sábado, 18 de febrero de 2023

CABALLOS DE TROYA

No creo que nadie en su sano juicio, independientemente de sus inclinaciones ideológicas, pueda negar que el gran acontecimiento geopolítico de este primer cuarto de siglo XXI es el ascenso del bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica). En efecto, el antiguo “tercer mundo” liderado por China y, sobre todo, en el momento actual, por Rusia, se ha levantado y le está plantando cara a ese decadente epígono del imperialismo occidental, que es EEUU, con su unipolarismo belicoso. Sin embargo, este proceso corre paralelo a otro más sutil que ha tenido lugar en el occidente colectivo, a saber, la desaparición de la oposición de izquierda que otrora, en los 60 y 70, contribuía a la sensación de que en las “democracias occidentales” había pluralismo político y fuerzas ideológicas que confrontaban. Pues bien, después de décadas de agonía, la izquierda occidental ha demostrado que era un mero espejismo en el mejor de los casos, y en el peor, un caballo de Troya dentro del cual se ocultaban soldados, pero no soldados aqueos como en la antigüedad, sino de la OTAN. En realidad, cabría hablar de varios caballos de Troya dado que la izquierda ha tendido en los últimos tiempos a la sectorialización de sus luchas. Así, podemos señalar el caballo de Toya del ecologismo, el del feminismo y el del LGTBismo, o lo que es lo mismo: el caballo verde, el violeta y el arco iris.

De estos tres, el caballo verde, el del ecologismo, es, con mucho, el que alberga más tropa otánica. Gracias al calentamiento global y a los sermones contra las emisiones de CO2 se ha justificado el expolio y la guerra contra los países en desarrollo. No es casualidad que el ecologismo moderno de Green Peace o Greta Thunberg[1]  naciera durante los años 60-70 cuando occidente, una vez concluido su proceso de industrialización (durante el cual contaminó a espuertas sin que nadie se lo recriminara), decidió llevar su producción industrial a países empobrecidos, donde los costes de producción eran menores y los beneficios eran mayores que en el “primer mundo”. Para mantener este statu quo las potencias occidentales financiaron ONGs ecologistas que acusaban hipócritamente al tejido industrial de países como China o India de llevar al planeta a un cataclismo ecológico. Quien tenga edad suficiente recordará el pánico que se sembró en los años 80 en occidente a través de los mass media a cuenta del “agujero en la capa de ozono”, problema catastrófico del que, curiosamente, ya nadie habla porque desapareció como por arte de magia. Hoy día es el calentamiento global rebautizado muy convenientemente como “cambio climático”, que es como no decir nada porque el cambio es la esencia misma del clima, el que se usa como coartada para obstaculizar el desarrollo de las potencias emergentes. Paralelamente, en los países del occidente colectivo, este ecologismo apocalíptico está sirviendo para desindustrializar y, por ende, acabar con la clase trabajadora, dado que, sin fábricas, como es lógico, no hay obreros. Y éste es uno de los factores que ha contribuido a destruir la izquierda dado que el nexo de unión entre los de abajo era el asociacionismo sindical para mejorar las condiciones materiales en el trabajo. El resultado ha sido una sociedad de individuos-zombi atomizados que creen que el enemigo es el vecino (EEUU es un ejemplo sangrante debido a que allí además la gente tiene fácil acceso a las armas de fuego.) Pero no contentas con atacar las mentes de sus súbditos, las élites del capitalismo globalista, de corte eminentemente especulativo-financiero, también quieren atacar sus cuerpos. Y para ello están financiando una campaña de lavado de cerebro en contra de productos esenciales en la dieta humana como la carne, la leche o los cereales. Todo es por el bien del planeta, nos dicen, mientras las empresas de gusanos e insectos comestibles ya empiezan a cotizar en bolsa. De esta manera el ecologismo, que empezó defendiendo la muy loable causa de la preservación de la naturaleza, ha acabado convirtiéndose en una distopía de corte neonalthusiano que pretende alimentarnos con grillos y lombrices de tierra.

Otro caballo de Troya es el caballito violeta del feminismo. A éste se le ha dado muchísima cuerda en el último lustro. La causa de la igualdad de la mujer frente al hombre siempre fue una reivindicación del movimiento obrero y del socialismo. De hecho, la Revolución Rusa de 1917 supuso un avance sin precedentes en los derechos de las mujeres, tanto que occidente tuvo que ceder y copiar parte de ese satanizado sistema comunista que llevó a las mujeres, por ejemplo, a trabajar en las fábricas codo con codo con los hombres u obtener generosas bajas por maternidad. Sin embargo, como el occidente liberal detesta profundamente la igualdad, a partir de los años 70 empezó a usar un sistema de cuotas basadas en el principio de la discriminación positiva. De esta manera se empezó a desequilibrar la balanza de derechos entre hombres y mujeres y se fomentó una auténtica lucha de sexos. También lo ha hecho el capitalismo norteamericano con la cuestión de las minorías étnicas y sexuales; se trata de reunir sectores sociales tradicionalmente oprimidos (negros, gays, mujeres, etc.), ponerles un mazo en la mano y decirles: habéis estado oprimidos, pero os vamos a regalar un mazo para que seáis vosotros los que oprimáis a partir de ahora. De esta manera, reciben golpes de mazo colectivos de oprimidos que no están englobados en esos grupos sociales privilegiados por las políticas de discriminación positiva. En realidad, se busca dejar que asciendan ciertos elementos burgueses de esas minorías para que las democracias liberales cubran el expediente. Así, el feminismo que habla insistentemente del techo de cristal para la mujer tiene como principal objetivo que las mujeres ricas desplacen a los hombres en los consejos de administración de las grandes multinacionales aupadas al poder por las mujeres pobres, que seguirán siendo pobres. Y es que la clase es un elemento clave en la explicación de los fenómenos sociales, aunque al feminismo como ideología burguesa que es, no le guste reconocerlo.  Además, el feminismo ha contribuido a fortalecer el estado policial y represivo sacando punta al tema de la violencia. Aquí asoma de nuevo la política burguesa de discriminación positiva puesto que el estado y los mass media solo contabilizan los casos de violencia del hombre hacia la mujer y no otros tipos de violencia (del hombre contra el hombre, la mujer contra la mujer o de la mujer contra el hombre, que también existe.) Por tanto, nos han acostumbrado a la idea de que hay una violencia de primera (la del hombre contra la mujer) y otra de segunda (el resto de violencias) que tiende a ser ignorada o, en algunos casos, justificada por los medios (la mujer que mata a su cónyuge siempre ha sido maltratada previamente por éste y la que mata a sus hijos siempre lo hace porque es víctima de una depresión.) Más aún, a raíz del punto de inflexión que fue el mediático “caso de la manada”, se empezó a socavar la presunción de inocencia, se rodearon con masas linchadoras los juzgados y se intentó agredir a la defensa de los acusados. Fue un golpe oclocrático en toda regla contra al poder judicial. Incluso, la “progresista” Ministra de Igualdad, Irene Montero, llegó a pedir en el parlamento que detrás de cada mujer hubiera un policía. Todo esto junto con las pulseras electrónicas, el aumento de la videovigilancia y la censura en los medios de comunicación, las redes sociales, la música, el cine, la literatura, etc. hacen que nos estemos acercando peligrosamente a un estado fascista. Pero no de mano de la derecha sino, paradójicamente, de mano de la izquierda, de esa izquierda que hace de caballo de Troya del imperialismo yanqui.

El tercer caballo de Troya es el caballo arco iris, el de las minorías sexuales. Resulta sorprendente que el sistema capitalista burgués que, hasta hace apenas dos días, como quien dice, consideraba la homosexualidad o la transexualidad como una enfermedad mental (así aparecía hasta hace poco en el DSM, la biblia de la psiquiatría del occidente civilizado) se envuelva ahora en la bandera arco iris y se declare de la noche a la mañana gay-friendly. Sin duda tiene que ver con una estrategia de jugar a pillar fuera de juego al emergente sur global, países en los que el subdesarrollo (favorecido, por cierto, por colonialismo de las potencias occidentales) ha motivado que los derechos de las minorías sexuales estén aún en estado embrionario. De esa manera, el occidente colectivo se presenta como el culmen de la civilización y usa el asunto para presionar o controlar a los países empobrecidos como hace con el tema de las emisiones del CO2. Es curioso ver cómo RTVE en 2018 nos muestra un documental en el que los niños ucranianos disparan contra objetivos que simulan gays, lesbianas y transexuales en un campamento montado por las milicias nazis que controlan el gobierno de Kiev, pero en 2022, en plena ofensiva rusa contra el ucronazismo, el mismo medio nos asegura que en el ejército ucraniano, atestado de nazis, hay unidades formadas por miembros del colectivo LGTB. No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que algo no cuadra y de que se está usando a dicho colectivo como arma de guerra contra Rusia, una Rusia que no se quiere someter al imperialismo occidental. Pero es que además el repentino furor occidental por lo gay-friendly está llevando al socavamiento de la lógica racional más elemental. Al dar apoyo institucional a las disparatadas teorías "queer", que hablan de una creciente lista de géneros o de que uno es del género que se sienta nada más levantarse por la mañana, se está tirando por tierra el pensamiento científico, base del progreso, la educación y la investigación. Y, además, como en los dos anteriores caballos Troya, ponerlo cuestión significa enfrentarse a la nueva Inquisición de lo políticamente correcto. O, lo que es lo mismo, al ser inatacable se convierte en un dogma. Y eso por no hablar de los atentados contra la salud que implican la hormonación o la mutilación genital, incluso en menores de edad. Éste es otro ejemplo de cómo una lucha en principio legítima, manipulada por los turbios intereses del capital global, se acaba convirtiendo en un nuevo irracionalismo que está llevando a la demencia a la sociedad de ese occidente colectivo que está en pleno proceso de descomposición interna.

En definitiva, la izquierda, una vez parcelada e infiltrada por los intereses del capital liberal financiero ha dejado de existir. ¿Por qué ha ocurrido esto? Ante todo, porque estas luchas sectoriales han perdido el marco común de la lucha de clases que era lo que hacía que la izquierda tradicional tuviera los pies en la tierra, en lo material, en lo inmediato. Al perder este referente común, las luchas sectoriales se han vuelto fácilmente manipulables, egoístas y reaccionarias, e incluso disparatadas. Tan disparatado como que ha sido la izquierda patria la que ha acabado mandando armas a un régimen neonazi como el de Ucrania, aplaudiendo a Zelensky en el parlamento o justificando las guerras imperialistas de la OTAN bajo una fachada de una falsa equidistancia (“ni OTAN, ni Putin”), como si fuera lícito situarse en el justo medio entre un poder que es nazi y otro que no les. Y, además, generando la paradoja de que las pocas críticas a lo que la Unión Europea y EEUU hacen un Ucrania vienen de sectores conservadores, que al menos no han perdido la capacidad de razonar. Al final resulta que los regímenes democráticos y multipartidistas de occidente no son ni tan democráticos ni tan pluralistas, sino que, más bien, los partidos representan a distintas facciones de las clases oligárquicas, es decir, que son vertientes de un mismo partido que es correa de transmisión de los intereses capitalistas. Por tanto, occidente también tiene, en el fondo, un régimen de partido único como China solo que en occidente el partido es capitalista mientras que en China es comunista. China sale ganando porque tiene una izquierda de verdad. En cambio, en occidente tenemos una izquierda que tras olvidarse de la lucha de clases y fracturarse en mil luchas sectoriales se ha convertido en un caballo de Troya de la OTAN que ha acabado allanando el camino a un nuevo fascismo.


NOTA:

[1] Es bastante llamativo cómo, justo en el momento de redactar este escrito (febrero de 2023), la iluminada Greta Thunberg y sus acólitos permanecen mudos frente la catástrofe ecológica de East Palestine (Ohio), bautizada como el Chernobyl de EEUU.  Qué poco habrían tardado en poner el grito en el cielo si la catástrofe hubiera ocurrido de China o en Rusia.