capitalista y ese era su objetivo.
Pero del mismo modo que el argumento animalizante de Bentham acabó sembrando el animalismo, que el canibalismo pudiera defenderse con la misma argumentación que hoy usan los defensores de la prostitución y la gestación subrrogada dejó una huella permanente en el subconsciente burgués. Como tal se liberó una y otra vez bajo las previsibles formas del humor y la distopía. Una de estas, producto de la contracultura estadounidense de los sesenta -ambiente en el que, por cierto, germinaría el veganismo actual- es la película Soylent Green (1973), basado en un clásico de la contracultura de 1966, Make space! (¡Hagan sitio!).
Pero habría que esperar hasta los 2000 para que la idea de sustituir los menús por un pienso compuesto para trabajadores se hiciera producto. No podía ocurrir más que en el vástago más capitalizado de la contracultura estadounidense: el submundo de los programadores e ingenieros de Silicon Valley. Lo llamaron Soylent. No estaba hecho a base carne humana pero sus relatos y mitos fundacionales parecían una parodia de la vida alienada a la que pretendía servir como sustento de una nueva política dietética.
"Habían estado viviendo principalmente de ramen, perritos calientes de maíz y quesadillas congeladas de Costco, complementadas con tabletas de vitamina C, para evitar el escorbuto, pero las facturas de los comestibles seguían aumentando. Rob Rhinehart, uno de los empresarios, empezó a resentir el hecho de que tuviera que comer en absoluto. La comida era una carga tan pesada, me dijo hace poco. También era el tiempo que ocupaba y la molestia. Teníamos una cocina muy pequeña y no teníamos lavavajillas.
Probó su propia versión de Super Size Me, viviendo de menús a un dólar de McDonald’s y pizzas de cinco dólares de Little Caesars. Pero después de una semana: Sentí que iba a morir. La col rizada estaba de moda, y era barata, así que a continuación probó una dieta basada exclusivamente en col rizada. Pero eso tampoco funcionó. Me estaba muriendo de hambre, aseguró."
EL fin de la comida, New Yorker
No es que Soylent no haya generado problemas, pero lo importante es la idea: sustituir la comida por un batido/pienso que puede tomarse sin levantarse del puesto de trabajo. Una política dietética para los trabajadores de las empresas tecnológicas esclavizados bajo un régimen laboral 996: de nueve de la mañana a nueve de la noche, seis días a la semana, sin parada para comer. O como decía la publicidad: diseñado para ahorrar tiempo… de descanso.
La política dietética y el discurso nutricional como parte de la ofensiva ideológica de la «Unión Sagrada Climática»
El 68% de los franceses cree ya que se consume demasiada carne. El 32% de los encuestados han reducido su consumo de carne según Le Monde. La propaganda vegana condicionó al menos a un 56% de ellos a la hora de hacerlo. El mismo informe reconoce sin embargo que el impacto de las dietas veganas, vegetarianas y flexitarianas se concentra en la pequeña burguesía con estudios universitarios. Este segmento de esa clase es el más sensibilizado ante el cambio climático. Y el cambio climático es el primer argumento hoy en día del proselitismo vegetariano y vegano, que quiere presentarse como política dietética del Pacto Verde.
La realidad es que la promoción de una nueva política dietética supuestamente de bajas emisiones no tiene nada que ver ni con las emisiones de metano ni con su efecto sobre el clima, sino con las necesidades de la recapitalización de la producción agraria. Es tan instrumental que permite desver las necesidades alimentarias de millones de niños y adultos a los que las nuevas políticas alimentarias negarán una dieta que les permita un desarrollo saludable completo. No era su preocupación cuando atiborraron a los trabajadores de alimentos industriales degradados y poco saludables, no lo es ahora cuando descubren el bienestar animal.
El vegetarianismo, el veganismo o el soylent no son única ni fundamentalmente opciones en el supermercado, son ideologías. Ideologías malthusianas -realmente inmorales aunque cínica o infantilmente se vistan de sensibles– que se postulan como política dietética y que de imponerse globalmente condenarían al hambre a millones.
Veganismo y vegetarianismo se han integrado de forma espontánea en la Unión Sagrada Climática y sirven así de argumento ideológico a lo que no es sino una transferencia masiva de rentas del trabajo al capital. Transferencia que pasa entre otras cosas por empobrecer la dieta de la gran mayoría de trabajadores reduciendo a la mitad el consumo de lácteos y carne y concentrando el acceso a estos productos en las rentas más altas.