La Insignia, 18/08/2012
En un plató de televisión, un dirigente del SAT humilla a un grupo de neonazis y señoritos que se hacen pasar por periodistas; es Diego Cañamero, casi un mito para la España de abajo, entendida como clase y como continente de toda la cultura y la dignidad, porque en la España de arriba, repúblicas aparte, no hay nada de eso. Al oír sus respuestas, claras, firmes, sin doblez, algunos de los más jóvenes y no pocos de los mayores se preguntan de dónde ha salido. No sabían que estuviera aquí. No lo sabían porque no miraban. Y mientras escuchan, se empiezan a dar cuenta de que la España de abajo es enorme y la de arriba, un soplo.
Hace años, Cañamero participaba en un piquete informativo cuando el hijo de un propietario sacó una escopeta y lo encañonó. «Si me vas a pegar un tiro —dijo el sindicalista—, lo vas a hacer conmigo parado, porque yo no corro como un conejo.» Es obvio que la jauría televisiva no estaba bien informada sobre el hombre al que pretendían humillar. Se han acostumbrado a las caras limpias, los trajes limpios y los intereses sucios de la izquierda del sistema, tan desconcertada como ellos ante la posibilidad de que, por fin, la España de abajo siga el consejo de León Felipe y se grabe una estrella roja en la frente, «hoy mismo,/ ahora mismo/ y con sus propias manos».
Cuando se la grabe, los enterrará. El único éxito de este régimen es habernos convencido de que la última batalla no merecía la pena. Para qué grabarse la estrella en cuestión si vamos a perder, si no hay más de donde sacar, si esto, el clan de politicastros y ladrones es todo. Ya convencieron a algunos en 1939; y por aquellos algunos, se rindió una República. Pero hay más, mucho más. Hombres y mujeres como Diego Cañamero, al margen de diferencias ideológicas. Talento y valor de sobra no sólo para escapar de la extrema necesidad a la que nos condenan, sino para fundar otro país.