F. Javier Herrero
El País, 06/04/2021
Una biografía rescata al actor y cantante afroamericano, uno de los primeros activistas por los derechos civiles en EE UU que fue represaliado por el macartismo
El siguiente epitafio define una actitud vital: “El artista tiene que elegir entre luchar por la libertad o la esclavitud. Yo he hecho mi elección. No tenía alternativa”. Esta inscripción figura en la tumba de Paul Robeson (Princeton, Nueva Jersey, 1898-1976), un actor, cantante, deportista, abogado e intelectual ―aprendió 20 idiomas y manejaba 12 con fluidez― que se convirtió en los años cuarenta del pasado siglo en uno de los líderes negros más respetados de Estados Unidos. Con su activismo político no solo denunciaba el racismo, sino que también mostraba una inquebrantable adhesión al socialismo y su crítica hacia la situación de los trabajadores negros y blancos. En un ambiente de posguerra caracterizado por la histeria anticomunista, el macartismo lo señaló como enemigo público número uno.
En 1936, la revista cultural y política británica New Statesman describía a Robeson como “uno de los actores vivos más impresionantes” y, en 1943, Time le definía como “probablemente el negro vivo más famoso”. Pero a partir de 1949 una cortina de silencio derribó su carrera artística durante dos décadas. “Robeson fue virtualmente borrado de la memoria histórica. Desapareció de los medios de comunicación. Fue excluido de todas las salas de conciertos. Sus discos desaparecieron de las tiendas y, sorprendentemente, su nombre fue eliminado de las listas de los equipos de fútbol americano universitario de 1917 y 1918”, destaca Raquel Bello-Morales, autora de Paul Robeson. Artista y revolucionario (Atrapasueños) ―firmado con el seudónimo de Paula Park (en homenaje a su biografiado)―, la primera biografía en español sobre este precursor del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos.
Robeson se licenció en Derecho ―fue el tercer afroamericano que obtuvo un título académico en Rutgers (1919), la Universidad de Nueva Jersey, y el tercer graduado negro por la Escuela de Derecho de la Universidad de Columbia (1923)―, pero vio en el racismo imperante un obstáculo insalvable para desarrollar su carrera profesional. Ante ese callejón sin salida, el joven abogado optó por dar un viraje completo a su vida profesional y en 1924 inició su trayectoria artística obteniendo un éxito meteórico.
Los éxitos artísticos de los años treinta y cuarenta
La proyección de su talento se reflejó en el teatro, donde triunfó con Todos los hijos de Dios tienen alas y El emperador Jones, ambas obras de Eugene O’Neill, y también con un consumado Otelo en Broadway (296 representaciones y medio millón de espectadores en 1944) y en el teatro Savoy de Londres. Durante los años treinta, desarrolló su carrera en el cine participando en Bosambo, en el papel de un jefe tribal, y The Proud Valley, un filme sobre los mineros galeses que le supuso su mayor recompensa personal como intérprete. La autora de la biografía de Robeson recupera las palabras del actor Ossie Davis para explicar su carisma: “Aprendimos de él que estabas implicado solo por el hecho de haber nacido. Todos los actores negros jóvenes, William Marshall, Sidney Poitier, Harry Belafonte... estaban enamorados de él”.
En el plano musical, grabó numerosos discos de espirituales negros, el estilo trufado de frases bíblicas y humildes melodías que surgió de la violencia ejercida sobre los esclavos negros para que olvidasen su religión e identidad africanas. Esa voz de bajo-barítono de Robeson envuelta en una mezcla de fuerza y ternura es descrita por Pete Seeger como “grave, tan profunda y resonante que parecía representar a toda la humanidad”. En 1998, ya fallecido, recibió el Premio Grammy a la Carrera Artística, un tardío reconocimiento a maravillas como Ol’ Man River, incluida en la que fue película y musical Show Boat.
Una comunicación que “unía lo emocional con lo político”
Fue precisamente oír esta canción lo que llevó a Raquel Bello-Morales, que desarrolla su tarea profesional como viróloga en la Universidad Autónoma de Madrid, a interesarse por la figura de Paul Robeson. “Descubrí que no hay nada de él en español y lo que más me sorprendió fue su magnetismo, valor y honestidad. Me enamoré del personaje”, comenta la autora. La biografía de Robeson es el resultado de más de dos años manejando las fuentes secundarias que existen sobre el artista, la investigación en archivos desclasificados y la prensa escrita de la época. ”Algo que distingue a Robeson de otros activistas”, prosigue Bello-Morales, “es que cuando él acudía a una conferencia en un sindicato, por ejemplo, hablaba y también cantaba. La comunicación que lograba con la gente era mucho más potente porque unía lo emocional con lo político”.
Desde 1927 hasta 1939, el artista se estableció en el Reino Unido y allí descubrió su interés por el socialismo y su simpatía por el movimiento sindical británico, especialmente entre los mineros galeses. “Es en estos años cuando Robeson se politiza profundamente y forja su conciencia política”, destaca Bello-Morales, y cuando termina su relación con las grandes productoras de cine americanas. Según el mismo Robeson, estas “insisten en presentar una imagen caricaturizada de los negros, una imagen ridícula, que divierte a la burguesía blanca, y yo no estoy interesado en jugar a su juego”. “La adopción del socialismo le llevaría poco a poco a un cambio profundo”, continua Bello-Morales en su libro, un cambio que, según la autora, “se alejaba de la defensa de los valores negros para acercarse más a la defensa de los valores humanos”. Su conclusión fue que para derrotar al racismo “era necesaria una alianza de blancos y negros”.
Robeson lideró iniciativas como una propuesta de ley para que los linchamientos de negros, que eran la expresión más violenta de un supremacismo blanco que siempre quedaba impune y que el Estado y las clases dominantes habían normalizado, fuesen considerados crímenes federales. La propuesta fue presentada ante el presidente Truman en 1946, que la desechó alegando que no era “el momento propicio”. Esa defensa de los valores humanos globales le llevó a reivindicar con su presencia los derechos de los trabajadores en múltiples países así como a apoyar los movimientos de descolonización. Toda esta actividad le colocó bajo la lupa del FBI en pleno inicio de la Guerra Fría.
La energía de su lucha parecía no tener límites, pero la postura que más problemas generó al artista fue su admiración por la URSS. “Al caminar por las calles de Moscú, él no se consideraba un negro, se veía como un ser humano debido a la ausencia de racismo, y fue testigo del gran avance cultural y económico que con la revolución soviética experimentaron pueblos y minorías étnicas de Asia Central, como los yakutos y los kirguises”, explica Bello-Morales. La simpatía por la Unión Soviética y su compromiso con sus amigos en el Partido Comunista de Estados Unidos ―aunque él nunca estuvo afiliado a ninguna formación política― destruyeron su carrera. En 1951, el Departamento de Estado le retiró el pasaporte y en 1956 fue obligado a testificar ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Ni delató a ningún otro activista ni condenó a la URSS y el comunismo. Aquellos que le interrogaron y cuestionaron su patriotismo y amor por la que él llamaba “la verdadera América” desconocían que ya había hecho su elección y no tenía alternativa.
El sufrimiento de España, un punto de inflexión fundamental
Bart van der Schelling, Paul Robeson, Moe Fishman y Art Landis cantan para las brigadas internacionales en un concierto en España (1938).
En un memorable discurso pronunciado en el Royal Albert Hall en junio de 1937 para ayudar a los niños refugiados españoles de la Guerra Civil, Paul Robeson declaraba "su apoyo inquebrantable al Gobierno de España, elegido legalmente por sus legítimos hijos e hijas". Una de las muestras de ese apoyo fue su viaje en enero de 1938, que le permitió visitar ciudades de Cataluña, Levante y Madrid. "Cuando va a España se encuentra en un momento difícil de su vida, se siente decepcionado con su tarea como actor de cine con las grandes compañías americanas. Es testigo de la lucha del pueblo español contra el fascismo y deduce que el artista debe poner su talento al servicio de los valores humanos", afirma Raquel Bello-Morales, "por eso dijo que España fue un punto de inflexión fundamental para él".
Robeson se reunió en Madrid con sus compatriotas de la Brigada Lincoln, pudo conocer a los voluntarios negros americanos y se interesó vivamente por la figura de Oliver Law, el primer comandante negro con soldados blancos bajo su mando, que murió en la batalla de Brunete. En las trincheras de la Ciudad Universitaria cantó para los soldados y los oficiales pidieron un alto el fuego para que su hermosa voz pudiese ser escuchada en ambos lados del frente. En la imagen se ve al artista cantando en Madrid con otros miembros de la Brigada Lincoln. Robeson se fue impresionado porque nunca vio "un pueblo más valiente, trabajando más enérgicamente por la victoria". A la vuelta de su viaje, el artista no dejó de ofrecer su ayuda a la causa de la República hasta el final. En un acto para recaudar fondos mostró con su clarividencia lo que se cernía en el horizonte: "No estamos haciendo lo suficiente. No nos duele lo suficiente. Si permitimos que la España republicana sufra, nosotros algún día sufriremos de la misma manera"