Diario Octubre, 12/08/2023
A mediados del siglo XIX, durante un viaje por el desierto de Trípoli (Libia) a Tombuctú (Níger), el explorador alemán Heinrich Barth descubrió pinturas y grabados sobre rocas que representaban animales y escenas de caza.
En 1956, en una expedición por Argelia, Heri Lhote descubrió más pinturas rupestres que representan jirafas, rinocerontes, leones y antílopes es decir, animales silvestres cuyo medio de vida requiere la presencia de agua y alimento abundantes.
Alrededor de la cuenca de Muluya, así como en las altas mesetas del este de Marruecos, también han aparecido depósitos sedimentarios fluviales. Entonces los humedales eran comunes en las alturas de Marruecos.
Exploraciones posteriores han descubierto varios lagos en la región de Chad y Níger. El período húmedo sahariano se desarrolló entre 11.000 y 5.000 años. Los vestigios dan testimonio de un Sáhara verde, una época muy diferente al desierto actual. Estaba cubierto de ríos y vegetación tropical.
Sin embargo, hace unos 5.000 años la región experimentó una aridificación extremadamente rápida, dando paso al desierto.
Durante varios millones de años el Sáhara ha estado oscilando entre periodos secos y húmedos. La fauna y la flora cambiaron drásticamente de unas épocas a otras y surgieron especies de plantas capaces de vivir en ambientes muy secos.
Groenladia también fue un bosque verde
Hace años relatamos el Proyecto Iceworm, iniciado en 1959 por Estados Unidos para construir una base militar subterránea al norte de Groenlandia capaz de albergar hasta 600 misiles balísticos intercontinentales.
Los militares perforaron hasta 1,5 kilómetros de profundidad a través de la capa de hielo, y cuando llegaron hasta el lecho rocoso, perforaron otros cuatro metros más, conservando una muestra del sedimento congelado con fósiles de hojas, insectos, ramas y musgo.
Desde 2018 los científicos vienen estudiando ese material porque hasta ahora creían que la superficie de Groenlandia había permanecido congelada desde hace unos 2,5 millones de años.
Sin embargo, en 2021 Bierman demostró que hace 400.000 años había estado libre de hielo con un ecosistema de tundra (*). La capa de hielo se derritió y se volvió a formar al menos una vez durante el último millón de años.
En aquella época el clima era similar o incluso ligeramente más cálido que el actual y la concentración atmosférica de CO2 eran de unas 280 partes por millón aproximadamente, muy inferior a las 422 partes por millón actuales.
Blanco y en botella: no parece que el CO2 haya tenido nada que ver nada con el aumento o la caída de las temperaturas. Tampoco tiene nada que ver con el congelamiento ni con el descogelamiento de Groenlandia.
La fusión del hielo de Groenlandia hace 400.000 años causó al menos 1,4 metros de aumento del nivel de las aguas y, posiblemente, hasta 6 metros.
Otras investigaciones han reproducido lo que hicieron los militares estadounidenses en 1959, esta vez con propósitos puramente científicos. Incluso perforaron mucho más en el hielo. La danesa Dorthe Dahl-Jensen llegó a los 2,5 kilómetros en la capa de hielo.
Como ya expusimos en otra entrada, su conclusión fue que la capa de hielo del sur de Groenlandia persistió a pesar de que la temperatura ambiental era cinco grados centígrados más alta que la actual. En consecuencia, para que el hielo desaparezca no basta con la subida de temperaturas, porque hay otros factores que también influyen.
El clima es esencialmente cíclico porque es una unidad de contrarios. No es homogéneo, ni tampoco evoluciona de una manera lineal. El actual desarrollo de las fuerzas productivas no ha llegado al punto de influir sobre él. Tan vano es empeñarse en conservar la nieve en Groenlandia como la arena en el Sáhara.
(*) http://dx.doi.org/10.1126/science.ade4248 https://www.pnas.org/doi/full/10.1073/pnas.2021442118