Nuevo Curso, 04/03/2020
Alexandra Kollontai junto a Rosa Luxemburg en
el Congreso de la Internacional de Copenhague de 1910
Se acerca un nuevo 8 de Marzo, ya convertido en celebración de estado. Y con él una nueva ampliación del santoral feminista que, para variar, se hace a costa de grandes figuras del movimiento obrero que no solo no fueron feministas sino que, por ser mucho más radicales en su lucha contra la discriminación, se enfrentaron coherentemente a las feministas de su época. Si otros años la falsificación se había cebado, según los países, en Rosa Luxemburgo o Sylvia Pankhurst, este año parece que la embestida falsificadora le ha tocado a Alexandra Kollontai.
A diferencia de Rosa Luxemburgo en cuya obra la «cuestión femenina» ocupa solo un lugar marginal, Kollontai si que trató temas que son queridos por las feministas de hoy… aunque desde una perspectiva opuesta. La mayor parte de sus trabajos no tocan lo que en la época se conocía como «la cuestión femenina», pero en 1921 dio una serie de catorce charlas a las alumnas de la Universidad Sverdlov luego recogidas como «Mujer, historia y sociedad». Al final de la decimosegunda de ellas enunciaba su tesis principal sobre la liberación de la mujer:
La liberación de la mujer solo puede realizarse por una transformación radical de la vida cotidiana y la vida cotidiana misma no será cambiada sino mediante una modificación profunda de toda la producción sobre las bases de la economía comunista.
Es decir, Kollontai estaba en las mismas posiciones de Zetkin o Luxemburgo.
Las líneas directrices deberán expresar nítidamente que la verdadera emancipación de la mujer solo será posible mediante el comunismo. Hay que hacer resaltar con toda fuerza la relación sobre los medios de producción. Con esto trazaremos una línea divisoria firme e indeleble contra el movimiento del «palabrerío sobre los derechos de las mujeres».
Clara Zetkin. «Recuerdos sobre Lenin»
Como se ve en la cita las Zetkin y Luxemburgo, hablando en alemán, llamaban rutinariamente al feminismo el movimiento del «Frauenrechtelerei» («palabrerío sobre los derechos de las mujeres») en vez del movimiento de «Frauenrechtlerinnen» («defensa de los derechos de las mujeres») como las feministas se llamaban a si mismas
Kollontai y la crítica marxista del amor en el capitalismo
Hoy se nos cita a Kollontai sin embargo como una precursora de la preocupación actual del feminismo por las relaciones interpersonales y de pareja. Pero nada es menos verdad que una verdad a medias. Kollontai estaba en la posición opuesta a la que defiende que «lo personal es político» y nunca aceptó el terreno de las «identidades» en el seno del Partido socialdemócrata ruso primero ni del comunista después.
Pero sí, sí que escribió sobre las relaciones de pareja, pero desde una perspectiva que nada tenía que ver con el feminismo y todo con la moral comunista. Volvamos a las charlas en la Universidad Sverlov. Al día siguiente de enunciar la conclusión de que solo el comunismo traerá la liberación completa de las mujeres, Kollontai ponía en valor los cambios que la dictadura del proletariado estaba impulsando ya, no solo a través del poder conquistado por los soviets, sino por el cambio en las aspiraciones y visión de los mismos trabajadores.
Los cambios sociales que se han producido con la revolución se reflejan sobre todo en la mentalidad del trabajador y su nueva manera de enfocar la vida. ¡Hablad con los obreros! ¿Eran así antes de la revolución?
La Revolución rusa, como todo movimiento de los trabajadores como clase, fue el producto y el proceso de un desarrollo masivo de la consciencia. Se abría un periodo, que aunque erosionado luego por la guerra civil y la NEP -es decir, por las consecuencias del aislamiento de la revolución– dio paso a un verdadero estallido de creatividad y experimentación por amplios sectores del proletariado.
Lo que estaba ocurriendo no era un cambio en las relaciones definitorias de la sociedad: el trabajo asalariado y el capital. La NEP que se estaba poniendo en marcha en aquel momento, como insistía Lenin, era una forma particular de capitalismo de estado destinado a reconstruir la relación con la pequeña burguesía campesina. Era otra cosa la que estaba alimentando todo aquel estallido del que hoy apenas se recuerda en la historia académica su periferia: su reflejo en las artes. Lo que estaba ocurriendo en el centro de la clase no eran los cambios de un nuevo modo de producción, sino el desarrollo de la consciencia de clase bajo las condiciones de una dictadura del proletariado incipiente.
Sus pensamientos, sus sentimientos, el contenido de su trabajo han cambiado. En la Unión Soviética reina un ambiente totalmente diferente. Cuando uno de nosotros regresa a un país capitalista burgués, tiene la impresión de volver a vivir en otro siglo. Hemos sido propulsados bruscamente hacia el futuro y a partir de ahí juzgamos la realidad de esos países, atrasados desde un punto de vista revolucionario. Gracias a nuestra experiencia hemos aprendido a conocer concretamente el futuro.
Kollontai veía bien que lo que estaba operando era que los trabajadores estaban «ganando confianza en sí mismos» como clase. Era eso lo que les permitía «sentir con la punta de los dedos la realidad comunista». La explosión creativa del proletariado después de la toma del poder por sus soviets era en realidad el futuro vislumbrándose en el presente, una extensión de la moral comunista hecha posible por el mayor ascenso de las luchas ocurrido hasta entonces. Por eso no es de extrañar que Kollontai, lectora devota del «Qué hacer» de Chernishevski pasara después, en esas mismas charlas pero también en su famosa «Carta a la juventud comunista» de 1923, a tratar de cómo la revolución estaba ya adelantando elementos de esa «revolución de la vida cotidiana» a través del comportamiento de los sectores más conscientes de las clase, ya masivos. Y por supuesto, entre ellos, las relaciones amorosas.
Hace primero una crítica histórica del concepto de «amor» y sus muchas dimensiones. Va desgranando como cada sistema de explotación le ha dado formas particulares de acuerdo con sus intereses. Y acierta en mucho cuando al llegar a la moral burguesa apunta que en el modelo de pareja del capitalismo la lógica subyacente es la de la pareja/familia como núcleo de acumulación de capital. Por eso parte del sentimiento individual, se consolida con ciertos atavíos formales y contractuales, es idealmente eterna y se entiende como una tarea absorbente y de largo alcance en sí misma. Pero sobre todo, relación de la pareja con lo colectivo se entiende como una extensión de la falsa oposición entre el «individuo» y la colectividad.
Lo único indiscutible es que cuanto más unida esté la Humanidad por los lazos duraderos de la solidaridad, tanto más intimamente unida estará en todos los aspectos de la vida, de la creación o de las relaciones mutuas. Por consiguiente, tanto menos lugar quedará para el amor en el sentido contemporáneo de la palabra. En nuestros tiempos, el amor peca siempre de un exceso de absorción de todos los pensamientos, de todos los sentimientos entre dos «corazones que se aman», y que por tanto, aíslan y separan a la pareja amante del resto de la colectividad. Este apartamiento, este aislamiento moral de la «pareja amorosa», no solo será completamente inútil, sino que psicológicamente será imposible en una sociedad en la que estén íntimamente unidos los intereses, las tareas y las aspiraciones de todos los miembros de la colectividad. En este mundo nuevo la forma reconocida, normal y deseable de las relaciones entre los sexos estará basada puramente en la atracción sana, libre y natural -sin perversiones ni excesos- de los sexos. […] En este periodo de transición la idea moral que determina las relaciones entre los sexos no puede ser el instinto sexual, sino las múltiples sensaciones del amor-camaradería experimentadas por hombres y mujeres. Para que estas sensaciones correspondan a la moral proletaria en formación deben estar basadas en tres cosas:
– La igualdad en las relaciones mútuas, desapareciendo la prepotencia y la sumisión servil;
– El reconocimiento muto y recíproco de sus derechos sin pretender ninguno de los seres unidos por relaciones amorosas la posesión absoluta del corazón y el espíritu del ser amado, es decir la desaparición del sentimiento de propiedad fomentado por la civilización burguesa;
– Y sensibilidad fraternal, el arte de asimilarse y comprender el trabajo psíquico que realiza el amado, sensibilidad que en la sociedad burguesa solo era exigida a la mujer. […]
No olvides, joven compañera, que el amor cambia de aspecto y se transforma de una manera inevitable a la vez que cambian las bases económicas y culturales de la sociedad. Si logramos que de las relaciones de amor desaparezca el ciego, el exigente y absorvente sentimiento pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad, lo mismo que el deseo egoísta de «unirse para siempre» al ser amado; si logramos que desaparezca la fatuidad del hombre y que la mujer no renuncie criminalmente a su «yo», no cabe duda que la desaparición de todos estos sentimientos hará que se desarrollen otros elementos preciosos. De modo que se desarrollará y aumentará el respeto hacia la personalidad de otros, lo mismo que se perfeccionará el arte de contar con los derechos de los demás; se educará la sensibilidad recíproca y se desarrollará enormemente la tendencia de manifestar el amor, no solamente con besos y abrazos, sino también con una unidad de acción y de voluntad en la creación común.
Alexandra Kollontai, «Carta a la juventud comunista», 1923
No, no hace falta ser feminista para…
Las incursiones de Kollontai sobre el amor desde la perspectiva de la moral comunista, están pendientes todavía de la discusión y profundización que merecen. Las mantenemos hoy sobre prostitución y gestación subrrogada solo puede entenderse en continuidad con la crítica a la sexualidad burguesa que ella inició. No, no hace falta ser feminista ni para luchar contra la discriminación, ni para luchar por la emancipación de las mujeres, ni para denunciar la aberración que supone la tendencia del capitalismo a mercantilizar todas y cada una de las actividades humanas, incluida la sexualidad. Muy al contrario, solo puede hacerse coherentemente desde la perspectiva de la única clase que lucha por intereses universales. Y por lo mismo, solo podremos traer al presente los valores del futuro, los de una comunidad humana reunificada y realmente igualitaria, con una moral comunista.