David López
El Correo, 15/02/2015
El nuevo Gobierno heleno reclama a la UE un trato similar al que recibió la primera potencia del continente tras la Segunda Guerra Mundial, que sentó las bases de su milagro económico.
Firma del Acuerdo de Londres sobre la deuda alemana en 1953.
Durante las semanas previas a la celebración de las elecciones griegas, los comicios que colocaron a Alexis Tsipras al timón del Gobierno heleno, Giannis Miliós, uno de los principales asesores de Syriza, concedió numerosas entrevistas a medios extranjeros. Entonces, su nombre aún sonaba como futuro ministro de Economía. Preguntado por el pago de la deuda externa, uno de los lugares comunes de la campaña, aseguraba que la pretensión de su partido era llegar a un acuerdo similar al que benefició a Alemania en la Conferencia de Londres de 1953. Aunque reconocía que el contexto era bien distinto, Miliós ponderaba la trascendencia de aquella negociación, pues, a su juicio, tuvo una fuerza simbólica y ética que debería servir como espejo en el presente para un continente cada vez menos cohesionado y democrático. "La solidaridad debe prevalecer", repetía con frecuencia, censurando la falta de generosidad y memoria histórica de Berlín. Pero, ¿en qué consistió aquel convenio?
Irónicamente, Alemania, hoy adalid de la austeridad y las políticas de control sobre el déficit, fue a lo largo del siglo XX uno de los países menos proclives a cumplir con sus compromisos crediticios. Tras ser derrotado en la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles (1919) impuso al Ejecutivo germano una condena que le obligaba a reintegrar a los vencedores la cantidad de 226.000 millones de marcos de oro en concepto de reparaciones por la destrucción que había ocasionado el conflicto bélico. El objetivo de la medida era evidente: evitar que el país se recuperase, evitando así que en el futuro volviese a convertirse en una amenaza para Europa. Años más tarde, la República de Weimar recibió ayuda de Estados Unidos para afrontar las indemnizaciones y tanto Francia como Reino Unido le perdonaron sus respectivas compensaciones. Sin embargo, cuando Hitler asumió el poder, suspendió unilateralmente los pagos que quedaban pendientes. En las páginas de algunos libros se recuerda que en 1941 el Tercer Reich exigió a Grecia, ocupada militarmente por los nazis, un préstamo de 3.500 millones de dólares. Setenta años después, el economista Jacques Depla, consultor privilegiado del expresidente francés Nicolás Sarkozy, calculó que la deuda alemana con Grecia superaba ampliamente los 500.000 millones de dólares.
Nuevamente derrotada en la Segunda Guerra Mundial, Alemania parecía abocada al abismo, a la quiebra estatal. No obstante, para no caer en los mismos errores del pasado, las naciones acreedoras (entre ellas, España, Irlanda y, por supuesto, Grecia) se reunieron en Londres desde el 28 de febrero al 8 de agosto de 1952 (con un receso de seis semanas) para renegociar su deuda. Uno de los grandes valedores de la conferencia fue Estados Unidos, consciente de que la solvencia y la reconstrucción permitirían a las instituciones germanas acceder al mercado monetario, les abriría las puertas del comercio internacional y estabilizaría el proceso democrático. El talante conciliador de los participantes quedó reflejado en uno de los puntos de la resolución: "El plan perseguirá un arreglo global y ordenado que asegure un tratamiento equitativo y justo de todos los intereses afectados". Incluso se constituyó una comisión de arbitraje que actuaría si el país se recuperaba a un ritmo más lento de lo previsto. Ahí reside la lección: cuando hay voluntad política se pueden lograr cosas extraordinarias.
El 2010 Berlín abonó el último tramo de su deuda
El tratado redujo a la mitad su deuda soberana (unos 30.000 millones de marcos) y estableció que el reembolso de los intereses de los empréstitos extranjeros (y esto afectaba también a empresas externas y particulares) se paralizaría hasta la reunificación, que no llegaría hasta el 3 de octubre de 1990. De hecho, no sería exagerado afirmar que la Primera Guerra Mundial no finalizó, al menos en términos financieros, hasta octubre de 2010, fecha en la que Berlín abonó el último tramo de su deuda, 70 millones de euros reflejados en los Presupuestos del Estado en cumplimiento de la responsabilidad contraída en Londres en 1953.
El historiador Albert Ritschl ha señalado en múltiples ocasiones lo que significó para Alemania aquella quita: "Un gesto que le salvó la vida, un pacto que le dio la posibilidad de prosperar y materializar el milagro económico". Sí, el boom de los cincuenta y sesenta. En una entrevista publicada en el diario 'Der Spiegel', Ritschl consideraba que el default griego era una opción que no entrañaba peligro para el resto de sus socios, aunque advertía de los riesgos que sí conllevaría que otros países deudores tomasen la misma decisión. Cabría argumentar que el caso heleno es distinto. Podría achacarse a Atenas que durante las dos legislaturas del conservador Karamanlís se falsificaran los datos macroeconómicos de la contabilidad de la nación en connivencia con el grupo bancario Goldman Sachs (Papandreu destapó que el déficit real ascendía al 12,7%), que el paquete de medidas impulsado por el Pasok se tradujo en una desastrosa recaudación fiscal y un rápido deterioro del estado del bienestar. Empero, como sugiere el documental 'Deudocracia', siempre existieron soluciones alternativas a la hoja de ruta de la Troika que nunca se tuvieron en cuenta. Y ello sin mirar atrás para buscar a los responsables de un entuerto que nunca entendió de fronteras. Que cada uno saque sus propias conclusiones.