Hace unos días se producía un importante canje de presos en Turquía entre occidente (EEUU y sus adláteres) y Rusia. Felizmente, en este canje fue liberado el periodista hispano-ruso Pablo González, por el que muchos nos habíamos interesado y sobre el cual habíamos difundido información en internet. Pablo había estado preso en una cárcel polaca en condiciones muy duras durante más de dos años.
Dejando a un lado lo feliz del acontecimiento, habría que sacar ciertas conclusiones que no dejan en muy buen lugar a la clase periodística de este país. Para empezar, en general el periodismo español lejos de apoyar a su colega durante estos más de dos años lo ha condenado con su silencio cómplice o incluso dando por buena la versión del gobierno polaco de que Pablo era un espía ruso. Y ello a pesar de que en todo ese tiempo el gobierno de Polonia, uno de los países más glorificadores del fascismo de la UE, no ha presentado ni una sola prueba que justificara su cautiverio. Sin embargo, la clase periodística española removió cielo y tierra para pedir la excarcelación de Navalny, que ni era español ni periodista y que estaba demostrado que recibió dinero (hay un video que lo prueba) del servicio secreto británico por traicionar a su país. Además, estaba involucrado en organizaciones racistas (hay otro video en el que el interfecto llama "cucarachas" a los musulmanes) y fascistas que se dedicaban a cometer atentados con bomba, como el que costó la vida precisamente a un periodista de guerra ruso, Vladem Tatarsky. El asesinato de Tatarsky, por cierto, fue justificado de manera velada por el corresponsal español en Rusia Ricardo Marquina en las redes sociales. Al parecer, en los medios patrios hay algo que pesa más que el corporativismo: la sumisión al amo norteamericano. Es curioso: allá por 1999, durante el bombardeo de la OTAN sobre Serbia, el periodista vasco Jon Sistiaga fue apresado por las autoridades serbias cuando intentaba grabar un documental fake en el que pretendía comparar a los serbios (un pueblo con una sólida tradición antifascista) con los nazis; entonces sus compañeros de profesión pusieron el grito en el cielo. Llegaron a decir que los serbios lo habían torturado, e incluso asesinado, pero cuando Sistiaga apareció a las pocas horas de su detención y aseguró que lo más cerca del peligro que había estado fue cuando caían las bombas de su amiga la OTAN se vio de qué pasta estaba hecho el plumífero patrio. De una que mezcla la cobardía y el servilismo al poder.
Poco importa si Pablo González es un espía o no. El coronel Pedro Baños, conocido analista y youtuber, ha dicho más de una vez en público que él sabe de muy buena tinta (nunca mejor dicho en este caso) que hay muchos periodistas de primera fila en España que trabajan para la OTAN y los servicios secretos angloamericanos. Tenemos a gente como Xavier Colás o Carlos Franganillo que se han dedicado a asegurar que Pablo González es un espía del Kremlin mientras escriben crónicas que lavan el cerebro de la audiencia a favor del régimen del Maidán o a favor de la violenta oposición rusa (como esos que ametrallan a civiles en salas de fiestas o escuelas supuestamente en nombre de Alá). Con el proceder de tales individuos cualquiera podría sospechar que son parte de esos agentes de la OTAN, la CIA o el MI6 que menciona el coronel Baños. Sin embargo, solo son eso: sospechas. Como las que tienen ellos contra Pablo González, ya que si hubiera habido pruebas contundentes durante estos dos últimos años Polonia no habría dudado en hacerlas públicas. Por tanto, lo que molesta de Pablo no es que pueda ser un espía, sino que sea un espía ruso. Y es que en nuestra “plural” democracia informativa no puede ocurrir que haya un periodista que tenga puntos de vista cercanos a Rusia. En Rusia, a pesar de las restricciones informativas a causa de la guerra, hay diarios y periodistas liberales que ponen a caldo a Putin y quieren volver a los fríos y oscuros tiempos de la Perestroika, cuando los oligarcas vendían la patria a trozos a las multinacionales occidentales. Pero aquí no puede haber periodistas ni medios pro rusos. Nuestra censura, no es censura: es lucha contra la desinformación rusa. Al fin y al cabo, como señaló Borrell, nosotros somos el jardín, y Rusia es la selva, ergo, demos gracias a nuestros amos por estar librándonos de la “barbarie no occidental”.
En conclusión, Pablo González ha sufrido un doble linchamiento. El primero tuvo lugar cuando el gobierno español no movió ni un dedo por evitar que Polonia lo mantuviera encarcelado durante más de dos años sin presentar pruebas. Y el segundo, cuando sus compañeros de profesión, lejos de solidarizarse, se dedicaron a arrojar mierda contra su persona para que no saliera del Guantánamo europeo que es una cárcel de alta seguridad polaca.