martes, 25 de diciembre de 2012

LA MONARQUÍA INÚTIL: LA CORRUPCIÓN EMPIEZA POR LA CABEZA


Enrique de Diego

“La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”. (Artículo 56,3 de la Constitución española de 1978).

Como dice el refrán inglés: birds of the same
feather flock together.


La corrupción, como la putrefacción en los peces, siempre empieza por la cabeza. Cumpliendo la vieja máxima, Juan Carlos es un adelantado –si nos atenemos a la denuncia nunca desmentida del periodista Jesús Cacho- en materia de corrupción[4] –la practica, presuntamente, en gran escala cuando ese término no era de uso común- y, en su trayectoria, ese es un proceso progresivo. Zarzuela aparece de manera creciente en el itinerario de la cloaca, en la misma medida en que el monarca se siente blindado en su impunidad, tanto jurídicamente, situado en la Constitución por encima de la Ley, como por la persistente y unánime autocensura de los medios de comunicación, en una conjura de silencio propia de las peores tiranías.

La relación de personajes que se han movido en el entorno de Zarzuela constituye un elenco, casi un cuadro de honor en el peor sentido, de las malas prácticas y la mordida en España. Esa lista es, desde luego, tan sonora como escandalosa: Manuel Prado y Colón de Carvajal, Javier de la Rosa, el príncipe georgiano Zourab Tchokotua, Alberto Cortina, Alberto Alcocer, Mario Conde… Tres de ellos han pasado por la cárcel; dos la evitaron in extremis entre continuos rumores de gestiones reales cerca de la Justicia. Por poner las cosas en orden, Mario Conde pagó muy caro su cercanía y la influencia alcanzada sobre Juan Carlos. Es una víctima de Zarzuela. Manuel Prado y Colón de Carvajal fue siempre el conseguidor, el hombre del maletín, de un monarca que empezó con un pasar y ahora se le supone una considerable fortuna.

Los cuatro monárquicos que quedan –fuera de los intereses de la casta parasitaria- suelen incidir en la ejemplaridad de las personas que encarnan la institución monárquica como un elemento de legitimidad. Nada, incluso poniendo en el haber la férrea omertá de los medios, transmite ejemplaridad en la conducta del monarca. En ninguna de las acepciones posibles ni aún de las imaginables de la palabra ejemplaridad, en el uso común del término.

Más bien todo lo contrario. Zarzuela como sinónimo de corrupción, como antro de corrupción sin paliativos, como una moderna escuela de Alí Baba, como patio de Monipodio, colección impúdica de traficantes internacionales de armas, comisionistas de alto porcentaje, banqueros de virtud frágil y directos estafadores compulsivos es más que un secreto a voces, es una acusación explícita y documentada desde que en 1999 el riguroso periodista, Jesús Cacho, publicara su espléndido libro El negocio de la libertad (Editorial Foca), con su escabroso y demoledor capítulo 9, Los amigos de la desmesura. Antes de volver a esa referencia, nunca desmentida, nunca depurada en acciones legales, es preciso destacar que Jesús Cacho está bien lejos de ser un inconsistente libelista o un frívolo a despreciar, por el contrario, es una de las referencias de seriedad y solvencia en el periodismo de investigación y, más en concreto, en lo relativo al proceloso mundo de las finanzas; una pluma insobornable, que ha merecido siempre el máximo crédito en sus afirmaciones.

En cualquier caso, ningún dirigente democrático hubiera sido capaz de sobrevivir al continuo cúmulo de escándalos que han rodeado a la Zarzuela y al monarca. Hubiera bastado uno solo de ellos, y de mucha menor magnitud, para forzar el impeachment o para excitar el mínimo de celo de la más perezosa fiscalía anticorrupción o la consiguiente comisión de investigación parlamentaria. El monarca estaría inhabilitado in eligiendo o in vigilando, si se sostiene la ingenua suposición de que Juan Carlos ha tenido mala suerte a la hora de seleccionar sus amigos o que ha sido traicionado por ellos, abusando de la influencia adquirida por su cercanía a la familia real. No, Juan Carlos no ha estado en malas compañías por candidez. Vale aquí aquello de dime con quién vas y te diré quién eres.

Nadie ha corrompido a Juan Carlos. En último término, a tenor de los indicios, él sería el corruptor. Según Cacho, su introducción en los vericuetos de la mordida y el dinero negro es precoz. En efecto, una de las primeras cosas que llama la atención en su conducta es la precocidad, su condición de pionero. Se introduce en las zonas oscuras de la economía y la política, solicita abultadísimas comisiones ya cuando es príncipe, cuando ni tan siquiera ha accedido al trono.

De la oscura historia de Zarzuela pueden extraerse, de partida, algunas conclusiones: a) la corrupción de los más íntimos ha sido permanente, sin solución de continuidad, simplemente unos corruptos han ido siendo sustituidos por otros; b) la corrupción de los ya antes corruptos se ha intensificado al contacto con el monarca, con tendencia a sentirse impunes y a considerar que estaban en el cogollo, en el núcleo del tráfico de influencias en la sufrida piel de toro; c) la influencia sobre el monarca se ha conseguido demostrando capacidad para conseguir o imponer la omertá sobre las numerosas debilidades del monarca, de modo que la presunta corrupción se ha acompañado de constantes y crecientes restricciones a la libertad de expresión.

Aunque ya se ha citado la motivación, es conveniente insistir en el trasfondo pseudofreudiano –una especie de síndrome del ‘príncipe mendigo’- que le habría llevado a la venalidad: una infancia con dificultades económicas en el exilio de Estoril. “Siempre se ha dicho que –relata Jesús Cacho- la Casa Real española es pobre, y no sólo en comparación con casas reales como la británica, una de las mayores fortunas del planeta, sino con muchas de las familias de la alta burguesía española y no digamos ya de la aristocracia bancaria. Don Juan, conde de Barcelona, necesitó la ayuda continuada de una serie de nobles para mantenerse enhiesto en Estoril –incluso para vivir los últimos años de su vida- el estandarte de una Monarquía no afecta al franquismo; y su hijo Juan Carlos llegó al trono de España literalmente con lo puesto. Esa situación de penuria, que muchos monárquicos consideraban impropia de la Institución a la que el nuevo Rey representaba, se tradujo en una cierta manga ancha a la hora de valorar determinadas iniciativas del entorno real tendentes a proporcionar a la Casa los medios materiales adecuados a su alta función. Nadie se rasgó las vestiduras, en suma, a la hora de hacer posible que el Rey comenzara a consolidar un pequeño patrimonio.

“Una de las primeras formas conocidas para conseguirlo fue el petróleo, las comisiones del crudo que importaba España para cubrir sus necesidades de energía”.

Las comisiones del crudo deben representar cantidades astronómicas que, por cierto, pagan los usuarios en las gasolineras. La consecuencia sería que hemos pagado siempre más cara, artificialmente, la gasolina.

Jesús Cacho da detalles sustanciosos y concluyentes. “Alfredo Pardo, director de flota de Cepsa, tuvo que suspender un viaje a Kuwait que tenía programado para firmar un contrato multimillonario de compra de petróleo al emirato. El barril de crudo estaba en torno a los 13/15 dólares, y el precio estipulado en aquella operación quedó establecido en los 14,29 dólares, que, como es norma en este tipo de contratos, quedaron reducidos finalmente a 14,27, dos centavos menos como regalía que suele embolsarse el comprador.

Pero cuál no sería la sorpresa de Pardo cuando le anunciaron que no necesitaba viajar al emirato porque el viaje y la firma del contrato iba a correr a cargo de don Manuel Prado y Colón de Carvajal. ‘Fue la primera vez que oí hablar de este señor’.

“Muy pronto, sin embargo, esa minoría de españoles connaisseurs comenzaría a hablar largo y tendido de ‘Manolo’ Prado como el hombre que hacía y deshacía en Palacio”.

Esta relación con el crudo parece haberse extendido en el tiempo. El autor de este libro también ha conocido, de fuentes solventes, de ex directivos del máximo nivel de Cepsa, otra historia paralela: en los años ochenta, ante una nueva crisis de producción, relacionada con Irán, el embajador en Kuwait, Fernando Schwartz, había hecho gestiones para conseguir de dicha nación un suministro adicional, pero cuando esos directivos se pusieron en contacto con el Ministerio de Economía se les dijo que no hicieran nada que “de eso se encargaba Manuel Prado”.

Manuel Prado y Juan Carlos de Borbón han constituido una unidad de negocio. Más claro, agua; reseña Cacho: “Prado es the servant, el valido, un hombre, en origen, sin grandes caudales, que tiene el dinero que el Rey ha querido que tenga como administrador suyo”. Vale para ellos el viejo lema de los Reyes Católicos: tanto monta, monta tanto.

Esa especial relación de negocio entre Prado y Borbón, Borbón y Prado es, también, destacada en la biografía oficial y autorizada de Sabino Fernández-Campo, escrita por el periodista Manuel Soriano, en la que se abunda en las continuas interferencias de Prado en el devenir de Zarzuela, en su condición de alter ego del monarca. Púdica pero significativamente, indica Soriano que Manuel Prado “al prosperar en el mundo de los negocios abandonó para siempre su empleo de funcionario de la Organización Sindical”.

Andando el tiempo, para desarrollar su labor de intermediación y comisionista, a Manuel Prado se le dotó de privilegios de Estado.
“Prado –explica Soriano- no es diplomático de carrera, pero fue nombrado embajador at large, es decir, sin embajada en ningún país pero disponiendo de pasaporte diplomático que le permite viajar con mayor libertad de movimiento y más protección oficial. Ha realizado muchas misiones por todo el mundo como embajador extraordinario y plenipotenciario al servicio directo del Príncipe, primero, y del Rey, después”. Cacho relata que Manuel Prado podía utilizar y utilizaba papel con membrete del monarca y, con su nombre, pedía ingentes cantidades de dinero, que han condicionado la soberanía nacional.

Otra acusación de presunta corrupción precoz, explícita y directa. “Henry Ford II, presidente de la multinacional norteamericana del mismo nombre, había oído hablar de Manuel Prado cuando, con varios meses de antelación a su primera visita a España, adonde viajó el 25 de marzo de 1974 para colocar en Almusafes (Valencia) la primera piedra de la factoría española Ford, recibió una cariñosa carta del entonces Príncipe de España recomendando encarecidamente a su amigo Manuel Prado como la persona adecuada para facilitar todos los trámites legales necesarios en nuestro país. Juan Carlos de Borbón se despedía dejando constancia de que una respuesta positiva sería adecuadamente valorada en un próximo futuro”.

La instauración en el trono, el inicio de su reinado, hace que el tándem Juan Carlos de Borbón-Manuel Prado Colón de Carvajal perciban mayores posibilidades de negocios y en dimensiones mucho más elevadas.

Tanto Jesús Cacho, como Manuel Soriano, como Jesús Palacios, en los libros ya citados, describen con pelos y señales una de las primeras peticiones de ayuda de Juan Carlos a las monarquías árabes en forma de carta. Asadollah Alam, jefe de la casa del derrocado sha de Persia, la publicó en su libro The Sah andI. The confidential Diary of Iran’s Royal Court, 1969-1977, editado en Londes en 1991.

El texto de la carta reza así:

“Mi querido hermano:

Para empezar, quisiera decirte lo enormemente agradecido que estoy de que me enviaras a tu sobrino, el príncipe Saharam, a verme, proporcionándome así una rápida respuesta a mi llamada en un momento de gran dificultad para mi país.

A continuación me gustaría ofrecerte un breve resumen de la situación política de España y la evolución de las campañas de los partidos políticos.

Cuarenta años de un régimen totalmente personal le han hecho mucho bien al país, pero al mismo tiempo han dejado a España sin estructuras políticas, hasta tal punto, que representa un grave riesgo para la consolidación de la monarquía. Tras los seis primeros meses del gobierno de Arias, que también me vi obligado a heredar, en julio de 1976, designé a un hombre más joven y menos comprometido, al que conocía bien y gozaba de mi total confianza, Adolfo Suárez.

A partir de ese momento me juré seguir el camino de la democracia, procurando estar siempre un paso por delante de los acontecimientos para evitar una situación como la de Portugal, que podría ser incluso más peligrosa en mi país.

La legalización de varios partidos políticos les ha permitido participar libremente en la campaña electoral, elaborar sus estrategias, emplear los medios de comunicación de masas para su propaganda y la presentación de la imagen de sus líderes, a la vez que se aseguraban un soporte financiero sólido; la derecha asistida por el Banco de España, Los socialistas por Willy Brandt, Venezuela y otros socialistas europeos; los comunistas, por los medios habituales.

Mientras tanto, el primer ministro Suárez, a quien yo había dado la responsabilidad de gobernar, sólo pudo participar en la campaña electoral durante los ocho últimos días, sin disponer de las ventajas y oportunidades que te he explicado anteriormente y de las que otros partidos políticos se beneficiaron.

Pese a esto, solo y con una organización apenas formada, financiada con préstamos a corto plazo de particulares, consiguió alzarse con una victoria clara y decisiva.

Sin embargo, al mismo tiempo, el Partido Socialista obtuvo un porcentaje de votos mucho mayor de lo esperado, que podría suponer una seria amenaza para la seguridad nacional y la estabilidad de la monarquía, puesto que me han informado fidedignamente que ese partido es marxista. Una parte del electorado no es consciente de esto y lo votan en la creencia de que, a través del socialismo, España podría recibir ayuda de los grandes países europeos como Alemania o alternativamente de países como Venezuela, para reactivar la economía española.

Por esta razón, es imprescindible que Adolfo Suárez reestructure y consolide la coalición centrista, para crear un partido político que sirva de soporte para la monarquía y la estabilidad de España.

Para lograrlo, el primer ministro Suárez necesita más que nunca toda la ayuda posible, ya sea de sus compatriotas o bien de países amigos preocupados en preservar la civilización occidental y las monarquías establecidas.

Es por este motivo, mi querido hermano, que me tomo la libertad de solicitar tu apoyo en nombre del presidente del gobierno Suárez en esta crítica coyuntura; las elecciones municipales se celebrarán dentro de seis meses, y es ahí, más que en ningún otro momento, donde nos jugaremos nuestro futuro.

Por eso, me tomo la libertad, con todo respeto, de someter a tu generosa consideración la posibilidad de donar la cantidad de 10.000.000 (de dólares) como tu contribución personal al fortalecimiento de la monarquía española.

En el caso de que mi petición merezca tu aprobación, me tomo la libertad de recomendar una visita a Teherán de mi amigo Alexis Mardas, quien seguirá tus instrucciones.

Con todo mi respeto y amistad. Tu hermano. Juan Carlos”.

Alexis Mardas era un intermediario amigo de Constantino de Grecia. De la contestación del sha, sólo sabemos lo indicado por Asadollah Alam en su libro, que estaba expresada “en términos afectuosos pero mucho más prudentes que la del Rey de España”. No era difícil, porque la imprudencia es tan superlativa que sólo puede resultar inteligible a la luz de la impune inmunidad de la que se ha rodeado el monarca, y del espeso silencio de los medios respecto a sus fragilidades. Cacho sitúa a Manuel Prado como autor material de la misiva. El infantil desarrollo lógico de la carta resulta en algunos tramos hilarantes si no fuera un grave caso de corrupción y de una mendicidad efectuada en nombre de España. Si se tiene en cuenta que la más acendrada doctrina monárquica situaba, desde antes de la transición, el acceso al poder del partido socialista como el momento de consolidación de la institución, esa referencia a la mencionada formación política como enemiga de la corona y grave riesgo para la monarquía, merecería ocupar alguna nota a pie de página en la antología de la picaresca española, con Prado y Borbón en los papeles de Rinconete y Cortadillo. Juan Carlos no aprendió la corrupción del felipismo, ni presuntamente se corrompió con la cultura del pelotazo, sino que en tan oscuras materias es un adalid, a tenor de lo descrito por Cacho, y Prado, un adelantado, el adelantado del Golfo Pérsico, como su antepasado lo fuera de la mar océana.

Para Cacho, “el texto transcrito refleja fielmente la arquitectura mental de quienes rodeaban al Rey de España, y en particular la de su albacea mayor, Prado y Colón de Carvajal, y es la clave del arco de un razonamiento según el cual todos los Reyes de la media luna se sienten inseguros porque pertenecen a otra época, son sátrapas cuasi medievales que no han pasado bajo el arco voltaico de una democracia parlamentaria, de modo que conviene a esos Reyes la existencia de monarquías europeas, monarquías que aúnan tradición y modernidad y son a la vez coartada y espejo en el que mirarse. Pero buena parte de esas monarquías están más tiesas que la mojama, razón por la cual los ‘hermanos’ ricos estaban obligados a aportar su óbolo para facilitar una consolidación que a todos convenía”.

“Lo que Prado –según Cacho- planteaba, en suma, era una especie de ‘derrama’ entre los riquísimos reyes del petróleo, demanda a la que la monarquía saudí, que se sepa, respondió favorablemente con la concesión de un crédito por importe de 100 millones de dólares (unos 10.000 millones de pesetas, grosso modo), a pagar en diez años y sin intereses”.

El pase del cepillo por los ‘hermanos’ de las monarquías árabes produjo, andando el tiempo, algunas escenas propias de los hermanos Marx o del cine de Berlanga.

“Estaba claro que la familia real saudí le estaba haciendo al Rey de España un regalo no inferior al principal de ese crédito, puesto que, con los tipos de interés entonces vigentes, bastaba con colocar esos 10.000 millones en un banco para doblar, como poco, esa cifra al cabo de los diez años pactados.

“Pero Prado, que como peticionario se desempeñaba con gran brillantez y habilidad, en cambio como inversor se demostró un desastre, porque, en lugar de administrar prudentemente esa suma que por sí misma podía convertir al Rey de España en un hombre muy rico, decidió invertirla en negocios que resultaron ruinosos (entre otros, en el proyecto urbanístico de Jerez Castillo de los Garciagos). El administrador real se vio obligado a contarle al Rey que había perdido buena parte de los 10.000 millones prestados por el rey Fahd, o ésa fue la especie que se propagó a los cuatro vientos, de modo que transcurrieron los diez años y la Casa Real se encontró con la desagradable sorpresa de tener que devolver 100 millones de dólares que no tenía. O tal decía.

“Y es que los saudíes, en contra de lo que Prado hubiera podido pensar, estaban decididos a recuperar su dinero. De la tarea de reclamar la devolución del principal quedó encargado un hermano del rey Fahd, con espléndida casa en la Costa del Sol. Ocurrió entonces que el príncipe saudí llamó un día desde Marbella, pleno mes de agosto, finales de los ochenta, anunciando su intención de acudir a almorzar con los Reyes a Palma de Mallorca, donde a la sazón se encontraban de vacaciones.

“La iniciativa produjo una enorme conmoción en Marivent, donde, a toque de corneta, se presentaron Manuel Prado y el supuesto príncipe Tchokotua. Reunión de pastores sobre una pradera de nervios y conciliábulos. El interés de Palacio por cumplimentar adecuadamente al príncipe saudí era obvio. Había que recibirlo con todos los honores y despedirlo de igual modo, aunque sin un duro, de modo que era absolutamente necesario que volviera contento a Marbella.

“Pero entonces ocurrió algo que nadie había previsto, una divertida equivocación más propia de sainete teatral que de protocolo real. Porque, a la hora prevista para el aterrizaje del jet privado del saudí en el aeropuerto militar de Palma, allí estaba Prado y todo su séquito con la mejor sonrisa puesta a pie de pista, sonrisa que se fue transformando en cara de sorpresa cuando comenzaron a descender los pasajeros sin que apareciera una sola chilaba, y que se convirtió en gesto de horror al comprobar que entre quienes caminaban a su encuentro, en pleno sol, no se encontraba el hermano del rey Fahd ni Cristo que lo fundó. Se trataba de gente importante, sí, nada menos que los duques de York, que llegaban a Palma invitados a pasar unos días con los Reyes de España.

“¡Un lío memorable! Manolo Prado, horrorizado, salió corriendo hacia el aeropuerto civil de Palma, pero cuando llegó el morito, tras comprobar que nadie había acudido a recibirlo, ya había levantado el vuelo partiendo de regreso a Marbella y muy enfadado ante la falta de cortesía de sus anfitriones palmesanos.

“¡Se armó la de Dios es Cristo! Muebles y sillas de época pagaron aquel día el pato del enfado real, que es la forma que suele utilizar el Monarca para descargar su adrenalina cuando está enfadado. El Rey, consternado, llamó rápidamente al príncipe saudí para presentarle sus disculpas, y volvió a hacerlo varias veces a lo largo del día para rogarle encarecidamente que viajara de nuevo a Palma al día siguiente, donde tendría el honor de almorzar con él.

“Por fortuna, el hermano del rey Fahd accedió, de modo que el enfado regio se trocó en real y abierta alegría, y no tanto por lo agradable que resultó el almuerzo como por el hecho de que el de la chilaba ‘nos ha dado cinco años más para devolver el dinero’.

“Parece, sin embargo, que los cinco años transcurrieron sin que Prado lograra encontrar la lámpara de Aladino que le ayudara a devolver esos 10.000 millones. Hace apenas tres años, en el verano del 96, el eco de la llegada a Palma del representante de la familia real saudí reclamando el dinero inundó de nuevo Marivent con sus terroríficas connotaciones: ‘¡Qué viene el moro cabreado, y quiere cobrar!’ era la frase que corría de boca en boca por Palacio. Nadie sabe a estas alturas si Prado ha devuelto esa suma”.

Tal y como está descrita la historia, el lector, de seguro, sentirá la tentación de esbozar una sonrisa como si se tratara de una película de enredo. Resulta notoriamente hilarante. El lector, también, puede llegar a la conclusión de que no está implicado en ella, de que es algo que sucede en las alturas, al margen de su interés y su vida cotidiana. Sin embargo, la reacción lógica debería ser la de sentir vergüenza e indignación. En la interpretación más benigna, nos encontramos ante el Jefe del Estado español en la desmerecida función de sablista y estafador. Eso afecta a la dignidad nacional. En la menos benigna, pero más obvia, más pegada a la realidad, la principal autoridad de España, quien encarna la institución que, supuestamente, simboliza la unidad nacional, es un moroso de la petromonarquía saudí, la impulsora del integrismo islámico, la financiadora y difusora del wahabismo suní.

Quien debe a alguien, en mayor o menor medida está condicionado, depende del prestamista, está sometido a él y a sus intereses. Siendo el Jefe del Estado el dependiente, su sumisión no es estrictamente personal, sino que afecta a su representatividad, a su influencia en la política exterior; daña a toda la nación, merma sustancialmente la soberanía nacional. Ya no estamos en el terreno de la estafa, entre personas privadas, sino en el de la lisa y llana traición a la Patria.

Ninguna nación puede admitir que los timoneles de su Estado estén al servicio de potencias extranjeras. Esa situación representa tal merma en la capacidad de maniobra de la soberanía nacional que no puede tolerarse.

De hecho, la monarquía saudí ha hecho algunas inversiones ‘ideológicas’ en España, de la mano de Juan Carlos. En 1976, 18 países musulmanes con representación diplomática en España firmaron un acuerdo para erigir una mezquita en Madrid. Sin embargo, el proyecto quedó postergado 11 años, hasta que el rey Fahd de Arabia Saudí aportó la financiación necesaria (2.000 millones de pesetas) para ejecutar la construcción. Tras cinco años de obras, el 21 de septiembre de 1992, el monarca saudí y Juan Carlos de Borbón inauguraron el edificio. El conjunto de la mezquita de la M-30 (su fachada oeste da a dicha circunvalación de la capital) consta de 12.000 metros cuadrados distribuidos en seis plantas, cuenta, además de la mezquita, con un colegio o madrasa, biblioteca, dos salas de exposiciones, un museo, un auditorio, un gimnasio, las viviendas del director y del imam, un restaurante y una cafetería.

Toda la fachada del complejo es de mármol blanco. La mezquita de la M-30 es el centro de difusión del integrismo islámico por toda España, el mayor foco del wahabismo. Pasados unos años, el 11 de marzo de 2.004, sería el lugar alrededor del cual se irían formando y ahormando, los terroristas islámicos que perpetraron la masacre de los trenes de Atocha, con el terrible balance de 192 muertos. Y nunca se ha puesto coto alguno a la difusión en España del wahabismo que representa un gravísimo peligro en el momento actual.

El campo de negocios del tándem Prado-Borbón ha sido, ciertamente, amplio, de máximo nivel y sin que falte el lucrativo del tráfico de armas. “Desde los primeros negocios –escribe Cacho- de carne con Argentina, que fracasaron prematuramente, hasta la más boyante intermediación en la compraventa de petróleo y de armas en Latinoamérica y en los países árabes, Prado se movió con gran habilidad en el mundo económico internacional. Una de sus sociedades más emblemáticas era el holding Trébol, en la que también participaba el príncipe Zourab Tchokotua. Este príncipe de origen georgiano, también era íntimo amigo de don Juan Carlos desde que coincidieron en un colegio suizo. A la sociedad Trébol se incorporó posteriormente el rey Simeón de Bulgaria”.

Conviene insistir en lo obvio: la unidad de negocio Manuel Prado y Juan Carlos de Borbón. Ello ayuda a poner en su contexto el grave escándalo KIO, con otra petromonarquía de por medio, en este caso la de Kuwait. “El escándalo –relata Jesús Cacho- tuvo su origen en la invasión de Kuwait por el ejército de Sadam Hussein, lo que motivó la intervención americana y británica para expulsar a los invasores iraquíes e instalar de nuevo a la familia Al Sabah al frente del emirato. Sólo entonces se supo que, además de los pozos de petróleo, habían ardido casi 55.000 millones de pesetas de las cuentas que la Kuwait Investment Office (KIO) mantenía en su filial española, el Grupo Torras, cantidad que se utilizó, en buena parte, para el pago de favores políticos en pro de la liberación del emirato.

“Los pagos se ‘justificaron’ en Kuwait por la necesidad de que, durante la llamada ‘Tormenta del Desierto’, la aviación norteamericana pudiera disponer a su antojo de las bases aéreas españolas de Rota y Torrejón, para lo que era preciso ‘untar’ a los políticos.

“Javier de la Rosa, que dependía de la cúpula de KIO en Londres, habría actuado como ‘pagador’ de lo que, sin duda, constituye una de las más monumentales estafas de todos los tiempos. Alguien habría engañado a la familia Al Sabah en el exilio haciendo creer a sus miembros que el Rey de España disponía de la facultad de autorizar la utilización de las bases por los norteamericanos, facultad que en última instancia corresponde al Gobierno y al Parlamento.

“Cuando, tras la retirada iraquí, una nueva rama (en un muy peculiar sistema de alternancia) de los Al Sabah se instaló en el emirato, pronto se descubrió el engaño o, en todo caso, la radical desmesura de los pagos. El paso siguiente consistió en querellarse en Londres y Madrid contra los responsables de KIO, su presidente, Fahad Mohamed Al Sabah, miembro de la familia reinante, su primer ejecutivo, Fouad Khaled Jaffar, y el propio De la Rosa en España”.

“De la Rosa ha reconocido en declaración jurada ante la Corte de Londres haber entregado a Manuel Prado hasta 160 millones de dólares en tres pagos de 80, 20 y 60 millones, aunque otras fuentes elevan la cifra final a 200 millones (unos 30.000 millones de pesetas. Parece evidente que hasta los 55.000 totales media un buen trecho que han debido saltarse a la torera los propios mandamases de KIO, tanto en Londres como en Madrid (…) La única verdad irrefutable en este caso reside en el hecho de que Manuel Prado y Colón de Carvajal reconoció ante el juez Moreiras haber cobrado, vía Javier de la Rosa, efectivamente 100 millones de dólares de KIO, cobro que pretendió justificar como el pago de dictámenes y trabajos de asesoría por él realizados para el catalán”.

La historia de la estafa tuvo escenas, de nuevo, rocambolescas. “La decisión de los Al Sabah de reclamar en los tribunales la devolución del dinero desaparecido llevó a Manuel Prado a un estado cercano al paroxismo. Entre las iniciativas emprendidas, a cual más alocada, ninguna tan temeraria como las más de seis horas de conversación telefónica que, desde España y en distintas llamadas, mantuvo con el emirato y que terminaron, en forma de cintas grabadas, en manos del propio Javier de la Rosa, quien, fiel a su estilo, las hizo circular por medio mundo. Manolo Prado ha pasado por este caso como elefante por cacharrería. Y todo por no devolver el dinero, que hubiera sido lo más inteligente a par que justo.

“Obsesionado por salvarse de la quema, el sevillano viajó a Kuwait y estableció una fluida relación telefónica con el emirato para intentar convencer a su Gobierno del riesgo que implicaba la aparición de su nombre entre los ‘cobradores’. En concreto, pedía una carta oficial en la cual quedara constancia expresa de que él no había recibido dinero alguno.

“El estrambote del caso, de acuerdo con la versión extendida por el propio De la Rosa, lo pusieron los propios kuwaitíes, probablemente un grupo opositor a la familia reinante, entrando en contacto con el catalán y ofreciéndole unas cintas grabadas con las conversaciones de Prado, con la promesa de sacarle del pleito de Londres a cambio de que les facilitara toda la información de que dispusiera sobre los Al Sabah. Fue así como el famoso JR comenzó a recibir semanalmente su ración de cinta con la inconfundible voz de Manuel Prado hablando en francés, y también en castellano, con gente como el ministro Belloch, porque, para enfatizar su importancia, grababa las conversaciones ‘interiores’ que le parecían interesantes para pasárselas a continuación a los kuwaitíes, que, a su vez, le grababan a él, para terminar el recorrido en De la Rosa.

“Con el desparpajo que le caracteriza, Prado no deja títere con cabeza. Tratando de salvarse por su cuenta, se sirve del Rey llamándolo ‘mon patron’, ‘mon ami le patron’, ‘sa majesté’, ‘il connais tout…’ Prodigio de discreción, detalla la existencia de unas cuentas comprometedoras en Liechtenstein, cuya numeración (letras y números) cita; dice que el Gobierno está al corriente; considera que el prestigio del Rey en la sociedad española ha quedado afectado por culpa del escándalo de Mario Conde, hasta el punto de que no podría aguantar otro golpe similar, etc”.

Vienen luego las propuestas de Luis María Anson, el monárquico oficial, de que abdicara Juan Carlos en su hijo y de que Manuel Prado pusiera tierra de por medio, marchándose a Suiza. “Javier de la Rosa ofreció las cintas al Rey. Lo hizo a través de Paco Sitges, pero el Monarca, tras parlamentar largo y tendido con su amigo, se negó en redondo a escucharlas. Muy preocupado, lo que hizo el Rey fue pedir al príncipe Felipe que escribiera una carta dirigida al príncipe heredero de Kuwait, de sesenta y siete años, aludiendo a la necesidad de que ‘arreglar las cosas entre nuestros dos pueblos hermanos…’, misiva de la que, al parecer, dio cuenta la televisión kuwaití”.

Quizás el lector no ha recalado en que se trata de una estafa en la que hay una guerra de por medio, en la que muere gente, en la que soldados entregan su vida, en la que soldados españoles estuvieron de misión en el Golfo, mientras en las alturas se hace negocio con su sufrimiento, sin atender a escrúpulos morales. También el lector puede darse cuenta de que es una historia, en lo fundamental, hurtada a los españoles. Las cintas de marras nunca fueron filtradas, nunca se dieron a conocer a la opinión pública, lo que indica el bajo nivel de libertad de expresión existente en España, sobre todo, cuando están la monarquía y Juan Carlos de por medio.

La cuestión es que la corrupción tiene siempre consecuencias. No sólo económicas, aunque ya los españoles saben en sus propias carnes, en sus propios sueldos los funcionarios, en sus pensiones, los jubilados, en su paro, más de cinco millones de trabajadores, que el montante de lo sustraído, de una manera u otra, siempre termina pagándolo el contribuyente. La corrupción tiene otro efecto letal: condiciona la política, degenera a la democracia, establece zonas opacas que pudren al cuerpo social. Es notorio que nuestra política exterior con las petromonarquías, con Marruecos, con los países árabes, está condicionada con estos supuestos negocios presuntamente corruptos de Manuel Prado-Juan Carlos de Borbón.

El libro de Jesús Cacho, El negocio de la libertad, tiene como tesis central la degeneración corrupta de la democracia española a manos del polanquismo y el felipismo, y como corolario la abjuración de José María Aznar, desde el inicio de su mandato, de cualquier veleidad regeneracionista, su sumisión al entramado sombrío de la cúpula del Estado español. No se levantaron las alfombras del GAL, con todas sus consecuencias, que hubieran llevado a Felipe González a los tribunales y, probablemente, a la cárcel de Guadalajara, por dentro, claro. Cacho abunda en los mensajes de un González histérico a Juan Carlos respecto a su disposición a tirar para arriba, al supuesto conocimiento del monarca respecto al terrorismo de Estado, cuestión tratada en, al menos, en una Junta de Jefes de Estado Mayor, en la segunda quincena de octubre de 1983.

Tal y como reseña Cacho, “el Monarca debió conocer, a través de los despachos semanales que mantenía con el presidente del Gobierno, la operación en marcha para responder al terrorismo etarra con sus mismas armas. ¿Es éste el origen de la descarada seguridad exhibida por González en el sentido de que jamás sería ‘empitonado’ por el caso GAL?”

Abunda Cacho en que “los mensajes de Felipe, con su implícita carga de profundidad, causaron gran conmoción en Zarzuela. El riesgo de que el personaje, sintiéndose amenazado por el caso GAL, tirara de la manta llevándose por delante todo el edificio constitucional no podía ser obviado.

“El entorno del Monarca –sin duda el más asustado- estaba, sin embargo, convencido de que el ex presidente jamás realizaría una declaración comprometedora contra la Corona, aunque sí haría todas las maniobras previas necesarias para no llegar a sentarse en el banquillo, incluyendo, por supuesto, la advertencia de que también el Rey estaba la corriente de lo ocurrido”.

Llega a decir que “por Madrid se había extendido como la pólvora lo ocurrido entre el Monarca y Aznar en el último despacho del verano del 98 en el Palacio de Marivent, en Palma, que había resultado un mano a mano tenso, agrio incluso, en el que, según parece, el Rey había reprochado al presidente del Gobierno el haber permitido que el caso Marey acabara llegando finalmente a los tribunales de Justicia”.

La capacidad de chantaje de Felipe González no estribaba sólo en su capacidad de tirar por elevación hacia el monarca en el caso GAL, también podía hacer revelaciones de supuesta corrupción económica. Así lo indica la significativa anécdota que relata Jesús Cacho:

“Felipe podría callar todo lo que sabe, que es mucho, en torno a las finanzas del Monarca y los escandalosos negocios de Manuel Prado Colón de Carvajal, el ‘amiguísimo’. En realidad lleva muchos años haciéndolo. Así se puso de manifiesto un día en la antecámara regia, donde el entonces presidente del Gobierno estaba esperando a ser recibido por el Monarca para uno de sus habituales despachos. Era una de las cosas que peor llevaba, aquella espera protocolaria que entendía como un lamentable despilfarro de tiempo, esperar sin necesidad, para marcar rango y distancias, hasta el punto de que a veces se ponía nervioso, pero si no está haciendo nada, coño, ¿por qué me hace esperar? Hasta que un día en que la prórroga se hizo particularmente enojosa se destapó, muy enfadado, con un comentario que dejó helada a la persona con la que compartía antesala:

- ¡Y dile a Manuel Prado que se conforme con el 2 por 100, porque eso de cobrar el 20 es una barbaridad!…

- Oye, oye, presidente –replicó el interlocutor-, ni le puedo decir nada a Manolo Prado, ni sé de qué me estás hablando.

Estaba hablando, al parecer, de las comisiones del petróleo importado por España de determinado país árabe”.

La cuestión, en suma, es que, por indicación regia, el primer ministro de Defensa de la etapa Aznar fue Eduardo Serra, con la finalidad manifiesta de echar la mayor tierra posible sobre los GAL y meter bajo siete llaves los documentos del CESID que podrían implicar a Felipe González. Con esa medida, Aznar y el PP se inhabilitaron para regenerar la democracia española, y una de las consecuencias de tal cesión, es que la corrupción, extendida por todo el cuerpo político, ha terminado instalándose de manera capilar y a través de todas sus estructuras en el propio PP.

No es el único chantaje, en ese caso político, al monarca del que tenemos noticia. Hay otro que responde más a la acepción habitual del término, y que parte de la agitada vida afectiva de Juan Carlos. “Parece –cuenta Cacho- que la relación de amistad con una famosa vedette del espectáculo y de la televisión (por todos los datos se está refiriendo a Bárbara Rey) comenzó a finales de los setenta y siguió viva hasta un buen día, mes de junio del 94, en que la bella supo, con frases amables, que la historia había terminado.

“El entorno palaciego siempre creyó que la artista se iba a dar por satisfecha con el timbre de orgullo que representa el haber mantenido durante casi catorce años una hermosa amistad con el Rey de España, pero estaba equivocado. La dama no estaba dispuesta a pasar página tan fácilmente y, con el soporte de cierto material que ella misma había hecho grabar con motivo de la última visita recibida en su chalet, comenzó a presionar: ‘Le he entregado lo mejor de su vida, le he dado consuelo cuando ha sido menester, y ahora quiere decirme adiós. Ni hablar’.

“La preocupación esencial residía en ciertas frases, contenidas en la grabación en poder de la bella, relativas a los sucesos del golpe de Estado del 23-F. Y a Palacio, que ya había puesto al corriente de lo que ocurría a Emilio Alonso Manglano y su CESID, no se le ocurrió nada mejor que encargar el asunto a Manuel Prado y Colón de Carvajal. Todo pareció entrar en vías de solución gracias a un programa en TVE que arregló el entonces director general del Ente, Jordi García Candau, y que devolvió fugazmente a la bella al estrellato de la pequeña pantalla. La paz duró, sin embargo, lo que el mencionado programa de televisión, porque, una vez desaparecido de parrilla, la señora, con un ritmo de vida difícil de soportar para cualquier economía, comenzó de nuevo a presionar.

“La solución consistió, de nuevo vía Prado, en instalar en casa de la bella una caja fuerte en la cual se acordó guardar un maletín con todo el material, fotografías y grabaciones de audio y de vídeo. Una vez al mes se abría la caja fuerte, se comprobaba que el material seguía en el maletín, se volvía a cerrar y Prado hacía entrega a la señora de un sobre cerrado con el estipendio mensual, unas fuentes dicen que un millón de pesetas, otras que bastante más. Y así a lo largo del 95 y parte del 96.

“En uno de tales chequeos mensuales ocurrió un incidente que de puro estrafalario rozó lo chusco. Y es que la estrella creyó oír un tímido tic-tac que juzgó procedía del maletín y, pensando que le habían colocado un artefacto dentro, lo agarró por la anilla, espantada, y lo lanzó a la piscina: un trozo de la Historia de España flotando sobre el reflejo azul de un estanque doméstico.

“Parece que la llegada a Moncloa de José María Aznar truncó tan consuetudinario ir y venir al chalet de la bella. El nuevo presidente pidió la relación de gastos reservados de Presidencia y ordenó cerrar el grifo, lo que provocó el enfado de la beneficiaria, que exigió entonces un aumento de la asignación hasta los dos millones mensuales para seguir siendo discreta, promesa que sólo cumplió en parte, puesto que una noche acudió a una comisaría de Policía para presentar una denuncia por supuestas amenazas de muerte.

“El asunto ha quedado saldado por Fernando Almansa. Se arregló, al parecer, comprando el material a una agencia extranjera, en cuyo poder estaba, y pagando una suma que diversas fuentes sitúan en los 4 millones de dólares, unos 600 millones de pesetas al cambio actual”.

¿Qué sucede cuando el monarca o un miembro de la familia real, en hipótesis, es sobornado? La monarquía es en sí misma la ruptura del imperio de la Ley y una quiebra privilegiada del Estado de Derecho. El 19 de junio de 2010 se casaron, en la catedral de San Nicolás de Estocolmo, la Kronprinssesa Victoria y el príncipe Daniel. Los recién casados iniciaron una tan polémica como paradisíaca luna de miel a gastos pagos. El magnate Bertil Hult puso a su disposición un avión privado para que se desplazaran a Tahití, así como su fastuoso yate, y también la mansión que el multimillonario posee en el Estado de Colorado. La indignación de los suecos ante el soborno en especie se plasmó en ocho querellas por corrupción y tráfico de influencias.

El 20 de agosto de 2010, un ‘muy nervioso’ fiscal general, Gunnar Stetler, hizo pública la desestimación de las querellas porque “las realezas no son funcionarios del Estado en el propio sentido de la palabra, como puede serlo un primer ministro. La Kronprinssesa Victoria ha heredado su posición y no puede incluirse en esa categoría. Eso quiere decir que aunque alguien haya intentado sobornar a Victoria, nunca puede ser acusada de soborno”. Si un monarca o un príncipe o una princesa, no son funcionarios, ¿entonces qué son? ¿Privilegiados impunes? Porque por estos lares el monarca llegó a pedir a los empresarios mallorquines que, en contraprestación a su promoción turística de las Islas con sus prolongados y ociosos veraneos, debían, entre todos, comprarle un barco nuevo, o el mismo príncipe regatea con el barco ‘CAM’ fletado para él, por una institución financiera, ahora en serias dificultades.

A fin de cuentas, la corrupción generalizada que ha padecido y padece el sistema español, lo que Cacho denomina “el entramado del régimen surgido de la transición”, y que no sólo es político, sino también económico y mediático (lo que he descrito y denominado como la ‘casta parasitaria), no ha quedado circunscrito al felipismo, ni al polanquismo, sino afecta a todas las estructuras, a todos los partidos, y constituye una de las señas de identidad más claras del ‘juancarlismo’. No es cierto que, ni de lejos, los niveles de corrupción alcanzados bajo el reinado del monarca existieran antes. Profesionalmente, en Alicante, pude conocer a alcaldes franquistas como Pedro Zaragoza, de Benidorm, Agatángelo Soler, de Alicante, o Primitivo Quiles, de Elche. Todos tuvieron una gestión de una honradez acrisolada, sin mácula, en pleno boom turístico e inmobiliario. En el caso de Pedro Zaragoza, padre del Benidorm moderno, el cargo no hizo otra cosa que costarle dinero de su patrimonio personal.

En contraposición, la historia es real, en doble sentido del término: el empresario de discotecas compartía jornada de caza con el monarca. Vecino de puesto, Juan Carlos se interesó por la marcha del negocio. El interpelado le informó de que iba bien. Entonces le sugirió que se pusiera en contacto con Manuel Prado y Colón de Carvajal. Cuando éste contactó con el empresario le descerrajó la petición de veinte millones de pesetas. El empresario de marras aún se ufana de que consiguió dejarlo en doce millones. Es preciso volver al principio: la corrupción, como la putrefacción en los peces, siempre empieza por la cabeza.

Del libro “La monarquía inútil” (editorial Rambla).