[Nuestros "humanitarios" periodistas, esos que justifican las guerras y la depredación capitalista, no dejan de nombrar a esta influyente ONG. Los gobiernos caen o se mantienen dependiendo de lo que diga Human Rights Watch en sus informes. A veces sus investigaciones contribuyen al estallido cruentas guerras, como ha ocurrido en Libia. Y por supuesto el gobierno de Washinton y sus amigos siempre quedan excluidos de las investigaciones de HRW. Pero ¿qué hay detrás de esta, según nuestros medios, "prestigiosa" ONG?. El escritor y periodista venezolano Modesto Guerrero nos lo aclara.]
Los “derechos humanos” se convirtieron en un recurso de poder desde hace mucho. Como el cuento de la “democracia”, “la seguridad”, “el terrorismo”, “la amenaza comunista”, “la paz”. Siempre fue necesario algún pretexto, alguna máscara ideológica, y cuando la cosa se pone insoportable, un casus belis. El primero sirve al segundo. Todos los imperios del pasado acudieron a esos recursos, incluso el Estado soviético cuando su degeneración sistémica lo aproximó a formas imperiales sui generis, lo practicó en Hungría, Checoslovaquia, China, Afganistán. Igual China respecto al Tibet. Este es el caso de Human Rights Watch, convertida en recurso de un Estado dominante.
Dos razones les dieron nueva vida a esos derechos humanos en nuestro escenario. La primera fue a partir de 1976, tras la derrota de EEUU en Vietnam y su imperiosa adecuación; la segunda, desde inicios de los años 80, cuando los “derechos humanos” se usaron para reemplazar pacíficamente dictaduras latinoamericanas por democracias controladas. James Carter fue el personaje apropiado para ese libreto.
Dos razones les dieron nueva vida a esos derechos humanos en nuestro escenario. La primera fue a partir de 1976, tras la derrota de EEUU en Vietnam y su imperiosa adecuación; la segunda, desde inicios de los años 80, cuando los “derechos humanos” se usaron para reemplazar pacíficamente dictaduras latinoamericanas por democracias controladas. James Carter fue el personaje apropiado para ese libreto.
No es casualidad que las ONG dedicadas a “vigilar” gobiernos por los derechos humanos nacieron desde mediados de los años 70. La abogada e investigadora estadounidense Eva Golinger registró catorce de ellas con pelos y señales en su obra “El Código Chávez”. Trece nacieron después de 1979, con la Revolución Sandinista, vaya coincidencia.
Human Rights Watch aparece en 1978. Realizó importantes denuncias contra violaciones en Europa del Este, América latina y Àfrica, pero en su fichero nadie podrá ver un solo informe serio (ni del otro) sobre la metódica violación de Washington contra los derechos humanos, la libertad de expresión y la soberanía nacional en medio planeta. Y cuando lo dicen, en los únicos trece informes registrados, es de manera indirecta, como hechos excepcionales, o mediante cartas recataditas al Congreso por casos alto rating.
Nunca enjuiciaron políticamente a su gobierno. Es comprensible: los 293 funcionarios de HRW viven de los aportes de Church World Service y las multis Winston y Ford, con apoyo logístico del Consejo de Relaciones Exteriores de Departamento de Estado, donde John McCain es consejero y Coca Cola, Citibank, IBM y el Grupo Rockefeller son financistas públicos.
La noche del 18 de septiembre cuando el director de HRW fue expulsado de Venezuela por trabajar con la oposición y sus medios televisivos, apenas habían pasado cinco días de haberse frustrado un intento de golpe militar y bombardeo de Aló Presidente. Esto fue develado en dos grabaciones telefónicas espectaculares en las que ellos cuentan como lo querían hacer. (www.aporrea.org/ddhh/n120552) Este “pequeño” hecho criminal “no entró” en el informe de HRW del 18 de septiembre.
El revuelo mediático que se armó por la expulsión es solo comparable con el nivel de compromiso de HRW con la conspiración en Venezuela desde abril de 2002. Su director, J.M. Vivanco, es un cuadro político de la derecha chilena que desde 1988 acopla sus informes a campañas contra gobiernos que EEUU necesita desplazar. Sean de derecha o de izquierda, pero molestos por razones distintas.
Su informe sobre Fujimori sirvió para echarlo cuando ya no le servía a Washington, lo mismo que hicieron en 1989 con Noriega en Panamá. En 2002 fue Vivanco en persona quien aconsejó a la oposición venezolana crear la Plaza Altamira “como baluarte de la democracia y los derechos humanos” (Desgrabación, Conferencia, abril 2003).
Human Rights Watch aparece en 1978. Realizó importantes denuncias contra violaciones en Europa del Este, América latina y Àfrica, pero en su fichero nadie podrá ver un solo informe serio (ni del otro) sobre la metódica violación de Washington contra los derechos humanos, la libertad de expresión y la soberanía nacional en medio planeta. Y cuando lo dicen, en los únicos trece informes registrados, es de manera indirecta, como hechos excepcionales, o mediante cartas recataditas al Congreso por casos alto rating.
Nunca enjuiciaron políticamente a su gobierno. Es comprensible: los 293 funcionarios de HRW viven de los aportes de Church World Service y las multis Winston y Ford, con apoyo logístico del Consejo de Relaciones Exteriores de Departamento de Estado, donde John McCain es consejero y Coca Cola, Citibank, IBM y el Grupo Rockefeller son financistas públicos.
La noche del 18 de septiembre cuando el director de HRW fue expulsado de Venezuela por trabajar con la oposición y sus medios televisivos, apenas habían pasado cinco días de haberse frustrado un intento de golpe militar y bombardeo de Aló Presidente. Esto fue develado en dos grabaciones telefónicas espectaculares en las que ellos cuentan como lo querían hacer. (www.aporrea.org/ddhh/n120552) Este “pequeño” hecho criminal “no entró” en el informe de HRW del 18 de septiembre.
El revuelo mediático que se armó por la expulsión es solo comparable con el nivel de compromiso de HRW con la conspiración en Venezuela desde abril de 2002. Su director, J.M. Vivanco, es un cuadro político de la derecha chilena que desde 1988 acopla sus informes a campañas contra gobiernos que EEUU necesita desplazar. Sean de derecha o de izquierda, pero molestos por razones distintas.
Su informe sobre Fujimori sirvió para echarlo cuando ya no le servía a Washington, lo mismo que hicieron en 1989 con Noriega en Panamá. En 2002 fue Vivanco en persona quien aconsejó a la oposición venezolana crear la Plaza Altamira “como baluarte de la democracia y los derechos humanos” (Desgrabación, Conferencia, abril 2003).
Esta vez el turno es para Hugo Chávez, y para Evo, y para Correa, o Lugo. Pero mañana podría ser contra Uribe si deja de ser útil a Washington. Eso si: por ahora Vivanco debe olvidarse de los derechos humanos de los oprimidos de Colombia, el país del gobierno que más los pisotea en el continente.
Si fue correcto o no expulsar a Human Richts de Venezuela, como a USAID y a los embajadores yanquis, también de Bolivia, podría ser un hecho opinable en el terreno de la diplomacia, lo que no soporta controversia es que Vivanco funciona como una pieza en el juego de poderes entre América latina y el imperialismo de Estados Unidos.
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Modesto Guerrero es escritor y periodista venezolano, autor de varios libros, el último, la biografía ¿Quién inventó a Chávez?
Si fue correcto o no expulsar a Human Richts de Venezuela, como a USAID y a los embajadores yanquis, también de Bolivia, podría ser un hecho opinable en el terreno de la diplomacia, lo que no soporta controversia es que Vivanco funciona como una pieza en el juego de poderes entre América latina y el imperialismo de Estados Unidos.
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Modesto Guerrero es escritor y periodista venezolano, autor de varios libros, el último, la biografía ¿Quién inventó a Chávez?