domingo, 30 de julio de 2017

LA ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL DE LAS MIGRACIONES DENUNCIA LOS "MERCADOS DE ESCLAVOS" DE LIBIA

Huffington Post, 29/07/2017


Migrantes y refugiados son vendidos para trabajar en casas, naves y talleres clandestinos, como cebo para exigir un rescate y también, en el caso de las mujeres, como esclavas sexuales o prostitutas.

Un grupo de migrantes, retratados en la playa de Gharaboli, al este de Tripoli, tras ser rescatados el pasado 8 de julio al poco de embarcarse hacia Europa.

Escapas de tu hogar, de tu país, porque tienes sueños, porque tienes hambre, porque te persiguen (la guerra, la religión, el sexo, la política, la etnia...). Intentas llegar a una tierra más afortunada y asumes que el camino será duro y tus compañeros de viaje, la miseria, el cansancio, las mafias. Todo eso va ya de serie en la mochila de los migrantes y refugiados que se ven forzados el éxodo. Pero ahora, también, suman una nueva angustia: la de convertirse en esclavos en pleno siglo XXI.

Es lo que acaba de denunciar en un informe la Organización Internacional de Migraciones (OIM), dependiente de Naciones Unidas: que en Libia, última etapa en el continente africano de quienes llegan desde el sur buscando el Mediterráneo y, luego, Europa, se está mercadeando con carne humana, que los hombres y mujeres son expuestos, comprados y explotados.

Los migrantes, sobre todo los más jóvenes, son vendidos para trabajar en casas, naves y talleres clandestinos o abandonados en apariencia, como cebo para exigir un rescate a sus familias y también, en el caso de las mujeres y niñas, como esclavas sexuales o prostitutas. Según los trabajadores de esta organización -que han constatado esta realidad sobre el terreno-, estas personas son llevadas a plazas públicas o garajes a lo largo de todo el país, donde se muestran a los posibles compradores. Como en las picotas de hace siglos.

Su precio oscila entre los 200 y los 500 dólares (entre 171 y 429 euros, aproximadamente). Y, claro, hay categorías: se paga más por los sanos, por las mujeres hermosas y también por quien tuviera una formación y un oficio en su lugar de origen. Por ejemplo, un albañil, un azulejero, un pintor o un agricultor fuerte están mejor cotizados en este macabro mercado.

Libia está sumida en un formidable caos desde la salida del poder en 2011 de Muammar el Gadafi, prácticamente con dos gobiernos de facto -el oficial y el que manda en la capital, Trípoli-, con partes del estado que escapan al control de ambos y en las que mandan grupos rebeldes, tribales e islamistas.

Esa confusión es la que aprovechan los contrabandistas y los traficantes de personas para mover a los migrantes -subsaharianos en su inmensa mayoría- por el país; a unos los llevan finalmente hasta la costa, en busca de precarias embarcaciones con las que hacerse a la mar, y a otros los secuestran y subastan. Los que venden suelen ser ghaneses y nigerianos. Los que compran, libios.

El jefe de la OIM en Libia, Othman Belbeisi, ha explicado a través de su gabinete de comunicación que no todos los esclavos cobran por su labor. Algunos no pasan de tener un mal techo y peor comida. "Algunos logran escapar, otros están entre dos y tres meses con sus compradores y finalmente están los que malviven encerrados en áreas donde son forzados a trabajar sin descanso", detalla.

Reconoce que no disponen de cifras concretas sobre este drama, pero los testimonios y fotos recabados dan muestra de su alcance y gravedad y de que el fenómeno ha aumentado notablemente en el último año. Sí, es un crimen contra la humanidad, prácticamente desterrado del planeta -la OIM tenía constancia de episodios en Mauritania, Sudán o India, más allá de los casos conocidos de prostitución o trabajo infantil en el sureste asiático- y peleado por los abolicionistas desde el siglo XVIII, pero ahí sigue, vivo y creciendo allá donde la vida tiene precio.

UNA RUTA INFERNAL

Mohamed Abdiker, director de Operaciones en Libia de este organismo de la ONU, directamente define la situación como "desastrosa". Los esclavos sufren "malnutrición sistemática [algunos han logrado llegar a un hospital pesando apenas 35 kilos], abusos y maltratos de todo tipo, incluyendo los sexuales" e incluso algunos mueren durante su cautiverio. En Trípoli existe incluso un "cementerio de los sin nombre", saturado, donde se trata de dar sepultura a los migrantes que mueren en mitad de su ruta. ONG como Médicos Sin Fronteras (MSF) tratan de identificarlos, al menos, para que sus historias no se pierdan.

Según la OIM, más de 380.000 personas están actualmente atrapadas en Libia, en su intento de cruzar el mar. De ellas, apenas 7.000 están en centros pseudo-oficiales (la falta de una administración clara también se deja notar aquí), que en muchos casos no cumplen ni con las condiciones básicas de higiene. Los que están fuera de esos muros, muchos miles, son los que se exponen a la esclavitud y la violencia.

Es la última meta volante de una ruta durísima, la que lleva a Europa, que coincide punto por punto, tanto por tierra como por mar, con las que usaban los esclavistas de siglos pasados. En ella se enfrentan a la captación de las mafias, la falta de empleo para lograr dinero en su escapada, las detenciones arbitrarias de los distintos cuerpos policiales de los países que cruzan y sus muy limitados recursos de partida.

Luchan, también, contra el paisaje, como el desierto del Sahara, donde las ONG denuncian que puede estar muriendo tanta gente o más que el Mediterráneo, que se encuentran cada poco cuerpos tirados, en descomposición. Por allí deben cruzar en viajes que van de los tres a los seis días, en función del dinero, los medios y el clima ardiente, y es sencillo que los guías se pierdan -voluntaria o intencionadamente-, que ataquen ladrones, señores de la guerra y milicianos yihadistas, que se queden sin recursos... La gasolina que llevan sus camionetas masificadas es oro para las bandas de la zona, por ejemplo. Demasiado goloso como para no atacar.

LA HISTORIA DE S.C.

El informe sobre la venta de personas y los trabajos forzados en Libia incluye historias descorazonadoras. Una de las mejor documentadas es la de S.C., un hombre senegalés. Sus problemas empezaron al llegar a Agadez, un pueblo en el límite centro-sur del Sahara, conocido por ser uno de los centros de las rutas migratorias que recorren el continente africano hacia el norte. Más de 300.000 personas han pasado por allí en el último año, camino hacia Argelia y Libia.

Allí, los traficantes le dijeron que tenía que pagar 320 dólares para poder seguir su camino. Pagó, lo alojaron en un barracón medio destrozado y pasaron a buscarlo más tarde. Lo metieron en un camión durante dos días hasta llegar a Sabha (suroeste de Libia), uno de los puntos más peligrosos del recorrido, donde más cuerpos se encuentran. Es la encrucijada: pagas más o no sigues adelante.

S.C., sin embargo, logró sobrevivir al viaje pero no evitó ser capturado. En el último momento, el traficante que los llevaba dijo que la mafia con la que se había aliado no le había pagado y, por tanto, iba a vender a los migrantes para sacar el beneficio perdido. Así que los llevó a todos a un aparcamiento y allí estaba el mercado de esclavos, en pleno apogeo. A este joven lo compraron y lo llevaron a una primera "cárcel", dice el dossier, una vivienda particular donde más de 100 migrantes estaban atrapados como rehenes.

Una vez llegado, es cuando los secuestradores lo obligaron, como a los demás, a llamar a sus familiares y pedirles dinero para un rescate; a la vez, lo torturaban para que los suyos escuchasen su sufrimiento. Le reclamaron 480 dólares más, una cantidad que ni él ni su gente podía conseguir. Así que se lo vendieron de nuevo a otro dueño -los dos eran libios-, enviado a una vivienda mayor y donde le reclamaron 970 dólares. La cuantía subía con los días de vida. Debía pagar vía Western Union o Money Gram a un mediador de Ghana.

A base de tiempo y amenazas, su familia logró parte del dinero y él puso el resto, trabajando como intérprete para los secuestradores, con lo que se convirtió en alguien valioso, que no debía ser apaleado. Algunos migrantes, sobre todo de Nigeria, Gana y Gambia, son obligados a trabajar para los secuestradores o traficantes sexuales como guardas en las casas de secuestro o en los propios mercados, según el informe.

Según el relato de S.C., hay compañeros de cautiverio que no pudieron pagar y fueron dejados morir de hambre o asesinados a balazos. Cuando alguno fallecía, los amos iban al mercado a nutrirse de nuevos inmigrantes y refugiados. El ciclo empezaba de nuevo.

Y esto sigue pasando cada día, ahora mismo, a menos de 350 kilómetros de tierra europea.