Augusto Zamora
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Mis atlántidas y palinuros, créanme, me he pasado estos casi dos meses del año 2023 leyendo sesudos análisis sobre el conflicto que tiene como escenario Ucrania -el país que nunca fue y que, dentro de un tiempo, dejará de serlo-, y nada nuevo. Anda poco fino el personal en el tema de Ucrania, cuando no desafinado del todo, salvo uno que otro, que acierta en parte, teniendo la prudencia de no entrar en otras mareas, lo cual es de agradecer. Lo cierto es que, aunque no lo parezca, en esta trascendente cuestión hay poco que analizar, por la simple razón de que es un conflicto reducido a lo básico. Es ganar o perder, en lo apuntado ya en otro comentario, de escenario de suma-cero. Lo que yo gano lo pierde el otro, lo que el otro gana lo pierdo yo. Uno suma, el otro pierde.
Lo hemos dicho tantas veces, que ya se olvida cuántas. Es una guerra, pero no cualquier guerra. Es una guerra que pudo ser breve, pero que el miedo la ha hecho insondable. No el miedo de Rusia, no se engañen, aunque la pudrición atlantista se empeñe en desfigurar y tapar lo evidente. Es una guerra que ha llegado a donde ha llegado por el miedo a Rusia. Es el miedo que acogota a EEUU desde hace, cuando menos, dos décadas. Porque EEUU pasó, en un tiempo histórico muy breve, de la euforia triunfal con el suicidio de la URSS, al miedo atroz a China y, aunque lo digan poco, al miedo aún mayor a la creciente alianza de Rusia y China. La causa de ese miedo no necesita de Freud. Para EEUU -un país que ha llenado su historia bélica sobre el genocidio de los pueblos indígenas, la esclavitud de los negros, la intervención de países miniatura o la invasión de países indefensos-, verse, de pronto, confrontado con dos cíclopes, mayores que EEUU en territorio, población, recursos, poder militar y etcétera, está provocando pasmos, temblores incontrolables y muchas, muchas horas de desvelo.
Piénselo en términos humanos. Usted es el matón o la matona del barrio o de la escuela, da igual. Durante años ha repartido sopapos, mamporros y palo a niños de seis años y ha impuesto un régimen de dominación y miedo. Y así, tan feliz. De repente, aparecen dos de su tamaño, pero más musculosos y fuertes, que, además, son amigos. Usted se da cuenta de que su régimen de dominio y miedo toca a su fin y corre a reclutar una banda de aliados para que peleen por usted. Pero tampoco. Los otros dos musculitos también tienen amigos, y son más numerosos. De repente, uno de los dos musculitos entra en pelea y usted quiere aprovechar la ocasión para dejarlo fuera de combate; pero, para su desgracia, resulta más fuerte de lo pensado y le complica el panorama, a tal punto que debe decidir entre buscar un acomodo o pelear hasta morir. Como no quiere perder su reinado, duda, duda, duda… y en esa duda se enreda más…
En los sesudos análisis visitados, se olvida demasiado a menudo que la política -y la economía, la pintura, los calzados, la comida, etc.-, la hacen humanos comunes, no superhombres, con todo lo que eso significa, de manera que no hay, en esos gerifaltes, nada que los haga excepcionales. Claro, todos somos iguales, pero unos más iguales que otros. Aristóteles, Fidias, Julio César, Miguel Ángel, Descartes, Newton, Einstein, Marx, son de esos, pero esos son la excepción que confirma la regla. También es justo señalar que imperios y países tienen periodos de esplendor, resultado de que coincidan en el tiempo circunstancias felices y personajes brillantes. Entre Augusto y Trajano Roma alcanzó su mayor gloria y expansión. Felipe II hizo de España el primer imperio mundial; Francia tuvo su Luis XIV y EEUU el regalo de dos guerras mundiales. Pero, ya saben -lo dejó escrito Kempis-, lo que el Maestro de Ceremonias le decía al Papa: “Sancte Pater, sic transit gloria mundo” (Santo Padre, así pasa la gloria del mundo).
Pues bien, volvamos a lo mundano. Escrito está en Política y geopolítica que EEUU es un Estado-isla, es decir, que no es isla, en términos geográficos, pero su carencia de adversarios terrestres (Canadá y México no lo son) y su lejanía geográfica del resto del mundo, lo convirtieron en un Estado-isla, un país que podía atacar, pero que no podía ser atacado, protegido como estaba por el vasto muro que son los océanos Atlántico y Pacífico. EEUU, para que se hagan una idea, está a 12.000 kilómetros de Japón y, de media, a 7.000 kilómetros de Europa. En el mundo aquel sin misiles, satélites, misiles hipersónicos y drones submarinos, la distancia imponía dificultades, sobre todo de tiempo y suministros, pero, en fin, eran sólo tiempo y dinero, y se superaban de una manera u otra, de forma que -recordemos-, el imperio británico podía atacar por mar y de sorpresa a quien quisiera, sin que el atacado pudiera defenderse adecuadamente. En el presente, eso está reducido a los libros de historia y de los crímenes británicos, que son innumerables.
Hoy eso es imposible. Las antaño todopoderosas plataformas marinas han perdido su ventaja estratégica para dejarle ese espacio a la amplia gama de misiles existente -y en permanente desarrollo- y a la imponente red de satélites que vigilan y controlan el mundo. No hay, en el presente, forma alguna de mover una flota -cuanto más grande más imposible-, sin que esa flota sea localizada, cuadriculada y calculada al milímetro. Su fragilidad es tan grande que, cuando la crisis de Taiwán del pasado año, EEUU sacó su portaaviones del Mar de la China y se lo llevó a aguas seguras, no ocurriera que, ‘por accidente’, algún misil chino lo dejara malparado. Uno de los propósitos de los drones submarinos rusos Poseidón es colocarse debajo de una flota con portaaviones y, boom, explotar. La suma de la onda expansiva de la explosión y el brutal oleaje provocado, haría que el portaaviones y sus buques acompañantes saltaran en trocitos. Estas ‘nimiedades’ salen en revistas muy especializadas, pero rara vez en las generales.
Por esa razón, por esa, EEUU necesita perentoria y absolutamente satelizar países y regiones enteras para minimizar al máximo una realidad: fuera de los armamentos y las tropas que mantiene acantonadas en decenas de países, en caso de guerra con China y Rusia, EEUU tendría casi nula capacidad de mover más armamentos y tropas fuera de su territorio, por la sencilla razón de que sus buques serían hundidos, uno a uno, por misiles y submarinos. Esto no es ciencia-ficción. Un buque de transporte de tropas y materiales se mueve a una velocidad media de 18 nudos, es decir, a 33,33 kilómetros por hora. Un misil hipersónico se mueve a entre 7.000 y 12.000 kilómetros por hora. No habría color en el enfrentamiento. Por demás, el tema está analizado con números, cifras y hechos en el libro Réquiem polifónico por Occidente. Ojo de cirujano que tiene uno.
Vamos a otra cuestión medular. EEUU tiene otra grave desventaja y ésta es mental. Explicamos. EEUU llegó a lo que ha llegado sin entrar en guerras con potencias equivalentes. Sus generales se han entrenado asesinando indios, negros, mexicanos, centroamericanos, norcoreanos, vietnamitas, afganos, iraquíes… Sí, sí, claro, saltarán los listos de siempre mencionando su, dizque, decisiva participación en las guerras mundiales. Buueenooo… Es así si manipulamos la historia y borramos a todos los demás. EEUU combatió contra Japón que, a su vez, combatía contra China, Corea, Vietnam, Birmania, Filipinas y el imperio británico. Pero el agujero negro era China. Japón tuvo que destinar el 50% de sus recursos a China y un tercio a los otros frentes de guerra. De esa guisa, EEUU dedicó el 90% de su poder a luchar contra un tercio del poder japonés. Fue, aquello, pelea de tigre suelto contra burro amarrado. Así quién no. Aunque EEUU no hubiera intervenido, Japón no habría podido ganar jamás aquellas guerras. Se hubiera prolongado la agonía, pero resultaba del todo imposible otro final. Japón ya no tenía soldados, no tenía minerales, no tenía petróleo, ni tenía alimentos para sostener un frente de casi siete mil kilómetros de largo. Las guerras, de general, las pierde el beligerante que se queda sin recursos ni soldados, como la perderá Ucrania.
Vamos al nudo del tema. Al carecer totalmente de experiencia histórica y militar de lo que es rivalizar y enfrentarse a poderes equivalentes o superiores, no hay, en EEUU, ninguna base de datos para manejar con experiencia acumulada los enormes retos que representan la suma de Rusia y China. Pueden estudiar manuales, consultar expertos, batir bibliotecas, pero eso ilustra, no da el conocimiento de siglos o décadas de guerras para obtener el doctorado en competición de potencias mundiales. Si uno lee la historia de los grandes imperios, se dará cuenta que el tema no trata sólo de guerras, sino también de acuerdos, acomodos, intercambios, concesiones. Como la "entente cordiale" entre Francia e Inglaterra en el siglo XIX. En no pocas ocasiones se aplicaba la regla -no escrita- de que más valía un mal acuerdo que una buena guerra. En EEUU se desconoce lo que es eso. Acostumbrados, desde sus orígenes, a atropellar, expoliar, asesinar, invadir y atacar a pueblos indefensos, de lo único que saben es de eso. Si a la ignorancia de la política le agregamos la idea mesiánica de que ellos son el país excepcional, el pueblo elegido (el tema está tratado en Política y geopolítica, capítulo sobre el excepcionalismo estadounidense), tenemos algo peor que una bomba nuclear. La suma de ignorancia y mesianismo. Un Israel, pero de dimensiones mundiales. Como tener a Netanyahu -ese discípulo de Hitler- de presidente de EEUU. Pueden imaginar, ahora, lo cerca que podemos estar del apocalipsis.
Debido a su historia, EEUU no sabe lo que es negociar entre potencias. Tampoco entiende de líneas rojas ni de respeto a la palabra dada. Si uno se toma la molestia de seguir las relaciones externas de EEUU se topará con enormes sorpresas. La primera, que, para el establishment que gobierna el país, el Derecho Internacional tiene un rango inferior a su derecho interno, es decir, no tiene ningún valor, salvo para usarlo como arma arrojadiza contra sus enemigos. Por ejemplo, las declaraciones del secretario de Estado Blinken: “a la mayoría de los estadounidenses no les gusta ver a un país grande acosando a otro, simplemente sienten que está mal y quieren hacer algo al respecto”. Parece un chiste, pero no, lo dijo, sin que se le moviera una ceja. Declaraciones de este tipo, cínicas y sin vergüenza, pueden encontrarse desde el origen de EEUU.
Por esa razón, en Ucrania, sólo habrá guerra y más guerra. Porque EEUU es incapaz de negociar un acuerdo. Salvo los tratados relativos al control de armas nucleares, EEUU no firmó acuerdos políticos con la URSS. Por eso su permanente vocación de querer imponer sus criterios por la fuerza, directa o indirectamente. De ahí que hayan fracasado los intentos de acuerdo entre Rusia y Ucrania. Por eso rechazaron la propuesta rusa, de diciembre de 2021, de negociar un nuevo marco de seguridad. Por eso han rechazado sin más la propuesta de paz de China sobre Ucrania. Por eso hay poco que analizar y mucho que psicoanalizar de EEUU. El establishment de Washington sólo sabe entender el lenguaje de la fuerza, porque ellos creen, de muchas formas, que son Superman. Rusia tendrá que ganar para que EEUU acepte negociar. La única forma de que EEUU admita sentarse en una mesa de negociaciones partirá de que EEUU asuma que no puede ganar. Pasó en Corea, en 1953; en Vietnam, en 1973; en Iraq, en 2014; en Afganistán, en 2021. En Rusia deben entender esto, si acaso no lo han entendido ya.
En noviembre de 1981, el canciller nicaragüense, Miguel D’Escoto, se entrevistó en Santa Lucía con el secretario de Estado de EEUU, Alexander Haig, para buscar un arreglo entre la Nicaragua sandinista y EEUU. Fue diálogo de sordos. Haig acusó a Nicaragua de todo y terminó diciendo que, si no se aceptaban las condiciones de EEUU, EEUU recurriría a la fuerza. Tal ocurrió. Eso ha sido y eso seguirá siendo EEUU. Por eso seguirá la guerra. Por eso habrá guerra con China. Simplemente por eso.
Negociar es ceder. EEUU nunca cede. Superman es de acero. Acero con pies de barro. En otro comentario les cuento por qué. Que disfruten su fin de semana, recordando lo dicho en la coronación papal: Sic transit gloria mundi. Si es con vino y café, mejor.