Berlín Confidencial, 11/12/2022
Décadas de intensa propaganda sobre el fin del período socialista en el Este de Europa, adornadas con los dogmas de todos conocidos (“ansias de libertad” de sus ciudadanos, “anquilosamiento” de su economía y el carácter “opresivo” de sus sistemas políticos), han servido no solo para elaborar una gran mentira sino para ocultar lo que realmente se diseñó en la “guerra caliente” del Occidente anticomunista contra el socialismo; y que terminó con las ya conocidas contrarrevoluciones, de 1989, y el fin de la URSS, en 1991. La realidad fue mucho más compleja que ese escenario propagandístico anticomunista, tantas veces difundido por think-tanks de extrema derecha, y sus papagayos mediáticos, acerca del «fracaso del comunismo». Entre bastidores, los países occidentales, tras el final de la II Guerra Mundial, fueron trabajando pacientemente el desmoronamiento del socialismo. Lo explico, pormenorizadamente, a continuación.
Fue en los años de la conocida como “guerra fría” (iniciada por los países de la OTAN, en 1946, con el famoso discurso de Winston Churchill en Fulton, EEUU, sobre el «telón de acero») cuando operaciones secretas y otros métodos subversivos se implementaron en los Estados Unidos para destruir a su enemigo principal: la URSS, así como a sus aliados socialistas, fundamentalmente, de Europa. Esas actividades se planificaron y desarrollaron no solo en los cuarteles generales de los servicios de inteligencia estadounidenses, sino también en los europeos (británicos y alemanes occidentales).
Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, la tensión en las relaciones internacionales aumentó de forma considerable, especialmente en las relaciones entre los antiguos aliados de la coalición anti-Hitler. Después de salir de una guerra sangrienta con pérdidas mínimas, los Estados Unidos de América, relegando a un segundo plano a la otrora poderosa e imperial Gran Bretaña, se encaminaron hacia el establecimiento del dominio global. Esto contribuyó a la división del mundo en dos bloques antagónicos: el socialista, encabezado por una URSS exhausta, que se estaba recuperando activamente de las enormes pérdidas y la devastación de la guerra; y el capitalista, donde Estados Unidos jugó el papel principal.
La aparición de armas nucleares en los Estados Unidos y, sobre todo, en la URSS condujo a un escenario donde nuevos métodos de «guerra no caliente» permitían un enfoque altamente disuasorio entre las dos mayores potencias militares del mundo. En estas condiciones, Estados Unidos comenzó a aplicar una nueva estrategia consistente en actividades subversivas encubiertas, operaciones paramilitares (también encubiertas), apoyadas en la diplomacia. Desde los primeros años de la Guerra Fría, Estados Unidos comenzó a utilizar en su política exterior herramientas de carácter militar y no militar, que incluían: lucha clandestina, sabotaje y subversión; involucrando a diversos grupos criminales, así como al uso y manipulación de protestas masivas civiles.
Fue durante esos años que Estados Unidos desarrolló y adoptó iniciativas estratégicas de política exterior a largo plazo destinadas a desestabilizar la situación política interna en la URSS y los países del bloque socialista, a través de operaciones encubiertas (trabajo clandestino subversivo, guerra psicológica, apoyo a diversos grupos de «resistencia» interior). A través de los esfuerzos de los asesores de la administración presidencial de Harry Truman, en particular, del conocido diplomático estadounidense George F. Kennan (un ferviente partidario de contener la “expansión soviética”), se estableció un enfoque estratégico en la política exterior de los EEUU destinado a desestabilizar la situación interna en los países socialistas. Así, en un memorándum fechado en 1948, propuso comenzar a implementar operaciones encubiertas en estados hostiles a través de grupos clandestinos de resistencia, en apoyo de elementos anticomunistas.
En el mismo año de 1948, el Consejo de Seguridad Nacional de EEUU adoptó las Directivas Nº. 10/2 y 20/1, que hablaban de planes para preparar y realizar una amplia gama de actividades subversivas en el extranjero. Según la primera directiva (10/2), «operaciones encubiertas» significaba lo siguiente: «Todas aquellas actividades realizadas o aprobadas por el gobierno de los EEUU contra estados o grupos extranjeros hostiles o en apoyo de estados o grupos extranjeros amigos. Sin embargo, estas actividades se planifican y llevan a cabo de tal manera que su fuente no se revele externamente – el gobierno de los EEUU-, y si se expone, el gobierno de los EEUU puede negar plausiblemente toda responsabilidad por ello hasta el final. […] Operaciones encubiertas son también propaganda, guerra económica, acciones directas preventivas (incluido el sabotaje) y la destrucción de objetivos; actuaciones subversivas contra estados extranjeros, incluida la ayuda a movimientos clandestinos de resistencia, guerrillas y grupos de liberación de emigrados, el apoyo a grupos anticomunistas en países en peligro del mundo libre”.
La siguiente directiva del Consejo de Seguridad Nacional-58 preveía la asistencia de ayuda en los países de Europa del Este socialista, no solo a los grupos antisoviéticos sino también a elementos del establishment político socialista: “Debemos aumentar de todas las formas posibles toda la asistencia y el apoyo posibles a los líderes y grupos pro-occidentales en estos países». Esta directiva es de suma importancia para entender lo que vino después (la compra de agentes de influencia situados en los más altos puestos de la nomenklatura comunista de esos países; particularmente, en la URSS).
El mecanismo de las operaciones encubiertas para derrocar a regímenes políticos con tendencias izquierdistas, o “contener” a partidos políticos comunistas en países occidentales de Europa que tenían posibilidades de gobernar, fue probado por Estados Unidos ya en 1947-1949. Así, en 1947, lo hicieron en Francia (con la expulsión de los comunistas del poder –que habían ganado las elecciones en 1946- y las huelgas que forzaron la caída del gobierno de coalición comunista), en 1948 en Italia (mediante una cruenta campaña de intimidación y asesinatos por encargo, que la CIA encomendó a la mafia siciliana y norteamericana, así como a elementos de la iglesia vaticana). Más tarde, EEUU, a través de la red Gladio de la OTAN, lo probó con éxito en Grecia, en 1967, durante el golpe de los Coroneles, que causó miles de muertos. La CIA logró sacar del poder a los comunistas de Occidente que tenían posibilidades de gobierno, gobernaban en coalición y gozaban de amplia popularidad, con el subsiguiente fortalecimiento de la presencia estadounidense en esos países. La creación de la Operación Gladio fue fundamental para conseguir este fin.
El 30 de septiembre de 1950, el presidente de los EEUU, Harry Truman, aprobó la nueva directiva secreta del Consejo de Seguridad Nacional NSC 68, adoptada unos meses antes, que durante mucho tiempo se convirtió en la base de operaciones encubiertas contra la URSS y los países del bloque socialista. Uno de los principales objetivos de los Estados Unidos era lograr cambios fundamentales dentro del sistema soviético. Para esto se propuso lo siguiente: «Necesitamos librar una guerra psicológica abierta para causar una traición masiva a los soviéticos y destruir otros planes del Kremlin, fortalecer medidas y operaciones positivas y oportunas por medios encubiertos en el campo de la guerra económica, política y psicológica para causar y apoyar disturbios y levantamientos en países satélites seleccionados estratégicamente y que sean importantes”.
Las directivas antes mencionadas, cuyo objetivo final era el colapso de la URSS y, en consecuencia, el colapso de todo el bloque socialista, supusieron la implementación de operaciones encubiertas que, en realidad, se equipararon con operaciones de sabotaje, subversivas y de combate realizadas tanto por instituciones político-militares oficiales de EEUU como no oficiales; instituciones, estas últimas, asociadas con el gobierno de EEUU (lo que hoy serían sus fachadas golpistas, la NED o Fundación Nacional para la Democracia, la USAID de «ayuda al desarrollo» y una selva de poderosas organizaciones estadounidenses creadas para el cambio de régimen en otros países, tales como Freedom House, McArthur Foundation, Open Society de Soros, etc).
A mediados de la década de 1950, el Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos señaló que, en las condiciones de inestabilidad emergente en el continente europeo, las posibilidades de influencia estadounidense en el desarrollo de los acontecimientos en Europa del Este para debilitar la influencia soviética habían aumentado. Al mismo tiempo, se enfatizó que los Estados Unidos deben influir no solo en las masas, sino también en los gobiernos socialistas y obligarlos a ajustar sus políticas. Esto implicó un enfoque individualizado, diferenciado por países. La búsqueda de eslabones débiles en la cadena de influencia soviética se convirtió en una tarea urgente para la CIA. Entre las áreas clave a largo plazo para el trabajo subversivo, los estadounidenses destacaron a la RDA (República Democrática alemana), Hungría, Checoslovaquia y Polonia.
Los ataques masivos de propaganda y sabotaje contra el bloque socialista y su pilar, la Unión Soviética, fueron planeados y llevados a cabo casi simultáneamente por los estadounidenses y sus aliados occidentales desde diferentes frentes. Como lo demuestran los documentos de archivo desclasificados, la Casa Blanca abordó a fondo el tema de socavar las posiciones de la URSS en Europa del Este. En junio de 1953, especialistas del NSC (Consejo de Seguridad Nacional) de EEUU presentaron un informe titulado «Objetivos y acciones de Estados Unidos en la explotación de disturbios en países satélites de la URSS».
Dicho informe, analizó las opciones estadounidenses en el contexto de intensificar la guerra psicológica contra los gobiernos comunistas, incluidas propuestas específicas para crear «focos de resistencia». La implementación de las metas y objetivos de este documento incluyó varias fases. La segunda fase preveía la organización y apoyo de actividades subversivas y de sabotaje utilizando grupos clandestinos de combate. Primero, era necesario preparar, entrenar y suministrar organizaciones clandestinas capaces de realizar ofensivas terroristas a gran escala u hostilidades prolongadas. Además, se recomendó crear grupos de “resistencia” que cooperaran entre sí, en países socialistas del Este y nacionalistas no rusos de la Unión Soviética. El documento de 1953, fue la base de la política exterior estadounidense en la organización de levantamientos «populares» en Europa del Este, demostrando que Washington poseía un potencial ampliamente destructivo en el desarrollo de operaciones subversivas complejas.
En junio de 1953, una ola de protestas, instrumentalizadas desde Bonn, EEUU y Reino Unido, a través de sus servicios de inteligencia, se extendió por muchas ciudades de la RDA. En su capital, Berlín, Dresde, Görlitz, Magdeburgo y algunas otras ciudades, se produjeron enfrentamientos armados con las fuerzas policiales y luego con unidades del ejército soviético. De estos sucesos, ya ofrecí una amplia panorámica general de los mismos en esta entrada. Los acontecimientos en la RDA, en junio de 1953, están lejos de ser el “movimiento espontáneo obrero” que la propaganda del Oeste ha estado difundiendo durante décadas. Después de una diíficil situación económica en la RDA, y unas impopulares medidas de ajuste por parte del gobierno socialista, lo que eran protestas legítimas se tornaron en un intento de golpe de Estado de Occidente a través de sus agentes desestabilizadores; aprovechando una coyuntura que le era favorable para subvertir el orden socialista.
Después del ensayo disruptivo de Occidente contra la RDA, Estados Unidos, a través de estructuras antisoviéticas controladas, emprendió una serie de esfuerzos en Hungría. En julio de 1956, como parte de las medidas para «concentrar» todas las fuerzas antisoviéticas, se celebró una reunión del Consejo del NTS (Narodny Trudovy Soyuz; partido de extrema derecha en el exilio formado por un grupo de emigrados rusos anticomunistas) en Kiedrich am Rhein (RFA). En esta ciudad, se analizó la situación en la URSS y los países socialistas de Europa del Este (principalmente en Polonia y Hungría), después del infame 20º Congreso del PCUS (donde Jruschov hizo una condena general del «estalinismo»). Se tomó una decisión para el futuro próximo: intensificar el apoyo a la oposición anticomunista interna en el bloque soviético para lanzar levantamientos populares. La siguiente intentona golpista, tras el fracaso de las fuerzas contrarrevolucionarias occidentales en la RDA, fue Hungría (ver entrada).
Sin embargo, en Hungría, en 1956, a pesar de todos los planes y la retórica beligerante de Washington, Estados Unidos, al no contar con amplios recursos operativos sobre el terreno, no pudo brindar asistencia oportuna y eficaz a los insurrectos de Hungría, que la esperaban como agua de mayo. El liderazgo estadounidense no se atrevió a entrar en una confrontación abierta con la URSS. La disposición de la dirección soviética de utilizar la fuerza militar jugó un papel decisivo para detener la amenaza contrarrevolucionaria húngara. Una reacción pasiva de la URSS en los acontecimientos de 1956 podría haber conducido a una reorientación de Hungría y a una ruptura de la unidad en todo el bloque socialista, lo que en esas condiciones habría provocado una peligrosa reacción en cadena (efecto dominó) y entusiasmo en las filas de las fuerzas anticomunistas de otros países. Los levantamientos de Berlín-RDA y Hungría, inspirados bajo la influencia de Occidente, fueron aplastados; demostrando la incapacidad de la CIA para confrontar abiertamente a las poderosas fuerzas militares y agencias de inteligencia de la URSS.
Los pasos destructivos de la política exterior de los Estados Unidos, en el ámbito internacional, complicaron enormemente las ya tensas relaciones con la Unión Soviética. La injerencia de las administraciones estadounidenses en los asuntos internos de los países del bloque socialista y sus aliados pudo haber llevado el enfrentamiento secreto al nivel de un potencial conflicto nuclear, que casi se da por hecho en las crisis de Berlín y Cuba, ambas a de principios de los años 60. Según la posición de Estados Unidos, la Unión Soviética debería dejar de intentar eliminar el sistema capitalista en otros países, destruir la influencia estadounidense en la zona de sus intereses y dejar de apoyar a las fuerzas antioccidentales. La URSS, lo cierto es que actuó desde posiciones similares en relación con sus propios intereses. En la confrontación cada vez más intensa con el imperialismo estadounidense, era de fundamental importancia para Moscú garantizar no solo su propia seguridad, sino también la estabilidad dentro del bloque socialista, que se convirtió en uno de los principales objetivos de los Estados Unidos.
Cualquier intento de los estadounidenses de provocar la desestabilización en Europa del Este llevaba a la posibilidad de alterar el frágil equilibrio de poder en Europa, que era una especie de amortiguador entre Moscú y Washington, y en el que las poderosas fuerzas militares de los dos bloques opuestos, incluida la nuclear, se concentraron. En este sentido, el apoyo de Washington a las aspiraciones contrarrevolucionarias de los países socialistas provocó un deterioro de las relaciones bilaterales. En parte, una excepción fueron los eventos en Hungría en 1956, que no se extrapolaron a otras vías de interacción soviético-estadounidense. Toda la atención de los principales estados occidentales se centró en el Este. Luego, la URSS y los Estados Unidos, debido a la coincidencia de intereses en la situación emergente en el Oriente Medio, pudieron combinar esfuerzos diplomáticos para resolver la aguda crisis de Suez, hablando en realidad como un frente único respecto de la agresión anglo-francés-israelí contra Egipto.
La siguiente etapa se relaciona con las actividades de la administración del presidente Lyndon B. Johnson, quien en la primavera de 1964 planteó la idea de «construir puentes subversivos», lo que implicaba fortalecer las actividades de política exterior en Europa del Este mediante la expansión de operaciones de agitación y guerra psicológica. En este sentido, los acontecimientos de Checoslovaquia, de 1968, se convirtieron en otra prueba de fuego para la URSS; y deben considerarse en línea con la estrategia de política exterior estadounidense, que consistió en contrarrestar y tratar de minimizar la influencia soviética en Europa del Este. Los hechos de la llamada Primavera de Praga se convirtieron en un eslabón más de la cadena para mejorar la tecnología de los golpes de Estado, o cambios de régimen.
Una carta política de la Embajada de la URSS en los Estados Unidos, sobre las principales direcciones de la propaganda estadounidense en relación con los eventos de 1968, en Checoslovaquia, contenía la siguiente información: «La propaganda estadounidense sigue de cerca e inmediatamente recoge cualquier manifestación de vacilaciones, puntos de vista y opiniones reformistas de derecha. evaluaciones en los discursos de figuras destacadas y de la prensa de Checoslovaquia; así como de las actividades de elementos «liberales» en el liderazgo checoslovaco. Actualmente se están dirigiendo esfuerzos significativos para incitar entre los ciudadanos de Checoslovaquia, la URSS y otros países socialistas una campaña de demandas por la retirada de las tropas de «ocupación», incitando a la población checoslovaca a la «resistencia pasiva»». Ver entrada sobre la contrarrevolución de 1968, en Praga. Fue durante este período que aparecieron nuevas tendencias en la práctica de realizar sabotajes ideológicos contra el campo socialista. Según la contrainteligencia soviética, para unir en una plataforma anticomunista y antisoviética a todas las fuerzas y tendencias hostiles, independientemente de sus diferencias en orientación política, desde principios de 1968 se formó una «organización de resistencia» común.
En 1974, tuvo lugar en La Habana (Cuba) una reunión de delegaciones de los organismos de seguridad del Estado de los países socialistas. En el transcurso de uno de sus discursos, el jefe de contrainteligencia de la República Checoslovaca, V. Molnar, citando como ejemplo los hechos contrarrevolucionarios en Checoslovaquia (1968), expresó una idea clave. Llamó la atención de los presentes sobre el hecho de que el verdadero peligro para el orden constitucional se produce cuando las élites en el poder entran en contacto con los contrarrevolucionarios de dentro de sus países.
En esta situación, sólo el poder militar podía nivelar bruscamente las decisiones antiestatales y el sabotaje promovido desde arriba. Decía Molnar: «Una cosa es la lucha clandestina de individuos o formaciones grupales que han entrado en cooperación con el enemigo. Y otra muy distinta cuando hay un cambio en las posiciones de los líderes del partido y del estado alejándolos de la vía socialista de desarrollo”. V. Molnar, también enfatizó lo siguiente: “El enemigo busca fuerza dentro de nuestros estados y encuentra a quienes cooperen con él, socaven el poder y combatan el sistema socialista. Pero les quiero advertir que el verdadero peligro vendrá cuando representantes de las estructuras de poder se acerquen al enemigo. Los motivos pueden ser diferentes. Este puede ser el deseo de encontrar garantías para fortalecer el poder personal, la débil convicción en la cosmovisión socialista, la falta de preparación científica».
Las acciones decisivas de la URSS para reprimir las acciones contrarrevolucionarias, en el marco del concepto de internacionalismo socialista adoptado durante este período (en Occidente se llama «doctrina Brezhnev», o «soberanía limitada»); y la falta de voluntad de Estados Unidos para ir a una seria confrontación entre bloques en Europa, teniendo en cuenta las dificultades militares en Vietnam, permitió evitar el comienzo de una guerra sangrienta. Es decir, las medidas quirúrgicas implantadas por Moscú para cortar el injerencismo occidental contra los países socialistas fueron el único antídoto fiable, no solo para evitar una guerra abierta con los imperialistas sino para eliminar los elementos reaccionarios en el poder socialista que estaban bajo la influencia de EEUU. Además, la posición de las potencias occidentales también tuvo un impacto: Occidente estaba convencido de la disposición de la URSS a usar la fuerza para defender sus intereses en relación con este statu quo. La determinación de la URSS de intervenir en los asuntos checoslovacos se hizo tan pronto como el liderazgo de la Unión Soviética consideró que el desarrollo de la situación podría dañar su seguridad.
Existe un consenso mediante el cual, a pesar de la dura lucha internacional entre bastidores y la oposición de Moscú a la injerencia total de EEUU en los asuntos internos de la URSS y sus aliados, las dos superpotencias lograron equilibrarse al borde de la guerra, encontrando acuerdos mutuamente aceptables en temas clave, como el mantenimiento de la estabilidad estratégica. Sin embargo, este análisis es discutible, puesto que la URSS y sus socios socialistas empezaron a capitular por entregas, tanto con la Ostpolitik, promovida astutamente por Occidente (en realidad, se trataba de ir minando del Este socialista mediante la política del acercamiento), como por los llamados Acuerdos de Helsinki, de 1973-1975. Dichos acuerdos, supusieron el punto de partida (o uno de ellos) de la caída al precipicio del socialismo en Europa, reconociendo unos «Derechos Humanos» hechos a la medida de Occidente, lo que, en la práctica, equivalía a dar carta blanca a «disidentes» que estaban bajo patrocinio exterior.
Albania, que ya había abandonado el Pacto de Varsovia, en 1968, advirtió del peligro de ir cediendo a las propuestas capciosas de Occidente y se negó a firmar el Acuerdo, con estas palabras de su líder, Enver Hoxha, probablemente de las pocas verdades que dijo en su vida: «Todos los estados satélites de los soviéticos (con la posible excepción de los búlgaros) quieren romper las cadenas del Tratado de Varsovia, pero no pueden. Entonces, su única esperanza es la que el documento de Helsinki les permite, eso es, fortalecer su amistad con los Estados Unidos de América y el Occidente, para buscar inversionistas de ellos en forma de créditos e importaciones de su tecnología sin restricciones, para permitirle a la iglesia ocupar su antiguo lugar, para profundizar la degeneración moral, para incrementar el anti-sovietismo, y el Tratado de Varsovia permanecerá como un cascarón vacío».
Estados Unidos, nunca abandonó los esfuerzos para implementar estrategias con las que debilitar a la URSS y destruir la influencia comunista. Esto se hizo patente en todas las Administraciones estadounidenses, desde el fin de la II Guerra mundial; pero, especial y decisivamente, alcanzó su climax con la llegada al poder en la Casa Blanca de Ronald Reagan, en los años 80. El período que precedió al colapso de la URSS, y de todo el sistema socialista, está indisolublemente asociado a Ronald Reagan, cuyo único objetivo fue asfixiar económicamente y arrodillar políticamente a la URSS, hasta provocar su desaparición. Como señaló en sus memorias el diplomático ruso, Anatoly Dobrynin, quien durante varias décadas fue el embajador de la Unión Soviética en Washington, «en 1982, se mantuvo una tensión significativa en las relaciones soviético-estadounidenses, lo que inevitablemente afectó la situación internacional. Declarada por Reagan, en junio, la ‘cruzada contra el comunismo’, encontró su expresión concreta en la fuerte intensificación de la propaganda antisoviética, la realización de una serie prácticamente incesante de campañas ideológicas utilizando la desinformación abierta y la realización de una guerra económica contra la URSS”.
El reservorio de las operaciones encubiertas, acumulado desde los primeros años de la Guerra Fría, debía ejecutarse plenamente. Los datos desclasificados del Servicio de Inteligencia Exterior de la Federación Rusa contienen información sobre el conocimiento de los principales líderes estatales de la Unión Soviética sobre planes específicos de gran alcance de Washington, en este período histórico: «Con la llegada de R. Reagan a la presidencia de los EEUU, en 1981, la inteligencia comenzó a recibir cada vez más información de probables, pero muy concretos, planes para la destrucción de la URSS y la liquidación del sistema de países de la comunidad socialista”. Surgen, entonces, preguntas inquietantes: ¿por qué no actuaron en consecuencia los órganos de poder, sobre todo militares y especiales, de la URSS para cortar esa penetración exterior? ¿Esos servicios de inteligencia soviéticos no disponían de información sobre los movimientos clandestinos de elementos externos dentro de la nomenklatura soviética o de la inacción del liderazgo soviético ante aquellos?
Una de las direcciones clave en el trabajo de deconstrucción socialista se asignó tradicionalmente a la organización de golpes de Estado en los países socialistas. La Directiva NSS N.° 32 (NSDD-32), adoptada en marzo de 1982, como las anteriores directivas anticomunistas, siguió la estela del objetivo clave a largo plazo de aplastar el dominio soviético en Europa del Este, con el enfoque puesto en fortalecer a las fuerzas internas opositoras. Entre los objetivos inmediatos estaban: debilitar el sistema soviético, así como fomentar la liberalización a largo plazo y las tendencias nacionalistas dentro de la Unión Soviética y países satélites. La CIA esperaba que, en esta etapa histórica, fuera posible socavar decisivamente el poder soviético a través de operaciones complejas de varios niveles y ataques precisos en lugares vulnerables. Se asignó un papel importante a la hora de provocar tensiones entre la Unión Soviética y los países capitalistas cooperantes, así como efectuar presión internacional a gran escala, incluida la imposición de sanciones económicas.
En la década de 1980, Estados Unidos amplió, por tanto, la gama de medidas subversivas contra la URSS, aumentando el apoyo a las fuerzas nacionalistas antisoviéticas y brindando asistencia a la clandestinidad antigubernamental en Europa del Este para derrocar a los «regímenes comunistas». Según la inteligencia soviética, en abril de 1982, el presidente estadounidense R. Reagan aprobó un nuevo plan estratégico para destruir la unidad de los países socialistas, en particular, la RDA, Hungría, Bulgaria y Checoslovaquia para su mayor integración en el «mundo libre». Para brindar apoyo material y control sobre los grupos clandestinos bajo el auspicio de la CIA, en 1983, además de la franquicia “humanitaria” de inteligencia, USAID, se creó la Fundación Nacional para la Democracia (NED), financiada por el Congreso de EEUU, que incluía algunas de las funciones de los servicios secretos utilizados para el cambio de régimen. La NED fue creada como una organización paralela a la CIA, a través de la cual se podrían llevar a cabo proyectos subversivos bajo el pretexto de «promover la democracia». Este trabajo surtió sus frutos.
Según la inteligencia soviética, a mediados de 1986, en los países antes mencionados, a excepción de Bulgaria, se habían creado formaciones de oposición antigubernamental organizada. En la RDA, fue particularmente perceptible e intensa la injerencia exterior a principios de los años 80, con la creación de grupos “pacifistas-ecologistas” (a imagen de los Verdes de la RFA, que aprovecharon varias visitas a la RDA para introducir propaganda anticomunista) y de organizaciones de mujeres (la conocida como Unabhängige Frauen o Mujeres «independientes»). En 1989, todos se agruparían, junto a la iglesia evangélica de la RDA, en el grupo opositor contrarrevolucionario Neues Forum, monitoreado activamente desde la RFA.
A finales de la década de 1980, la situación político-militar en el mundo se caracterizó por el debilitamiento total de las posiciones internacionales de la URSS y la desorganización dentro del bloque socialista. La política exterior agresiva de los Estados Unidos, la debilidad, la indecisión y la falta de voluntad de los líderes del estado soviético para resistir la presión cada vez mayor de Washington; en definitiva, la calculada traición política de los principales líderes soviéticos, durante la Perestroika, llevó a consecuencias desastrosas de todos conocidas. Los jefes del KGB informaron constantemente de que Occidente estaba estudiando detenidamente los acontecimientos que tenían lugar en Europa del Este, y en la propia URSS, tratando de intervenir activamente en la situación y, con la ayuda de sus agentes políticos sobre el terreno, encaminar las movilizaciones en la dirección que deseaba Occidente. Es decir, había que impedir que la reforma de los sistemas socialistas se hiciera para seguir conservándolos como tales. En 1989, se estableció en los Estados Unidos el Centro para la Observación del Progreso de la Perestroika, que incluía a representantes de la CIA, la DIA (Agencia de Inteligencia de Defensa) y la Dirección de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado.
Por ejemplo, G. Hyde, miembro de la Cámara de Representantes de los EEUU, y miembro del subcomité de inteligencia, habló abiertamente sobre las acciones subversivas activas de la CIA en Polonia que, supuestamente, intensificarían la reacción en cadena dentro de todo el bloque socialista: «En Polonia, hicimos todo lo que se hace en países donde queremos desestabilizar al gobierno comunista y aumentar la resistencia contra él. Las acciones dirigidas hacia el exterior desde Polonia inspiraron una resistencia similar en otros países comunistas de Europa». En Polonia, precisamente, además del sindicato anticomunista polaco «Solidaridad», legalizado inesperadamente en 1980, grupos de militantes anticomunistas radicales operaron en estrecha colaboración con dicho “pseudosindicato” (tales como los destacamentos de asalto de la «revolución», la «Confederación de Polonia Independiente» (KNP), «Polonia Libre», etc.). El programa del KNP, como se desprende del informe de la Oficina del Fiscal General de la República Popular de Polonia, de 6 de febrero de 1981, correspondía completamente a los objetivos de organizaciones extranjeras terroristas y de sabotaje, entre las que destacaba Polonia Libre.
Una de las organizaciones criminales polacas anticomunistas, Polonia Libre, estaba liderada por un ex ciudadano polaco que había sido cómplice de los nazis en la II Guerra Mundial y que huyó al extranjero después de la guerra. Gracias a los esfuerzos de otro grupo llamado KOS-KOR, apoyado desde el extranjero por la CIA y el MI6 británico, se formaron «sociedades de conferencias» ilegales en las ciudades polacas más grandes, que recibieron el sobrenombre de «universidades volátiles». Durante esos “seminarios”, los estudiantes recibieron habilidades básicas de trabajo clandestino y conspirativo. Se creó una «reserva revolucionaria», que en el momento del levantamiento llenaría las filas de terroristas. Esto recuerda el trabajo centrado en la red del centro CANVAS, que se especializa en enseñar tecnologías de las «revoluciones de color» a muchas organizaciones (fundamentalmente, ONG), para preparar una oposición destructiva sobre el terreno.
A diferencia de los hechos de 1953 (Berlín-RDA), 1956 (Hungría) y 1968 (Praga), la Unión Soviética, en la crisis polaca, evitó entrar con un contingente armado a gran escala, ya que los métodos militares-administrativos en Polonia, supuestamente, se creía que solo podían tener un efecto limitado. Las autoridades soviéticas consideraron, erróneamente, que las autoridades polacas podían llegar a un compromiso con los anticomunistas, lo que supuso una capitulación gradual del régimen del general Jaruzelsky. Las concesiones de los líderes polacos, su entreguismo y el reconocimiento de la necesidad de ampliar aún más el diálogo con la oposición, llevaron al debilitamiento de la disciplina comunista, a la liquidación del gobierno socialista y a la reorientación del estado polaco hacia el capitalismo.
Los acontecimientos de Polonia, a principios de la década de 1980, inspirados y apoyados por las fuerzas contrarrevolucionarias internas de la oposición, fueron utilizados por Washington como pretexto para intensificar aún más las tensiones en las relaciones con la URSS y sus aliados. Después de que los líderes polacos, en una situación difícil, introdujeran la ley marcial, con el apoyo de la URSS, la administración Reagan emitió una dura condena y, de acuerdo con planes de largo alcance, comenzó a ejercer una presión cada vez mayor sobre Moscú. De las memorias del embajador soviético Dobrynin en Washington, se desprende que los días 24 y 25 de diciembre de 1980 se intercambiaron mensajes bastante duros a través de un cable directo entre Reagan (quien se negó a reconocer los acontecimientos en Polonia como «asuntos internos» y amenazó a Moscú con sanciones si ayudaba en la “represión de Polonia”), mientras Brezhnev pidió al presidente norteamericano que dejara de interferir en los asuntos polacos.
Tras el inicio de la perestroika, la estrategia de política exterior de la URSS en relación con los países del bloque socialista sufrió cambios irreversibles. Como resultado de las actividades de la nueva dirección del estado soviético, la unidad socialista con los países de Europa del Este se fue debilitando rápidamente. En los países de Europa del Este los líderes “comunistas” empezaron a revisionar los hechos contrarrevolucionarios del pasado (Hungría y Checoslovaquia, fundamentalmente) inspirados y apoyados por Occidente. La intensificación del sabotaje y las medidas subversivas en las zonas estratégicas de influencia soviética, la introducción de varias restricciones en forma de sanciones y la carrera armamentística lanzada por la administración Reagan tuvieron como objetivo el debilitamiento total de la Unión Soviética hasta su destrucción final.
Según las memorias del embajador A. Dobrynin, en 1983, las relaciones ruso-estadounidenses estaban en su punto más bajo desde el comienzo de la Guerra Fría, la tensión en el mundo en general aumentó debido al deseo de la administración Reagan de lograr la victoria sobre la URSS y un cambio general en el equilibrio de fuerzas en el ámbito internacional a favor de EEUU. A finales de la década de 1980, hay un colapso final de los regímenes comunistas en países clave de Europa del Este. Los planes para la «liberalización» y la «democratización» de los antiguos países socialistas se implementaron con éxito. Washington logró su objetivo principal: la separación completa de los estados de Europa del Este de la URSS y la reorientación geoeconómica y geopolítica de la región.
Las acciones contrarrevolucionarias en los países socialistas de Europa del Este, cuando en los años 50-60 había líderes fuertes y con capacidad de decisión en el poder de la Unión Soviética, fueron destruidas y la CIA no logró sus objetivos estratégicos finales. Sin embargo, con el tiempo, la estrategia entreguista de la URSS dio un resultado: las élites gobernantes de los países del bloque socialista comenzaron a desviarse cada vez más de los principios fundamentales de la unidad socialista en favor de la cooperación con Occidente. Todo ello dio lugar a que, con el tiempo, los “comunistas” que simpatizaban con el pensamiento «liberal-democrático» de la sociedad occidental, llegaran al poder. Como resultado, en la RDA, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y Rumanía se produjo el desmantelamiento del sistema comunista y el papel de liderazgo del partido comunista fue minado con la plena colaboración del aparato de poder de los gestores de la «Perestroika».
En el caso de la RDA, en el que voy a detenerme brevemente, el presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, forzó la caída de su presidente, Erich Honecker, después de pactar la liquidación del estado socialista alemán con los agentes golpistas del politburó del SED; entre otros y, principalmente, Gregor Gysi, secretario general del Partido Socialista Unificado, SED, quien prometió a Gorbachov deshacerse de la RDA; Günther Schabowski (el que se encargó de anunciar la apertura del “Muro” de Berlín) y Hans Modrow (último presidente de la RDA). Todos ellos, fueron ayudados por el prominente miembro de la inteligencia de la “Stasi”, Markus Wolf, importantes intelectuales de la RDA, como Christa Wolf, y varios jefes de distrito del SED. Toda la operativa de demolición de la RDA se hizo en coordinación con Alemania Federal, con un papel preponderante del entonces Ministro de Exteriores de este país, el ex nazi, Hans Dietrich Genscher, y una sección del KGB soviético, llamada “Luch” (que estaba maniobrando en la RDA para difundir la “perestroika” entre miembros del SED).
La CIA y el BND organizaron el posterior asalto a la sede del MfS-“Stasi”, en Berlín, para robar la mayor parte de sus archivos, en la llamada Operación Rosenholz. El objetivo del asalto (que los medios occidentales publicitaron como “espontáneo” por parte de grupos de ciudadanos de la RDA) fue incautar todos aquellos documentos que comprometían a los servicios de inteligencia de Occidente en operaciones terroristas, no solo contra la RDA, sino en el marco de la red Gladio; de las que el HVA (servicio exterior de espionaje de la RDA) tenía conocimiento (con nombres y apellidos) y dejó reflejado en sus archivos. El MfS («Stasi») sabía, particularmente, del manejo del terrorismo de la Fracción del Ejército Rojo (RAF) por la agencia de inteligencia de Alemania Federal (el BND), así como de otras implicaciones terroristas de este servicio secreto, de la CIA y de la inteligencia exterior británica, MI6. Una cantidad indeterminada de los archivos del MfS fueron llevados a EEUU y allí se desdibujaron sus huellas.
Por tanto, volviendo a la URSS, la posición de la dirección soviética en aquellos momentos críticos de finales de los años 80, encabezada por Mijail Gorbachov, desempeñó un papel importante sobre la no injerencia de Moscú en los procesos golpistas que provocaron un cambio de régimen en los países socialistas, lo que significó una señal de entusiasmo para Occidente: la URSS rechazó la «doctrina Brezhnev» y el gradual abandono de su propia influencia en Europa del Este. Así, los planes político-militares de largo plazo desarrollados y adoptados por Estados Unidos, en las primeras etapas de la mal llamada Guerra Fría, marcaron el proceso de transformación gradual del tipo de “guerra”, pasando de la “guerra caliente” a un aumento sistemático del sabotaje y las actividades subversivas (operaciones encubiertas), para cambiar los regímenes políticos legítimos del Este socialista europeo; como una herramienta eficaz para la implementación de tareas de política exterior en el escenario mundial.
La historia ha demostrado que el fin de la Guerra Fría y la transición a un nuevo modelo de relaciones internacionales no llevaron a la desaparición de esta táctica. Por el contrario, el potencial acumulado de entonces está siendo utilizado activamente hoy por los estadounidenses en la implementación de la estrategia «híbrida» de confrontación, especialmente en la organización de golpes de Estado («revoluciones de color»). La experiencia de las operaciones de las agencias occidentales llevadas a cabo en la RDA, Hungría, Checoslovaquia y Polonia se convirtieron en un campo de pruebas para que Washington probara tecnologías políticas destructivas. Los intentos de llevar a cabo por la fuerza un golpe de estado en los países de Europa del Este socialista fueron presagios de futuras «revoluciones de terciopelo» o de «colores», de todos conocidas.
La determinación soviética de aniquilar las revueltas en la RDA, Hungría, y luego Checoslovaquia, es la que faltó para aplastar la algarada anticomunista-clerical de Polonia, en 1980, y sofocar los levantamientos golpistas de 1989 en el Este socialista. Sin embargo, en este último caso, hay que decir que ya no había margen de maniobra posible, puesto que la URSS de la Perestroika se había entregado totalmente a Occidente y los líderes “comunistas” del Pacto de Varsovia habían abandonado su ideología y la dirección de sus países bajo la influencia de Gorbachov y «su» «Perestroika». Los ciudadanos de esos países abrazaron incondicionalmente el capitalismo, entre una mezcla de resignación y mediatización por la enorme propaganda que Occidente estaba desplegando en aquellos momentos (la caída en dominó del socialismo).
Tras el desplome en bloque de los países socialistas, en 1989, y la URSS, en 1991, la actividad subversiva y de cambio de regímenes no solo no fue detenida por Occidente sino que se incrementó provocativamente con agresiones militares directas (Yugoslavia, Afganistán o Irak), o bien utilizando, a través de sus servicios secretos, a proxies terroristas islamistas mediante la modalidad de Gladio B, con los que ha realizado brutales atentados de falsa bandera en toda Europa. El penúltimo intento de derrocar gobiernos en Oriente Medio, “hostiles” a Washington, fueron las llamadas «primaveras árabes»; fructificando en la Libia del asesinado coronel Gadafi, país que fue arrasado por la OTAN para llevar al poder a un régimen esclavista gobernado por AlQaeda. Mientras, en Siria, el intento de expulsar a Assad del poder por EEUU fracasó gracias a la ayuda ruso-iraní al pueblo sirio; a pesar de que EEUU creó un ingente grupo de terroristas, previamente entrenados y armados por la CIA y el Pentágono en la base de la OTAN de Incirlik (Turquía).
EEUU, actualmente, sigue ocupando ilegalmente Siria con tropas militares y robando sus recursos petrolíferos con ayuda de los kurdos. Pero esto no parece importarle demasiado a sus aliados de Europa; los que hoy, con la agresiva y expansionista OTAN, ladran contra la justa y legítima intervención de Rusia en Ucrania para acabar con el régimen fascista ucronazi.
Sobre un artículo de
Nikita Danyuk, Primer Director Adjunto del Instituto de Estudios Estratégicos y Pronósticos, Universidad RUD (Moscú)