Jean Bricmont
Los de abajo a la izquerda, 07/02/2019
La ideología es especialmente importante en las sociedades democráticas, en las que puede convertirse en la forma principal de control social. La ideología dominante es muchísimo más poderosa en los Estados Unidos, con su libertad de expresión, de lo que llegó a ser en la Unión Soviética, donde el obvio monopolio de la expresión política, reforzado por la represión, propició un escepticismo generalizado. En sociedades más autocráticas, se mantiene a la gente en el lugar que se quiera mediante el temor. En una sociedad donde la gente es libre de manifestarse y de votar, el control de «corazones y mentes» necesita ser mucho más profundo y más constante.
En nuestras sociedades, el reforzamiento de la ideología dominante está en manos de lo que se ha dado en llamar el 'clero secular', por analogía con el clero religioso de las sociedades tradicionales. Ese clero tradicional se presentaba como el intermediario entre lo humano y lo divino y legitimaba el poder de los estratos sociales dominantes mediante la apropiada interpretación de la voluntad divina. Al hacerlo, se aseguraba su propia posición social privilegiada bajo la protección del poder temporal.
Con la Ilustración y las revoluciones democráticas en Europa, el papel de la religión como justificadora del poder se ha ido desdibujando. Las declaraciones de Lord Salisbury invocando la democracia que citábamos anteriormente tienen una resonancia más contemporánea que las de la Santa Alianza invocando la religión. Aun alguien tan ostentosamente religioso como George W. Bush no justifica sus guerras principalmente en nombre de la religión sino en nombre de la democracia y los derechos humanos. Merece la pena destacar que a sus partidarios en Europa a menudo les resulta embarazosa su faceta religiosa, prefiriendo que se ciña estrictamente al discurso por los derechos humanos.
El actual 'clero secular' está constituido por los creadores de opinión, los filósofos mediáticos y una gran variedad de académicos y periodistas. Son ellos quienes en gran medida monopolizan el debate público, conduciéndolo en determinadas direcciones y fijando los límites de lo que puede decirse, pero aparentando siempre que se trata de un libre intercambio de ideas. Uno de los mecanismos de reforzamiento ideológico más comunes consiste en centrar el debate en los medios empleados para conseguir los fines supuestamente altruistas que defienden quienes están en el poder, en lugar de preguntarse si los fines tienen derecho a hacerlo. Para poner un ejemplo reciente: se planteará si los Estados Unidos tienen suficientes medios e inteligencia para imponer la democracia en Oriente Medio o, eventualmente, si el precio a pagar (la guerra) no es demasiado alto. Tales discusiones no harán otra cosa que reforzar la idea de que las intenciones proclamadas (liberar a los pueblos, propagar la democracia) son el verdadero propósito, mientras que las consecuencias menos nobles, como el control del petróleo o el fortalecimiento de la hegemonía estadounidense (globalmente) e israelí (localmente) no son más que efectos colaterales de una generosa empresa.
Para quienes detentan el poder, es muy importante centrar el debate público dentro de los estrechos límites de si los medios y las tácticas son o no efectivas, soslayando el cuestionamiento de la naturaleza y la legitimidad de los fines y las estrategias. En una sociedad autocrática tales debates no estarían permitidos. En nuestras sociedades son, sin lugar a dudas, de gran utilidad. La izquierda «respetable» juega un papel fundamental en este proceso de legitimación al centrar el debate en el primer tipo de cuestiones (medios y efectividad) y marginando al segundo (la naturaleza y la legitimidad de los fines). Por el contrario, podemos anticipar que cualquier análisis de poderes pretéritos o antagónicos, como el Imperio Romano, Napoleón o la Unión Soviética, incluirá una visión crítica de sus mecanismos de legitimación sin conceder valor alguno a sus declaraciones de principios. Es solo cuando se habla de nuestras sociedades actuales que tal interpretación es considerada banal.
Otro mecanismo ideológico utilizado frecuentemente por la izquierda respetable es la denuncia ritual de los sistemas de adoctrinamiento «totalitarios», casi siempre con la religiosa referencia a Orwell, y enfatizando particularmente aquellos rasgos característicos diferentes a los nuestros. Esto fomenta la noción de que los mecanismos para el control y la manipulación de las mentes pueden encontrarse en cualquier parte, excepto en nuestras sociedades.
Por otra parte, cuando los críticos con este sistema, como los comunistas en el pasado, sostienen que no se diferencia de los sistemas totalitarios, son fácilmente refutados pues la simple libertad para manifestar esas críticas supuestamente demuestra que son diferentes. Ese tipo de crítica solo contribuye a dificultar la comprensión de cómo el control ideológico funciona aquí y ahora, dando la impresión de que los únicos mecanismos de adoctrinamiento son aquellos que no se encuentran en nuestras sociedades.
Es importante destacar que ideología no equivale a mentira. Los miembros del 'clero secular' frecuentemente creen en lo que dicen. Es más, esa interiorización de la ideología es esencial para que logren ser eficaces. Esto se confirma al contrastar su discurso con el de aquellos que simplemente defienden una ideología en la que no creen.
Cuando se trata de individuos que poseen un poder real, sea político o económico, la cuestión es algo más complicada, pero aun así la hipocresía del cinismo generalizado no es plausible. La ideología tiene la ventaja de permitir a la gente vivir en un confort mental en el que pueden evitar hacerse demasiadas preguntas. Esto significa que criticar la falta de sinceridad de quienes están en el poder o de los integrantes del 'clero secular' debe hacerse con precisión: el problema no es que estén mintiendo o que estén ocultando sus verdaderos fines, sino que espontáneamente adoptan una visión sesgada del mundo y de la historia que les permite aprovecharse de su situación de privilegio con absoluta consciencia. Es este un fenómeno que puede observarse en la vida cotidiana: las proclamas altruistas y la adhesión a determinados valores van a menudo acompañados de un análisis de la realidad que hace posible identificar los intereses personales con los imperativos morales. La genuina sinceridad no es simplemente una cuestión de creer en lo que uno dice, sino preguntarse honestamente si las acciones que uno emprende sirven realmente a los nobles fines que supuestamente nos guían. Desafortunadamente, no hay nada nuevo en todo esto y aquellos que critican la actual organización social, de un modo u otro, tienen mucho en común con Blaise Pascal o Jonathan Swift cuando criticaban la injusticia y la hipocresía de las sociedades en las que vivían.
Por muy banal que pueda parecer esto, no deja de ser importante pues implica que las representaciones ideológicas del mundo, al no ser simples mentiras, pueden tener consecuencias imprevistas y, a veces, cuando son defendidas con el suficiente fanatismo, llegar a ser perjudiciales para los mismos poderes a los que supuestamente legitiman. Todavía es prematuro decir si el ataque estadounidense a Iraq es un ejemplo de esa situación, pero tanto la invasión alemana a la Unión Soviética en 1941, como la obstinada guerra de EEUU en Vietnam, ambas con la idéntica finalidad de «liberar a los pueblos del comunismo», son ejemplos claros de la búsqueda de fines ideológicos que han acabado en desastre.
Imperialismo humanitario:
El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra (2005)