En esta fase del largo conflicto ucraniano (la guerra empezó en realidad en 2014), la que comenzó el pasado 24 de febrero con la entrada de tropas rusas en Ucrania, estamos viendo cómo las fuerzas ucranianas y los mass media occidentales están obsesionados con mostrarnos la destrucción que, según el bando pro-OTAN, los rusos están causando en hospitales, escuelas y teatros. Por su parte el bando ruso dice que tales infraestructuras civiles cuando son atacadas por su ejército están evacuadas y ocupadas por piezas de artillería del enemigo. En ocasiones, como en el caso del teatro de Mariupol, el ejército ruso ha sostenido que en algunos de estos edificios había rehenes (escudos humanos) de los batallones ucronazis y que han sido éstos los que los han destruido para culpar a los rusos. ¿Quién tiene razón? Veamos algunos ejemplos del pasado para contestar a esa pregunta.
Crisis de los rehenes del hospital Budionnovsk (1995)
El 14 de junio de 1995 durante la Primera Guerra Chechena un grupo de unos 150 guerrilleros chechenos asaltaron un hospital en la localidad rusa de Budionnovsk, en la frontera con la república de Chechenia. En Rusia gobernaba Boris Yeltsin y los guerrilleros, que en realidad eran mercenarios integristas financiados por EEUU (como nuestra antirrusa prensa acabó reconociendo), estaban dirigidos por Shamil Basayev. Basayev y los suyos pedían la retirada de las tropas rusas de Chechenia, de lo contrario irían matando uno a uno a enfermos y trabajadores sanitarios. Tras unas negociaciones que no llegaron a nada, durante las cuales los secuestradores no dejaban de matar rehenes, las fuerzas rusas terminaron por asaltar el hospital. Hubo más de 120 muertos. A partir de ahí Yeltsin empezó a alejarse de sus antiguos socios occidentales con los que se había aliado para saquear la ex Unión Soviética. También fue a partir de ahí cuando la prensa occidental, que antes había alabado a Yeltsin como "campeón de los derechos humanos" y un "luchador por la libertad", empezó a denigrarlo y a llamarlo “borracho” y “cleptócrata”. La izquierda occidental por aquel entonces aplaudía a la guerrilla chechena porque gracias a las ínfulas de rebeldes que les había concedido la TV creían que era una guerrilla antiimperialista al estilo de la del Che Guevara.
Titular de la noticia en El País del 16 de junio de 1995
Crisis de los rehenes del teatro Drubrovka de Moscú (2002)
Ya con Putin en el poder en Rusia, el 23 de octubre de 2002 un comando de combatientes chechenos tomó como rehenes al público asistente a una representación en el teatro Dubrovka de Moscú. Se pretendía así tomar represalias contra Rusia por la Segunda Guerra de Chechenia, en la que un ejército ruso ya profesional y mejor equipado aplastó a los integristas. El episodio tuvo el mismo guión que el anteriormente descrito, incluido el asalto final a mano de las fuerzas de seguridad rusas. El balance fue de al menos 170 muertos, entre ellos todos los terroristas chechenos. En occidente los medios culparon a Putin de los muertos y se mostraron más afligidos por los terroristas "ejecutados por Putin" que por el público inocente que tuvo la mala suerte de asistir esa noche al teatro. La izquierda (por llamarla de alguna manera), en general, se unió a las críticas. Parecía como si el mismo Putin, y no el comando checheno, hubiera asesinado a su propia población civil.
Masacre de la escuela de Beslán (2004)
Aquí constatamos la fijación de los terroristas armados por occidente y la OTAN por las escuelas y los niños. El 1 de septiembre de 2004 otro comando checheno tomó como rehenes a 1181 personas, la mayoría niños, en una escuela de Beslán (Osetia del Norte, limítrofe con Chechenia.) El guión fue el mismo aunque con ingredientes de película de terror porque había niños por medio y a los rehenes no se les permitía ni comer ni beber agua. Tras el asalto a manos de las fuerzas especiales rusas se pudieron contar 334 muertos. El secuestro fue una acción desesperada por parte de los integristas chechenos tras las derrotas en el campo de batalla contra un ejército ruso renovado y por su frustrado intento de invadir la vecina Daguestán, cuya población civil los repelió incluso antes de que llegara el ejército ruso. Los medios nuevamente culparon a Putin y, de hecho, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó a Putin por "no haber hecho lo suficiente para impedir la matanza". Ninguna condena al integrismo financiado por la EEUU, UE y la OTAN. La pseudoizquierda, por su parte, siguió avalando la versión mediática de los hechos.
Por eso la afirmación rusa de que la destrucción de hospitales, teatros y escuelas en Ucrania es responsabilidad de los neonazis utilizados por la OTAN como ya usó a los chechenos, para algunos, entre los que me encuentro, no es descabellada. ¿Por qué no lo iban a hacer ahora los mercenarios de la OTAN si llevan décadas haciéndolo en Rusia, y no sólo allí, también la ex Yugoslavia, en Siria, etc.? Además, ¿qué sacaría Rusia de provecho con este tipo de acciones? Nada. Sin embargo ¿qué saca el bando otánico? Todo lo imaginable. Más apoyo de la OTAN, armas, dinero, blanqueamiento de su imagen en los medios… Hay que tener en cuenta que los mafiosos albanokosovares, los neonazis ucranianos y los rebanacuellos sirios y chechenos no son militares sino terroristas que usan el dolor de la población civil como arma para compensar sus fracasos en el campo de batalla. Y el resto, esa falsa imagen de “luchadores por la libertad” lo pone la TV.