Nuevo Curso, 29/05/2020
España, Francia o Italia empiezan ya el desconfinamiento. Las cifras absolutas de nuevos contagios están en el mismo rango que cuando comenzaron. Y las muertes siguen siendo más de 300 al día en los tres países. El peligro de la «desescalada» es evidente. Pero es que el objetivo de los gobiernos no es acabar con la epidemia y retomar la normalidad cuando sea seguro sino recuperar la actividad económica, incluso en hostelería y turismo, aceptando «convivir» con la epidemia y sus consecuencias mientras las cifras de pacientes que requieren UCI no desborden el sistema sanitario. Esa es la «nueva normalidad» que buscan y que va a cambiar las condiciones de vida, la organización del trabajo y hasta la división internacional del trabajo.
La «nueva normalidad», decretada a marchas forzadas, al poner el listón en la no saturación de UCIs significa aceptar contagios y muertes que de continuar las medidas de confinamiento no tendrían por qué producirse. Es decir, significa anteponer las inversiones a las vidas y pasar la responsabilidad de los nuevos contagios, muertes y secuelas del estado a los individuos, como si de éstos dependiera no encontrarse nunca a menos de dos metros de otras personas.
En vez de mantener las condiciones sociales que reducen el riesgo, le tiran la pelota a una sociedad atomizada y le dicen que cambie su modo de vivir para intentar sobrevivir indemne a una epidemia arrolladora. Si sale mal, es culpa nuestra. El mensaje era explícito hace tres días en Spiegel:
Si no ocurre ningún milagro, y la experiencia ha demostrado que los milagros raramente suceden, entonces la pandemia y sus efectos continuarán acompañando a la sociedad durante meses, si no años. En otras palabras, no habrá normalidad como la de antes del covid hasta nuevo aviso. Nuestra forma de vivir juntos es demasiado incompatible con frenar aún más la propagación del virus. Ya sea por la forma en que trabajamos juntos en oficinas, por cómo educamos a nuestros hijos o dejamos que jueguen en los parques infantiles, por cómo celebramos fiestas o por vamos de compras. Demasiados pilares de nuestra sociedad se basan en el hecho de que las personas están (demasiado) cercanas entre sí, ya sea en el trabajo, en el teatro o en el estadio de fútbol. ¿Qué podemos hacer? Es necesario un nuevo estándar.
«Curiosamente», ese nuevo estándar, esa «nueva normalidad», acelera aun más la tendencias de fondo que el capital lleva empujando durante las últimas décadas.
Virtualización, teletrabajo y «riders»
En Alemania el gobierno ya ha anunciado el reconocimiento del «teletrabajo» como un «derecho social»: si tu trabajo es virtualizable puedes elegir hacerlo en remoto. Según las estadísticas alemanas, un 20% de los puestos de trabajo podría virtualizarse.
En la práctica eso supone para los trabajadores: tomar como propios costes de la empresa, sufrir una mayor atomización y pasar a sistemas de gestión del trabajo por objetivos que son la versión moderna del destajo. Respecto a la «voluntariedad», las cosas no son tan fáciles. Como ocurre ya en no pocas empresas de servicios, si la empresa ve la oportunidad, reducirá costes de oficinas, dejando mesas y espacios para solo un cierto porcentaje de trabajadores. Eres bienvenido si quieres trabajar allí, pero ni tienes un lugar asignado ni nadie te garantiza que vaya a haber sitio cuando llegues. Como la carga de trabajo del día se fija individualmente, ¿quién va a arriesgarse a ir para tener que volver? Todo muy voluntario, eso sí.
Por supuesto, la tendencia también afecta a la pequeña burguesía agraria y comercial, a la que obliga a gastos improductivos como la promoción aunque sea en ferias virtualizadas, e incorporar servicios de entrega a domicilio y venta online o desaparecer. Resultado: más «riders» ultraprecarizados y más capital a colocar en las empresas de «delivery».
Y, para que no digamos que no dan ejemplo, las grandes empresas también han modificado la forma de sus Juntas hacia la virtualidad. Menos costes, pero sobre todo más control centralizado para la burguesía corporativa sobre las empresas que gestiona.
Automatización de los servicios
Con las terrazas y bares de toda la vida convertidos en posibles focos de contagio, las condiciones parecen darse para realizar un viejo sueño del capital: automatizar los servicios de proximidad: hostelería, talleres mecánicos, lavanderías… Contaba en estos días The Guardian:
Algunos grupos tecnológicos ya están experimentando con puntos de venta minoristas que no requerirán pagos o cajeros dirigidos por humanos. Amazon, que se ha expandido a la venta de comestibles, tiene un supermercado en Seattle sin asistentes de pago, confiando en su lugar en sensores para rastrear lo que los compradores retiraron de los estantes, utilizando la tecnología «solo salir» para facturar a los clientes y finalizar las colas. McDonald’s está cambiando a los quioscos de auto pedido en sus restaurantes, eliminando la necesidad de que los clientes hablen con los trabajadores en el mostrador. Otros trabajos en los que la automatización ha cobrado su precio incluyen trabajadores de lavandería, trabajadores agrícolas y montadores de neumáticos, entre los cuales los números han disminuido en un 15% o más, dijo el ONS, ya que las máquinas han reemplazado la mano de obra.
El comercio automatizado «limpio y seguro», está ya escalando en Asia. Cadenas chinas se plantean la automatización total de las cafeterías. Las ventajas competitivas son cafés más baratos que los rivales: 30 yuan por un café en un establecimiento con personal, 9.9 yuan en una cafetería automatizada, todo eso en un negocio nacional del café que mueve un billón de yuanes (más de 14.000 millones de dólares). Una colocación fantástica para el capital. Pero ¿qué representa para los trabajadores en un contexto de caída general de la demanda y bajada en picado de los salarios? Desempleo.
Renacionalización de cadenas estratégicas
Desde que comenzó la epidemia en China y las cadenas de producción globalizadas comenzaron a resentirse, comenzaron a aparecer artículos en todos los medios llamando a la renacionalización de los segmentos estratégicos. Lo que en principio era un paso más allá en la constación de la fragilidad de procesos productivos en los que cada fase depende de la anterior y cada una se hace en un país, en un contexto de guerras comerciales, se convirtió pronto en un auge de los discursos de «patriotismo económico». Por si fuera poco, la carencia de suministros médicos suficientes elevó la discusión a problema de salud pública.
Se hizo evidente que la renacionalización de procesos productivos que venía siendo impulsada por la guerra comercial iba a acelerarse y que sería «el fin de la economía mundial como la conocimos». Hoy ya no es una perspectiva. Buena parte de las empresas estadounidenses y japonesas en China han comenzado ya «planes de salida».
Pero la renacionalización no será como vendieron desde Trump a Bové, la reaparición de a miles de puestos de cadena de montaje bien pagados. Lo que sustituirá a la producción en Asia serán talleres altamente atomatizados y seguramente precarizados. De lo que se trata no es de «conseguir empleos para los trabajadores» sino de crear aplicaciones rentables para el capital. Si va unido al «pacto verde» con sus dosis de subvenciones y proteccionismo, aun mejor para el capital: más seguridad en el retorno, más volumen a colocar, más productividad en términos de ganancia por trabajador. Es decir, más explotación para unos pocos trabajadores en EEUU o Europa y más paro y miseria para los trabajadores de las fábricas asiáticas.
Y a medio plazo…
Los cambios que acelera la «nueva normalidad» no acaban ahí desde luego. Las vacaciones de los trabajadores no volverán a ser lo mismo y las oportunidades de trabajo que el turismo ha dado históricamente se van a ver muy reducidas durante los próximos dos años con casi total seguridad. Los aviones probablemente volverán a ser caros durante bastante tiempo.
La vieja pesadilla de los «sanatorios» de tuberculosos volverá como parte de los servicios de salud para cubrir la necesidad de camas hospitalarias de larga ocupación. Un nuevo subsector inmobiliario que dará salida a los grandes fondos y tendrá asegurada la rentabilidad con dinero del estado. ¿Qué las residencias de mayores han sido una masacre precisamente por aplicar «bien» la lógica de la rentabilidad? ¿Quién va a acordarse de eso cuando nadie quiera hablar de la epidemia interminable y cada nuevo puesto de trabajo sea un tesoro?
Y vendrán más cambios que querrán imponernos como «nueva normalidad». Los ámbitos y los ritmos cambiarán, pero todos ellos tendrán al menos dos elementos en común: todos estarán supeditados a servir de colocación a masas de capital hoy temerosas y todos serán distintas formas, distintas vías, para articular una transferencia masiva de rentas del trabajo al capital. El «desescalado» es una muestra descarada y siniestra de que lo que guía a los gobiernos no son las necesidades humanas -empezando por no contagiarse y morir o tener secuelas el resto de la vida cuando es evitable- sino la de las inversiones que exigen recuperar rentabilidad. Las necesidades humanas universales nunca van a estar para ningún gobierno nacional por encima de la «salud de la economía», es decir, la vitalidad del capital nacional. No caben silogismos, el capital es solo el «derecho económico» a explotarnos. Y ahora a explotarnos aun más. No hay compatibilidad y cada vez la va a haber menos entre capital y necesidades humanas. Estas, solo encontrarán defensa en nuestras luchas.