martes, 16 de julio de 2019

¿POR QUÉ CRECE EL FEMINISMO?

Nuevo Curso, 26/10/2019




El feminismo no es cualquier lucha contra la discriminación de la mujer. El feminismo es una ideología que defiende la existencia de un sujeto político e histórico -«la mujer» o «las mujeres»- con intereses propios y por encima de las clases. Un sujeto político que sería capaz, además, de afirmar una sociedad «igualitaria» sin eliminar la existencia de mercancías ni propiedad, es decir, defiende más o menos abiertamente que es posible un capitalismo sin opresión de la mujer ni discriminación.

Obviamente no podemos estar de acuerdo ni en una cosa ni en la otra, ni hay un interés común «superior» entre las burguesas y las trabajadoras que esté ni al margen ni por encima de sus intereses de clase, ni el capitalismo -un sistema se sostiene sobre violentar y mercantilizar todas las relaciones humanas- va a ser nunca «no discriminatorio» ni «igualitario». Además, el feminismo está jugando un papel divisivo en la clase, rompiéndola en dos -trabajadoras y trabajadores varones- a base de plataformas y huelgas «solo para mujeres», manifestaciones con cortejos separados y convenios y condiciones laborales cada vez más diferenciados en función de sexo. No podemos sino denunciar ese tipo de divisiones… como hizo en su día Rosa Luxemburgo.

Pero ¿no era Rosa Luxemburgo feminista? No. Pero una parte de la estrategia feminista actual pasa por la falsificación histórica. Algunas muy burdas, como la atribución rutinaria de citas falsas o manipuladas a Rosa Luxemburgo, intentando convertir a militantes marxistas históricas que se enfrentaron al feminismo como Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo o Sylvia Pankhurst en feministas a ellas mismas, cuando en realidad no solo no fueron feministas sino que se enfrentaron al feminismo y afirmaron que sin superar el capitalismo no se podría superar la opresión de las mujeres ni ninguna otra.

Pero la más sorprendente de las falsificaciones feministas es seguramente que el feminismo atribuya a su propia influencia una serie de cambios sociales que ni protagonizó ni expresó políticamente. Porque no fueron movimientos feministas los que incorporaron a las mujeres a la masa de trabajadores, ni los que hicieron el cambio cultural. En España todo eso tuvo lugar entre finales de los sesenta y los noventa. Y el feminismo estuvo ausente como movimiento político real en todos esos cambios. El feminismo vinculado al izquierdismo de MC-LCR (hoy «Anticapitalistas»), agrupado en el «Movimiento Feminista» de los 80 y 90 -una organización formal, no un movimiento en realidad- apenas tenía capacidad de convocar manifestaciones de más de dos centenares de personas. Las «Mujeres Progresistas», vinculadas al PSOE, no nacieron hasta 1987 y su vida pública siempre dependió de la influencia de su partido matriz. El histórico «Partido Feminista Español» de Lidia Falcón, fundado en 1975 y con todo un plantel de «grandes nombres», no se presentó a unas elecciones hasta las europeas de 1999 y no llegó en toda España a los 29.000 votos. La expresión política del cambio la dieron los partidos parlamentarios surgidos con la «Transición».

Solo en los últimos años el feminismo ha conseguido ser un movimiento con influencia social real en España. Y resulta extraño. Si el feminismo fuera, como dice la RAE, el movimiento que lucha por la «igualdad de derechos» entre hombres y mujeres… ¿por qué estaba ausente cuando esa igualdad avanzó más rápidamente en la historia española? Y en cualquier caso, ¿por qué se hace masivo ahora?

Incorporación al trabajo asalariado y cambio cultural

Hasta principios de 1979, que entra en vigor la Constitución de 1978, ser mujer en España significaba ser legalmente menor de edad. Para abrir una cuenta corriente, salir de viaje o firmar un contrato de trabajo hacía falta un «permiso» del marido o tutor legal. Las mujeres se incorporan en masa al mercado de trabajo. Entre 1978 y 2017 la población activa femenina creció en un 177% y la tasa de actividad de las mujerespasó del 27,75% al 53,13%. En el mismo periodo, la tasa de actividad masculina caía del 74,63% al 65,04%. El grueso de esa transformación del mercado laboral tiene lugar en los ochenta, el periodo en el que la burguesía española emprende su proyecto «modernizador» que incluye la reconversión industrial y la preeminencia de los servicios. Las mujeres trabajadoras de la época se incorporan pues a una economía que demanda trabajadores cualificados. Las encontrarán en las nuevas promociones de la enseñanza universitaria, donde el cambio había arrancado ya en los 60. Cuando se aprueba la Constitución casi el 40% de los estudiantes son mujeres. A mediados de los 80 ya había más mujeres que hombres recibiendo enseñanza superior. Es decir, las mujeres que vivieron en primera persona el cambio estructural del mercado de trabajo en España, las que tuvieron que batallar «de verdad» con jefes machistas y procesos de selección infames, son las que hoy tienen 50 años o más.

Las mujeres que vivieron en primera persona el cambio estructural del mercado de trabajo en España, las que tuvieron que batallar «de verdad» con jefes machistas y procesos de selección infames, son las que hoy tienen 50 años o más.

El cambio económico fue acompañado de una serie de cambios culturales. En 1981, el gobierno Suárez presenta y consigue aprobar la ley del divorcio y en 1985 el de Felipe González la primera ley del aborto. Desde las elecciones municipales de 1979, que produjeron una mayoría de ayuntamientos PSOE-PCE, los centros de «planificación familiar» difunden educación sexual básica y facilitan el acceso a los anticonceptivos a una nueva generación. Los valores ligados al sexo cambian, se «modernizan» y en general las relaciones personales, familiares y laborales se hacen -no sin roces- más igualitarias en función del sexo de cada cual. Una tendencia que va pareja al colapso de la iglesia católica como referencia y creadora de modelos en la sociedad española. España pasa de casi un 70% de católicos practicantes a un 12%. El cambio en la moral sexual y las costumbres sigue adelante.

Cuando en 2004 el gobierno Zapatero apruebe el matrimonio entre personas del mismo sexo, el 56% de la población será ya partidaria y solo poco más del 20% estará en contra. Por supuesto el machismo seguía, sigue y seguirá mientras las relaciones sociales como un todo se basen en la violencia y la exclusión, pero aquel insoportable y burdo machismo español que había sido hegemónico hasta finales de los 80 se había convertido ya en subcultura de la derecha más recalcitrante, en tic reprochable en los políticos, en argumento de por qué era insoportable la «televisión basura» que despegaba desde la llegada de Berlusconi y su «Tele5». El cambio cultural, sorprendentemente rápido en términos históricos, generó también sus resistencias y víctimas. Pero es significativo que el primer gobierno en reconocerlo, movilizando a los medios de comunicación afines para establecer el problema y aprobando la primera ley sobre la violencia contra las mujeres fuera el de Aznar en 2001, la época de la entrada en el euro. Es decir, el grueso del cambio cultural, la generación que impuso en casa que los hermanos varones limpiaran los platos y no solo las hijas, las que normalizaron para las mujeres las mismas prácticas sexuales y relaciones afectivas que los hombres, las que vivieron el paso en la consideración de la violencia de género de vergüenza íntima a lacra social, es la de las mujeres que hoy tienen más de 40 años.

¿Por qué crece el feminismo ahora?

Pero si los cambios los vivieron y batallaron en primera persona las generaciones de mujeres que ahora están por encima de la cuarentena, por qué el feminismo ha prendido masivamente solo en esta década y solo en las que son más jóvenes.

Violencia de género

Es cierto que desde los tiempos de Aznar y en principio azuzados por la forma de «calentar leyes» de su equipo, las televisiones españolas reportan uno por uno todos los asesinatos de mujeres por parejas, exparejas y acosadores. Pero también es cierto que cuando se hizo el único estudio internacional disponible, resultó que entre 2000 y 2003 España era ya el país UE con menos asesinatos sexistas. Desde entonces las cifras han bajado ligeramente, gracias al aumento de estructuras y represión y por la atención social creada. En lo que llevamos de 2018 han sido asesinadas 39 mujeres, una marginalidad estadística comparada con las principales formas en que esa gran trituradora de carne que es el capitalismo se ha expresado en el mismo periodo con miles de suicidios y cientos de muertos en accidentes laborales. La desproporción en el orden de las cifras y que los cambios legales no hayan acelerado drásticamente la tendencia a la baja del número de víctimas, se explica tanto por su carácter marginal como porque la fuerza de fondo que erosiona el total es la transformación general del papel de la mujer en el aparato productivo desde los sesenta. Si en un 43% de los asesinos fueron extranjeros según un estudio de 2011, no es porque los varones españoles sean «mejores» que los migrantes, sino porque el marco ideológico que ampara el asesinato sexista ya era disfuncional para el capitalismo español a principios del 2000 cuando el estado se aplicó a combatirlo.

Brecha de ingresos entre sexos



En toda Europa hay un intento encubrir las diferencias de clase y la precarización disfrazándolas de desigualdad salarial entre sexos. En ese marco pueden hasta darnos «ejemplo» reduciendo el salario de los varones, como hicieron los periodistas de la BBC e insinúa la prensa económica española cuando tiene oportunidad. Hace poco la ministra de Macron daba el titular de que las mujeres ganan el 25% menos que los hombres en Francia. ¿Por qué? Porque no se tienen en cuenta las diferencias de clase: en la alta burocracia de la empresa y del estado hay más hombres. Si se comparan salarios por puesto similar y antigüedad la diferencia se reduce al 9% en el caso francés. En España, cuando se tiene en cuenta el tipo de trabajo y la antigüedad, el ingreso medio tiene una brecha del 13% que se explica sobre todo porque a partir de ciertas edades -que reflejan las oleadas de incorporación de las mujeres a la fuerza de trabajo y el cambio cultural- las mujeres trabajan menos horas aun en trabajos similares. Si nos fijamos en los trabajadores menores de 30 años, la diferencia de ingresos se reduce a un 4,7% que viene a corresponder con la diferencia, a favor de las mujeres, en posgrados.

Como vemos en el gráfico de arriba, la parte del león que el capital español ha arrancado a los trabajadores durante los últimos años no está en el sexo de los trabajadores sino en su debilidad como clase. Durante la crisis el 10% de los trabajadores -de ambos sexos- que menos cobraba perdió un 27% del salario y el segundo decil más del 20%. La pequeña burguesía asalariada prácticamente no modificó sus ingresos. No, no parece que primar los ingresos de los varones en un marco de salarios iguales por sexo, sea del interés del capital español.

¿Y entonces?

Burguesía y pequeña burguesía

Para la pequeña burguesía y la burguesía la cosa pinta sin embargo muy distinto. En los consejos de administración del IBEX, aunque se ha pasado del 6 al 22% de consejeras entre 2007 y 2017 la diferencia sigue siendo excesiva como para asegurar una continuidad a las grandes familias del capitalismo de estado español con independencia del sexo de sus hijos. Para la pequeña burguesía corporativa es aun peor. Aunque crezca rápidamente en 2018 solo hay un 15,4% de mujeres directivas y un 8,5% de CEOs y directoras generales. Y en el aparato político del estado la situación es mejor pero sigue siendo muy desequilibrada.

La obligatoriedad legal de planes de «equidad de género» en todas las empresas de más de cincuenta trabajadores y en las administraciones, ha creado sin duda un mercado, una salida bien conectada con los master y los «estudios de género», raíz estatal de la elaboración ideológica del feminismo. El circuito está tan «engrasado» que como mostró el escándalo que llevó a dimitir a la ministra Montón, los masters de género se han convertido en moneda de cambio entre políticos y universidades, útil para impulsar carreras políticas y administrativas «especializadas».

Estudiantado de clase trabajadora

Pero aunque las mujeres de la pequeña burguesía, sobre todo funcionarial y el profesorado universitario fueron las protagonistas de la «huelga feminista», la masa la aportó el estudiantado, buena parte de él de familias trabajadoras. ¿Por qué prende el feminismo tanto entre los jóvenes?

1. La crisis perenne del capitalismo durante el último siglo ha llevado a el fin de la fábrica como centro del capitalismo español. Y con la fábrica, el ascenso de los servicios y el paro masivo, no solo ha emergido la precarización sino que se ha transformado todo el ciclo vital de los trabajadores y la «cultura de crianza». En el nuevo modelo, la vida sexual inicia antes, alrededor de los 15 años, pero la emancipación se retrasa hasta los 29. El resultado es que hay más de una década en cada biografía de vida adulta en el que la vida afectiva y sexual se vive en primera persona mientras que la relación directa con el trabajo y el modo de producción no existe y se vive de segunda mano, a través de los padres. Por eso las «identidades», es decir la adhesión a subjetividades distintas de intereses materiales concretos a las que se atribuye historia, esencia y carácter, se ha convertido en la principal vía de enganche para el izquierdismo. Desde la degradación de la consciencia de clase a «identidad obrera» necesariamente tendente al nacionalismo al animalismo, símbolo patético de la indefensión que produce la exclusión de la producción. Y en ese mundo el feminismo y su eslógan «lo personal es político» es una apuesta tan idealista como ganadora, cuyo interclasismo no choca en un sector social al que el estado adoctrina machaconamente como pueblo, como «ciudadanos» sin clase.

2. Pero si el feminismo crece en un campo abonado por la decadencia del sistema, no es solo por el auge de lo identitario ante el estancamiento de lo productivo, sino porque los mismos cambios que le crean una audiencia entre los jóvenes estudiantes de familias trabajadoras, crean su propio infierno cotidiano. Vemos en toda Europa, comenzando por Francia, el crecimiento de una violencia tan difusa como mortal de rellertas y asaltos. Expresan ese mismo vacío y ese miedo al que el identitarismo nacionalista da una falsa salida, acercándolo a la lumpenización y la xenofobia que, como un fantasma siniestro, invade la vida de los barrios.

La violencia viene de serie en cualquier sociedad basada en la explotación, es parte intrínseca del sistema y atraviesa todas sus expresiones. Y en el mundo de las «subjetividades» y las «identidades» esa enfermedad repugnante toma una forma aun más repugnante aun: el culto de la humillación como triunfo, de la violencia como símbolo de poder. Porque nada calca mejor el capitalismo de hoy que esa cultura que confunde necesariamente afirmación y humillación, poder y destrucción. Y es esa cultura destructiva, ese producto directo del estancamiento social y económico el que al final se convierte en… un incremento anual del 10% en las violaciones. Poco importa que el feminismo no sirva para enfrentar políticamente los crímenes más abyectos, es la «respuesta a mano». Respuesta que como estamos viendo en Italia es fácilmente instrumentalizable en xenofobia a la Salvini. No faltan conatos recientes. La lógica del identitarismo no solo deja intacta la causa directa -el capitalismo- sino que al final converge en nacionalismo y exclusión, sea abiertamente, sea creando justificaciones reciclables por los Salvini de turno.



¿Cómo acabar con todo ésto?

Pero al final el factor determinante en todo este gabinete de horrores es la ausencia de luchas de clase masivas durante las últimas décadas y con ellas la pérdida temporal de un horizonte para la Humanidad más allá del capitalismo y sus miserias. En todo el mundo la respuesta a la crisis está siendo dirigida por una pequeña burguesía cada vez más enloquecida entre la defensa imposible de un «otro capitalismo» y la asfixia a la que le somete el capitalismo realmente existente y sus tendencias. Nuestra clase está dando muestras de combatividad y capacidad crecientes sin embargo durante el último año en distintos lugares del mundo. Es la única forma de romper con la pesadilla en que se ha convertido la vida para nuestra especie bajo un capitalismo sin cura, arrasador para las relaciones humanas y orientado cada vez más abiertamente hacia la guerra. Cuando volvamos a afirmarnos, es decir a combatir por necesidades universales, se desvanecerán las fantasías identitarias aun más rápidamente que la barbarie a la que encubren. Mientras tanto, los identitarismos de todo tipo y el feminismo entre ellos, solo sirven para dividirnos, poniéndonos palos en la única rueda que puede avanzar hacia el fin de toda violencia y discriminación.