Andrés Piqueras
Diario Octubre, 05/12/2023
Sólo la guerra recurrente se ha mostrado eficiente a lo largo de la historia del capitalismo para limpiar capitales obsoletos en gran escala y empezar un nuevo gran ciclo de acumulación. El problema es que la destrucción tiene que ser cada vez más grande para compensar el tamaño cada vez mayor de la gangrena y ficción de la economía capitalista – de sobreacumulación de capital sin posibilidades de valorización -, a la cual no le basta con guerras parciales, localizadas o “de pequeña escala”, sino que necesita una nueva guerra de dimensiones globales.
Así lo enunciaba (y anunciaba) ya Henryk Grossmann, en 1929: “El imperialismo se caracteriza tanto por el estancamiento como por la agresividad. Estas tendencias tienen que explicarse en su unidad; si la monopolización causa estancamiento, ¿cómo podemos explicar el carácter agresivo del imperialismo?
De hecho, ambos fenómenos tienen sus raíces en última instancia en la tendencia a la descomposición, en una valorización imperfecta debido a la sobreacumulación. El crecimiento del monopolio es un medio para mejorar la rentabilidad mediante el aumento de los precios y, en este sentido, es solo una apariencia superficial cuya estructura interna es una valorización insuficiente vinculada a la acumulación de capital.
El carácter agresivo del imperialismo también se deriva necesariamente de una crisis de valorización. El imperialismo es un esfuerzo por restaurar la valorización del capital a cualquier precio, para debilitar o eliminar la tendencia a la ruptura.
Esto explica sus políticas agresivas en el país (un ataque intensificado a la clase trabajadora) y en el extranjero (un impulso para transformar naciones extranjeras en afluentes).
Esta es la base oculta del estado rentista burgués, del carácter parasitario del capitalismo en una etapa avanzada de acumulación. Debido a que la valorización del capital falla en los países en una etapa dada y más alta de acumulación, el tributo que fluye desde el extranjero adquiere una importancia cada vez mayor. El parasitismo se convierte en un método para prolongar la vida del capitalismo.
La oposición entre el capitalismo y sus fuerzas de producción es una oposición entre el valor y el valor de uso, entre la tendencia a una producción ilimitada de valor de uso y una producción de valores limitada por los límites de la valorización” [del romanticismo al revisionismo.- superproducción, crisis y derrumbe del capitalismo.-9.-la superproducción absoluta de capital: Henryk Grossman (nodo50.org) pgs. 90-91. Grossmann era el marxista que entonces, a mi juicio, mejor supo entender la formulación marxiana de la tendencia al derrumbe capitalista].
La Guerra Total se ha evitado hasta ahora por su carácter nuclear, es decir, debido a las consecuencias de catástrofe global sin vencedores que acarrearía, si bien todas las tendencias sistémicas nos han arrastrado hacia ella, y nos encontramos ya sumergidos en sus primeras manifestaciones, que han venido gestándose con la otanización de toda la Europa del Este, más las batallas contra Rusia en Georgia, Chechenia, Yugoeslavia y Azerbaiyán, entre otros lugares, hasta su principio de eclosión con la ofensiva en Ucrania.
Ese mortífero derrotero se hace aún más probable si se considera que con la degeneración del capitalismo va también impresa la decadencia de su potencia dominante a escala planetaria, la cual está empeñada en dividir al mundo en dos bloques, los que aceptan sus órdenes y los que no, para emprender la destrucción de las formaciones socio-estatales y alianzas capaz de relevarle, especialmente China y sus redes de interconexiones planetarias (aunque para ello tenga que deshacerse primero de Rusia). En ese objetivo obliga a todos sus subordinados a la autodestrucción económica y bélica (como la UE, Australia y Japón ejemplifican patéticamente).
Pero un nuevo ciclo de guerra de tales dimensiones requiere además un nuevo ciclo de fascistización o nazificación, así como de una renovada complicidad total de la (neo)socialdemocracia. También, como acabo de decir, de la militarización de todas las formaciones socioestatales subordinadas directamente a EE.UU. (alineadas en su “bloque” contra el mundo emergente, cual Eje del Caos contra la Gran Alianza de Estabilidad y Mutuo beneficio en las relaciones internacionales que busca China).
Esta es, precisamente, una declaración de la Oficina de Información del Consejo de Estado de la República Popular China:
“El fascismo corporativo o corporativismo fascista es la única manera que concibe el capitalismo occidental de organizar la sociedad para ponerla al servicio de decisiones centralizadas del gran capital. Es la reacción de occidente frente a los logros de la planificación económica del socialismo del pueblo chino organizado en su Partido Comunista.
Las erráticas dinámicas del ‘mercado’ han ido derivando en cada vez una mayor concentración de capital en cada vez menos manos. Una centralización nada democrática que pretende dirigir la política sin tener que sostener el costoso circo mediático de la democracia representativa burguesa.
La guerra y el complejo militar de EEUU se convierten en vectores de fuerza mayor que someten todo occidente al fascismo corporativo que ya vemos funcionar a pleno rendimiento a un año de la respuesta rusa a 8 años de provocaciones nazis en el Donbass por indicaciones de la OTAN.”
El fascismo-nazismo que se está creando desde los centros neurálgicos otaneros en esta fase histórica, no será a buen seguro una repetición del que se forjó en el siglo XX, sino que adquirirá formas nuevas, inadvertidas para una parte importante de la población hasta que no caiga dentro de su red de araña (incluso hasta ahora en buena medida las opciones fascistas o parafascistas que crecen en el campo electoral, arrastran por un lado a una mayor parte de la población harta de experimentar los hachazos del Capital, bajo el manto de candidaturas pretendidamente iconoclastas y antisistema (un supuesto anarco-capitalismo que habla sobre todo de «libertad»); mientras que por otra parte vienen cumpliendo el papel del ogro en los cuentos de miedo, con el fin de hacer ver a la “neosocialdemocracia” como aceptable, o al menos un mal menor al que hay que apoyar frente al ogro).
Pero es ya un hecho la familiarización y lenta aceptación del fascismo del siglo XXI que van adquiriendo las poblaciones europeas, las cuales apoyan o asisten con resignación a medidas laborales, sociales, migratorias, fiscales, monetarias, financieras y bélicas cada vez más atroces promovidas desde los órganos de mando de la UE-OTAN (la primera al servicio de la segunda) y sus Estados miembros. Todo ello al tiempo que dirigen su rabia contra los más débiles (pobres, inmigrantes, «diferentes»…)
Como quiera que sea, debe quedar claro, en definitiva, que en la coyuntura de Guerra Total el Sistema no puede andarse con discrepancias democráticas y necesitan un cierre de filas de todas las izquierdas del capital o izquierdas integradas (“compatibles”, como las designó la propia OTAN, y a menudo “creadas” o recreadas –remodeladas- por ella misma). Y a eso estamos asistiendo hoy: al seguidismo, por pasiva como por activa, de la OTAN por las izquierdas del Sistema.
La neosocialdemocracia, tanto al frente de gobiernos como en la oposición se ve, una vez más, como la más decidida belicista. Junto a ella, la neoizquierda, partidos verdes, nacionalistas e independentistas, así como partidos comunistas, aplauden a nazis ucranianos, no se rebelan contra el militarismo-armamentismo otanero, cuando no directamente aprueban o se muestran a favor de aumentar los presupuestos militares y de enviar sin cesar armas a unas u otras guerras, y especialmente a la de la OTAN contra Rusia en Ucrania.
Todo ello al tiempo que secundan (o aceptan) el bloqueo a Rusia y la auto-supresión de suministro energético, en lo que a todas luces constituye el suicidio económico pero también político de Europa, en detrimento acelerado de su posición en el mundo.
Suicidio en buena parte explicable porque se trata de un pseudocontinente invadido por EE.UU. desde la II Guerra Mundial (con decenas de bases militares esparcidas por buena parte de su territorio, albergando algunas de ellas armas nucleares), además de estar cada vez más vinculado a la economía ficticia estadounidense.
De ahí que la denuncia de las guerras capitalistas sólo servirá de algo (nunca los movimientos contra las guerras o para la paz han impedido una guerra, porque éstas no tienen razones “personales”, no están vinculadas a consideraciones éticas o de valores, sino a razones estructurales, generadas por el sistema capitalista, como parte de la violencia que han promovido todas las sociedades desigualitarias), si se señalan al tiempo las causas estructurales, a menudo cíclicas, que llevan a ellas y los objetivos que a través de las mismas persigue la clase capitalista en cada lugar y momento, de tal manera que con ello se pueda convocar a crecientes partes de la población para oponerse a tamañas matanzas, lo que a su vez y a la postre pasa necesariamente por la oposición al propio sistema que las genera.
Mas no, nuestras izquierdas integradas, sean “viejas” o “nuevas” e institucionales o no, en el mejor de los casos se pronuncian por no pronunciarse, y dan claras muestras de no (querer) entender nada de lo que se juega en el mundo ni apuntar nunca a las causas profundas que subyacen a cada acción bélica.
Por otra parte, a las que supuestamente desempeñan el papel de encarnar el purismo revolucionario, haciendo gala del izquierdismo más inconsciente y cómplice, como la mayor parte del anarquismo y, en general, las corrientes basistas (vengan del marxismo o no), así como el trotskismo internacional, la OTAN cultural (que siempre sabe qué mansaje hacer prevalecer en cada ámbito social y político, y que mueve estratégicamente sus piezas políticas de izquierda en cada momento) hace tiempo que les lanzó la consigna de no estar “ni con unos ni con otros” en las sucesivas guerras de destrucción, ya sea por procuración o directas, mediante “revoluciones de colores” o con intermediación de yihadistas y paramilitares, que desatan EE.UU. por doquier, bien solo o con la colaboración de algunos de sus subordinados europeos, o bien poniendo a la OTAN por medio (como Imperialismo Occidental Colectivo). Afganistán, Irak, Somalia, Siria, Libia, Yugoeslavia, Yemen, Sudán… son dramáticos ejemplos de ello, como medios para destrozar la conexión productivo comercial-financiera y de entendimiento internacional que, con todos sus defectos y problemas pretende China en el mundo (parámetros coherentes con su economía productiva planificada frente a la economía de ficción y especulativa del Eje Anglosajón).
El “ni-nismo” en general se hace más peligroso cuanto que asiste tanto más impertérrito cuan impotente a la aniquilación de sociedades enteras, a la extensión de la barbarie y a las agresiones imperiales por doquier, abogando siempre por una “paz abstracta”, atemporal, imposible, sin idea alguna ni atisbo de construcción de los sujetos internacionales e internacionalistas capaces de enfrentar verdaderamente cada guerra, y carentes por tanto de análisis y fundamentos de las posibilidades y vías de la paz, que son necesariamente las contrarias de las que desatan las guerras dentro del Sistema.
Sus proclamas son tan inútiles, por tanto, como una oración. Y lo son porque el resultado de la “equidistancia” (del “ni-nismo”) es invariablemente dejar las cosas como están, y a los poderes fuertes del capital global campando y destruyendo a sus anchas.
Es decir, el “ni-nismo”, como corriente potenciada por los centros globales de mando del capital, como consigna y actitud a seguir por el izquierdismo y el buenismo social hacia sus guerras, hace a éstos en general y al conjunto de la población que se atiene a tales consignas, cómplices unas veces conscientes otras ingenuos, pero necesarios, de la barbarie del capital.
“El ‘no a la guerra’ carente de una alternativa política a esta sociedad, se inscribe en la raíz de todas las guerras. Está en el comportamiento de muchos espíritus sensibles a los males de este mundo, a la vez sensualizados por las gratificaciones que la propiedad privada capitalista todavía les proporciona, subyugados por las magnificencias del capitalismo, pero que no quieren sus necesarias consecuencias.
De ahí que se conformen con la sola protesta fácil, nacida del mero sentimiento negativo (tanto más débil cuanto más festiva y pacífica) de lo que no se quiere que pase en una sociedad que consideran suya y contribuyen a sostener ilusionando a los demás con su propia ilusión en el ‘nunca más’ de lo que, sin embargo, vuelve a suceder una y otra vez. guerra de Irak 2003.- 08. ( La lucha por la paz es inseparable de la lucha por hacer prevalecer los principios científicos del proletariado como clase (nodo50.org)]. La imprescindibilidad del movimiento comunista)
Porque la PAZ en su pleno sentido (no como ausencia de estallidos de conflictos ni como sumisión consentida) significa la eliminación de las desigualdades y opresiones. Y en el camino de su conquista a veces hay que apoyar intervenciones militares defensivas y ciertas acciones virulentas, poco agradables, poco “light”, de las propias luchas de clase.
Porque la Política en grande no es un baile de salón en el que los intereses antagónicos de la clase dominante respecto del resto de la sociedad se resuelven con charlas y buenas intenciones.
Porque, como dejan entender las palabras de mi querido Brecht con las que se iniciaba este artículo, las elites del capital van a seguir haciendo la guerra y cada vez con más intensidad según se les acaban los recursos básicos, se les estrangula el combustible del valor y desciende la tasa de ganancia real, productiva. Por mucho que nos empeñemos en cerrar los ojos y decir “no a la guerra” y “ni unos ni otros”.
Por eso se trata perentoriamente de organizarse para lo que nos viene, por eso resulta imprescindible saber ubicarse en el tablero geopolítico donde se juega el destino de los pueblos, el de la verdadera PAZ y el de la soberanía, saber a quién apoyar en cada momento frente al Imperio OTAN, quién se está defendiendo y quién atacando a pesar de las apariencias, junto a quién hay más posibilidades de conseguir el fin de unos u otros estallidos bélicos, por mucho que su realidad sociopolítica no sea nuestro ideal.
Viene al caso recordar una vez más las palabras que Lenin pronunciara en 1915: “Nosotros los marxistas nos diferenciamos de los pacifistas, así como de los anarquistas, en que nosotros reconocemos la necesidad de analizar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra por separado.”
Y en 1917: “Nosotros los marxistas no somos adversarios incondicionales de cualquier guerra. Nosotros decimos: nuestro objetivo es la instauración del socialismo que, al eliminar la división de la humanidad en clases, al eliminar toda explotación del ser humano por el ser humano y de una nación por otras naciones, eliminará indefectiblemente toda posibilidad de guerra en general.”
Si hay una cosa que parece clara, es que en el juego a muerte que el capital desata contra la humanidad en estos momentos, la Guerra que engorda en el escenario mundial y la Violencia contra las condiciones de vida de la fuerza de trabajo, tienen cada vez una tendencia más pronunciada a barrer al conjunto de “izquierdas del sistema” del protagonismo político relacionado con la acción reactiva de las poblaciones en los próximos lustros. Porque ya han demostrado esas izquierdas que no tienen nada real, eficaz, que oponerle a la creciente barbarie del capital, al haberse integrado mansamente
(como a la postre quería la burocracia socialdemócrata de la II Internacional) en las dinámicas (hoy ya decadentes, eso sí) de acumulación de capital.
Véanse, por ejemplo, las izquierdas integradas (que forman parte del gobierno español) del Reino de España: todas sumisas a la OTAN y a la UE. Sin cuestionamiento de estas instituciones hablar de «paz», «derechos humanos», «bienestar de la gente», «apoyo a Gaza» u otras consignas que nos lanzan, no son más que píldoras para narcotizar a las poblaciones.