Rodrigo López
Pablo Herón
La izquierda Diario, 09/06/2017
[De esto no nos hablarán nunca en "la Secta" o en "El Diario.Soros"]
La Unión Soviética fue el primer país que cumplió con el principal clamor de los osados activistas homosexuales a inicios del siglo XX, la despenalización de la sodomía.
A inicios de siglo XX en la mayoría de los países la homosexualidad era considerada, un acto inmoral o directamente un acto penable. Los primeros activistas del siglo XIX, surgen al calor la lucha por la despenalización de su sexualidad.
En la historia rusa fueron muchos los momentos en los que se intentó instalar el mito de una nación heterosexual y masculina, mito fundante que es común a casi todos los Estados nacionales modernos. En Rusia se combinaba con la idea de que la homosexualidad vendría a ser un producto “importado” de Europa Occidental. Argumentos similares se escucharon en los últimos años a propósito de las leyes antihomosexuales de Putin, pero que también fueron formulados en las campañas del estalinismo contra la “sodomía” en la década del ´30.
Fueron los bolcheviques en los ’20 los primeros en el mundo en cumplir con el principal clamor de los osados activistas de la época, sacando del Código Penal el “pecado” de la sodomía
La historia de la persecución contra los homosexuales en la década del ’30 en la Unión Soviética opacó un hecho histórico de magnitud: fueron los bolcheviques en los ’20 los primeros en el mundo en cumplir con el principal clamor de los osados activistas de la época, sacando del Código Penal el “pecado” de la sodomía, convirtiéndose en un ejemplo mundial para las incipientes organizaciones de gays y lesbianas que reclamaban por su derecho a vivir su sexualidad.
Antes de la revolución
Muy por el contrario de la idea de una Rusia heterosexual y masculina, la homosexualidad estaba mucho más extendida de lo que se quiso reconocer. Hacia finales del siglo XIX se puede constatar la existencia de una subcultura homosexual rusa en las principales ciudades del Imperio Zarista. Fueron Moscú y Petrogrado el escenario donde se desplegó gran parte de este proceso.
La emancipación de los siervos en 1861 y la industrialización de las décadas del ’80 y ’90, condujeron a que gran número de campesinos migren a las ciudades. Sin lazos familiares constituidos o debilitados por la distancia, pasaban a formar parte de un ambiente donde las normas sociales y morales eran menos rígidas que en las aldeas. Así empiezan definirse los límites de una comunidad homosexual, con códigos y espacios propios. Baños de encuentro, avenidas y bulevares frecuentados por homosexuales, clubes de poesía y hasta diarios íntimos de la nobleza zarista, fueron quedando en los registros que permiten reconstruir esta historia.
La sodomía fue prohibida formalmente por el Código Penal en 1835, pero en contraste con el incremento de la vigilancia policial hacia el sexo entre hombres que se dio en Francia, Inglaterra y Alemania durante el siglo XIX, el sistema judicial zarista no llevó adelante una persecución sistemática a “pederastas” o “sodomitas”. Hasta 1905 una gran parte de los juicios llevados adelante eran iniciados por denuncias de civiles y no eran el resultado de la investigación policial. Las preocupaciones de la policía estaban dirigidas al mantenimiento del orden y la decencia pública.
Con este escenario heredado del siglo pasado, la revolución ocurrida en 1905 dio pie a una mayor libertad de expresión sobre todo en el terreno de la cultura y la literatura. Si bien no surgen organizaciones en defensa de los derechos de homosexuales, aparecen figuras de estos ámbitos que reclaman contra la penalización.
La conquista de la despenalización
En la discusión del borrador del Código Penal aprobado en 1903 bajo el orden zarista, se conocen debates encabezados por liberales que tendían a exigir la despenalización de la sodomía bajo el argumento del derecho a la privacidad y la autonomía personal. Aun así, se mantuvo como un delito. No es hasta la revolución bolchevique que en 1918, a través de la liquidación del viejo Código Penal, excluye de hecho las penas de los actos de “sodomía” consentidos entre adultos. La medida se confirma en mayo de 1922 con la entrada en vigencia del nuevo Código Penal Soviético.
El hecho implicó un hito, fueron los bolcheviques quienes llevaron adelante la principal demanda por la que pugnaban los activistas más audaces y reconocidos para aquel entonces. Desde Berlín, Magnus Hirschfield era una de sus caras más visibles que ya en 1898 había solicitado la despenalización de la homosexualidad al parlamento alemán de la mano del bloque de la socialdemocracia. En esta exigencia también se encontraban sus predecesores como Karl Heinrich Ulrichs o Karl-María Kertbeny. El primero es reconocido por haber dado un discurso, un 29 de agosto de 1867, admitiendo su homosexualidad frente al Congreso de Juristas Alemanes en Múnich, protestando contra el artículo 143 del código penal prusiano. El segundo, también condenaba enérgicamente la penalización en sus escritos literarios y fue el primero en utilizar la palabra “homosexual” para describir a quienes practicaban relaciones sexuales con alguien de su mismo sexo. Término que posteriormente en 1886 es utilizado en el primer libro psiquiátrico dedicado enteramente las perversiones sexuales y que logró popularidad en la época, Psychopathia Sexualis.
La importancia de este hecho no solo radica en se conquistó la principal demanda de la época, sino también que en comparación al occidente la URSS se adelantó medio siglo. Recién en los 70’, con Stonewall como puntapié y el nacimiento del movimiento de liberación sexual signado por una juventud que a nivel internacional abrazaba las ideas de la revolución socialista, se conquista la despenalización en importantes países como Alemania Oriental en 1968, Holanda en 1971, España en 1978 y Francia en 1982.
Contradicciones de época
En la génesis de este acontecimiento se encuentra la propia realidad rusa de ese momento y el rol del partido bolchevique, que llevado al poder con el apoyo de los soviets tomó esa decisión en un momento atravesado por la primera posguerra, una gran crisis económica y la guerra civil llevada adelante por las potencias imperialistas que pretendían aplastar a la URSS.
Aun así, la realidad de las personas homosexuales continuó siendo sumamente hostil. Dos grandes lineamientos se sostuvieron durante la década del 20’ para abordar las disputas que surgieron alrededor de la cuestión. Una tenía raíz en la postura que justificó la despenalización, que recogía sus frutos de una larga tradición revolucionaria de liberación y emancipación, basada en la crítica feroz al rol de instituciones reaccionarias como la Iglesia. La segunda, se apoyaba en el peso de la moral conservadora, una idea de la sexualidad en clave reproductivista y en los desarrollos de la psiquiatría, que ubicaban a los homosexuales como elementos dañinos de la sociedad y a la homosexualidad como una psicopatología. Una visión que era generalizada, y que dio paso a que aun siendo ilegal persista la persecución y enjuiciamiento a homosexuales en los 20’.
La contradicción de la época, radicaba en que las exigencias de los homosexuales, lejos estaban de ser una problemática que llegara a un sector de masas, y mucho más aun, lejos estuvieron de ser el puntapié para que surja un movimiento real que pelease por esas demandas.
Enmarcados en la primer visión, hay ejemplos como el de Alexandra Kollontai, parte del Comité Central del Partido Bolchevique, que estando al mando del Comisariado del Pueblo para la Asistencia Pública en la década del 20’ se asoció con la Liga Mundial por la Reforma Sexual, con base en Berlín y encabezada por Magnus Hirschfeld, que la vincularía con las campañas por la emancipación homosexual en Europa Occidental. También estuvieron los esfuerzos realizados por sectores del Comisariado de la Salud, como el higienista social Grigorri Batki, quien a su vez presidía el Instituto de Higiene Social de Moscú, que sostenía: “La legislación soviética declara la absoluta no interferencia del Estado y la sociedad en las cuestiones sexuales”. Desde aquí también se vincularon con Hirschfeld en Berlín y tradujeron al ruso trabajos del alemán.
La contradicción de la época radicaba en que las exigencias de los homosexuales lejos estaban de ser una problemática que llegara a un sector de masas, y mucho más aun, lejos estuvieron de ser el puntapié para que surja un movimiento real que pelease por esas demandas. Una realidad que se complementaba con la falta tanto de conocimiento, desarrollos científicos y teóricos en el área de la sexualidad. En ese sentido, la cuestión distaba años luz del movimiento de mujeres que para ese momento tenía en su haber profundas batallas dadas con organización mediante durante el siglo XIX e inicios del XX, una política que a su vez era una oficial dentro del Partido Bolchevique.
Más adelante la contrarrevolución llevada adelante por Stalin, opuesta por el vértice a los primeros años de la URSS con Lenin y Trotsky a la cabeza, implicaría que en mayo de 1934 fuese aprobada una nueva ley que penaba la homosexualidad masculina. Así comenzó una campaña por identificar a los homosexuales como elementos “desclasados” y retóricamente se los vinculó como agentes importados por los “fascismos” de Europa Occidental, en particular Alemania. Una política criticada por figuras como Wilhelm Reich, expulsado de la sección alemana del Partido Comunista a raíz del giro en su política a partir de los 30’, que en su artículo “La Revolución Sexual” señaló a la legislación soviética como la más progresiva de la época y crítico furibundamente el retroceso conducido por el estalinismo.
“Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres"
La despenalización de la homosexualidad en la Revolución Rusa, fue una de las tantas medidas que impartió la Unión Soviética en su camino hacia la emancipación de la humanidad de la esclavitud asalariada y cualquier tipo de opresión. En un mundo donde el capitalismo continúa usufructuando de la discriminación por orientación sexual e identidad de género para fortalecer el poder represivo de sus gobiernos y dividir a los explotados y oprimidos, así como sus luchas, es necesario retomar esta experiencia. Cuando el sistema sostiene estos valores morales buscando subyugar a la mayor parte de la sociedad en función a las ganancias de unos pocos, se vuelve imperioso levantar las banderas de una perspectiva de lucha por la libertad sexual indisolublemente ligada a la pelea revolucionaria por erradicar las cadenas de la explotación.