Geraldina Colotti
Resumen Latinoamericano, 06/09/2023
El avión de pasajeros, un Itavia DC9, que se estrelló cerca de la isla siciliana de Ustica el 27 de junio de 1980, “fue derribado por un misil francés”. Así lo afirmó en una entrevista el ex primer ministro italiano Giuliano Amato, entonces subsecretario de la presidencia. Según Amato, el DC9 con 81 civiles a bordo, entre ellos 11 niños, fue alcanzado por error: el misil estaba destinado al Mig en el que volaba Muammar Gaddafi, cuya eliminación se presentaría posteriormente como un error cometido durante un ejercicio de la OTAN.
Según declaraciones del político, el líder libio escapó de la trampa, gracias a que fue advertido por el entonces primer ministro, Bettino Craxi. La familia, hoy, lo niega. Ya en 2007, sin embargo, el ex presidente de la República italiana Francesco Cossiga hizo una sensacional declaración en la radio nacional y en la cadena de televisión Sky según la cual los franceses sabían que el avión de Gadafi tenía que pasar por esa ruta. Según Cossiga, el coronel fue advertido por el jefe del servicio secreto militar (SISMI), y cambió de rumbo. Los franceses “vieron un avión que se había colocado detrás del DC9 con la esperanza de escapar del radar. Fueron ellos, con un avión de la marina, quienes lanzaron el misil…”
La investigación, que ha dado lugar a varios artículos y libros, dirá que, la noche del accidente, los controladores del radar Roma-Ciampino (entonces todos militares) vieron en sus pantallas las trazas de varios cazas que se encontraban en el cielo de Ustica. Trazas que nacían o desaparecían en el mar, como si hubieran salido de un portaaviones. La VI Flota estaba al mando allí, por lo que esos soldados pidieron noticias a la embajada de Estados Unidos.
Sin embargo, no se ha encontrado ni el cable urgente, en el que, según testigos, los militares preguntaban a los EE.UU: “¿Qué has hecho?” Ninguna respuesta. En marzo de 1994, en los archivos de la base SISMI de Verona, responsable de la inteligencia al mando de la 5ta Fuerza Aérea Táctica Aliada (ATAF) de la OTAN, con base en Vicenza, un extraño incendio destruyó más de 2.000 documentos relativos al período 1975- 1989. Entre los documentos salvados del incendio, el juez Priore encontrará memoriales clasificados como “ultraconfidenciales”, que serán llevados a la comisión parlamentaria de investigación sobre la masacre de Ustica.
Un atentado aún sin culpables, encubierto por los gobiernos, las autoridades militares y los servicios secretos de 3 países: Italia, Francia y Estados Unidos. Pistas falsas han intentado desviar la investigación y, según una de las hipótesis, han organizado para ello una masacre aún mayor, que serviría para hacer olvidar a Ustica: la masacre de Bolonia del 2 de agosto de 1980, cuando una bomba explotó en la estación, matando a 85 personas e hiriendo a más de 200.
Algunos neofascistas fueron condenados como ejecutores materiales. Sin embargo, se desconoce quiénes fueron los instigadores, sin perjuicio del contexto de las relaciones entre la extrema derecha, el gran crimen organizado y los servicios secretos. Un cuadro bien establecido durante el período de la “estrategia de tensión”, mediante el cual la burguesía a sueldo de Washington intentó impedir el avance de las clases populares, provocando una serie de masacres, para revivir ese “reflejo de orden” que conduciría de nuevo al fascismo. Así, el 12 de diciembre de 1969, cuando estaba en marcha la unidad de las luchas entre los estudiantes de 1968 y los trabajadores de 1969, tuvo lugar la masacre en Piazza Fontana, en Milán, seguida de la de Piazza della Loggia, el 28 de mayo de 1969, y de la masacre del tren Italicus del 4 de agosto de 1974.
En 1980, sin embargo, el clima ya había cambiado mucho. La clase obrera había sido derrotada, el ciclo del neoliberalismo comenzaba, no es fácil situar en esa clave la masacre de Bolonia, siempre negada por los condenados. Sin embargo, es legítimo pensar que en el caldo de cultivo presente en la política italiana – compuesto por fascistas, servicios secretos “desviados” e intereses de la OTAN- surgió la “necesidad” de proteger el secreto en torno a las “víctimas colaterales” causado por el fracaso en la eliminación de Gadafi.
Un objetivo que el bloque occidental sólo podrá lograr en 2011, en un contexto internacional que había cambiado completamente tras la caída de la Unión Soviética y el cambio de la política italiana en Oriente Medio. Pero en los años de la masacre, aunque permanecía firmemente bajo el paraguas de la OTAN, Italia, antigua potencia colonial en Libia, intentaba también cuidar sus intereses. El 40% de sus necesidades energéticas dependían de Trípoli; 25.000 trabajadores empleados en obras de construcción en Libia. Gadafi ya había adquirido el 13% de las acciones de Fiat, la histórica fábrica de automóviles italiana, y había comprado miles de hectáreas de terrenos, fábricas y edificios.
Al menos dos veces, el SISMI salvó la vida del coronel, advirtiéndole de los bombardeos estadounidenses o de los ataques a Trípoli. Y, hasta 2010 (su última visita a Italia), el líder libio será recibido con todos los honores por las autoridades italianas del gobierno de Berlusconi. Esto, sin embargo, no impedirá que Italia participe en la coalición de la OTAN y en el ataque contra Gadafi, inaugurado por Francia el 9 de marzo de 2011. Gadafi será masacrado y Libia desmembrada, convirtiéndose una vez más en un cruce de apetitos imperialistas luchando entre sí.
Y en este marco se sitúan también las declaraciones sobre la masacre de Ustica, en un momento en el que, aprovechando el nuevo rumbo inaugurado por los militares nacionalistas en el Sahel, se intenta sustituir la hegemonía de Francia en una zona rica en recursos estratégicos, como el uranio, para las potencias occidentales.