Carlos Elordi
El Diario, 29/11/2017
[Esto es lo que hay detrás de las banderas...]
Los fondos de inversión norteamericanos, y sobre todo el gigante Blackrock, acudieron al desesperado llamamiento que el ministro Luis de Guindos hizo en las principales capitales financieras y especialmente en Londres y Nueva York
Los paquetes accionariales de control de 19 de las 35 empresas que componen el IBEX están en manos extranjeras, casi todas norteamericanas y en particular del fondo Blackrock, el nuevo gran oligarca del capital español. Aunque venía de antes, el desembarco masivo se ha producido en los últimos años, en la era Rajoy. Y es inquietante. Porque esos fondos no tienen vocación industrial o productiva alguna. El día que su inversión deje de ser rentable se irán. Mientras tanto, la amenaza de que pueden hacerlo convierte en decisivas las posiciones que han alcanzado en las mayores empresas de nuestro país.
Un libro ( Ibex 35, una historia herética del poder en España) describe con detalle y precisión el proceso que ha llevado a ese hecho extraordinario y que en la UE solo tiene como parangón la colonizada Irlanda y alguno de los países del Este, en los cuales no se llega sin embargo a los niveles españoles.
El autor del texto, Rubén Juste, se remonta a la etapa de los gobiernos socialistas para iniciar el relato de cómo ha cambiado el panorama del poder económico español en los últimos 30 años. El protagonismo de la “beautiful people” amparada por los gobiernos de Felipe González en los años 80 y 90 del siglo pasado y particularmente por su ministro de economía Carlos Solchaga fue el primer hito de la sustitución por nuevos actores de la oligarquía de los 7 grandes bancos que en el franquismo dominaba las grandes empresas.
A partir de 1996, José María Aznar cambió significativamente esa situación y creó un grupo de poder empresarial directamente vinculado a él mismo y cuyos principales responsables le debían sus cargos. La vía para lograrlo fue la privatización de las grandes empresas que hasta entonces eran propiedad del Estado -Telefónica, Endesa, Argentaria, Repsol, Tabacalera y otras- y el nombramiento como presidentes de las misma de fidelísimos a Aznar. El ascenso de Miguel Blesa a la presidencia de CajaMadrid, que sería el instrumento financiero principal de los planes del presidente, fue un complemento imprescindible de la operación.
En su segundo gobierno -2000-2004- Aznar dio un paso más. Con su nueva ley del suelo y sus planes de inversión estatal en infraestructuras elevó al olimpo empresarial a las grandes constructoras, que se convirtieron en algunas de las mayores del mundo. La irracional asunción de riesgos en el ladrillo por parte de las cajas de ahorro, potenciada por el gobierno, dio el sustento financiero a esas iniciativas. La gran corrupción, generalizada, nació de ese condumio entre el poder político y los nuevos mandamases, no pocos de ellos políticos hasta algo antes: la presencia de antiguos altos cargos de la administración en los consejos del IBEX no dejó de crecer, aunque ya había empezado en la etapa Solchaga.
José Luis Rodríguez Zapatero no hizo nada significativo por modificar esa situación. Los poderosos de la era Aznar siguieron teniendo el mismo poder. Lo único relevante que hizo el presidente socialista fue elevar a la condición de aliado sin reservas a Emilio Botín y a su todopoderoso banco, el Santander. “Tienes mi apoyo y el de mi gobierno y, lo sabes, el de toda la población”, le dijo un día. La relación de fuerzas en el marco de la gran empresa no se modificó, y los amigos de Aznar siguieron mandando. Y tampoco se cambiaron las políticas de Aznar, particularmente las relativas al ladrillo.
Rajoy llegó al gobierno en plena crisis y ésta se agudizó al poco tiempo de su llegada. La dramática situación del sector financiero le obligó a cargarse las cajas de ahorro -esa fue una de las condiciones que le impuso Bruselas a cambio del rescate bancario- y sólo eso produjo cambios importantes en la estructura del poder empresarial. Pero hizo algo más: no poner impedimento alguno, incluso alentar abiertamente, a que el capital financiero extranjero ocupara en las grandes empresas españolas el espacio que muchos de sus grandes accionistas querían abandonar porque preferían dinero en mano que seguir corriendo riesgos. Así son no pocos de nuestros capitalistas.
Los fondos de inversión norteamericanos, y sobre todo el gigante Blackrock, acudieron al desesperado llamamiento que el ministro Luis de Guindos hizo en las principales capitales financieras y especialmente en Londres y Nueva York, que él conocía bien de su etapa como directivo de Lehman Brothers. Felipe González también contribuyó animando a Carlos Slim a hacerse con el emporio FCC y con Aqualia, la mayor distribuidora de aguas de España. Y se dice que ahora el magnate mexicano tiene los ojos puestos en Repsol.
Como resultado de esos movimientos, en pocos años y a buen precio, los fondos extranjeros se han hecho con participaciones de referencia o de control en 19 de las 35 empresas del IBEX, por no hablar del control prácticamente total que las multinacionales extranjeras ejercen en las primeras empresas de nuestro sector industrial y del creciente dominio de fondos norteamericanos en el patrimonio inmobiliario heredado de las cajas de ahorro o comprado directamente a algunos ayuntamientos, como el de Madrid gobernado por Ana Botella. Casi siempre a precios de ganga. Ayer mismo el BBVA, cuyo paquete de control está en manos de Blackrock, por cierto, vendía al fondo USA Cerberus su patrimonio inmobiliario, nada menos que 70.000 inmuebles.
Las eléctricas Endesa, Enagás o Iberdrola han pasado a manos extranjeras. Blackrock es el primer accionista del Banco Santander y del BBVA. 5 de los 7 bancos del IBEX tienen participaciones extranjeras de referencia. Blackrock está también presente y casi siempre controla DIA, Merlin Properties, Ferrovial, Repsol, Iberdrola, Telefónica, Mediaset, Acerinox y Aena. CEPSA pertenece en su totalidad al fondo IPIC de Abu Dhabi. Prácticamente lo mismo CLH, que monopoliza la distribución y el almacenamiento de crudo. Iberia es una filial de bajo coste de British Airways. La lista es aún más larga. En ella también figuran algunas de las principales empresas del sector de medios de comunicación, con Mediaset, Antena 3 y Prisa a la cabeza. Y podría crecer muy pronto. Las grandes constructoras, todas ellas muy endeudadas, pueden estar en el punto de mira de esos fondos.
Habrá quien piense que es igual que intereses estratégicos tan decisivos para la economía española estén en manos extranjeras. Se equivocará. Y más en un tiempo en el que se consolida el nacionalismo económico, y no sólo en los Estados Unidos de Trump. Las dudas sobre el futuro de las filiales españolas de algunas multinacionales industriales, entre ellas la de automóvil, son ejemplos de esos problemas. Que, además, se agravan si los nuevos amos del IBEX 35 son fondos de inversión que pueden perfectamente retirarse de España de un día para otro sin problema alguno. O sea que por mucho que el gobierno alardee de éxito económico, la realidad, sin hablar de la desigualdad social y del paro, es que nuestra estructura presenta muy serias debilidades que un día podrían costarnos caras.