martes, 31 de diciembre de 2019

CONTRA LA «UNIÓN SAGRADA CLIMÁTICA»

Emancipación, 28/12/2019



Hoy más de un tercio del capital especulativo participa ya en proyectos basados en energías limpias. Las mismas empresas que hace poco falsificaban los indicadores de contaminación de sus coches diésel y los estados que las apoyan, ahora pretenden liderar un «movimiento» para «salvar al planeta» de los combustibles fósiles y el cambio climático.

La mayor transferencia de rentas del trabajo al capital desde la última gran guerra

¿Por amor al clima, la Humanidad y la Naturaleza? Más bien porque ven en el cambio de tecnologías e infraestructuras hacia el transporte eléctrico y la generación limpia una oportunidad de colocación masiva de capitales en un momento en el que lo que faltan son precisamente colocaciones rentables para una masa ingente de capital acumulado, por eso el tipo de interés está en negativo. Pero para hacer rentable esas inversiones no basta con que haya empresas trabajando en coches eléctricos y molinos de viento. Hace falta que haya una demanda que compre la energía, los coches y los servicios que produzcan. Y la verdad es que tanto el transporte eléctrico por carretera como la generación eléctrica limpia son más caras. Las inversiones no se van a rentabilizar si no hay «políticas de estado», es decir, subvenciones para reducir riesgo a la inversión, impuestos para acortar en precios la distancia de costes entre una y otra y financiar los costes extra de «la transición» para el estado, y regulaciones para prohibir, por ejemplo, el uso de carbón en la generación de energía.

El cambio de modelo energético, de transporte y de producción agraria implica poner en marcha un cambio tecnológico. Pero es importante entender que no es la tecnología la que mágicamente permitiría dar bríos a la acumulación, sino la transferencia de rentas del trabajo al capital. La tecnología es puramente instrumental y se desarrolla no por el genio de investigadores solitarios sino por la demanda y las inversiones de capital interesado. Por eso se exige a las nuevas tecnologías supuestamente más «sostenibles» que sean, ante todo, más productivas. No se refieren a la productividad física, a la cantidad de producto obtenido por hora de trabajo medio, sino a la productividad para el capital: la cantidad de ganancia producida por cada hora de trabajo contratada. Por eso la regulación estatal global es central en la «transición ecológica»: impuestos y normas no modifican la capacidad física de producción pero si la ganancia esperada por hora de trabajo social explotado.

Esa es la lógica de toda «revolución tecnológica» en el capitalismo. No es que el capitalismo se «adapte a las nuevas tecnologías», es que las tecnologías no son consideradas como viables si no aumentan la productividad desde la perspectiva de la ganancia, es decir, si no sirven para aumentar el porcentaje de rentas del capital sobre el total de la producción.

El capitalismo es un sistema de explotación de una clase por otra. Su objetivo no es producir coches y, menos aún, salvaguardar el clima. Su único objetivo es producir y aumentar a cada ciclo la explotación incrementando el capital. Bajo la promesa de verdes y utópicos paisajes urbanos modelados digitalmente, de silenciosos coches eléctricos no contaminantes, está como siempre la punzante realidad de la lucha de clases. Toda esa renovación global de infraestructuras energéticas, de transporte y de producción industrial que imaginan capaz de «reiniciar» el ciclo global del capital, no es sino la mayor transferencia de rentas del trabajo al capital desde la Segunda Guerra Mundial.

Una campaña ideológica global

La emergencia de los «chalecos amarillos» en respuesta a «ley de transición ecológica» de Macron reveló que las políticas de «transición energética» no iban a ser aceptadas pasivamente por la población. A partir de entonces una campaña ideológica abrumadora ha caído sobre nuestras cabezas. Primero fueron los intentos de extender toda Europa las manifestaciones infantiles organizadas por los colegios estatales suecos. De ahí salió Greta Thunberg como icono mundial de la «exigencia a los gobiernos» de «medidas concretas y urgentes». Las mismas medidas que en la calle se veían contestadas con violencia por masas de trabajadores y pequeños propietarios, eran reclamadas e incluso criticadas por tibias por una fantasmal «huelga general climática mundial» que los periódicos y televisiones de todo el mundo relataron que ocurrían… en los demás países. Orson Wells y Orwell se hubieran sentido reivindicados. Después, la campaña ecológica no solo fue ganando tiempo de TV hasta hacerse aplastante, sino que viró en su mensaje apuntando de forma cada vez más abierta a un mensaje apocalíptico: el cambio climático conduciría en una generación a la extinción de la especie. Es una conclusión mentirosa no apoyada en absoluto por el consenso científico. Pero reflejaba la sensación de emergencia que conmueve a la burguesía y que no es «climática» en absoluto.

Si la tecnología es instrumental, la ideología lo es aún más. Los discursos apocalípticos son herramientas para imponernos sacrificios en pos del «bien común», es decir, la acumulación de capital. Se trata de presentar una situación de excepción y alarma que justifique los recortes y el sometimiento de la clase trabajadora en un esfuerzo combinado por producir nuevos destinos rentables para el capital ficticio y especulativo para que pueda evadir -temporalmente- la tendencia a la crisis.

Transición verde… olivo

El «pacto verde» no solo supone una redistribución de rentas masiva a favor del capital, también aumenta la presión de los conflictos imperialistas. La «transición ecológica» es inviable sin gas natural y muy difícil sin uranio. Los mismos que se ven amenazados de quedar fuera del comercio con los grandes mercados si la «traza ecológica» empieza a ser usada con todas las consecuencias como barrera no arancelaria, resultan tener al alcance la mano la llave de las energías «de transición» que hacen posible la jugada que les excluye. O al menos tienen la oportunidad de luchar por ellas. Por si los cataclismos que acompañan a las guerras comerciales y las impulsan hacia su militarización no fueran lo suficientemente peligrosos, la «salida verde» imaginada por el capital va a acelerarlos aun más. El escenario ya no solo es de crisis y recesión industrial global, guerra comercial, tensiones imperialistas y ataques cada vez más directos a las condiciones de vida, jubilación y trabajo. A todo eso hay que sumarle ahora una reconversión industrial y del transporte y su consecuencia inmediata: un nuevo impulso global hacia el conflicto imperialista.

Contra la «unión sagrada» climática

El «pacto verde», la «transición energética» y el «green new deal», apenas pueden ocultar que son parte consustancial de la respuesta del capital a la crisis. Se basan en el aumento de la explotación, refuerzan la tendencia al empobrecimiento y aceleran las derivas hacia la generalización de la guerra.

La campaña ecologista del miedo avanza entre exaltaciones místicas de austeridad extrema falsamente «solidarias con el planeta». Solidarias son, en todo caso, con un capital que ansía todo «sacrificio» útil a su rentabilidad. Pero nada más. Estigmatizan el «consumo» porque el consumo es la forma social que bajo el capitalismo toma la satisfacción de las necesidades de los trabajadores. Hacernos sentir culpables por consumir y luchar por más salario y defender nuestras condiciones de vida es culpabilizarnos por no dejarnos explotar más y más intensamente.

Bajo el discurso apocalíptico y las amenazas de la extinción de la especie nos tratan de encuadrar en una «unión sagrada climática», convencernos de que solo «cerrando filas» con la burguesía, defendiendo el rendimiento del capital nacional con nuevos sacrificios, podremos «salvar el planeta». De lo que tenemos que salvarnos, librándonos de él, es de un capitalismo que es ya anti-histórico, innecesario y destructivo, y que no va a serlo menos, sino más, por cambiar de base tecnológica y pintarrajearse de verde.

En realidad, lo único transformador, solidario y portador de futuro es afirmar ante cada exigencia de «sacrificios por el bien común» del capital, nuestras necesidades como trabajadores, que son necesidades humanas genéricas, universales: condiciones de vida, salud, bienestar, reducción de la jornada de trabajo, libertades para luchar…