Alejandro Kirk
TeleSur, 09/11/2020
Tal vez irritante –para los poderes neocoloniales– era que Robert Fisk jamás intentó convertirse en parte ni vocero de los pueblos oprimidos del Oriente Medio (o, más correctamente, Asia Occidental), ni menos de sus gobiernos.
Fisk ganó numerosos premios por su cobertura del Oriente Medio, desde los años 70. Pero, también generó controversias por su agudo criticismo de Estados Unidos e Israel, y de la política exterior occidental.
Esa conjunción «pero», infiltrada al medio, es el elemento central de un minúsculo y mezquino obituario de la BBC al periodista inglés Robert Fisk, fallecido este domingo en Dublin. Sin duda, el propio Fisk lo hubiese notado con ironía: el segundo párrafo intenta anular al primero.
Sin ese «pero», sin embargo, Fisk habría sido apenas uno mas entre centenares de corresponsales pagados para justificar el genocidio del pueblo palestino y las jugadas de rapiña colonialista en la zona, que la BBC, que hace rato perdió toda elegancia, llama «política exterior occidental».
Tal vez irritante -para los poderes neocoloniales- era que Robert Fisk jamás intentó convertirse en parte ni vocero de los pueblos oprimidos del Oriente Medio (o, más correctamente, Asia Occidental), ni menos de sus gobiernos. Hablaba siempre «desde adentro», desde su posición de corresponsal inglés, y se refería a «nosotros» cuando describía la hipocresía, el doble standard y los crímenes de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y su aliado en la zona, Israel.
Tampoco era condescendiente con los gobiernos del la zona, en particular el de Siria, al que siempre describió como «régimen». No lo hacía por un ejercicio informativo formal, para validar con un supuesto «equilibrio» coberturas sesgadas o de fuentes dudosas, como es tan común en el «periodismo» internacional hoy. A pesar de sus denuncias, algunas muy graves, siempre fue bien recibido por las autoridades sirias.
Estar donde hay que estar
La base del inmenso peso intelectual de Fisk en cuanto al Oriente Medio y los Balcanes, provenía tanto de la erudición como de la dificilísima simpleza de los hechos comprobados por él mismo como reportero independiente.
Un contraste marcado con la legión de jóvenes periodistas europeos y estadounidenses que llegan a lugares de conflicto sin saber mucho del tema que van a cubrir -y menos el idioma- y cuya «cobertura en terreno» se suele reducir a conversaciones con taxistas, meseros del bar del hotel, y contactos privilegiados con diplomáticos y militares que les facilitan acceso a ciertas áreas de conflicto, y a información «exclusiva» que viene ya procesada para generar un efecto.
Fisk pertenecía a una logia en extinción. Los grandes periódicos tradicionales de los países industriales solían asignar corresponsalías fijas a periodistas distinguidos, y les pagaban un sueldo por estar ahi y pulsar el ambiente. Su labor no es andar corriendo detrás de la noticia, ni rebotando ruedas de prensa o boletines, sino darle a las noticias un sentido, a través de la experiencia propia, el acceso a fuentes diversas, al chisme, a la cultura local, para escribir crónicas con contenido y sazón. Con mucho tiempo disponible y un respetable margen de tolerancia de los editores para arrebatos de todo tipo.
John Simpson, de la BBC, es uno que sigue ahí.
Esta figura de corresponsal es casi exclusiva de grandes países capitalistas, aunque la Polonia socialista se permitió el lujo de bancar a Ryszard Kapuscinski, de la agencia estatal PAP. En América Latina, destaca el colombiano Gabriel García Márquez,
Algunos corresponsales de ese enjambre solían ser escritores, como Ernest Hemingway o Graham Greene. Algunos eran también agentes, y dobles agentes, de inteligencia, como el propio Greene, o el inglés Kim Philby, corresponsal en Beirut, funcionario del MI6 y legendario espía soviético.
Como tales, también fueron personajes de novelas, como Thomas Fowler, el periodista inglés asignado a Saigón durante la guerra contra la ocupación francesa en «El Americano Tranquilo», de Graham Greene. O Raymond Rambert, periodista francés atrapado en Oran durante la epidemia de cólera, en «La Peste», de Albert Camus.
Coinciden todos, más o menos, en ser figuras sin paz interior, decadentes, solitarios, descreídos, cínicos, pero secretamente románticos y comprometidos.
Y coinciden en que, como periodistas están siempre, muchas veces a pesar suyo, donde hay que estar: la esencia de Robert Fisk.
Las historias de la vida real
Fisk entrevistó tres veces a Osama bin Laden, una vez en Sudán, y las otras dos en Afghanistan. Y el relato de esas entrevistas contiene no sólo las preguntas y respuestas con informaciones clave -un formato que Fisk no utilizaba- sino la caracterización real del personaje mil veces demonizado por los medios, su vestimenta, sus gestos, y el contexto en que todo ocurre: viajes tremebundos en jeep por las montañas, e incluso una golpiza por parte de militantes talibanes.
En junio de 1999, Fisk hizo una serie de reportajes desde la entonces Yugoslavia y la provincia de Kosovo, al final de los bombardeos de la OTAN en favor de los separatistas kosovares. La OTAN alardeaba de que en 27 mil misiones de los bombardeos «más precisos de la historia», sus aviones habían destruido el poder militar yugoslavo en Kosovo. Tras recorrer 600 kilómetros en la zona, Fisk comprobó que los yugoslavos retiraron sus armas y tropas prácticamente intactas, y que la única destrucción real habían sido objetivos industriales y políticos civiles en territorio yugoslavo.
En abril de 2003 un misil cayó en un mercado de Bagdad, la capital iraquí. Estados Unidos dijo inmediatamente que se trataba de un antiguo misil soviético del gobierno de Saddam Hussein, disparado por los propios iraquíes. El viejo Fisk recorrió el mercado entero hasta que encontró un fragmento de misil, con un número de serie correspondiente a la Fuerza Aérea de Estados Unidos, y despedazó la mentira.
En Aleppo, Siria, en 2018 encontró entre las ruinas de un refugio de ISIS, tomado por los sirios, dos manuales de operación y servicio de ametralladoras serbias. Fue con ellos hasta la usina estatal de Zastava y le presentó los manuales al gerente, que se deshizo en explicaciones, desnudando asi el tráfico de armas que alimenta al terrorismo de ISIS.
Cuando un reportero o reportera está donde las cosas ocurren, siempre encuentra algo. El esfuerzo, a veces peligroso, se premia con un lead, una historia viva que seguir, que lleva a comprender y darle sentido al contexto. Y da pie a un reportaje en serio.
Fue la vida de Fisk, un reportero de a pie, que murió de infarto a los 74 años en Dublin, Irlanda.