Por Tommaso della Macchina
1.Introducción
La lucha contra el calentamiento global es uno de los pilares del discurso dominante. No hay día en que no seamos bombardeados con esta idea por los medios de comunicación, esos mismos que fomentan las guerras imperialistas de EE.UU. y sus adláteres, la precarización del trabajo asalariado o el capitalismo y su correlato político, la democracia burguesa, como único sistema viable. Los mismos medios que ocultan la corrupción y los manejos en la sombra de las élites económicas. Los mismos medios que ofrecen al consumidor de noticias una imagen debidamente satanizada de gobiernos del mundo (Rusia, China, Venezuela, Cuba, Corea del Norte, etc.) que no se arrodillan ante la OTAN y las multinacionales y bancos occidentales y al mismo tiempo una caricatura racista de sus súbditos, y todo ello para justificar el más abyecto intervencionismo (puro neocolonialismo, en realidad). No hay organismo supranacional en occidente que no se haga eco de la “debacle climática” en su agenda o partido que no lleve en su programa la lucha contra el calentamiento global u ONG que no obtenga grandes sumas de dinero en forma de donaciones de fortunas privadas o subvenciones estatales para oponerse a alguno de los aspectos relacionados con este nuevo Armagedón. Por primera vez en mucho tiempo, hay algo que pone de acuerdo y armoniza a toda la sociedad. Se acabó la conflictividad social: todos somos uno contra el cambio climático.
Sin embargo, desde una mentalidad de izquierda o, simplemente, desde un punto de vista medianamente crítico, uno debería hacerse esta pregunta: ¿cómo es posible que los medios de propaganda del capitalismo, es decir, los mass media, que encubren y justifican el expolio a la clase trabajadora, la corrupción de las clases opulentas o la agresión imperialista, puedan a renglón seguido bombardearnos con el mensaje de que el capitalismo está destruyendo el planeta? ¿Cómo es posible que el capitalismo arroje piedras contra su propio tejado de manera tan pública y notoria? Lo que sigue intentará contestar a esa pregunta.
2.Los orígenes de la idea del calentamiento global antropogénico
Durante la década de los 70 del siglo pasado, aunque hoy día nos cueste creerlo, la teoría climática más difundida era que íbamos hacia un periodo frío. En el Reino Unido la BBC contaba con un programa sobre el tiempo, The Weather Machine[1], donde el divulgador científico Nigel Calder[2] advertía de que las sequías (típicas de las épocas frías y no de las cálidas como nos hacen hoy día creer) y las bajas temperaturas de los inviernos podían indicar que nuestro planeta se estaba sumergiendo en una nueva Edad de Hielo. Se hablaba entonces del “enfriamiento global”[3]. Las explicaciones que daban los expertos eran diversas pero hubo una que fue especialmente difundida por los medios de comunicación de la época, la del llamado “oscurecimiento global”[4]. Según esta teoría, ciertas partículas en suspensión en la atmósfera al bloquear parte de la radiación solar podrían ser las causantes de esa tendencia al enfriamiento global. La idea no era nueva y ya se sabía que ciertos volcanes tras arrojar gran cantidad de ceniza durante la erupción habían causado episodios de enfriamiento global (por ejemplo, el verano de 1816 fue inusitadamente frío en el hemisferio norte por la erupción del monte Tambora en Indonesia) pero ahora a esto se le une la idea de que la mayor parte del oscurecimiento que causa el enfriamiento global vendría de la actividad industrial humana (humos de las fábricas y del transporte, etc.)
Década de los 70, cuando los medios divulgaban teorías científicas
que aterrorizaban a la población con la idea del “enfriamiento global”.
No obstante, con el cambio de década, la tendencia térmica se invierte y las temperaturas globales empiezan a subir. Entonces el discurso dominante echa mano de una teoría que defendía casi en solitario un meteorólogo sueco, Bert Bolin. Bolin, que había sido invitado por Calder a su programa The Weather Machine como un bicho raro que nadaba contracorriente a la luz de los datos climáticos de la época, opinaba que no se iba a más frío sino a más calor. La idea de Bolin podía ser extravagante entonces pero no era novedosa: ya había sido defendida por otro científico sueco, el químico Svante Arrhenius[5], en el siglo XIX, quien creía que el CO2 de las fábricas iba a librar del hielo y el frío a la Península Escandinava. Arrhenius, por tanto, consideraba algo positivo el calentamiento global producido por la industrialización y esto es algo que a los defensores de la idea del calentamiento global antropogénico se les olvida mencionar. Notése la primera incoherencia lógica: lo que en los años 70 provocaba un enfriamiento global pasa a provocar a partir de los años 80 justo lo contrario.
Pero el empuje definitivo a la idea del calentamiento global por CO2 se lo dio nada más y nada menos que la Sra. Magaret Thatcher, Primera Ministra del Reino Unido desde 1979 hasta 1990. Mrs. Thatcher, derechista acérrima, venció en las elecciones del 79 pero tuvo que vérselas con una oposición numantina por parte de la izquierda británica y especialmente de los potentes y bien organizados sindicatos mineros. En plena reconversión industrial a la Primera Ministra del Reino Unido se le ocurrió usar la tesis del calentamiento global antropogénico para desindustrializar el país y así desarmar a la clase obrera británica. Para ello, según afirmó el citado Nigel Calder en el documental de la BBC The Great Global Warming Swindle, Thatcher fue a la Royal Society (la máxima autoridad científica del Reino Unido) y “puso dinero en la mesa”[6] para quien probara que el CO2 provocaba un irreversible y catastrófico calentamiento global. Con ello no solo combatiría al movimiento obrero (que no tendría sentido si el tejido industrial se desmantelaba) sino que además solucionaría la dependencia energética británica de los combustibles fósiles (producidos por países en desarrollo que siempre tenían la opción de nacionalizar dichos recursos) al volcarse en la producción de energía nuclear, libre de emisiones de CO2 (pero causante de epidemias de cáncer, como la que causó el desastre nuclear de Sellafield[7], planta nuclear en el norte de Inglaterra donde se fabricaron las primeras bombas atómicas británicas). Además, la Dama de Hierro moldeó a su antojo la cúpula de la UKMet (la agencia estatal de meteorología británica) para que culpara del calentamiento al CO2 y ése fue el germen de lo que luego sería el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) de la ONU que se basaría en los mismos modelos climáticos usados por la agencia británica. A partir de ahí la administración británica empezó a subvencionar solo la investigación sobre el clima que demostrara un vínculo entre el CO2 y el calentamiento global. Y aquí está la segunda incoherencia lógica: ¿Cómo es posible que la izquierda actual defienda algo que formaba parte de un plan maquiavélico de la ultraderechista Magaret Thatcher para aplastar el movimiento obrero, potenciar la energía nuclear y, por ende, el militarismo, y boicotear la economía de los países en desarrollo?
3.La manipulación interesada de la ciencia
No hay que perder de vista que el fondo de la cuestión del calentamiento global es científico y no ideológico como nos hace creer el discurso dominante y por desgracia también la mayoría de la izquierda. A menudo se nos asegura que las tesis oficiales son ciertas simplemente por haber sido cuestionadas en algún momento por algún político convertido en personaje impopular por los mass media. Pero resulta que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero y lo contrario es una falacia ad hominem. Aquí lo importante es saber si realmente es cierto que el CO2 humano produce cambios en el clima de nuestro planeta y esto hay que preguntárselo a la ciencia, sobre todo, a la climatología.
Des-Información
Es muy común entre los que difunden las tesis oficiales argumentar que hay un consenso casi total en la comunidad científica sobre el papel determinante del CO2 en el cambio climático y que por tanto quienes critican esta idea carecen de base científica y son equiparables a quienes creen en los extraterrestres o en los espíritus. Esto sencillamente es falso. Los partidarios de la tesis oficial sobre el cambio climático aluden a una lista de 2.500 expertos del todo el mundo que suscriben dicha teoría pero esa lista ha sido elaborada de manera fraudulenta puesto que se usaron nombres de científicos que no apoyaban o incluso que eran contrarios a dicha idea sin su permiso. Uno de ellos era Paul Reiter[8], un entomólogo eminente del Instituto Pasteur, quien vio cómo se usaba su nombre para justificar una tesis absolutamente falsa: que el calentamiento global produce más mosquitos y con ello se expanden cada vez más las enfermedades transmitidas por éstos. Reiter demostró al IPCC que los mosquitos no abundan más en los climas cálidos y que de hecho la mayor plaga de malaria se produjo en los años 20 del siglo pasado en una zona próxima al Círculo Polar Ártico, en Siberia, a consecuencia de la cual perdieron la vida 600.000 personas. Como la cúpula del IPCC se vio pillada en una mentira, intentó reformular su teoría arguyendo que los mosquitos y las enfermedades que transmiten, si bien tienen su origen en climas cálidos, a consecuencia del calentamiento global se están expandiendo hacia las zonas frías del planeta. Y todo esto se hizo, según Reiter, sin citar bibliografía ni prueba científica alguna. Fue entonces cuando Reiter decidió desvincularse del IPCC pero, cuál sería su sorpresa, este organismo se negó a borrarle de la lista de expertos que maneja y hasta que no les amenazó con acciones legales no se dignaron a borrar su nombre. Como consecuencia de todo esto, Paul Reiter advirtió a quien quiso escuchar que el IPCC, primero, usa nombres de científicos que no están de acuerdo con la idea de que el calentamiento global está causado por el CO2 antropogénico y, segundo, muchos de los autores de su lista no son científicos o expertos en el tema[9].
Paul Reiter, experto en entomología
médica del Instituto Pasteur
Otro afamado científico, el físico norteamericano y pionero de la física del estado sólido Frederick Seitz, en un artículo publicado en The Wall Street Journal[10] titulado “Un gran engaño acerca del calentamiento global” descalifica el segundo informe del IPCC de 1995 por censurar y manipular los comentarios de los científicos que como él habían criticado la tesis del calentamiento global antropogénico. En sus propias palabras: “este informe no es lo que parece; no es la versión que fue aprobada por los científicos contribuyentes”. En concreto la crítica de Seitz se centraba en los siguientes aspectos:
•“Ninguno de los estudios citados arriba ha mostrado pruebas claras que atribuyan los cambios [climáticos] observados a la causa específica del incremento de los gases de efecto invernadero”.
•“Ningún estudio hasta la fecha ha atribuido de manera concluyente todo o parte [del cambio climático observado hasta la fecha] a causas antropogénicas [achacables al ser humano]”.
•“Cualquier afirmación tajante sobre la detección de variaciones climáticas significativas seguirá siendo con toda probabilidad controvertida hasta que se reduzcan las incertidumbres en la variabilidad total natural del sistema climático”.
Seitz además de criticar en su artículo la manipulación y la censura del IPCC manifestó que el tan cacareado consenso científico en torno al calentamiento global sencillamente no existía.
Friederick Seitz, pionero de la física del estado sólido
Por otra parte hay un grupo de científicos como el físico Richard Lindzen del Massachussetts Institute of Technology de EE.UU., el climatólogo Tim Ball de la Universidad de Winnipeg en Canadá, el también climatólogo John Christy de la Universidad de Alabama en Hunstville, y el físico austríaco-estadounidense de la Universidad de Virginia especializado en física de la atmósfera Frederick Singer, que han cuestionado que el calentamiento global que empezó en la década de los 80 del siglo pasado se deba a los gases de efecto invernadero ya que según los datos recogidos, por ejemplo, por los globos atmosféricos usados por John Christy, si el calentamiento global fuera achacable a gases de efecto invernadero se habría dado en mitad de la troposfera y no en la superficie terrestre que es donde se ha producido realmente.
Otro experto en la materia que ha rechazado la tesis oficial es Ian Clark, paleoclimatólogo de la Universidad de Ottawa en Canadá. Clark puso en entredicho la interpretación de los datos resultantes de las perforaciones en el hielo ártico que hizo Al Gore (un político reaccionario e intelectualmente mediocre, que no un experto) en su documental An Inconvenient Truth, un documental que fue publicitado hasta la saciedad por los mass media y defendido de manera bastante acrítica por la izquierda, y ello a pesar de recibir todo tipo de parabienes del “mainstream” más oficialista y conservador (un óscar de Hollywood, premios Príncipe de Asturias y Nobel, etc.) Según Clark, quien realizó estudios de medición de CO2 con radioisótopos en catas de hielo ártico, el CO2 no causa calentamiento sino que es el calentamiento el que produce CO2 ya que en los periodos cálidos la vegetación es más exuberante en nuestro planeta y las plantas producen CO2 (fase oscura de la fotosíntesis), que es un gas indispensable en los procesos biológicos y no un gas contaminante como nos hacen creer a menudo los medios e incluso (y esto es mucho más grave) no pocos libros de texto usados en las escuelas. El truco que usa Gore en su documental es mostrar la gráfica de la evolución de las temperaturas y la de la evolución de la cantidad de CO2 en la atmósfera terrestre lo suficientemente lejos como para que no se aprecie qué cambia primero, la temperatura o el CO2. De esta manera, el espectador se tiene que creer la interpretación de Al Gore que nos asegura que es el CO2 el que tira de la temperatura como si de una locomotora se tratara. Cuando Ian Clark recogió datos, trazó las dos gráficas y las vio con suficiente detalle se dio cuenta de que era la temperatura la que tiraba del CO2 y no al contrario.
Al Gore en su documental An Inconvenient Truth mostrando las gráficas de
la evolución de la temperarura y el CO2 terrestres con la suficiente falta de detallepara que no se vea cuál de los dos tira del otro
Gráfica elaborada por el paleoclimatólogo Ian Clark donde se aprecia cómo primero sube la temperatura y después el CO2 con un desfase de 800 años entre ambos.
Además Clark, conocedor del clima terrestre a lo largo de la historia advierte de que el clima de nuestro planeta ha sido más cálido que ahora y durante mucho más tiempo en épocas previas a la Revolución Industrial. Estos periodos se llaman máximos u óptimos climáticos y hubo uno al principio del Holoceno[11] (era geológica que empezó con el fin de la glaciación y en la cual vivimos en la actualidad), desde el 6000 a C. y que duró hasta el 2500 a C., y otro desde el 900 al 1300 d. C., el Óptimo Climático Medieval. Este último hizo que los hielos se retiraran al menos parcialmente de Groenlandia y los vikingos pudieran asentarse en ella, de lo cual dan testimonio los restos de asentamientos escandinavos encontrados en época contemporánea bajo el hielo[12]. De hecho, Groenlandia significa “Tierra Verde”. Por otra parte, durante el Óptimo Climático Medieval se dieron cultivos en el norte de Europa que hoy son propios de latitudes más meridionales. Así, en Gran Bretaña llegó a haber no pocos viñedos[13] que fueron desapareciendo cuando el clima global se empezó a enfriar tras la Edad Media. Por eso hay muchas calles en Londres con los apelativos “Vine” (vid) y “Vineyard” (viñedo). Además es de sobra conocido que el padre de Chaucer, el principal literato inglés del Medievo, era productor de vino[14], vino que vendía a la corte de Londres. Estos periodos citados fueron más calurosos y más prolongados que el actual y en ellos no había CO2 procedente de fábricas o del transporte que los provocasen. Pero esta información rara vez es difundida por los grandes medios corporativos.
Como ya se ha mencionado tras el Óptimo Climático Medieval el clima global empezó a enfriarse hasta llegar al llamado Mínimo de Maunder. ¿Por qué ocurrió esto? Para explicarlo hay que mencionar quién fue Maunder. Edward Walter Maunder fue un astrónomo londinense que se dio cuenta de que había una correlación entre las manchas solares y los cambios en la temperatura de nuestro planeta. Maunder descubrió que cuando las manchas solares son escasas el clima se vuelve más frío y cuando son abundantes el clima se vuelve más cálido. Lo que pasó tras la Edad Media es que el sol comenzó a entrar en un periodo de menor actividad por lo que las manchas empezaron a desaparecer. Este periodo se llamó Mínimo de Maunder en honor al astrónomo británico. Y he aquí otro elemento crucial, el sol, que los medios corporativos olvidan en su obsesión por culpar de todo al CO2 y eso que solo es el 0,04%[15] de la atmosfera y es de los gases que menos efecto invernadero causa (frente al vapor de agua o al metano). Siguiendo la estela de Edward Maunder y de su mujer Annie Maunder, también prominente astrómona, Piers Corbyn[16], astrofísico y meteorólogo británico, hermano del líder del Partido Laborista británico Jeremy Corbyn, ha puesto de relevancia que la tendencia al calentamiento global de las últimas décadas coincide con ciclos de mayor actividad solar y con la aparición de manchas como ya postulara Maunder. En cambio, la variación en las temperaturas no se corresponde con las emisiones de CO2, como se puede ver en la gráfica que sigue a este párrafo. De hecho, desde principios de siglo hasta los años 40 las temperaturas no dejan de subir a pesar de que en esa época la producción industrial era más bien modesta. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la industria produce de manera masiva bienes de uso y consumo y por tanto hay más emisión de CO2, las temperaturas bajan. Y es solo a finales de la década de los 70 precisamente cuando, tras la crisis del petróleo, los países más desarrollados inician procesos de desindustrialización y el consumo se contrae, la temperatura global vuelve a subir. Y por cierto, aquí habría que añadir para aquellos que creen que todos los científicos que critican la idea del calentamiento global antropogénico son conservadores que Piers Corbyn es un conocido militante marxista británico del International Marxist Group, que defendió a la gente sin vivienda de Londres durante los años 70. No obstante, como ya se ha dicho más arriba, aquí lo determinante no es la ideología sino la ciencia y la verdad.
Evolución de las temperaturas globales durante el siglo XX
También habría que mencionar aquí la obra del astrónomo y geofísico serbio Milutin Milankovic y sus implicaciones para el estudio del clima de la Tierra. Milankovic postuló que las variaciones en las órbitas de nuestro planeta (en torno a tres parámetros: oblicuidad, exocentricidad y precesión) alrededor del sol serían responsables de cambios en el clima terrestres como los periodos glaciares e interglaciares. Por consiguiente, el estudio del clima es mucho más complicado que el cuento con moraleja que nos venden los grandes medios corporativos.
Pero aparte de los autores extranjeros mencionados también se pueden citar expertos críticos con las tesis oficiales en el ámbito hispanoparlante. Y de hecho, algunos son de sobra conocidos por haber sido meteorólogos televisivos. Éste es el caso del histórico hombre del tiempo Manuel Toharia. Toharia, licenciado en física por la Universidad Complutense de Madrid, ha acusado a Al Gore de hacer “fundamentalismo apocalíptico[17]” y ha recordado que en épocas pretéritas (durante las épocas de óptimos climáticos) ha habido más deshielo de los casquetes polares a pesar de no haber emisiones industriales de CO2 porque no había industria[18]. Otro meteorólogo archiconocido es José Antonio Maldonado. Físico por la Universidad de Sevilla y hombre del tiempo de TVE, ha manifestado que “no hay base para aseverar la teoría del calentamiento” y achaca su difusión a “intereses creados de cara a beneficios económicos o de otra índole[19].” Además Maldonado, creador del conocido sitio web eltiempo.es criticó la manera en la que Gore organizó una conferencia en Sevilla en 2007, a la que Maldonado fue invitado previa imposición de un “tutor” y prohibición de que el invitado se dirigiera directamente al ponente durante la conferencia. Si Maldonado tenía alguna pregunta la tenía que enviar a un comité y éste decidiría. Además al meteorólogo español le invitaban a dar dos conferencias por las que no recibiría ni un céntimo mientras que los organizadores cobrarían una entrada al público. Finalmente, Maldonado optó por no asistir a lo que calificó de “montaje”.
Aparte de estos dos pesos pesados de la meteorología se podría citar a expertos menos mediáticos. Uno de ellos es Luis Pomar, geólogo y antiguo catedrático de estratigrafía de la Universidad de Baleares que afirma que “el CO2 no causa el calentamiento global[20]” ya que “se adelanta a la concentración de CO2 y no al revés” (exactamente lo mismo que afirma Ian Clark) y que tras el Óptimo Climático del Holoceno la tendencia de la temperatura es a bajar más que a subir, ya que estamos en un periodo interglaciar, o sea, que vamos camino de otra glaciación. Y esto parece tener sentido a la luz de la medición récord de -100 º C en la Antártida a finales del mes junio del pasado año[21].
Pero no hemos de concluir esta sección relativa al papel central de la ciencia en este complejo tema sin hacer referencia al episodio del llamado “Climagate”. En noviembre de 2009 hubo una filtración de correos electrónicos (1000 correos electrónicos y 3000 documentos) de la Unidad de Investigación Climática de la Universidad de East Anglia en el Reino Unido en los que se explicaba cómo el IPCC se dedicaba a ocultar datos científicos que echaban por tierra las tesis oficiales sobre el calentamiento global y cómo se mantenía a los científicos contrarios a estas tesis fuera de la literatura de revisión por pares[22] (esto es lo mismo que denunciara el físico Frederick Seitz años antes en el mencionado artículo de The Wall Street Journal) para, de esa manera, intentar demostrar que había un total consenso científico en torno al tema. Esto fue calificado por el periódico británico The Daily Telegraph como “el peor escándalo científico de nuestra generación[23]” mientras que los sectores oficialistas (por ejemplo, la revista Nature) se dedicaban a cuestionar lo ilícito de la filtración (era obvio que habían sido hackers) así como a negar la mayor como hacen los niños cuando sus padres les pillan con las manos en la masa haciendo una travesura.
Con lo que se ha expuesto en esta sección tan solo pretendemos demostrar que el tan cacareado por los mass media “consenso científico” no existe y que en el bando crítico también hay expertos y científicos, muchos y de primer orden. Como se ha dicho éste no es un problema ideológico sino científico, y como no somos científicos, no vamos a decir qué bando tiene más razón pero tampoco vamos a tolerar que se nos oculte una parte de la realidad y se nos mienta. Una vez oídas todas las partes en liza de la comunidad científica es al público al que le corresponde formarse una opinión. Y esto último es algo que los medios corporativos han obstaculizado mostrando tan solo la parte de la realidad que les ha interesado.
4.“Climate scare” e histeria mediática
Desde el principio los medios de comunicación han optado por enfocar el tema del calentamiento global de una manera sensacionalista y apocalíptica. En inglés se ha acuñado la expresión “climate scare”, o sea, “pánico climático”. Ya se sabe que cuando alguien tiene miedo no es capaz de pensar racionalmente y eso es lo que buscan los mass media, a mayor gloria del control social. Sin embargo, como se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, a los medios les traiciona su inconsistencia.
Ya vimos como en los años 70 del siglo pasado, cuando los inviernos eran muy crudos y había prolongadas sequías, los grandes medios hablaban de una nueva glaciación y de enfriamiento global y culpaban al humo de las fábricas ya que las partículas oscurecían la atmósfera y no dejaban entrar los rayos del sol. Todo esto vino muy bien a las élites económicas que estaban desmantelando el tejido industrial de los países occidentales para irse a abrir plantas industriales al Tercer Mundo, donde podían contaminar y producir más barato. Luego, con el ascenso de las temperaturas en los años 80 reelaboraron la teoría en la que se basa el “climate scare” y hablaron precisamente de todo lo contrario. Esta reelaboración de la teoría originaria es una constante en las tesis oficiales y desprende un fuerte tufo a mentira y a tomadura de pelo (“donde dije digo, digo Diego”, que dice el refrán castizo). Así, cuando en el 93 volvió la pertinaz sequía a España dijeron que el calentamiento también traía consigo sequías prolongadas; sin embargo, cuando en la pasada década muchas partes del mundo fueron devastadas por lluvias torrenciales y huracanes como el Katrina (en EEUU) entonces la tesis oficial paso a ser que el “clima está loco”. Pero es que el clima es siempre cambiante e impredecible, ésa es su esencia, y decir que está loco es como decir que el agua está mojada. Y a partir de aquí cualquier fenómeno atmosférico catastrófico va a ser achacado al calentamiento global antropogénico, y el CO2 pasa a tener culpa de virtualmente cualquier cosa. La teoría amplía sus límites al infinito y se convierte en algo imposible de criticar, es decir, en un dogma parecido a los de las religiones.
Y junto al dogma crece necesariamente el espíritu inquisidor representado fundamentalmente por los medios corporativos. Ya hemos visto como los mass media se alían con la censura, la manipulación y la mala praxis científica del IPCC; pero no solo eso, además se erigen en juez y parte. En una adaptación de la llamada Ley de Godwin[23] (es decir, el recuso a comparar con los nazis a tu contrincante en un debate cuando te quedas sin argumentos) los medios se dedican a llamar “negacionistas” a quienes se atreven a discrepar de las tesis oficiales. “Negacionista” es una etiqueta que se aplica a los que niegan el holocausto nazi y aplicarlo a quienes disienten (muchos de ellos, como hemos visto, eminentes expertos y científicos) de las tesis del IPCC es una absoluta inmoralidad. Esta etiqueta es utilizada con profusión y desvergüenza en especial por medios que se las dan de ser “de izquierdas” (pero que en realidad son más bien “liberales” y pantallas del capital financiero globalista) como La Sexta y El País y es una auténtica llamada al odio y a la persecución de quien disienta del discurso dominante. Y como muestra un botón: en 2012 la profesora de sociología y estudios medioambientales de la Universidad de Oregón Kari Marie Norgaard escribió un artículo en el que postulaba que las discrepancias frente a las tesis del IPCC deben ser “tratadas” como si fuera una enfermedad e instó al entonces presidente Barak Obama a perseguir a las voces díscolas. Además equiparó el escepticismo con respecto a la tesis del calentamiento global antropogénico con el “racismo” o la “esclavitud en el sur de los EE.UU.” en el siglo XIX[24].
Pero aparte de esto, falsimedia no ha dejado de fabricar “fake news” para crear un estado de opinión favorable a las tesis del IPCC. Y aquí vamos a poner dos ejemplos. El primero de ellos fue la noticia que se construyó en torno a una foto de un oso polar demacrado y moribundo en un prado sin nieve tomada para el National Geographic por Paul Nicklen y publicada por la prensa en diciembre de 2017[25]. De inmediato, la prensa se lanzó a provocar las lágrimas de sus lectores con un relato de un oso famélico por culpa de la escasez de alimento debido al calentamiento global. Pero resulta que, según la ONG ecologista WWF, nada sospechosa de ser “negacionista”, en la isla de Baffin en Canadá (donde se tomó la foto) en los últimos años la población de osos polares ha crecido, con lo cual la causa de la demacración del oso no puede ser inanición provocada por el calentamiento global[26]. Además la prensa obvió que la foto no es de diciembre de 2017 sino de finales de agosto de 2017, o sea, del verano, lo cual explica la ausencia de nieve y hielo. Esto último es práctica habitual en los medios que cada invierno nos aterrorizan con fotos de hielos resquebrajados e icebergs del Polo Sur. Deben pensar que el público es idiota y no sabe que cuando aquí es invierno en el hemisferio sur es verano y por tanto hay deshielo.
La Sexta manipulando la sensibilidad popular con muertes de osos
polares falsamente atribuidas al calentamiento global
Tendencias en las subpoblaciones de osos polares según la WWF. Como se puede ver en la bahía de Baffin es uno de los lugares donde más osos polares hay.
También es muy típico de los medios corporativos que se inventen olas de calor y récords de temperaturas donde no los hay. Ejemplo de esto fue el verano de 2017. Ese verano El País proclamó a los cuatro vientos que el 13 de julio se había batido el récord de temperatura más alta en España en Montoro (Córdoba) con 47,3 ºC [27]. Un día después la propia prensa, en concreto La Verdad de Murcia, nos aseguraba que el récord aún lo ostentaba Murcia con 47,2 ºC alcanzados en el verano del 94 ya que al parecer se había hecho “trampa” en la medición. Según el diario murciano, la temperatura de Montoro no se había medido con la red principal de la AEMET, la red con la que se había registrado en récord de Murcia de 1994 y que había marcado 46,9 ºC en Córdoba-Aeropuerto en 2017, sino que se había usado la red secundaria con un margen de error de hasta un 1 ºC. Esto destapó el galimatías que es la medición de temperaturas en España con tres redes (la principal, la secundaria y la automática) que dan mediciones distintas, circunstancia que han venido usando los medios para convencernos de que cada verano es más caluroso que el anterior. Pero además el periódico murciano desveló que en la década de los 70 el meteorólogo Inocencio Font Tullot, director del Servicio Nacional de Meteorología (precursor de la AEMET) ya había dejado constancia de que el mayor valor térmico del que hay registro en España fueron 52 ºC en el embalse del Guadalmellato (Córdoba) en 1916 y que también se registraron 50 ºC en los años 70 en Berja y Alhama de Almería. Todo ello lo corroboró un artículo del conocido sitio web eltiempo.com, que señaló que hay registros de 48 ºC de julio del 95 en Utrera (Sevilla) y en Montoro (Córdoba) y de esa misma temperatura de julio del 94 en Totana (Murcia) pero que la AEMET no los consideraba “oficiales” por no ser datos de la red principal[28]. Con lo cual lo mejor que uno puede hacer cuando nos hablen de récord de calor es mirar el climograma oficial de la localidad donde se reside. El de la ciudad desde donde esto se escribe se midió hace más de 20 años, en julio de 1995. Y por cierto cualquiera que intente buscar cuál ha sido el récord de temperatura más alta jamás medida en nuestro planeta encontrará que fueron 56,7 ºC en el Valle de la Muerte (California) el 10 de julio de 1913…¡hace más de 100 años[29]!
¡Pánico! Se acerca el Apocalipsis
Pero lo último en histeria mediática para incitar al público al pánico climático, después del éxito de los ositos polares hambrientos, es el uso de niños. Ante todo hay que señalar que utilizar a menores de edad haciendo que se posicionen sobre un tema, como ya hemos visto, tan complejo y presionar así al resto de la sociedad es cuanto menos indecente. El asunto comenzó en agosto de 2018 cuando la imagen de la chica sueca Greta Thunberg, de entonces 15 años de edad, sentada en las inmediaciones del parlamento sueco con un cartel que rezaba “Huelga escolar por el clima” dio la vuelta al mundo. Pero ¿quién es esta adolescente? Y sobre todo ¿por qué se hizo tan popular de la noche a la mañana? Greta Thunberg es hija de progenitores muy célebres en Suecia; su madre es cantante de ópera y su padre es actor. Greta, que ha sido diagnosticada de Síndrome de Aspergen, Trastorno Obsesivo-Compulsivo y Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad y ha sufrido episodios depresivos que le han hecho faltar a menudo al colegio, ha acabado liderando un movimiento de estudiantes de secundaria que cambian un viernes lectivo por un viernes reivindicativo manifestándose en la calle contra las emisiones de CO2 y el calentamiento global. Ni que decir tiene que tales eventos han tenido bastante éxito de participación porque al fin al cabo a quién no le apetece saltarse las clases a esa edad… Pero es que además el ascenso a la popularidad de Greta no es casual. Según el periodista sueco Andreas Herinksson, los padres de Greta junto con el publicista sueco Ingmar Rentzhog diseñaron una campaña para hacer de la niña una estrella mediática. Así, a los cuatro días de su sentada a las puertas del parlamento sueco salió un libro aireando aspectos privados de la vida de la niña y su familia, sobre cómo superó la depresión y su larga lista problemas psiquiátricos, tomando conciencia del inminente fin del mundo a causa del calentamiento global y haciéndose activista y vegana y haciendo también vegana a toda su familia. Y al poco tiempo, con tan solo 15 años, estaba lanzando discursos en la Cumbre del Clima de Katowice (Polonia) entre gente poderosa e influyente, discursos tan emocionales como éste:
“No quiero que estés desesperado, quiero que entres en pánico. Quiero que sientas el miedo en mí todos los días y actúes, como si hubiera un incendio, porque lo hay. Todavía hay una pequeña posibilidad de detener las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar el sufrimiento de una gran parte de la población mundial[30]”.
Greta Thunberg a las puertas del parlamento sueco con un cartel
que dice: “Huelga escolar por el clima”
Todo esto ha sido denunciado por la autora sueca Rebecca Wiedmo Uvell[31] como una campaña de manipulación de la niña y de la opinión pública y ha puesto de manifiesto cómo el publicista Ingmar Rentzhog se ha forrado gracias al asunto con su propia empresa, llamada muy expresivamente We Don’t have Time (No tenemos tiempo). Rentzhog no ha ocultado que viene del mundo financiero, y que en mayo de 2018 había sido nombrado presidente de la gran corporación Global Challenge, que influye en la Unión Europea para sacar tajada de la transición a una economía sin emisiones de CO2 (o sea, capitalismo especulativo e improductivo puro y duro) y que siempre ha sido admirador de Al Gore[32].
A la izquierda el publicista y financiero Ingmar Rentzhog, sentado a las puertas del parlamento sueco con un cartel que dice: “Estamos trabajando por el clima. (Apoya a Greta)”
5.La tesis del calentamiento global antropogénico contra el desarrollo del Tercer Mundo
Quizá uno de los aspectos que más interesadamente han sido ocultados por los medios de comunicación ha sido el de las implicaciones de la tesis oficiales del calentamiento global para los países en desarrollo. Uno de los autores que más ha indagado sobre el tema es Thierry Meyssan, director del sitio web contrainformativo Red Voltaire, donde escribió un profundo análisis en tres partes sobre el tema que tituló “El pretexto climático[33] ”.
En el primero de las partes Meyssan arroja luz sobre los orígenes del discurso ambientalista muy ligado a la política exterior norteamericana y de otras potencias occidentales. Según el director de Red Voltaire, la historia reciente del ecologismo se remonta a 1969, cuando el militante pacifista norteamericano John McConnell propuso a la UNESCO la celebración del Día de la Tierra el día del equinoccio de primavera (21 de marzo), en el que se reivindicara tanto la preservación del medio ambiente como el rechazo a las guerras, ya que tanto para McConnell y como para la mayoría del movimiento pacifista de los EE.UU. ambas cosas eran indisociables. El entonces secretario de la ONU, el birmano U Thant, muy crítico con el papel de EE.UU. en Vietnam en esa época, acogió bien la iniciativa pero las grandes potencias occidentales hicieron oídos sordos.
Sin embargo, Gary Nelson senador demócrata por Wisconsin se apropia en parte de la idea y, esta vez sí, con el apoyo de los mass media y del establishment, el Día de la Tierra queda instaurado el 22 de abril de 1970. Y decimos “en parte” porque Nelson se va a centrar en la preocupación por el medio ambiente y la va a usar para borrar del mapa la preocupación por la guerra imperialista en Vietnam. Así, usando tácticas de movilización propias de la izquierda, el senador Nelson exhorta a la juventud norteamericana a declarar la “guerra por el medio ambiente”. A partir de entonces la ecología, una vez usada para neutralizar el movimiento antibelicista, se convierte en una prioridad para Washington.
Todo esto constituyó un caldo de cultivo para que se organizara la primera Cumbre de la Tierra (hoy diríamos Cumbre sobre el Clima) de la historia, la de Estocolmo de 1972. El secretario general de la cumbre fue el canadiense Maurice Strong, alto funcionario de la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional (hermana de la USAID, pantalla de la CIA) quien también ocupaba un puesto en la Rockefeller Foundation. Strong redactó un documento preparatorio en el que se llamaba a preservar el medio ambiente ya que los recursos de la Tierra no eran lo suficientemente abundantes para garantizar el mismo nivel de desarrollo económico para todos sus habitantes. Ésta es una declaración muy clara de la orientación "neomalthusiana" de los organizadores de la cumbre.
Y es aquí donde habría que escribir unas pocas líneas sobre la figura de Malthus. Thomas Malthus fue un pastor protestante, economista y demógrafo inglés que defendía que pues los recursos eran limitados había que controlar la natalidad para que Gran Bretaña no se llenara de pobres. Su pensamiento fue criticado por Marx y los pensadores socialistas ya que éstos creían que el progreso produciría a la larga un crecimiento exponencial de los recursos (de hecho, las catastrofistas predicciones de Malthus nunca se cumplieron) y además consideraban que en el fondo del pensamiento de Malthus yacía un miedo latente a que el proletariado creciera, se hiciera fuerte y amenazara los privilegios económicos de la burguesía a la que él pertenecía (trabajó para la poderosa Compañía de las Indias Occidentales). Por otra parte, Malthus, al ser un pastor de la Iglesia de Inglaterra, se veía obligado a repartir los recursos de su parroquia entre sus feligreses, lo cual consideraba una carga indeseable. Malthus, que profesaba una moral muy puritana, predicaba entre los pobres la abstinencia sexual pura y dura y por eso, según Thierry Meyssan, Maurice Strong y la Rockefeller Foundation, que abogaban por el uso de medidas anticonceptivas, han de ser llamados "neomalthusianos", ya que buscan los mismos fines que Malthus pero con métodos más modernos.
Poco después de la cumbre, el principal financiador de este movimiento neomalthusiano, el millonario norteamericano David Rockefeller encarga al think tank que apadrina, El Club de Roma, un estudio que aparecerá con el título de Los límites del crecimiento, muy en sintonía con el documento preparatorio de la Cumbre de Estocolmo. Este documento, que luego se convertirá en un best seller, aboga por el control demográfico de un planeta al borde del colapso por el agotamiento de recursos claves como el petróleo y es uno de los primeros textos decrecentistas. Recuérdese que estamos a las puertas de la guerra árabe-isarelí que causó una escasez temporal de crudo (crisis del petróleo del 73).
Los límites del crecimiento, la biblia del
decrecentismo neomalthusiano.
Influenciado por estas ideas, el gobierno de Washington decide condicionar la ayuda al Tercer Mundo a la implementación de políticas tendentes al control de la natalidad en los países en desarrollo. Para ello financió a las organizaciones feministas, que eran firmes partidarias de la planificación familiar. Como Malthus, el gobierno norteamericano tenía miedo a los pobres: temía que países tercermundistas con mucha población se desarrollaran económicamente y desafiaran su hegemonía.
Un punto fundamental en esta estrategia norteamericana de obstaculizar el crecimiento de los países en desarrollo es la idea del inminente agotamiento del petróleo, al cual se acabará achacando la culpa de las emisiones de CO2 responsables del calentamiento global. Pues bien, según el economista norteamericano F. William Engdahl, la hipótesis del inminente fin del petróleo es falsa[34], una falsedad que viene muy bien a los planes de dominio global de Washington. Para empezar el inminente fin del petróleo ya se anunció durante la crisis del 73 y desde entonces (ya va para 50 años) no solo no se ha agotado el petróleo sino que EE.UU. y sus adláteres no han dejado de involucrarse en guerras y golpes de estado por el control del oro negro (¿por qué se gasta EE.UU. montones de dinero y recursos para controlar países petroleros como Irak, Venezuela o Libia si el petróleo está a punto de acabarse?) y más bien la idea del fin del petróleo ha servido de excusa para que EE.UU., en connivencia con Arabia Saudí, pueda justificar los altos precios del crudo, algo que perjudica a potencias competidoras que no tienen petróleo propio y tienen que comprarlo (China, Alemania, etc.) Pero además Engdahl asegura que el petróleo tiene en realidad un origen abiótico, es decir, que no es un combustible “fósil” y no procede de la descomposición de animales y plantas prehistóricos sino que viene del manto de la Tierra, capa que está por debajo de la corteza donde no hay vida sino un enorme volumen de roca semifundida a altísimas temperaturas. Ante todo hay que decir que esta idea tiene status de teoría científica[35] y está ampliamente aceptada en Rusia y países de la Europa del este aunque es poco conocida en occidente. Esta teoría fue propuesta por primera vez por el geólogo ruso Mijail Lomonosov en el siglo XVIII y en el siglo XIX por el químico Dimitri Mendeleiev y luego en el siglo XX por Nikolai Alexandrovich Kudryavtsev. En 1956, el geólogo Vladimir Porfiriev afirmó que “el petróleo crudo y el gas natural no tienen ninguna relación intrínseca con la materia biológica cerca de la superficie de la tierra. Son materiales primitivos que surgieron de las profundidades abismales” y que “el petróleo es un material primitivo de origen abismal, que es transportado bajo presión por medio de procesos eruptivos 'fríos', hasta la corteza terrestre”. Pero además esto implica que hay mucho más petróleo del que se creía, lo cual echa por tierra la idea neomalthusiana del inminente agotamiento de recursos energéticos defendida por el Club de Roma.
Prueba de que el inminente fin del petróleo no está ni por asomo cerca fue el éxito de dos proyectos de sacar petróleo en lugares antes considerados totalmente estériles usando técnicas especiales derivadas de la teoría rusa del petróleo abiótico (p. ej. perforaciones más profundas). Uno de estos lugares es la cuenca del Dnieper-Donetsk en Ucrania, en la actual zona de guerra del Donbass. Y el otro es el campo petrolífero de Bach Ho (Tigre Blanco) en Vietnam, un yacimiento que está off-shore y sobre un bloque de granito (es decir, roca metamórfica que procede del manto terrestre) y que además produce gas natural. Este yacimiento también usa tecnología rusa.
Pero es que además se ha dado el curioso fenómeno de que muchos de los pozos que se habían tapado por estar agotados se han rellenado solos. Y esto ha pasado en el país que propagó por todo el mundo la idea de que el petróleo estaba a punto de acabarse para siempre, en EEUU. Así la geoquímica Jean Whelan de la Universidad de California en Davis advirtió en 1995 que muchos de los pozos que estaban agotados y cerrados se habían rellenado misteriosamente[36]. Esto contribuyó a abrir en la comunidad científica occidental el debate sobre el verdadero origen del petróleo.
Según Thomas Gold, el petróleo
no tiene un origen orgánico
Hemos dicho que la teoría del petróleo abiótico era fundamentalmente rusa, sin embargo, a finales del siglo XX algunos científicos occidentales acaban por darla por válida y empiezan a investigar en esa dirección. Éste fue el caso del astrónomo y biofísico Thomas Gold[37] de la Universidad de Cornell (Nueva York), quien llegó a la misma conclusión que sus colegas científicos rusos, a saber, que los llamados combustibles fósiles como el petróleo y el gas no tenían un origen orgánico y que por tanto había mucho más del que se pensaba. Estas ideas las plasmó en su libro Deep, Hot Biosphere. The Myth of Fossil Fuels (Biosfera caliente y profunda. El mito de los combustibles fósiles) de 1999, que por supuesto rara vez es mencionado por los mass media cuando se toca el recurrente tema del agotamiento de los recursos. Seguidor de las tesis de los científicos rusos y de Thomas Gold es Danilo Antón, geólogo y geógrafo uruguayo que además de criticar el supuesto origen orgánico del petróleo también ha cuestionado la verdad oficial sobre el calentamiento global. Y, por último, habría que citar el trabajo de la geóloga de la Universidad de Toronto (Canadá) Barbara Sherwood Lollar, que ha demostrado la existencia de metano (gas natural) abiótico en nuestro planeta[38] ya que en otros puntos del sistema solar, como en Titán (satélite de Saturno, donde no hay signos de que haya vida), ya se sabe que el metano es muy abundante (6% de su atmósfera)[39] .
Volviendo al tema de las cumbres sobre el clima, la de Nairobi en 1982 marca el comienzo de lo que Meyssan llama la “ecología de mercado[40]”, fase en la que las compañías multinacionales pasan a apadrinar las asociaciones ecologistas. Ahora está el republicano Reagan en el poder y la Casa Blanca va a prestar menos atención a la ecología; sin embargo, los demócratas siguen usando la ecología como su caballo de Troya y crean un think tank ecologista llamado World Resources Institute (WRI, Instituto de Recursos Mundiales) al frente del cual ponen a Jessica Mathews, quien fuera administradora de la Rockefeller Foundation. El cometido del WRI es divulgar la idea de que las multinacionales y el capitalismo no son responsables del deterioro medioambiental sino que son la solución al problema. El WRI estaba financiado por varias transnacionales y dedicó bastante presupuesto a hacer estudios políticos del clima. Ante todo, el WRI pretende demostrar que los estados individuales e incluso la ONU no son incapaces de enfrentarse a los desafíos medioambientales y es el mercado quien debe hacerlo.
Tras la Conferencia de Nairobi se impulsó la negociación por parte de la ONU del Protocolo de Montreal para la prohibición de los CFCs al considerárselos responsables del “agujero en la capa de ozono”. Y es que antes de que se provocara el pánico climático con el calentamiento global, en los años 80, el problema era que en la capa de ozono que protege a la Tierra del exceso de radiación ultravioleta se estaba abriendo un gran agujero justo encima de la Antártida. Como consecuencia, la vida en el planeta estaba amenazada por radiaciones malignas que harían perecer en breve a millones de personas de cáncer de piel. Pero pasaron los años y las predicciones catastrofistas no se cumplieron, lo que llevó a muchos expertos a percatarse de que la teoría estaba llena de incoherencias, a saber:
•Los clorofluorocarbonos (CFCs) son demasiado pesados para llegar a la estratosfera.
•Los países productores de CFC están en el hemisferio norte, pero el agujero de ozono está en el hemisferio sur.
•Las fuentes naturales de cloro son mucho más importantes que las humanas.
•La aparición del agujero de ozono se produce en invierno, cuando prácticamente no llega luz solar a la Antártida.
¿Cuál era el problema realmente? Los CFCs no eran, en realidad, tan malos como se decía; al revés, eran demasiado buenos. Los CFCs eran una familia de gases cuya composición química es cloro, flúor y carbono (de ahí su nombre) desarrollados por los químicos de la compañía norteamericana Dupont, una transnacional muy poderosa que colaboró en la fabricación de la primeras bombas atómicas estadounidenses (Proyecto Manhattan). Estos gases enseguida reemplazaron a los gases con base de amonio para refrigerar ya que eran mucho más eficientes que éstos y además no eran tóxicos (no se mezclan con la hemoglobina de la sangre) y tampoco eran inflamables (no se mezclan con el oxígeno). Sin embargo, la patente gracias a la cual Dupont los usaba en exclusiva caducó en 1979[41] y entonces Dupont con otras compañías norteamericanas formaron un lobby (la Alliance for Responsible CFC Policy) para conseguir que fuera prohibido primero por el gobierno norteamericano y luego por el resto de gobiernos; y de ahí nace el Protocolo de Montreal, que no protegía realmente el medio ambiente sino los intereses de la multinacionales. Una vez Dupont se salió con la suya, los medios empezaron a dejar de hablar del agujero de la capa de ozono (que resulta ser un fenómeno natural y cíclico) para hablar del calentamiento global. No obstante, alguna vez los mass media desentierran el viejo y fraudulento argumento del agujero en la capa de ozono para intentar frenar por todos los medios el desarrollo de los países no occidentales. Así, el muy “progre” diario 20 minutos, el pasado mes de mayo, redactó el siguiente titular: “Gran parte de las emisiones de CFC-11, un gas nocivo para la capa de ozono, proviene del este de China”[42]. Aparte de ser mentirosos patológicos, los medios son tremendamente racistas. Fuente de la noticia: la revista Nature, la misma que negó la mayor en el asunto del “Climagate”.
También se podría hablar del caso del DDT, igualmente escandaloso y también con argumentos ecológicos que esconden la caducidad de ciertas patentes. El DDT era uno de los compuestos químicos más eficaces contra las plagas de insectos. Fue descubierto por el químico suizo Paul Hermann Müller, quien recibió el Premio Nobel en 1948 por el descubrimiento. Fue usado abundantemente en Europa donde se consiguió acabar con el mosquito transmisor de la malaria, enfermedad que era endémica en países como Grecia o Italia. Sin embargo, en 1971, y pese a que un juez norteamericano no encontró motivos para su prohibición, la EPA (Agencia para la Protección del Medioambiente) lo prohibió por considerarlo sospechoso de ser cancerígeno. Años antes el libro de la bióloga y ecologista Rachel Carson Primavera silenciosa cargaba contra el insecticida considerándolo un veneno que se propagaba por la naturaleza a través de la cadena trófica. Al poco tiempo, en la mayoría de países occidentales también fue prohibido. Sin embargo, el danés Bjorn Lomborg, autor de El ecologista escéptico (1998), arguyó que realmente el DDT fue prohibido porque sus patentes habían caducado y cualquiera podía acceder al compuesto químico por un precio asequible. Lomborg aportó como prueba que en los países en desarrollo desde que se liberó la patente se ha usado con resultados espectaculares: “En Sri Lanka, los casos de malaria descendieron desde 2.800.000 casos en 1948 a 17 en 1963; en la India, de 100 millones de casos en 1935, la cifra bajó a 300.000 en 1969. Bangladés fue declarada zona libre de malaria” .Y no solo lo dice Lomborg; en 2006 la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que el insecticida volvería a ser parte de su programa para erradicar la malaria fumigando el interior de residencias y matar así a los mosquitos que transmiten la malaria.
El danés Bjorn Lomborg con su libro El ecologista escéptico
Volviendo al punto donde habíamos dejado el relato de la evolución del ecologismo moderno, a finales de los 80 se sientan las bases de lo que se dio en llamar New Age, una especie de hippismo para ricos que fue el sostén filosófico-místico del ecologismo de los años 90. Meyssan sitúa los orígenes de este movimiento en el Valle de San Luis, en EEUU, por donde discurre el río Colorado entre los estados de Colorado y Nuevo México. Allí pone sus ojos el ya mencionado Maurice Strong, antiguo miembro de la Rockefeller Foundation, junto con su mujer Hanne, que estaba convencida de descender de una sacerdotisa india, para crear la Manitou Foundation. Allí invierten 1,2 millones de dólares para crear el Baca Ranch de Crestone (Colorado), un gran templo de la espiritualidad New Age donde se mezclaba budismo, cristianismo y chamanismo en el marco de un urbanismo esotérico. A este lugar, en donde todas las religiones se convierten en una, acuden a meditar prominentes personalidades de la élite económica y política de los EEUU como David Rockefeller y Henry Kissinger. Además recibe generosos donativos de muchos de ellos (Laurence Rockefeller, hermano de David dona 100 millones de dólares). Este complejo sirvió de laboratorio para la elaboración de propaganda ecologista mezclada con la espiritualidad de moda entre los ricos, fundamentalmente de raíz budista, y fundirla con el mito bíblico del diluvio universal. Y es que el templo tenía forma de barco, por aquello del Arca de Noé. La idea, al menos metafórica, era que allí se refugiarían los elegidos de las clases altas que hubieran rechazado la tentación industrial y las malignas emisiones de CO2, para salvarse cuando el calentamiento global derritiera los casquetes polares y el mundo se inundara.
Laurence Rockefeller y esposa en Baca Ranch (Colorado)
Fundamental para la New Age y el ecologismo contemporáneo fue la hipótesis Gaia, desarrollada por el químico británico James Lovelock. Según esta hipótesis, nuestro planeta es como un ente vivo, al que Lovelock equipara con la diosa griega Gaia (o Gea, la deidad de la tierra y la fecundidad), que se autorregula para mantener las condiciones necesarias para que se desarrolle la vida en ella. Esto fue pronto criticado por buen número de científicos, como los biólogos Ford Doolittle, Richard Dawkins y Stephen Jay Gould, quienes acusaron a Lovelock de hacer teología neopagana en vez de ciencia. También se criticó la visión “teleológica” de Lovelock, es decir, la presunción de que todos los procesos naturales tienden hacia un fin, algo típico del idealismo y las religiones, y no de la ciencia, así como su falta de demostración empírica. Sin embargo, a los promotores de la New Age la hipótesis Gaia les venía de perlas para justificar científicamente sus inclinaciones místicas; y así, potenciaron la parte más teológica de la hipótesis para hablar de un planeta que es como una madre (la Madre Tierra) que se venga del daño que el ser humano le está haciendo con las emisiones de CO2 de la industrialización mandándonos la plaga bíblica del calentamiento global. Pero además también vino muy bien a Margaret Thatcher que, como ya hemos dicho, usó la idea del calentamiento global para acabar con el carbón y la dependencia del petróleo del exterior y potenciar la energía nuclear. Y, de hecho, Lovelock fue condecorado por Margaret Thatcher como Comendador del Imperio Británico. Curiosamente, Lovelock lleva años abogando por el uso de la energía nuclear y también por el uso del fracking[44], una técnica minera altamente contaminante de la que hablaremos más abajo. Y éste es el padre del ecologismo actual: la izquierda postmoderna se lo tiene que hacer mirar.
En esa década, la de los 90, la primera Cumbre de la Tierra que se organiza es la de Río, en 1992. Organizando el evento encontramos a (¡cómo no!) Maurice Strong y su ayudante Jim NcNeill, que como Strong, es miembro de la Comisión Trilateral, organización supranacional del capitalismo financiero globalista fundada por David Rockefeller. Es McNeill precisamente el encargado de redactar el informe preparatorio de la conferencia en el que, según Thierry Meyssan, se hace hincapié en que “los intereses económicos y las preocupaciones sobre el medio ambiente no deben oponerse entre sí acusando a las transnacionales de contaminar indiscriminadamente. Por el contrario, Industriales y ambientalistas deben unirse. La ecología puede ser un negocio lucrativo. Lo que falta es hacerle tragar eso a la opinión pública[46].” Strong colma de atenciones a todas las organizaciones ecologistas a la vez que reserva un lugar de privilegio a las multinacionales nombrando al magnate suizo Stephan Schmidheiny consejero principal para la preparación de la cumbre. Schmidheiny se reúne en el seno del Consejo Mundial Empresarial para el Desarrollo Sostenible con las principales transnacionales para acordar estrategias para acallar durante la cumbre a las posibles voces críticas con la acción de las multinacionales y así promover la globalización económica bajo la fachada del ecologismo. Se daba la circunstancia de que Schmidheiny había amasado una fortuna con una empresa de materiales de construcción y que acabaría en 2010 siendo acusado por el fiscal general de Turín (Italia) de ser el mayor contaminador mundial por amianto (un material muy cancerígeno).
Mientras la conferencia se preparaba, el periodista y médico francés Michel Salomon reunía a un buen número de estudiantes y científicos (algunos galardonados con el Premio Nobel) en torno a la Apelación de Heidelberg para, haciendo alusión directa al santuario del Baca Ranch y a la hipótesis Gaia, alertar de que “estamos /…/ preocupados en los albores del siglo XXI, por el surgimiento de una ideología irracional que se opone al progreso científico e industrial, y que impide el progreso económico y social”. Y además añaden: “Llamamos la atención de todos hacia la absoluta necesidad de ayudar a que los países pobres alcancen un sostenido nivel de desarrollo que sea igual que el resto del planeta, protegiéndolos de los problemas y peligros provenientes de las naciones desarrolladas, y evitar su enredo en marañas de obligaciones irreales que comprometerían su independencia y dignidad.” Y también: “Los mayores males que acechan a nuestra Tierra son la ignorancia y la opresión, y no la Ciencia, la Tecnología y la Industria, cuyos instrumentos, cuando son adecuadamente manejados, son herramientas indispensables de un futuro formado por la Humanidad, por ella y para ella misma, salvando los principales problemas como la Sobrepoblación, el Hambre y las Enfermedades del Mundo[47].”
Durante la conferencia Strong y Schmidheiny, que habían reclutado a la empresa de Relaciones Públicas Burson-Marsteller para allanarles el camino, se salen con la suya e imponen, por ejemplo, que “la ausencia de certeza científica absoluta no debe servir de pretexto para posponer la adopción de medidas efectivas tendientes a prevenir el deterioro del medio ambiente[48]”. Pero, sobre todo, consiguen que dentro de la lista de factores que dañan el medioambiente y el desarrollo no esté la guerra. Esto venía muy bien a EE.UU. que acababa de desatar el primer ataque a Irak. Pero además la Conferencia de Río viene a justificar que las multinacionales puedan seguir saqueando el planeta siempre que no contaminen en los países desarrollados.
Entretanto el grupo de expertos que Margaret Thatcher había incitado al G7 a financiar se convierte en el IPCC. El IPCC publicó su primer informe en 1990 y en él, curiosamente, consideraba “poco probable” un aumento significativo del efecto invernadero “en las próximas décadas o más allá”. Sin embargo, en su segundo informe de 1995 el IPCC se desdice y en consonancia con el espíritu de la Cumbre de Río “sugiere una influencia de la actividad humana en el clima planetario[49]”.
Otro hito importante en la década de los 90, fue la Conferencia de Kyoto (Japón) de 1997. De ella sale el Protocolo de Kyoto, por el cual los estados que lo firman se comprometen voluntariamente a reducir las emisiones de CO2 y otros gases como el metano (CH4), el óxido de nitrógeno (N20), el hexafluoruro de azufre (SF6), los fluorocarburos (FC) y los hidroclorofluocarburos. Además se hace hincapié en hacer un mejor uso de los recursos “no renovables”, lo cual suena muy bien; el problema es que resulta muy difícil para los países en desarrollo modernizar su tejido industrial para ahorrar recursos y contaminar menos. El protocolo, no obstante, crea un Fondo de Adaptación administrado por el Banco Mundial y un sistema de autorizaciones. Los estados reciben unos permisos para producir un cierto volumen de gases de efecto invernadero y si un estado poco desarrollado no utiliza la totalidad de los permisos siempre lo puede revender a un estado más desarrollado que contamine más de lo autorizado. Esto, en principio, tampoco suena mal pero, según Thierry Meyssan, “la creación de un mercado de autorizaciones negociables abre el camino a una financierización adicional de la economía y, partir de ahí, a nuevas posibilidades para proseguir el saqueo del que ya eran objeto los países pobres[50].” El entonces inquilino de la Casa Blanca, el demócrata Bill Clinton, firma de manera hipócrita el protocolo pero a renglón seguido sugiere a los congresistas de su partido a que no lo ratifiquen y finalmente, el Senado de los EEUU lo rechaza. Y eso que EEUU era en ese momento el país que más gases de efecto invernadero emitía.
Paralelamente, EEUU se dedica a organizar el mercado de autorizaciones. Y así, se crea una bolsa mundial de derechos de emisión de gases de efecto invernadero, la Climate Exchange con base en Chicago. Ésta se basó en unos estatutos redactados por un abogado de Chicago no muy conocido por entonces, Barack Obama, pero que llegaría a ser presidente de los EEUU. Por su parte, el ex vicepresidente Al Gore y David Blood, ex director del banco Goldman Sachs, crean en Londres un fondo de inversiones de carácter ecológico, el Generation Investment Management, que abrirá otras bolsas además de la de Chicago.
Tras la conferencia de Kyoto vino la de Johannesburgo (Sudáfrica) de 2002, donde el papel de EEUU, ya gobernado por el republicano George W. Bush, y más centrado en la guerra contra el terrorismo que en otra cosa, fue irrelevante (Bush se manifestó contrario Protocolo de Kyoto en 2001, nada más llegar a la Casa Blanca). Pero tras la administración Bush, llega la administración Obama, un demócrata y además metido en el negocio de las emisiones de gases, y la cosa toma un cariz muy distinto. Barack Obama, ante todo, quiere torpedear la economía de los competidores de EEUU a nivel energético. La llamada Primavera Árabe está muy relacionada con esto. Hay que recordar que Europa antes de 2011 compraba a Libia el 90% del petróleo[50] y, a cambio, Gadafi compraba acciones de empresas claves europeas (especialmente de Italia, con quien tenía acuerdos preferentes). Pero además, poco antes de la Primavera Árabe, Siria se había convertido en una de las mayores reservas de gas natural del mundo, y Rusia en colaboración con Irán proyectaba inyectar ese gas junto con el de Irán en Europa. Sin embargo, EEUU quería hacer lo mismo a través del gasoducto Nabucco, solo que con el gas de Qatar; y fue entonces cuando Siria se vio atacada por hordas de yihadistas procedentes de Qatar, Arabia Saudí y Turquía (justo los aliados de EEUU en su proyecto gasífero)[52]. Por otra parte, en Ucrania, país por donde pasan importantes conducciones de gas ruso, EEUU fomenta un golpe de estado neofascista en 2013 que degenera en una guerra civil. Entonces a la UE no le queda otra que comprar gas norteamericano extraído por una técnica minera muy contaminante y agresiva con el medio ambiente llamada fracking, que el propio premio Nobel de la Paz Obama impulsó como alternativa al gas de Rusia o Irán. Esta técnica, también llamada “fractura hidráulica”, consiste en inyectar agua con productos químicos altamente tóxicos en el subsuelo hasta llegar a bolsas de gas y liberarlo. El problema es que además de liberar el metano preso en las rocas de esquito bituminoso también se libera radón, que es cancerígeno. Y, por otra parte, el metano se puede colar en acuíferos con lo que el gas natural acaba contaminando el agua potable usada por la población. También produce un gran volumen de residuos muy peligrosos de los que es muy difícil deshacerse sin que destruya ecosistemas enteros. Y, por si fuera poco, la fractura hidráulica puede producir terremotos. Incluso uno de sus inventores, el profesor de la Universidad de Cornell (Nueva York) Anthony Ingraffea, tras ver cómo se aplicaba sin control en EEUU (contaminando zonas de gran valor ecológico como los Montes Apalaches), emprendió una cruzada contra su uso indiscriminado, tal y como se puede ver en el documental Fracking Hell: The Untold Truth de la cadena de TV norteamericana Link TV y la revista británica The Ecologist[53]. Esta política de la administración Obama de fomentar la obtención de hidrocarburos de forma no convencional (como el petróleo de esquisto), además del petróleo robado por los yihadistas del ISIS y metido de contrabando en el mercado mundial, unido al fomento en occidente del coche eléctrico y la propaganda contra el uso de combustibles “fósiles” ya que producen “el calentamiento global” o las bolsas de plástico que derivan del petróleo, motivan que el precio del crudo se desplome y que países petroleros refractarios al poder de Washington como Venezuela entren en una profunda crisis económica, crisis que aprovecha EEUU y sus aliados para fomentar estrategias golpistas. Pero aquí la pregunta es: si, como dice Washington y sus aliados, los combustibles fósiles se están agotando ¿cómo es posible que su precio se desplome? ¿No tendría que ser al contrario, que subieran como en la crisis de escasez del 73? La respuesta es bien sencilla: porque no se están acabando.
Efectos devastadores del fracking sobre el paisaje norteamericano.
De hecho, cuando llega Trump al poder, un republicano partidario del capitalismo nacional más que global, se da un impulso decisivo a la extracción de hidrocarburos[54]. La administración Trump ya no habla de emisiones malignas de CO2 o del fin del petróleo mientras hipócritamente se saca a todo trapo gas y petróleo de esquisto, como hacía Obama. De hecho, con Trump EEUU se pone a la cabeza de la producción mundial de petróleo[55]. Así, mientras inunde de crudo el mercado, el precio del oro negro seguirá bajando y con ello la economía de países petroleros díscolos como Venezuela seguirá hundiéndose. No está mal para el país que ha proclamado desde 1973 hasta cinco veces el inminente fin del petróleo. Por lo demás, se intenta que el mercado europeo solo compre gas y petróleo norteamericano, cerrándole las puertas a Venezuela, Rusia o Irán.
Como hemos visto en esta sección, el calentamiento global ha servido desde el principio para dos cosas: por un lado, para hacer negocio y, por otro, entorpecer el desarrollo del Tercer Mundo. Así, la cuestión del clima ha creado una “industria” de ONGs, medios de comunicación, organismos estatales, fundaciones privadas, empresas, e incluso bolsas de valores que viven de ello. Para ellos, el llamado “cambio climático” es, ante todo, un gran negocio. Y por otra parte, y esto es mucho más grave, el calentamiento global antropogénico está sirviendo de coartada para que occidente y sus multinacionales mantengan a los países en vías desarrollo en la pobreza. Esto es lo que el escritor norteamericano Paul Driessen llama “ecoimperialismo”, algo que no desentona en la agenda política de la Fundación Rockefeller pero sí en la de la izquierda, que para que sea verdadera izquierda debe necesariamente oponerse al imperialismo y a la guerra.
Para el norteamericano Paul Driessen el ecologismo se ha
convertido en el caballo de Troya del capitalismo globalista
que impide el desarrollo de los países pobres.
6.El ecologismo y la izquierda postmoderna como títeres del capitalismo financiero global
Por desgracia, en esta operación de lavado de cerebro las élites globalistas no han estado solas sino que han contado con la inestimable ayuda de buena parte de la izquierda occidental, que ha servido de tonto útil. La preocupación por el entorno siempre estuvo en el ADN del movimiento obrero, incluso cuando aún no se había inventado la etiqueta “ecologista” ya que los primeros que sufrían la contaminación de la industria eran los trabajadores. Aquí se podría citar a la Liga Antihumo[56], un movimiento promovido por los mineros de Riotinto (Huelva) para que se prohibiera la quema de mineral al aire libre para extraer el azufre, lo cual producía dióxido de azufre (SO2) que quemaba los bronquios de quien lo respiraba. Esto ya estaba prohibido en Gran Bretaña, de donde procedía la Riotinto Company, que explotaba las minas, y, en España, aunque se hizo esperar, también se consiguió prohibir. Lo que nunca pidió la Liga Antihumo es que se cerraran las minas o que se pusiera fin a la industrialización como pide el ecologismo y la izquierda postmoderna. Y no es difícil imaginar por qué esta nueva “izquierda” pide esto: sus líderes no trabajan ni en minas ni en fábricas sino en cómodos despachos y el cierre de una mina o una fábrica no les va a dejar sin trabajo. Un ejemplo bastante vergonzoso fue denunciado en una carta enviada recientemente al jefe del ejecutivo, Pedro Sánchez, por el presidente del comité de empresa de la papelera ENCE, en Pontevedra, donde se quejaba de que, mientras los trabajadores habían estado batallando para que no se cerrara la fábrica, la “izquierda” representada por el PSOE, los nacionalistas del BNG y las Mareas (coalición en la que se integra IU y Podemos) habían estado pidiendo que se clausurara la planta para luchar contra las emisiones de CO2. El líder sindical aseguró que “la pseudoizquierda que padecemos” tiene como “uno de los ejes centrales de su actividad política la destrucción del empleo industrial de calidad[57].” Se puede decir más alto pero no más claro.
En efecto, es una flagrante contradicción que la izquierda actual descendiente de esa otra izquierda que se articuló en torno a la lucha de clases se tilde hoy de antiindustrialista, antidesarrollista o decrecentista. Ya hemos visto de dónde vienen estas ideas, del neomalthusianismo globalista de los Rockefeller y compañía y, por tanto, son profundamente reaccionarias. Pero es que además hace falta que haya una clase obrera para que haya una verdadera izquierda, una izquierda socialista, no liberal (el liberalismo es una ideología de las élites) y para eso hace falta un tejido industrial. No se entiende pues que organizaciones supuestamente “revolucionarias” como CGT y CNT den pábulo a “intelectuales” (por llamarlos de alguna manera) como Carlos Taibo, partidario del liberalismo identitario (es un nacionalista gallego) y del decrecentismo y que además (¡qué casualidad!) ha escrito en varias ocasiones para revista Foreign Policy, fundada por el neoliberal Samuel Hungtinton, el neoliberal que formuló la teoría xenófoba del “choque de civilizaciones”, muy cercano al clan Rockefeller.
Tampoco se entiende que la izquierda, antaño opuesta a la energía nuclear, ahora base sus análisis en un movimiento en el que buena parte de sus líderes son pronucleares. Ése es el caso, como ya hemos señalado, de James Lovelock, inventor de la hipótesis Gaia en la que se basa el ecologismo moderno. Lovelock, se ha manifestado muy claramente a favor de esta energía, ya que no emite CO2, a pesar de que sí causa epidemias de cáncer y devastación absoluta en los conflictos bélicos (como ya se demostró en Japón al final de la Segunda Guerra Mundial) y por si fuera poco también ha apoyado el empleo del fracking para extraer gas[58]. Pero ¿qué clase de protector del medioambiente es Lovelock? Uno que le conviene a las grandes potencias occidentales. Por no mencionar a uno de los más conspicuos activistas verdes del Reino Unido, George Monbiot, amigo del laborista “azul” Tony Blair, que sugirió que el ya citado documental de la BBC The Great Global Warming Swindle fuera censurado. Firme partidario de la idea de que la energía nuclear es “ecológica”, escribió un artículo tras la catástrofe de Fukushima titulado “¿Por qué Fukushima me hizo dejar de preocuparme y adorar la energía nuclear?[59]”. Esto da una pista sobre qué lobby financia el capitalismo verde que se oculta bajo el disfraz ecologista. De hecho, el presidente americano que más ha hablado de calentamiento global, Barack Obama, también es el que ha fomentado más la construcción de plantas nucleares en EEUU[60]. Y también el que más guerras ha fomentado (Libia, Siria, Ucrania) a pesar de ser Premio Nobel de la Paz; no hay que olvidar la evidente conexión con la guerra que tiene la industria nuclear.
Concluyendo, la izquierda tras la pérdida de su principal seña de identidad, la perspectiva de clase, ha acabado por convertirse en el Caballo de Troya de las élites liberales, es decir, del capitalismo financiero, especulativo e improductivo. La izquierda se ha extraviado en el laberinto del liberalismo identitario, que es perfecto tanto para dividir fuerzas (feminismo, nacionalismo) como para desviar del verdadero objetivo final, que es la revolución social y el derrocamiento del capitalismo. Y para esto último es perfecto este ecologismo abstracto e irreal, basado en un conocimiento idealizado de la naturaleza que ha llegado a sus militantes (jóvenes de ciudad y de clase media) más por el cine de Hollywood y por los mass media que por un contacto directo con el medioambiente.
REFERENCIAS:
[6]
https://www.youtube.com/watch?v=oYhCQv5tNsQ,
a partir de 37:57
[9]
https://www.youtube.com/watch?v=oYhCQv5tNsQ,
a partir de 55:50
[22] La revisión
por pares es un método de evaluación aceptado por la comunidad científica en el
que la veracidad y originalidad de los que escribe un autor es valorada por un
científico de su mismo rango.
[24] https://www.infowars.com/climate-change-skepticism-a-sickness-that-must-be-treated-says-professor/
[36] https://www.nytimes.com/1995/09/26/science/geochemist-says-oil-fieldsmay-be-refilled-naturally.html
[60] https://www.theguardian.com/environment/2010/feb/16/barack-obama-nuclear-reactors