lunes, 8 de marzo de 2021

CONTRA EL FEMINISMO: ARGUMENTOS

Nuevo Curso, 08/03/2021



Cartel de reclutamiento femenino para la producción de guerra estadounidense durante la segunda guerra imperialista mundial, reivindicado como símbolo de afirmación de las mujeres por el feminismo.

El feminismo no es un movimiento por la igualdad, sino un identitarismo empeñado desde hace casi siglo y medio en encuadrar a las mujeres trabajadoras en favor de las expectativas de ascenso social de una parte de la pequeña burguesía femenina. Desde sus orígenes ha estado ligado al encuadramiento bélico y a la moral mercantilizadora más destructiva.


El feminismo no es un movimiento por la igualdad sino un identitarismo

El feminismo defiende la existencia de un sujeto histórico y político interclasista, las mujeres, que trasciende a las clases sociales con intereses propios, diferenciados y por encima de la lucha de clases.

Como este sujeto interclasista es inviable por el carácter contradictorio de los intereses de las mujeres trabajadoras y las mujeres de la pequeña burguesía y la burguesía, el feminismo crea una y otra vez terrenos fangosos y ambiguos.

La realidad: hasta el llamado feminismo de clase, nacido nada paradójicamente en la universidad, al final no es sino colaboracionismo de clase en el marco de la afirmación de una comunidad interclasista, las mujeres, de la que todo lo más excluyen a las banqueras… pero no a las burócratas y nunca a los cuadros de mando femeninos de la pequeña burguesía corporativa.

Otro hecho significativo: desde su nacimiento el feminismo está ligado a la guerra imperialista. En las dos guerras mundiales fue un agente reclutador de mujeres para la matanza. Todavía hoy, su símbolo más extendido sigue siendo un cartel de reclutamiento del ejército de EEUU.

El feminismo se aplica a crear representaciones identitarias deformadas de la realidad con las que difuminar las contradicciones entre clases

Por ejemplo, para presentar una inexistente igualdad de intereses entre los mandos y directivos femeninos de las empresas y las trabajadoras, utiliza el concepto de brecha de género, definiéndolo en unos términos muy precisos que lo convierten en inútil y engañoso para las trabajadoras.

A pesar de lo que intentan darnos a entender, la brecha salarial de género no mide la discriminación salarial de las mujeres, sino a día de hoy y sobre todo, el reparto de los puestos de poder entre varones y mujeres de la clase dominante. Por eso el indicador ha servido de consigna de encuadramiento de toda una parte de la pequeña burguesía femenina para asaltar los consejos de administración -es decir, ascender a la burguesía- vistiendo sus aspiraciones de necesidad del conjunto de mujeres.


Del mismo modo tiene que presentar la violencia contra mujeres por sus parejas y exparejas como violencia machista, un crimen ideológico, una suerte de terrorismo de los hombres contra las mujeres.

Lo único que muestra esto es que para visibilizar a la mujer como sujeto político, es decir, la necesidad de que las mujeres en general cierren filas en torno a las mujeres de las clases dirigentes, tienen que invisibilizar una y otra vez la gran trituradora de vidas en la que se ha convertido el capitalismo.

Poner en la misma balanza que estos asesinatos los centenares de miles de muertes evitables por el Covid, producto de una gestión que prioriza salvar vidas antes que inversiones; los suicidios y los accidentes de trabajo es directamente denostado.



Es verdad que los números son muy diferentes: los suicidios superan a los asesinatos de mujeres en 80 veces en un año normal y harían falta 1.400 años de violencia de género para producir una matanza similar a la del Covid. Pero la raíz es la misma y no está tan oculta. El sistema ha llegado a un punto en que es directamente anti-humano y anti-histórico y no deja de destruir y deshumanizar personas… lo que irremediablemente se convierte en violencia de todo tipo y a todos los niveles. La sociedad se autodestruye porque el sistema que la rige como un todo le es dañino.

Pero separar la parte del todo es la especial habilidad de los identitarismos. Y si el objetivo es crear una categoría mujer esencialmente distinta que empuje a las mujeres trabajadoras al campo de sus explotadoras, nada más fácil que apoyarse en los arquetipos de las clases dirigentes del pasado sobre la masculinidad.

Pero el capitalismo vuelve una y otra vez a ojos vista. Y para negarlo o pasarlo a problema secundario el feminismo del último tercio del siglo XX construye su discurso alrededor del patriarcado.

El objetivo es redefinir la discriminación de la mujer como una forma de explotación anterior y simultánea al capitalismo. De ese modo el patriarcado sería un sistema de co-explotación. Solo así puede plantear una suerte de revolución permanente por fases en la que se debería enfrentar primero el patriarcado, o en la que, simplemente, se debería dejar de lado la lucha contra el capitalismo porque ninguna superación de éste produciría otra cosa que exclusión si no se resuelve antes la división sexual del trabajo y la explotación específica y sistémica de la mujer.

El único problema es que el capitalismo no necesita de ninguna forma específica de explotación de la mujer. El discurso del patriarcado solo es tirar la pelota hacia delante para asegurar que vamos a seguir, hoy, a las buenas y progresistas mujeres de la clase dirigente y sus instituciones feministas.

La moral capitalista bajo el feminismo

En pocas cosas se ve más el compromiso del feminismo con el mantenimiento del sistema como en las cuestiones morales más básicas. Para la corriente hoy dominante, la llamada tercera ola del feminismo, la prostitución y la gestación subrogada por ejemplo son actos morales, incluso empoderantes cuando se realizan libremente en el mercado.

Para el capitalismo toda necesidad que pueda expresarse como intercambio mercantil libre es moral. El feminismo radicaliza esa idea, que ignora conscientemente la desposesión de los medios de producción para la inmensa mayoría, para blanquear distintas formas de violación mediadas mercantilmente como una necesidad que se hace legítima al convertirse en intercambio de iguales.

Es cierto que hay otras feministas que no concuerdan con este discurso y proponen la ilegalización de la prostitución y la gestación subrogada al estado. Son las de la llamada segunda ola, nacida, cómo no, de una iniciativa gubernamental en EEUU. Pero su moral y sus perspectivas no eran mucho mejores. Dvorkin, la principal teórica de esta tendencia, acabó condenando como violación toda forma de sexo con varones y persiguiendo la literatura obscena… es decir, en una regresión abierta a los orígenes puritanos del feminismo.

El feminismo falsifica sistemáticamente su propia historia y la del movimiento socialista

Porque ya desde su origen -al que el feminismo llama la primera ola, el sufragismo británico- era abiertamente un movimiento de mujeres poseedoras, construido en los últimos círculos del puritanismo abolicionista, cuyas aspiraciones de igualdad se limitaban al seno de las clases burguesas. Un movimiento, además, ligado profundamente a la preparación de la guerra imperialista.

Es el origen del movimiento feminista actual no por ser un movimiento de mujeres, sino por haber afirmado a las mujeres como un sujeto histórico por encima de las clases. Lo que en la práctica, entonces como ahora, significaba que las mujeres trabajadoras debían hacer causa común con las mujeres pequeñoburguesas para que estas consiguieran consolidar su ascenso en el poder. En la época, obteniendo el derecho a voto y representación política.

El planteamiento no podía sino chocar con el movimiento socialista y especialmente con la izquierda de la IIª Internacional, que antes de que las feministas existieran luchaba ya por el voto universal como un objetivo de la clase entera.

A pesar de las falsificaciones que nos cuenta hoy el feminismo, el ala izquierda de la IIª Internacional, que fundaría luego la Internacional Comunista, dio una larga batalla contra el feminismo. De hecho, el 8M nació como convocatoria precisamente en oposición a los llamamientos a la sororidad, es decir a la unión sagrada con la burguesía femenina, que hacían las feministas alemanas.

A la cabeza de esta batalla de la izquierda de la IIª Internacional primero y los primeros partidos comunistas después contra el feminismo, estuvieron militantes como August Bebel, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin o Alexandra Kollontai.

Y un detalle final. Aunque casi todos ellos -con la excepción quizá de Rosa Luxemburgo- fueron partidarios de la creación de organizaciones específicas de las mujeres obreras, su concepción de estas estaba muy limitada a lo instrumental, a lo propagandístico. El lugar de la militante de clase estaba… entre la clase y dentro de la organización, en la asamblea. No había la más mínima concesión a la identidad de sexo o género como no lo había tampoco -especialmente en Rosa Luxemburgo- a las identidades lingüísticas y menos aún nacionales.