mpr21, 15/01/2023
En enero de 2018 el bulo sobre la injerencia rusa estaba en pleno apogeo. A diferencia de otros, aquel bulo estaba siendo difundido deliberadamente por las grandes cadenas de comunicación, que sabían que era falso. Naturalmente, los “verificadores de hechos” se callaron la boca como buenos perritos falderos que son.
El núcleo de aquella imbecilidad era que Trump era un agente de Moscú o servía a sus intereses, al más puro estilo de la Guerra Fría.
La publicación de los archivos internos de Twitter muestra claramente que el equipo directivo de la red social no pudo identificar nunca ninguna actividad significativa vinculada a Rusia en relación con las elecciones presidenciales ni con ninguna otra actividad de la vida política estadounidense.
“Los funcionarios de Twitter estaban consternados al no encontrar pruebas de influencia rusa”, afirma el periodista estadounidense Matt Taibbi, encargado de revisar la documentación de la red social. “Alimentamos a los trolls del Congreso”, decía uno de los mensajes. Los diputados demócratas estaban contando metiras y la red social se dedicaba a propagarlas con plena conciencia de que eran mentira.
“Twitter advirtió a políticos y medios de comunicación no solo de que carecían de pruebas, sino de que tenían pruebas de que las cuentas no eran rusas”, asegura el periodista.
Durante aquel periodo, la dirección de Twitter empezó a desconfiar de ciertos tinglados, como la Alianza para Garantizar la Democracia (ASD), un equipo de intoxicación formado en julio de 2017 por antiguos altos cargos del gobierno de Obama para contrarrestar la supuesta influencia rusa en la política estadounidense.
La ASD llegó a crear una herramienta informática, Hamilton 68, para evaluar en tiempo real la influencia de Rusia en Twitter. “Os animo a ser escépticos con las interpretaciones de Hamilton 68 sobre [una supuesta campaña rusa en Twitter], que, por lo que sé, es la única fuente de estas historias […] Es un truco de comunicación de la ASD”, escribía un cabecilla de Twitter a sus colegas.
“Hamilton 68 no publica las cuentas que componen su cuadro de mandos, por lo que nadie puede verificar que [se trata de] cuentas automatizadas rusas”, añadió, al tiempo que señalaba que era “extraordinariamente difícil” que entidades ajenas a Twitter y, por tanto, sin acceso al programa informático interno de la plataforma fuerza capaz de detectar la influencia rusa, como aseguraba la ASD.
“Todo este alboroto se basa en Hamilton”, decía el jefe de seguridad de la red social en ese momento.
El tinglado ASD aseguraba que la etiqueta #ReleaseTheMemo formaba parte de una vasta campaña de desestabilización organizada por Rusia. Pero los cabecillas de Twitter sabían que era mentira: estaban vinculadas a cuentas occidentales muy importantes, sin ninguna relación con Moscú.
Por lo tanto, aunque Twitter sabía que no existía ningún intento de Rusia por influir en las elecciones estadounidenses, permitió la circulación del bulo. “A pesar de la creencia interna universal de que no había rusos en la historia, Twitter continuó siguiendo un patrón servil de no cuestionar formalmente las afirmaciones [sobre] Rusia”, señala Taibbi.
La postura de la red social permitió que las afirmaciones infundadas calaran en el panorama mediático mundial, que las sigue repitiendo periódicamente como si fueran ciertas.