Luis Gonzalo Segura
RT, 02/06/2022
Estados Unidos amenaza: defenderá militarmente Taiwán
Una muestra clara sobre cómo la guerra va adquiriendo forma la encontramos en la posición norteamericana en Taiwán, donde a casi ningún occidental se le perdió jamás objeto alguno, ni tan siquiera uno de esos pequeños e insignificantes, pero que, por lo que se ve, a Estados Unidos le va la vida en ello.
Pero es que, claro, Estados Unidos es el defensor del bienestar de la humanidad a nivel global, lo que consiste, en esencia, en que se le entregue todo cuanto desee o que las bombas arrecien y las conspiraciones derroquen gobiernos. Para los despistados: el bienestar de la humanidad consiste en considerar esencial para la supervivencia una isla que se sitúa a once mil kilómetros de los Estados Unidos continentales y, cuando se tercia, masacrar varios millones de personas en Irak, Afganistán o Yemen —y si son niños, que muchos lo son, mejor—.
Así, Estados Unidos, en aras de ese desalentador y alarmante bienestar mundial, se pronunció el pasado 23 de mayo por medio de su presidente, Joe Biden, para amenazar con una "intervención militar" si China invadía Taiwán —lo hizo, además, en plena gira por Japón, donde se reunió con el primer ministro, Fumio Kishida—. Porque, of course, Taiwán es "inalienable" para Estados Unidos, tanto que se compromete a "defenderla militarmente".
Además, en la rueda de prensa conjunta entre los mandatarios norteamericano y japonés, estos afirmaron que tienen una visión de la región Indo-Pacífica como "libre y abierta". Por contextualizar, "libre y abierta" significa que la región debe estar sometida y controlada por Estados Unidos de forma directa o indirecta —mediante Australia, para que no llame mucho la atención—. Como Fiyi, que se ha convertido en el decimocuarto país que firma un acuerdo con Estados Unidos para formar parte del Macro Económico del Indopacífico (IPEF) en el que ya se encuentran Australia, Brunei, Corea del Sur, India, Indonesia, Filipinas, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur, Tailandia, Vietnam, Japón y Estados Unidos.
Estados Unidos (y Australia) contra China, competencia en el Pacífico
En plena carrera norteamericana por adherir países a sus intereses, hace solo unos días, el 27 de mayo, el Gobierno de Australia advertía a las naciones insulares del Pacífico de las "consecuencias" que tendría establecer pactos con China. Una advertencia que llegó tras conocerse que el Gigante Asiático pretende constituir un plan de cooperación por cinco años con diez naciones del Pacífico al respecto de "la seguridad tradicional y no tradicional".
Este plan, que comenzó a implementarse en Islas Salomón y Kiribati, países que cambiaron su posición en cuanto a Taiwán, podría provocar a corto plazo que la seguridad de múltiples países —muchos insulares— dejen de ser competencia de Australia —y Occidente— para pasar a ser responsabilidad china —militares y bases, incluidas—. Y, peor aún, que algunos de los países libres y abiertos del IPEF también cambien de bando, lo que ocurriría, claro está, contra su voluntad de ser libres y abiertos.
Entre la libertad y tal, el cortejo chino a una decena de países del Pacífico —con atractivas propuestas en turismo, infraestructuras, aviación o industrias—, le permitiría instalar una base militar a menos de 2.000 kilómetros de Australia. Una cuestión que preocupa, y mucho, a los australianos sin que nadie en el mundo occidental cuestione la legitimidad de tal inquietud —pero que a los rusos le sitúen bases militares y misiles con cabezas nucleares a quinientos kilómetros de casa le parece a Occidente lo más normal del mundo, incluso cool—.
Además, no deja de ser curioso que Occidente, al contrario de lo propugna en Europa, donde esgrimen el derecho soberano de cada nación a decidir al respecto de sus intereses, se dedique a amenazar con "consecuencias" en el Pacífico. Uno se imaginaba a los luchadores por la libertad y la democracia —Occidente— animar a las islas del Pacífico a que hicieran lo que les viniera en gana. Pero no. Y es que la geopolítica no va de lo que se defiende en público —democracia y derechos humanos—, sino de lo que se obtiene en privado —recursos, beneficios, fuerzas, posiciones, superficie, influencia—.
Geopolítica que, en estos momentos, se centra en una dura pugna en la región, con potencias cortejando al mayor número de países posibles, lo que ha provocado que, tanto Biden como el canciller chino, Wang Yi, y la ministra de asuntos exteriores australiana, Penny Wong, estuvieran en la región en los últimos días.
La guerra, el deseado y lucrativo fruto norteamericano
Por desgracia, si la guerra, ese mal que tanto rédito ha generado a Estados Unidos, llegase a Asia-Pacífico, como ha llegado a Europa, los occidentales mirarán al cielo queriendo entender qué puñetas ha sucedido. Algo así como lo que hicieron en Afganistán cuando cayó en manos de los talibanes en verano de 2021, aunque más de dos años antes, en enero de 2019, yo escribiera en esta misma columna que la situación en Afganistán era insostenible —los datos dejaban ya entonces poco margen al error—. Será, dependiendo del caso, una estupefacción ignorante o teatral, pero, con toda seguridad, infame y estrafalaria.
La guerra es una semilla que crece día a día porque, sencillamente, la guerra es una prolongación de la política, una continuación de la política por otros medios, un verdadero instrumento político —Clausewitz—. Un ejemplo de ello es esta confrontación geopolítica en Asia-Pacífico, cuya simiente hace mucho tiempo que fue plantada, regada y abonada. Y los frutos cada día están más maduros.
Oriente Próximo, Europa, América Latina, África y Asia-Pacífico son, hoy, regiones incendiadas o tensionadas al máximo por Estados Unidos con la finalidad de mantener su posición hegemónica en el mundo ante el empuje de China. Razón por la que los norteamericanos han estado arrinconando a sus dos mayores peligros, Rusia y China —según sus propias directivas geopolíticas, como la Estrategia de Defensa Nacional de Estados Unidos de 2018—, y no pararán hasta que las sometan o las derroten. Sumisión o guerra, es la disyuntiva que ofrecen —y siempre ofrecieron— los Estados Unidos. Un movimiento geopolítico perverso que se convierte en cínico e hipócrita cuando se acompaña de cánticos angelicales que versan sobre democracia y derechos humanos mientras medio planeta ya sufre las consecuencias de la agonía de Estados Unidos por mantener el cetro mundial.