Russia Today, 27/11/2011
Los países de la llamada 'primavera árabe' no acaban de ver luz al final del túnel.
Mientras Siria parece abocada a una guerra civil, en Libia y Egipto el derrocamiento de sus respectivos regímenes no ha venido acompañado de la ansiada estabilidad que reclaman sus pueblos.
Los llamamientos para cambiar el régimen de Siria procedentes del exterior hacen que la oposición actúe con mayor dureza, de forma que los enfrentamientos con los partidarios del poder se tornan cada vez más violentos, poniendo al Estado al borde de una verdadera guerra civil.
“Los países occidentales y algunos países de la región llaman y aconsejan a la oposición que no mantenga negociación alguna con el régimen de Al Assad. Esto parece una provocación política a escala internacional”, aseveró el canciller ruso Serguéi Lavrov.
“La situación es extremadamente peligrosa para el pueblo sirio, hay una seria amenaza de una guerra. Ya lo vimos en ejemplo iraquí que esto puede significar para la gente. Creo que la intervención y la intervención del Occidente en particular es una locura y debe estar fuera de la discusión”, considera Robert Naiman, el analista de la Política Exterior de EE.UU.
“Algunas de las cosas que trata de realizar la Liga Árabe podrían tener carácter positivo, la idea de los observadores internacionales en Siria me parece válida e intentos de su implementación podría ser positivos. A mi juicio la idea de que las sanciones podrían ser una panacea es potencialmente peligrosa. La liga Árabe debe meditar con prudencia sobre qué sanciones quieren imponer y sobre cuál será la meta de estas sanciones. Creo que hay que devolver al foco de la atención de idea de una solución mediante negociaciones, aunque obviamente esto no sea simple. Pero es importante reconocer que el régimen tiene sus partidarios en el país y que hay ciertas preocupaciones de las minorías sirias sobre posibles cambios. Tratamiento de estas preocupaciones debería ser una de las prioridades de la Liga Árabe y hasta el momento esto no lo ha asido así”, cree Robert Naiman.
Los desórdenes traspasan fronteras y se extienden también por las calles y plazas de la capital egipcia, donde no cicatrizan las heridas de la revolución de febrero. Pese a caer el régimen anterior la plaza Tahrir vuelve a teñirse de sangre.
"Es una cuestión de dignidad del pueblo egipcio. No queremos volver a ser humillados", sostiene uno de los manifestaciones involucrados en las protestas que esta semana se han cobrado decenas de muertos en El Cairo.
Otro país destrozado por la ola devastadora de la revolución es Libia. Los largos y sangrientos enfrentamientos no han traído la tranquilidad a sus habitantes, que tienen ante sí un país arruinado y un Gobierno que no han elegido. La atmósfera reinante les inspira desesperación y miedo.
“Creo que existe una ola de terror contra los que no están de acuerdo con el nuevo Gobierno libio”, dice Brian Becker, miembro de la coalición contra guerras A.N.S.W.E.R. “Esto no se presenta así en los medios occidentales, pero es terror. Si uno ahora se manifiesta contra las autoridades nuevas en Libia, probablemente será encarcelado, ejecutado o desaparecerá”, comenta el activista pacifista.
El nuevo régimen se estableció en gran parte debido a la contribución de la OTAN en el derrocamiento del coronel Muammar Gaddafi, caracterizado por la Alianza como un dictador. Sin embargo, las nuevas autoridades nacionales no parecen ajenas a los pecados de la tiranía.
En este ajedrez político cada uno tiene sus premios y sus intereses. Y parece que casi nadie piensa en el bienestar del pueblo, ése que a menudo sirve de pretexto para justificar intervenciones y estimular las revueltas.
"Algunas potencias fuera de Oriente Medio están interesadas en hacer que la situación se vuelva caótica para que las fuerzas de la OTAN puedan ejercer su control a largo plazo, y que los recursos petroleros de estos países ricos pasen a manos privadas", comenta el economista William Engdahl.
A duras penas los últimos acontecimientos en Oriente Medio y del norte de África pueden ser descritos como revoluciones democráticas. En estos países se cruzaron los intereses de las grandes potencias, que en su pugna por controlar la región y sus recursos, no parecen darse cuenta del alto precio que se ven obligados a pagar los lugareños.