Bruno Cossío
En este principio de siglo, en torno al cambio climático parecen arremolinarse todas las ciencias naturales del mismo modo que las ciencias sociales lo hacen alrededor de las cuestiones de género. Han pasado 30 años desde que por primera vez se diera la voz de alarma, y la cuestión del clima pasara de ser una cuestión de interés científico a mezclarse con la política y convertirse en un negocio más. En medio del juego de intereses y de un alarmismo que no se corresponde con lo que cualquiera observa en su realidad cotidiana, el debate, la duda o la simple y llana información objetiva acerca del tema, parecen estar fuera de la agenda. En estos tiempos se hace urgente poner en perspectiva el alarmismo climático: lo que se sabe, lo que se ignora, lo que se duda y lo que se yerra. En lo político, pero también en lo científico.
Una breve presentación
A Al Gore el hecho de no ser científico no le impidió recibir un premio Nobel por engendrar una película sobre el clima que se equivocaba en todo, así que el hecho de que yo tampoco lo sea no debería ser un problema a la hora de escribir este artículo... Siempre he tenido una curiosidad voraz por los temas medioambientales, al principio con honesta y terrible preocupación, y con el paso de los años, después de décadas escuchando predicciones fallidas y esperando catástrofes que nunca llegaron, orientando esa curiosidad al cuestionamiento constante de todo aquello que se nos presenta como científicamente probado, especialmente en aquellos temas que se nos exige no dudar. Como superviviente al apocalipsis del agujero de ozono, a la lluvia ácida, a tres fechas límite para frenar el calentamiento global y a la extinción de las abejas, me he ganado el derecho a opinar algo con cierto criterio.
El cambio climático ha sido una preocupación del ser humano desde que el hombre es hombre. Seguramente entre las primeras cosas que nos planteamos estaban el sol, el viento, la lluvia, el frío... Inevitablemente, como sucedía con todo lo que no comprendíamos, se explicó a través de mitos y supersticiones y se intentó controlar a través de rituales: desde la danza de la lluvia hasta el sacrificio de niños. En innumerables sociedades el mal clima era visto como castigo de los dioses por nuestros pecados, que podían ser pagados con algún tipo de sacrificio.
Irónicamente, la teoría del cambio climático actual que conocemos todos (las temperaturas de la Tierra se están elevando de manera catastrófica por culpa del CO2 que emiten las actividades humanas) no deja de ser una nueva edición de estos mitos. Y, como veremos en el siguiente apartado, parece que nuestra especie siempre ha sido incapaz de aceptar, aunque sólo sea como una posibilidad más, que el clima cambia de manera natural, que siempre lo hará, y lo que haga o deje de hacer el hombre quizá no es tan importante.
Repasemos la teoría de manera sencilla: la Tierra se está calentando desde hace un siglo y medio y buena parte de ese calentamiento (y todo el producido desde 1950) se debe a la emisión de gases de efecto invernadero, fundamentalmente el CO2, lo que podría llevar a cambios catastróficos para la vida en el planeta y para la civilización. Esto es ciencia asentada e indiscutible y el debate está cerrado.
Ahora bien, seguramente nunca oigamos las preguntas pertinentes y obvias ante estas afirmaciones: ¿Es normal que cambie el clima?¿Cuánto han subido las temperaturas?¿Hay precedentes de temperaturas iguales o superiores a las actuales?¿Qué causó los cambios climáticos del pasado?¿Cuál es la temperatura ideal para la Tierra?¿Cómo sabemos con seguridad que este calentamiento lo provoca el CO2?¿Es malo el CO2?¿Cuánto CO2 producimos y cuánto hay en la atmósfera?¿Cuál es el nivel de CO2 deseable o normal?¿Se puede hacer algo?¿Es grave? A todas estas preguntas pretendo responder a lo largo de las siguientes páginas.
Un siglo apocalíptico
Corrían los años 70 cuando los medios de comunicación de masas comenzaron a dar voz a una preocupación creciente en la comunidad científica: algo anómalo estaba sucediendo con las temperaturas del planeta. Periódicos como el New York Times, el Washington Post y la revista Time [1] empezaron a hablar en términos preocupantes y hasta catastróficos. Un grupo de científicos reunidos en la Univesidad de Brown remitió a la Casa Blanca una carta [2] exponiendo el peligro inminente al que se enfrentaba la humanidad: se hablaba de un cambio climático abrupto que dañaría las cosechas y que provocaría fenómenos meteorológicos extremos. Aunque muchos creían en las causas naturales de este acontecimiento, algunos, como el Doctor Rasool de la NASA, comenzaron incluso a señalar el posible papel del hombre en esta alteración catastrófica del clima del planeta, y señaló a la quema de combustibles fósiles como causa principal [3].
Aunque pueda sorprender a muchos, no estoy hablando del calentamiento global, hoy llamado cambio climático, omnipresente hoy en todos los medios de comunicación, universidades y programas electorales, sino de la que en los años 70 llamaban la inminente Nueva Edad de Hielo. Así es: en aquel entonces, los científicos y los medios estadounidenses parecían convencidos de que la Tierra se enfriaba a un ritmo acelerado desde 1940. El Doctor Rasool, antes mencionado, hablaba de una caída de 6 grados de las temperaturas para 2021 provocada por las partículas de polvo emitidas por la quema de carbón y petróleo, que bloquearían la luz del sol. Algunos científicos comenzaron incluso a proponer soluciones como espolvorear carbón sobre el hielo para frenar el avance observado de los casquetes polares año tras año, observación también corroborada por científicos de la Unión Soviética [4].
Diez años después del punto álgido del temor a la nueva edad de hielo, de nuevo el clima volvía a convertirse en preocupación apocalíptica para la humanidad. De nuevo, peligro de quedarnos sin cosechas, fenómenos meteorológicos extremos y la causa, de nuevo, la quema de combustibles fósiles, pero esta vez por las emisiones de CO2 que, al tratarse de un gas que retiene brevemente la energía que absorbe, provocaría un efecto invernadero cada vez mayor. No era nueva esta teoría. En los calurosos años 30, los medios estadounidenses hablaban del derretimiento catastrófico de los glaciares que inundaría en cuestión de un par de décadas las ciudades costeras [5]. Esto no pasó, pero eso no ha impedido que se retome la predicción. Ambos periodos, el miedo al frío y el miedo al calor, están de sobra documentados en los medios de la época.
Unos registros insuficientes y deficientes
Después de esta introducción, sin duda lo primero que cabe plantearse es cómo es posible que sólo en el espacio de 10 años se pasara de hablar de una nueva glaciación a un calentamiento peligroso del planeta. El clima no es algo sobre lo que podamos sacar conclusiones con sólo unas décadas de estudio, puesto que se trata de una media de temperaturas, precipitaciones y otras variables meteorológicas medidas a lo largo de varias décadas y cuyo cambio se produce a largo plazo. No es cuestión de si este año hizo mucho calor y el pasado hizo mucho frío, sino de las tendencias observadas en un lugar a lo largo de muchos años. Los llamados científicos climáticos (realmente físicos o geólogos) basan sus afirmaciones en un periodo que, como mucho, abarca desde 1870 hasta hoy. Pocas conclusiones se pueden sacar en un espacio de tiempo tan corto, sobre la normalidad o anormalidad de ciertos cambios o sobre su beneficio o perjuicio.
Pero hay un problema añadido y es la escasez de registros en gran parte del planeta hasta mediados del siglo XX: sólo EEUU, tiene un buen registro de las temperaturas desde hace más de un siglo que cubre todo su territorio [6], por lo que esos gráficos aterradores que nos muestran sobre el calentamiento del último siglo no dejan de ser reconstrucciones y estimaciones, reconstruidos una y otra vez sobre observaciones muy incompletas ¿Son fiables estos modelos? El Centro Nacional de Estudios Atmosféricos estableció, en tiempos del miedo a otra glaciación, que las temperaturas de la Tierra entre 1940 y 1970 habían caído 0,4 grados, por debajo de los valores de 1900 [7]. La Academia Nacional de Ciencias de EEUU hablaba de un enfriamiento aún mayor en 1975 [8]. Sin embargo, las últimas reconstrucciones de la NASA eliminan por completo este periodo de enfriamiento. Y es más: mientras las reconstrucciones que hizo la NASA en el año 2000 hablaban de un calentamiento de medio grado entre 1885 y 1998, las reconstrucciones de 2019 triplican el calentamiento para este periodo. Cada pocos años, la NASA y otras agencias entregadas a la causa del cambio climático elaboran nuevas gráficas y la tendencia general es la de enfriar cada vez más el pasado y calentar cada vez más el presente. Si no se puede medir la temperatura de cada año con precisión, difícilmente van a ser fiables los modelos predictivos que se deben ajustas a ellas.
Ilustración 1: Comparación entre las temperaturas globales estimadas por el Centro Nacional de Investigaciones Atmosféricas en 1974 y la NASA en 2017 para el mismo periodo. Elaborada por Tony Heller
Otra fuente de datos que tenemos son las mediciones satelitales de temperatura [9], pero éstas sólo se remontan a 1979 y, de nuevo, discrepan bastante unas de otras dependiendo de los modelos que usen. Como sea, estas muestran un calentamiento mucho más modesto que el esperado por los modelos. Existen también mediciones recientes basadas en el estudio de los anillos de los árboles, que corroboran un calentamiento previo a 1940, el enfriamiento de 1940 a 1970 y un calentamiento posterior [10]. En cualquier caso, parece razonable por las múltiples fuentes que tenemos asumir que durante el último siglo y medio el planeta se ha calentado, aunque su cuantificación exacta resulte casi imposible.
¿Qué es una anomalía más para el clima?
Como ya he dicho, es prácticamente seguro que el planeta se ha calentado los últimos 150 años, con oscilaciones mayores o menores. Esto es algo sostenido por prácticamente todos los científicos. La cuestión ahora es si es normal que el planeta se caliente, si es habitual que se caliente en la medida que lo ha hecho y si es peligroso de alguna manera para la vida o para la civilización. Para esto debemos recurrir a lo que llamamos registros paleoclimáticos.
Los registros paleoclimáticos son mediciones indirectas de la temperatura en distintas zonas del planeta mediante infinidad de fuentes: desde el estudio de isótopos depositados en sedimentos hasta el estudio de los anillos en los fósiles de ciertos árboles. Cuando se estudian los últimos 550 millones de años, nos encontramos con temperaturas medias hasta 12 ó 15 grados superiores a las actuales en algunos periodos y, de manera mucho más reciente, periodos glaciares con temperaturas en torno a 5 ó 6 grados menores que las actuales. La cuantificación de la temperatura varía de unas fuentes a otras, pero en lo que parecen coincidir es en que, a pesar de estar en una pausa “cálida” entre glaciaciones, la Tierra se encuentra actualmente en uno de los periodos fríos de esos últimos 550 millones de años. Lo anómalo del clima, visto esto, sería que fuese estable.
Pero hablamos de cambios lentos, que casi siempre se han producido a lo largo de centenares de miles de años como poco ¿Qué hay de tiempos más recientes? Tenemos cientos de estudios y miles de evidencias de etapas más cálidas que la actual en los últimos 8000 años y muy especialmente del último milenio. Es más: de acuerdo con la mayoría de registros paleoclimáticos, de ese periodo de 8000 años sólo los 300 años previos al siglo XX fueron más fríos que éste. Tenemos evidencias arqueológicas de que tanto en época de los romanos como en el medievo, los viñedos se extendían hasta el norte de Inglaterra y el sur de Escocia, algo que el frío hace imposible en la actualidad. Es común encontrar bajo glaciares en retroceso restos de bosques de pocos cientos o miles de años, señal inequívoca de que durante cierto tiempo, en épocas recientes, las temperaturas fueron más cálidas que en la actualidad [11]. Los árboles crecían en mayores latitudes y alturas de lo que hoy permiten las bajas temperaturas [12]. La extensión del hielo marino del Océano Ártico es alta, cuando se compara con la que se estima que ha tenido los últimos 10.000 años, y también refleja menor extensión del hielo hace un milenio [13]. Existe actualmente un interés notorio por parte de algunos “científicos climáticos” por negar o relativizar estos periodos cálidos relativamente recientes, a pesar de la cantidad de evidencias que señalan su existencia. La página CO2 Science recopila en su llamado The Medieval Warm Period Project [14] una colección de estudios realizados en todo el planeta que prueban la existencia de esta etapa cálida reciente.
Como he dicho, entre este periodo cálido medieval y el periodo cálido actual hubo una etapa de enfriamiento conocida como la Pequeña Edad de Hielo y que tocó a su fin en 1850, por lo que un ascenso de las temperaturas no sólo era esperable sino deseable, si tenemos en cuenta las dificultades para las cosechas que supuso este periodo de inviernos especialmente duros. La vida en el planeta, los cultivos y, por tanto, la civilización humana, suelen beneficiarse más de los climas cálidos que de los fríos. Basta comparar la biodiversidad de los trópicos con la de la Antártida.
El malo de la película: el dióxido de carbono o CO2
Que el calentamiento del planeta no sea ni mucho menos inédito no quiere decir, claro está, que toda la teoría sea errónea. Así que hablemos del protagonista de esta historia: un gas llamado dióxido de carbono.
Es común escuchar a la mayoría de la gente relacionar contaminación con clima, o incluso basura con clima, en medio de la confusión y la alarma que rodea al asunto. Considerar el dióxido de carbono un contaminante es incluso más absurdo que considerar como tal el oxígeno. Es un gas que no sólo es inocuo para el ser humano sino esencial para la vida y no sólo eso: es realmente escaso y actualmente se encuentra casi en mínimos si lo comparamos con las variaciones que ha sufrido en los últimos 550 millones de años. Esto es bastante lógico: el CO2, mediante reacciones químicas en los océanos, procesos geológicos y mediante el enterramiento de materia orgánica para formar carbón y petróleo, ha ido reduciendo su presencia en la atmósfera, hasta ser hoy un minúsculo 0,04% de ésta. Quemar carbón y petróleo significa la devolución de una parte de ese CO2 ya enterrado a la atmósfera y se asume de manera general que el aumento de CO2 atmosférico de los últimos 100 años (de ser un 0,03% a ser un 0,04%) es debido a estas actividades, a pesar de que representan menos de un 5% de las emisiones anuales de CO2 de todo el planeta
Qué efectos tiene esto? El único demostrado y evidente es el del aumento de la masa vegetal del planeta Tierra. La mayoría de plantas que conocemos surgieron en épocas de mayores niveles de CO2, por lo que a día de hoy, en una atmósfera pobre en CO2, se calcula que no alcanzan el 30% de su desarrollo potencial. Más masa vegetal significa mas alimento disponible, tanto para otros organismos como para la humanidad. El CO2 es, ante todo, un fertilizante[15]. Esto difícilmente será asumido nunca por el movimiento ecologista, cuya cosmovisión es incapaz de apartarse de la idea del ser humano como destructor de un supuesto equilibrio natural, que por definición sería óptimo.
La otra cualidad del CO2 es la de ser es la de ser, en teoría, un gas de efecto invernadero. Sin embargo, es muy importante subrayar el siguiente dato que es desconocido para la gran mayoría de la población: no existe a día de hoy ninguna evidencia experimental de que el CO2 atmosférico provoque calentamiento, y mucho menos éste ha podido ser cuantificado. Ni siquiera el efecto invernadero y su magnitud han sido probados, sino que se trata de hipótesis más o menos aceptadas. No se puede demostrar el efecto invernadero del CO2 porque la atmósfera no es replicable en un laboratorio. Primero, porque la atmósfera es un sistema abierto, no un espacio cerrado por un cristal, por lo que los gases pueden comportarse de manera muy diferente. Segundo, porque la atmósfera está interactuando constantemente con la hidrosfera, la biosfera y la geosfera y el resultado de aumentar el CO2 es imprevisible.
Supongamos que es cierto que aumentar la cantidad de CO2 atmosférico provoque un calentamiento extra de la atmósfera. Ese aumento de temperatura podría provocar, a su vez, un aumento del vapor de agua. En esta retroalimentación se basan los modelos climáticos actuales, ya que el CO2 en sí tendría un efecto invernadero muy pobre si lo comparamos con el mucho más abundante vapor de agua. Sería, por tanto, el aumento del vapor de agua causado por el pequeño calentamiento consecuencia del CO2 lo que provocaría un verdadero aumento de la temperatura.
Pero este aumento del vapor de agua podría provocar una mayor cantidad de nubes bajas y, por tanto, bloquear mayor cantidad de energía solar y hacer descender las temperaturas. La única manera de demostrar la hipótesis, dado que no puede replicarse dentro de un laboratorio todo el sistema climático de la Tierra, es a través de modelos predictivos que expliquen tanto los cambios del pasado como lo que vaya a suceder en el futuro. Esto sigue estando muy lejos de suceder.
¿De dónde sale entonces esta aparente seguridad total en que el CO2 provoca aumento de las temperaturas? Pues del estudio del hielo de la Antártida, donde se han registrado, capa a capa, cientos de miles de años de temperaturas y niveles de CO2. En estos registros son bien visibles las cuatro últimas glaciaciones, cada una con un periodo interglaciar como el que vivimos actualmente. Y con una correlación casi perfecta, los niveles de CO2. La hipótesis del CO2 como controlador del clima nace de esta correlación, pero hay un problema: el CO2 varía siempre cientos de años después de la temperatura, nunca antes. Es más, cuando la última glaciación comenzó y las temperaturas habían caído ya 6 grados, el CO2 seguía a niveles de un periodo cálido o interglaciar. Es más probable asumir que las variaciones del CO2 responden a que éste es un gas que se disuelve en los océanos cuando más fríos están y se libera cuando se calientan.
El clima siempre ha estado variando, pero el CO2 no lo ha acompañado necesariamente. De hecho, en los últimos 550 millones de años encontramos glaciaciones con niveles de CO2 diez veces mayores que los actuales. Y, en la Edad Media, teníamos temperaturas superiores a las actuales con niveles de CO2 menores. Las causas de los cambios climáticos de la Tierra han sido muchas. Entre ellas: irregularidades de la órbita de la Tierra, variación de la actividad solar, salinidad de los océanos, disposición de los continentes a la hora de permitir el flujo de las corrientes oceánicas, polvo atmosférico, nubosidad, erupciones volcánicas, cantidad de luz reflejada por el hielo en los polos... y probablemente muchas más. La mayoría de estos cambios, pasados y presentes, siguen sin explicar, porque nuestro conocimiento del clima es aún minúsculo.
30 años de fracasos
La imagen de un oso polar famélico o bien flotando sobre un trozo de hielo a la deriva se ha convertido en la imagen icónica a la hora de hablar del cambio climático. La segunda resulta absurda en cuanto a que los osos polares son grandes nadadores (por algo se llaman ursus maritimus) mientras que la primera, que dio la vuelta al mundo, se trató de un bulo difundido por National Geographic, por el cuál tuvo que pedir disculpas, reconociendo que probablemente el oso estaba enfermo y que no podía culparse al cambio climático de su situación[16]. De hecho, no hay ninguna evidencia de que la población de osos polares esté descendiendo, sino todo lo contrario, desde que su caza fue prohibida en la mayoría de países, hacia 1970. Es curioso que personas y organizaciones que dicen hablar en nombre de la ciencia no se molesten en buscar un dato tan simple como es el estado de las poblaciones de osos polares.
Pero el historial de falsedades y malas predicciones sólo comienza aquí. Una de las más conocidas es la del aumento cada vez más rápido del nivel del mar debido a la fusión del hielo continental en la Antártida y Groenlandia. Puntualicemos que, desde el final de la última glaciación, el nivel del mar está aumentando, por lo que hablamos de una aceleración de ese aumento. A pesar de los gráficos que elabora la NASA (una vez más, contradiciendo sus propios datos de hace varias décadas), a lo ancho y largo de todo el planeta los mareómetros no muestran ninguna aceleración inusual en el nivel del mar. De hecho, es difícil hablar de cuánto aumenta el nivel del mar porque, dependiendo de dónde sea medido, puede estar subiendo o bajando. Y es que el mar no es lo único que varía su nivel: también los continentes se elevan o se hunden, por lo que es imposible saber qué se mueve con respecto a qué. Es más: la revista Nature publicaba un estudio en el que se aseguraba que, según los satélites, la tierra ha ganado superficie al mar en los últimos 30 años [17]. 30 años era el plazo que dieron algunos científicos de renombre como James Hansen para que la parte baja de Manhattan estuviera ya sumergida bajo el océano. Lo dijo en 1988.
Ilustración 2: Temperaturas de Nuuk, Groenlandia. Fuente: NASA/GISS
Tampoco, siguiendo con lo que acabamos de hablar, está teniendo lugar ningún calentamiento anómalo o derretimiento catastrófico de los glaciares en Groenlandia o Islandia. Las temperaturas actuales en ambos territorios no son diferentes de las alcanzadas en los años 30, antes de comenzar un enfriamiento hasta mediados de los años 70, mientras los niveles de CO2 no paraban de aumentar.
Otro mito muy extendido y sin ninguna evidencia empírica es la de el aumento de la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, refiriéndose especialmente a huracanes, tornados o sequías. Se ha vuelto ya habitual, especialmente en la atemorizada sociedad estadounidense, culpar al cambio climático de cada huracán que golpea zonas habitadas, como si éstos fuesen un fenómeno antes inexistente. La verdad es que el número de huracanes está en tendencia decreciente desde que hay registros, igual que el número de tornados, y no hay evidencias de un aumento de las sequías por culpa del CO2. Esto está reconocido incluso en el último informe del IPCC, el organismo de las Naciones Unidad para el Cambio Climático [18].
Otro fenómeno habitual que se ha convertido en castigo por nuestros pecados de carbono es el de los incendios. Para qué culpar a la administración del mal mantenimiento de los montes o de la falta de medios cuando uno puede culpar al cambio climático de los incendios. De nuevo, una afirmación sin fundamento. La propia NASA señala una tendencia decreciente en la superficie quemada en la Tierra los últimos 20 años.
Ilustración 3: Área global quemada. Fuente: NASA.
Tampoco ha muerto la Gran Barrera de Coral, que se está recuperando después de su blanqueamiento hace unos años, un fenómeno cíclico y en absoluto inédito.
La nieve fue otro de los fenómenos cuyo fin fue anunciado por los llamados científicos climáticos. El Doctor David Viner, de la Universidad de East Anglia centro neurálgico de la ciencia climática – aseguraba en el año 2000 que en pocos años la nieve sería algo raro de ver: “Nuestros hijos no sabrán lo que es la nieve” [19]. Sin embargo, esta primavera cientos de renos murieron en el archipiélago de Svalbard, en el Ártico, porque el exceso de nieve y hielo los habían privado de alimentos [20]. Por supuesto, la culpa fue atribuida sin el más mínimo estudio al cambio climático. Mientras escribo estas líneas, EEUU sufre tormentas de nieve a lo largo del país en pleno octubre y unas temperaturas muy por debajo de lo normal, récords históricos en muchos puntos. Probablemente ya haya artículos culpando al cambio climático.
Los Grandes Lagos de Norteamérica también fueron objeto de varios estudios alarmistas que aseguraban que estaban secándose por culpa del cambio climático [21]. Entonces llegó 2014 y los lagos se llenaron hasta niveles históricos. El diagnóstico fue que el cambio climático estaba provocando grandes cambios en los niveles de agua [22]. Los niveles bajos y los altos, cubriendo todo el espectro de futuras situaciones que pudieran darse. Esto de atribuir la observación al cambio climático, aunque sea opuesto a lo predicho anteriormente, es una práctica muy común.
Y cómo dejar fuera de este recorrido por los grandes éxitos de la ciencia climática el informe del IPCC de 2001 en el que vaticinaban, que para el año 2020, las playas del Mediterráneo de España habrían desaparecido bajo el Mediterráneo desbordado, mientras los habitantes del norte de la península se pasearían en camiseta entre paisajes salpicados de palmeras [23]. Los informes anuales de la AEMET, mientras tanto, muestran que las temperaturas medias de España permanecen prácticamente constantes desde 1995.
La lista puede continuar con decenas de predicciones fallidas, como la hecha por Al Gore – supuestamente asesorado por científicos – de que para el año 2013 el Ártico no tendría hielo durante los veranos, pero al final todo se reduce a dos ideas principales: la primera, nuestra total ignorancia acerca del clima y sobre todos los procesos asociados a él; la segunda, la evidente tendencia al alarmismo que no sólo daña la credibilidad de quienes elaboran estas predicciones sin fundamento, sino la de la ciencia como institución y como método.
Consenso (o sin él)
Quienes cuestionan la teoría del cambio climático antropogénico han sido calificados como negacionistas – equiparándolos a quienes niegan el Holocausto – y han sido acusados muchas veces de no ser verdaderos científicos, de estar a sueldo de petroleras y otras industrias energéticas, de pertenecer a la extrema derecha y de pecar de conspiranoicos. Es curioso que quienes hacen esta última acusación sostengan que los miles de científicos que no están de acuerdo con la susodicha teoría estén todos a sueldo de empresas petroleras. Demasiadas molestias se toma una industria que no ha dejado de ganar dinero ni en medio de la histeria climática.
Habremos escuchado infinidad de veces el mismo argumento para validar la actual hipótesis sobre el cambio climático provocado por el hombre de que “la ciencia está asentada”, o bien “el 97% de los científicos está de acuerdo con esta teoría”. Esto es lo que se conoce como falacia de autoridad. La ciencia no es una religión en la que ciertos conocimientos son incuestionables, sino todo lo contrario: se basa justamente en que toda teoría es refutable. Tampoco es una democracia. Aparte de que ese dato del 97% es absurdo (está basado en un estudio de Tim Cook que es totalmente insostenible), el conocimiento científico no es algo que sea válido porque lo defienda mucha gente. Los avances en la ciencia siempre han significado la ruptura de lo generalmente aceptado.
Miles de científicos, geólogos y físicos de todo el mundo, llevan años denunciando los errores de esta teoría, el mal hacer científico de sus defensores, su alarmismo injustificado o incluso proponiendo hipótesis alternativas. Tenemos entre ellos a los 31.000 firmantes del manifiesto “The Petition Project” [24], dirigido al gobierno de EEUU, pero también a los 90 científicos italianos que dirigieron recientemente una carta similar al gobierno de su nación [25], a los 500 que han enviado recientemente una carta similar a las Naciones Unidas en respuesta al histerismo promovido por l producto de mercadotecnia Greta Thunberg [26] o a los 49 antiguos científicos y astronautas de la NASA que se dirigieron en términos similares a la afamada agencia [27]: todos concuerdan en que no hay evidencia científica de que los llamados gases invernadero hayan causado o vayan a causar un calentamiento catastrófico del planeta. Algunos los que sostienen esta afirmación son auténticas eminencias: el fallecido Bill Gray, que desarrolló en los años 60 el moderno sistema de detección de huracanes de EEUU y que dejó de recibir fondos públicos para investigar tras comunicar al entonces vicepresidente Al Gore su posición en contra de las teorías que vinculaban cambio climático y CO2. Otro es el premio Nobel de Física Ivar Giaever, que renunció como miembro de la Sociedad Americana de Física en protesta por sus posturas acerca del cambio climático, que considera propia de una religión y no de la ciencia. De igual manera se declaran escépticos grandes científicos como Antonio Zichichi, ex presidente de la Sociedad Europea de Física; Claude Allegre, ex ministro francés de educación y doctorado en física; Reid Bryson, geólogo y meteorólogo considerado el padre de la climatología científica moderna. La lista es larga y comprende desde quienes consideran que el cambio climático provocado por el hombre existe pero no es alarmante hasta quienes plantean su inexistencia y lo atribuyen a puras causas naturales. Lo cierto es que, a día de hoy, no existe evidencia científica de ésta relación y los modelos basados en ésta siguen prediciendo un calentamiento mucho mayor del observado.
No hay alternativa
Incluso aunque finalmente se demostrara que, efectivamente, el CO2 está provocando un calentamiento del planeta y decidiéramos que esto va a ser perjudicial para nuestra especie, no es realista con nuestro actual nivel de desarrollo tecnológico simplemente dejar de emitir CO2. Las mal llamadas energías renovables, aparte de necesitar grandes cantidades de materiales muy escasos y contaminantes, son incapaces a día de hoy de satisfacer la demanda (sólo producen electricidad cuando sopla el viento o cuando luce el sol) y son altamente ineficientes (la poca electricidad que producen es muy cara y la convertirían en un bien de lujo)
La energía nuclear es la mejor alternativa a los combustibles fósiles a la hora de producir electricidad, pero su implantación no sólo está frenada por diversos grupos de presión ecologistas, sino que conllevaría muchas décadas y una fuerte inversión inicial convertirla en la principal fuente energética del mundo. Además, los vehículos siguen dependiendo de los derivados del petróleo para funcionar y el coche eléctrico, al menos en su nivel actual de desarrollo, no es viable como medio de transporte para las masas y mucho menos es ecológico. Las cantidades de cobalto, litio, cobre y tierras raras necesarias para fabricarlo son, a día de hoy, inasumibles, como advierte el director de Ciencias de la Tierra del Museo de Historia Natural de South Kensington [28].
En Asia y en África se proyectan hoy cientos de centrales de carbón, por lo que cerrar unas pocas decenas en Europa o Estados Unidos no marcará ninguna diferencia. Evidentemente, el resto de países del mundo tienen derecho a buscar su vía al desarrollo y para ello buscarán una fuente de energía disponible, estable y barata. Tienen el derecho y el deber de hacerlo para sacar a cientos de millones de sus habitantes de la pobreza.
Cui prodest
La pregunta que surge tras recopilar toda esta serie de datos es evidente: ¿Por qué todo este alarmismo?¿Hay algo de cierto?¿Es una equivocación?¿Una conspiración?
No puedo afirmar lo que no puedo demostrar, pero puedo hablar de lo que intuyo por cómo funciona la sociedad capitalista en su conjunto. La teoría del calentamiento global (el término “cambio climático” fue posterior) resurgió en un momento muy conveniente para las élites estadounidense y europea: los años 80, en plena implantación del neoliberalismo en medio de grandes huelgas y una fuerte represión. En este contexto, en el que las fábricas y las minas cerraban en los países desarrollados para establecerse en países con mano de obra más barata, el calentamiento global se convirtió en una excelente arma ideológica en manos de los gobiernos impopulares, un argumento en apariencia progresista pero que no dejaba de ser pura doctrina de shock: o nuestros planes o el apocalipsis. No es casualidad que fuese Margaret Thatcher la madrina política de esta teoría, la primera lideresa prominente en llevar la cuestión a la ONU y llamar a la acción de todos los países miembros [29]. Una teoría científica que demonizaba el carbón era idónea para la mujer que aplastó con mano de hierro a los mineros del carbón. La lucha contra el cambio climático era y es perfectamente funcional a la globalización neoliberal y a la deslocalización industrial.
Surgía además en una época en la que había quedado patente que la dependencia del petróleo podía ser un problema muy grave para Occidente, por lo que buscar alternativas era más un imperativo económico que ecológico. No es casualidad que, ante el éxito del fracking, EEUU haya decidido abandonar la senda de la lucha contra el cambio climático.
Es, además, una excelente forma de neocolonialismo: intentar penalizar y evitar que países en vías de desarrollo se electrifiquen, como ha intentado recientemente el FMI al negarse a dar fondos para centrales de carbón en África.
Por otro lado, los impuestos indirectos al carbono y las subvenciones a lo “eco”, las energías renovables y otros agujeros de dinero público se están convirtiendo en una forma más de saqueo de la riqueza de los trabajadores para traspasar cada vez más a las grandes empresas. Las petroleras, al contrario de lo que sostienen algunos, no están perdiendo dinero con esto, porque todo al final lo paga el usuario. El negocio montado en torno al cambio climático es ya de proporciones demasiado grandes para admitir dudas o incertidumbres.
También es probable que haya influido a la hora de inflar esta burbuja de pánico el que todas las grandes potencias se beneficien de alguna manera del negocio del cambio climático. Son países que exportan gas, paneles solares, molinos de viento... Todos pueden encontrar una parcela en la que sacar beneficios temporalmente.
Sin embargo, lo que sin duda ha sido definitivo ha sido que la ciencia, como cualquier institución, es fácilmente corruptible. Cuando alguien elabora una teoría que puede beneficiar a cierto grupo de poder, dicho grupo de poder financia más investigaciones en ese sentido. Más financiación conlleva más estudios, una apariencia de cada vez mayor consenso y la atención de los medios. Los medios, que además son muy propensos a comprar la historia más catastrófica posible, alarman con la situación, lo que lleva a más financiación para estudiar dicha teoría. Y llega un punto en el que la sobreexposición mediática es tal y la cantidad de dinero en juego es tan grande que muy pocos eligen explorar alternativas y casi todos quieren participar del tema. El biólogo que quiere estudiar las arañas de un pueblo de México ya no pide financiación para estudiar las arañas de un pueblo de México, sino que propone estudiar los efectos del cambio climático en las arañas de un pueblo de México. Y quien disiente y compromete los fondos de las universidades se convierte rápidamente en un paria. Esto es lo que le sucedió al anteriormente mencionado Bill Gray pero también al físico Peter Ridd, de la Universidad James Cook, que fue expulsado (y luego indemnizado de manera millonaria por sentencia judicial) por señalar que quienes sostenían que la Gran Barrera de Coral estaba muriendo por culpa del cambio climático lo hacían sin base científica, malgastando millones de dólares que el gobierno destinaba a investigaciones que fueran en esa dirección [30]. En la ciencia, como en las películas, las historias sobre catástrofes reciben siempre más atención. Y qué mejor negocio hay para el capitalismo que una catástrofe.
Conclusiones
Después de más de 30 años de predicciones erróneas, posponiendo una y otra vez el fin del mundo,la ciencia del cambio climático tal y como está funcionando no puede ser tomada en serio en cuanto a ciencia. En el mejor de los casos, se trata de una teoría muy incompleta sobre un tema que nos sigue siendo desconocido. En el peor, se trata de una hipótesis totalmente fallida que, si no fuera por su exceso de financiación y su sobreexposición mediática, habría sido descartada para seguir otras líneas de investigación. En cualquier caso, está claro que es una ciencia cuyos modelos no deberían usarse para hacer política y, sin embargo, es justamente a lo que ésta se reduce. Es surrealista que se declare una emergencia por algo que apenas está cambiando nuestro modo de vida, más allá de tener que pagar más por todo.
La ciencia es corruptible porque necesita de dinero, y son quienes tienen dinero quienes tienen la facilidad de ponerla a su servicio ¿Interesa vender el diésel? El diésel es mejor que la gasolina ¿Ya no interesa? El diésel es peor que la gasolina. Es por cuestiones como ésta que se requiere de la vigilancia constante no sólo por parte de otros científicos cuyo desacuerdo debe ser respetado, sino de quienes no lo somos, en la medida que seamos capaces de cuestionar, para no caer ni en el escepticismo total con respecto a la ciencia ni en la credulidad acrítica de quien asume todo lo que nos aseguran los medios que viene avalado por “los cientificos”, porque ambos caminos nos llevan a la negación de la verdad y el conocimiento, al relativismo y al oscurantismo. Sería deseable fomentar el pensamiento científico y crítico para que quien hace la ciencia no sea un sacerdote en posesión de una verdad que no tengamos más remedio que creer.
Es habitual escuchar cosas como que, aunque los modelos climáticos no funcionen, deberíamos reducir las emisiones de CO2 “por si acaso”, como si las políticas para mitigarlo no fuesen un golpe durísimo para las ya maltrechas economías de la mayoría de trabajadores, que sin duda son los que acabarán pagando el grueso de estas medidas de un modo u otro. Mientras el cambio climático provocado por el hombre no sea demostrado y cuantificado, y mientras no haya ninguna alteración grave y notoria del clima, lo verdaderamente científico sería asumir que el clima cambia de manera natural como siempre lo ha hecho y lo seguirá haciendo, independientemente de lo importantes que nos creamos. No se puede partir de la veracidad de la hipótesis de su origen humano, aunque sea por precaución, y exigir a otros que demuestren que no es cierta. Sería como exigir a la ciencia demostrar que Dios no existe. O en este caso, es como exigir a la ciencia demostrar que Dios no existe y a la vez advertir de que es mejor no intentarlo, por si acaso existe y se enfada.
REFERENCIAS:
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[19] The Independent. Snowfalls are now just a thing of the past (20-03-2000) https://www.independent.co.uk/environment/snowfalls-are-now-just-a-thing-of-the-past-724017.html
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[23] REGO, P. (25-02-2001) El Mediterráneo sin playas. El Mundo https://www.elmundo.es/cronica/2001/CR280/CR280-13.html
[24] The Petition Project http://www.petitionproject.org/
[25] L'Opinione della Libertà (19-06-2019) Clima, una petizione controcorrente http://www.opinione.it/cultura/2019/06/19/redazione_riscaldamento-globale-antropico-clima-inquinamento-uberto-crescenti-antonino-zichichi
[26] La Tribuna del País Vasco (28-09-2019) “No hay ninguna emergencia climática” https://latribunadelpaisvasco.com/art/11658/no-hay-ninguna-emergencia-climatica
[27] FREEMAN, D. (04-11-2012) NASA global warming stance blasted by 49 astronauts, scientists who once worked at agency https://www.huffpost.com/entry/nasa-global-warming-letter-astronauts_n_1418017
[28] Natural History Museum (05-06-2019) Leading scientists set out resource challenge of meeting net zero emissions in the UK by 2050 https://www.nhm.ac.uk/press-office/press-releases/leading-scientists-set-out-resource-challenge-of-meeting-net-zer.html
[29] VIDAL, J. (09-04-2013) Margaret Thatcher: an unlikely green hero? The Guardian https://www.theguardian.com/environment/blog/2013/apr/09/margaret-thatcher-green-hero
[30] SMEE, B. (06-09-2017) Peter Ridd awarded $1.2m in unfair dismissal case against James Cook University. The Guardian https://www.theguardian.com/australia-news/2019/sep/06/peter-ridd-awarded-12m-in-unfair-dismissal-case-against-james-cook-university