Juanlu González
Bits Rojiverdes, 26/12/202
Sí, Ucrania ha perdido la guerra. De hecho, es algo que sucedió hace meses de manera irreversible. Quizá pueda sonar excesivamente categórico, pero no cabe ninguna duda de que es así. Claro que si nos atenemos a las informaciones que vierten los mass media occidentales, Zelensky, tras liberar San Petersburgo, debe estar a punto de tomar Moscú, pero cualquier observador que esté atento a la evolución de los frentes de guerra, sabe que ese es el escenario del teatro de operaciones.
Después de la retirada táctica de Kherson y situar las fuerzas rusas más allá del río Dnieper, Kiev ha perdido completamente la iniciativa. Su ejército está anclado en posiciones defensivas prácticamente imposibles de mantener, a no ser con un costo humano y material inasumible para un ejército o un gobierno sensato. Sólo la defensa de Bakhmut está costando decenas de miles de bajas, a razón de 400 o 500 víctimas diarias (entre muertos y heridos de consideración), según informan corresponsales occidentales desplazados a la región.
Es cierto que a Rusia y sus aliados, los ejércitos populares de Dontesk y Lugansk, les está costando avanzar pero, por el mismo principio, van a poder mantener fácilmente las posiciones tomadas. Para atacar un territorio hace falta contar con una fuerza tres o cuatro veces mayor que la que lo defiende. Si Ucrania se convierte en atacante de terrenos fortificados, la situación se le va a complicar y mucho. Y eso en igualdad de condiciones, si tenemos en cuenta que el dominio de los cielos por parte de Rusia es absoluto y que la superioridad artillera es de tres a uno, la proporción de fuerzas ofensivas todavía debería ser mayor, algo de lo que ya no disponen tan alegremente como antes.
Los generales ucranianos avisaron de que debían recuperar el Donbass y Novorrosia antes de la llegada del invierno para evitar que Rusia fortificara sus posiciones. Pues bien, el general invierno ya está aquí y Ucrania no ha recuperado un milímetro de terreno en las últimas semanas. Muy al contrario, las derrotas y las pérdidas territoriales de Kiev se suceden día tras día. Los nuevos refuerzos de la maquinaria bélica y de la mano de obra rusa están a punto de llegar al teatro de operaciones, por lo que es muy probable que se lance a primeros de año una gran ofensiva que acabe con la toma completa de Donetsk y Lugansk.
La destrucción de la infraestructura eléctrica del país está complicando la llegada de fuerzas ucranianas a los frentes de batalla. El ferrocarril eléctrico es poco menos que inservible. Los restos de la industria de montaje, mantenimiento y reparación de armas, apenas si pueden desarrollar su función entre problemas estructurales de suministro energético. Carreteras, puentes y nudos ferroviarios están muy deteriorados o son casi inservibles. Por mucha ayuda que llegue desde occidente, la situación humanitaria de la población ucraniana se va deteriorar aún más sin agua y sin luz y va a provocar nuevas olas de inmigración hacia Europa en números insoportables.
El ejército ucraniano está destruido, la dependencia de mercenarios extranjeros es cada vez mayor. Los contraataques, hace unos meses multitudinarios, ahora se ejecutan con unas pocas decenas de soldados y medios exiguos. La fatiga militar ucraniana es más que evidente. El punto de inflexión del que tanto habla Zelensky va a llegar, pero lo va a sufrir en sus propias carnes. Están cazando a reclutas en las calles, en los centros comerciales, en países limítrofes. No queda de dónde sacar más soldadesca tras casi una decena de levas obligatorias e impopulares. La dependencia de mercenarios y militares de la OTAN infiltrados sin distintivos es cada vez mayor. Nadie puede pensar que los modernos lanzamisiles HIMARS son operados por ucranianos, algo que sucederá de igual manera con los Patriots cuando lleguen en 2023.
La guerra podría haber terminado hace meses. Pero Rusia está luchando contra EEUU y contra toda la OTAN en Ucrania. Kiev solo pone el terreno de juego y los muertos. La frase de que Occidente luchará contra Rusia “hasta el último ucraniano” toma ahora un trágico sentido. Ucrania no sólo va a perder el 20% de su suelo, va a perder a varias generaciones de población. A este ritmo se convertirá en poco menos que un estado fallido. Cuando tengan que devolver los préstamos y pagar las armas que le están llegando a espuertas, quedarán hipotecados por décadas, sin apenas infraestructura y sin población que pueda levantar el país.
Es hora de apostar realmente por la paz. La prórroga de la hegemonía de Estados Unidos no vale la vida de ni un solo ucraniano. Pero una cosa sí que se ha de tener en cuenta. La Ucrania integradora de Yanukovich ya es el pasado. Es imposible que la población rusa viva en la Ucrania del futuro. Centenares de miles de muertos en una guerra civil entre el oeste contra el este, entre el norte contra el sur es una losa demasiado inestable sobre la que asentar ninguna convivencia a largo plazo. El empeño de Zelensky por recuperar unas tierras en las que habita una población que lo odia profundamente, tanto a su persona física, como a la imagen del régimen que encarna, implantado por la fuerza de las armas neonazis tras el Maidan, es una quimera, pura ilusión. Crimea, el Donbass y Novorussia hace tiempo que ya no son Ucrania. Sus pueblos soberanos hablaron en los 90, en 2014-15 y lo han vuelto a hacer meses atrás con resultados más que homogéneos y coherentes con los referéndums previos.
En cualquier caso, si se precisa de repetirlos una vez más bajo el paraguas de la ONU como clave de un acuerdo de paz con reconocimiento internacional, podría organizarse un referéndum vinculante. Esa es la solución por la que han apostado personalidades como el incombustible Henry Kissinger o el advenedizo Elon Musk, un generoso donante a Ucrania desde el inicio de la guerra a través de su empresa Starlink.
La tierra es, o debe ser, de quien la trabaja. Al menos de quienes la habitan. Conquistar las zonas independizadas de Ucrania contra el deseo de sus habitantes, equivale a cometer un genocidio. Ese era, desde un principio el plan de Kiev, apoyado por EEUU y la OTAN. Se inventaron unos acuerdos de paz para engañar a Rusia mientras llenaban Ucrania de armas para la sangrienta toma definitiva del Donbass y Crimea. El expresidente Poroshenko llegó a manifestar a las claras que la idea de su régimen era matar o deportar a la población rusa de Ucrania usando el mismo término que empleaba Hitler contra los judíos: la «solución final». Esas eran las intenciones ocultas de la civilizada Europa, la del jardín del Edén acosado por bárbaros, que glosaba el inútil y traidor de Borrell. Y eso es lo que defiende nuestro gobierno, el más progresista de la historia.
Anclar las fronteras de un estado artificial y extremadamente reciente, por encima de los deseos de sus propios habitantes en peligro de exterminio físico por un estado fascista surgido de un golpe de estado, es un crimen contra la Humanidad que EEUU, la OTAN y la UE han apoyado en aras a reforzar sus intereses geoestratégicos. Es sumarse al genocidio o a la deportación de un cuarto de la población ucraniana de unas tierras en las ellos y sus antepasados han vivido siempre, otra sueño que pulula por las mentes huecas de Zelensky o Poroshenko. O quizá se trate de ambas cosas a la vez. En cualquier caso, planes macabros que nos convierten en cómplices de una estrategia neonazi de exterminio de un pueblo, que intentan disfrazar de apoyo a la democracia y la libertad y que, para colmo de males, nos está empobreciendo a los europeos para mayor gloria de Estados Unidos.