sábado, 4 de febrero de 2012

MITO Y REALIDAD DE LA GUERRA DE BOSNIA. (Extracto del libro Kosovo: la coartada humanitaria)


[Otro extracto más del interesante libro referenciado en la entrada anterior que podéis también leer en Semanario Serbio.]

Tras el estallido de Croacia, y el reconocimiento de la independencia de la misma y de Eslovenia, Bosnia fue la siguiente escala de las guerras balcánicas; una escala especialmente complicada y cruel, debido a la composición étnica de la república. Como decíamos, los ejemplos de Eslovenia y Croacia marcaban claramente el camino a seguir hacia la independencia en Bosnia. Los primeros incidentes armados tuvieron lugar el 1 de marzo de 1992, mientras continuaba la guerra en la vecina Croacia.

Funeral por Nikola Gardović, un 
sacerdote ortodoxo que oficiaba 
una boda en Sarajevo cuando fue 
acribillado por francotiradores 
musulmanes. Fue la primera víctima 
de la guerra de Bosnia. El suceso 
fue ocultado por los grandes medios.


Los independentistas, musulmanes y croatas, buscaban su fuerza moral y política en un referéndum cuya legitimidad, sin embargo, era más que dudosa, ya que en el mismo no había participado la población serbia de Bosnia, que constituía más del 30% de los ciudadanos, y que no reconocía la legalidad del referéndum. A su vez, los serbios bosnios proclamaron su propio estado en los territorios de la república donde eran mayoría; surgía así la República Serbia de Bosnia, o República Srpska. Fue consecuencia directa del rechazo del plan de paz de Lisboa el 18 de marzo por parte de los musulmanes.


La guerra de Bosnia, como decíamos, fue extremadamente cruel porque en ella participaban tres bandos, formando un conflicto que, textualmente, fue de todos contra todos. Dependiendo de la zona y de los intereses locales, pudimos ver todas las posibles alianzas y enemistades. Para el lector poco informado sobre el particular, quizás resulte difícil de entender, pero lo cierto es que en Bosnia lucharon incluso musulmanes contra musulmanes, en el noroeste del país (en Velika Kladusa, Bihac y Cazin). Serbios contra croatas, croatas contra musulmanes, serbios contra musulmanes, serbios y croatas aliados contra musulmanes, éstos a su vez aliados con los serbios contra los croatas, musulmanes con croatas contra serbios... El baile de conflictos y bandos podría resultar cómico, si no fuera tan trágico. Se trataba, por tanto, de una auténtica guerra civil, y no de una “agresión serbia”, como repetían unos media que ignoraban intencionadamente que los serbios vivían en Bosnia desde muchos siglos atrás, y que por tanto no eran agresores exteriores.

Con el reconocimiento de Bosnia-Herzegovina por parte de la Comunidad Europea (el 6 de abril de 1992), seguida por Estados Unidos (al día siguiente), se daba la salida al conflicto con su episodio más trágico y cruel en la misma capital de la república, Sarajevo. El caso de esta ciudad es comparable al ya comentado de Vukovar, puesto que muestra el sufrimiento a que puede ser sometida una población civil con el objetivo de lograr la victimización y la imagen mediática de ciudad mártir; objetivo logrado, pues en la memoria europea quedará ligada Sarajevo como representante de ciudad sitiada y resistente.

Según la versión oficial, Sarajevo estaba cercada por las fuerzas serbias y sometida a continuos bombardeos. La realidad debe, una vez más, separarse de la hojarasca mediática. Los suburbios de Sarajevo estaban habitados en su casi totalidad por serbios, y por tanto fueron incluidos en la constituida República Serbia de Bosnia. Emplazamos al lector a la explicación que en capítulos anteriores se hacía de por qué los serbios de Bosnia vivían fuera de las ciudades. De cualquier forma, Sarajevo era, después de Belgrado, la mayor urbe serbia, con más 150.000 habitantes de esta etnia.

Las fuerzas serbias, en su lucha por mantener sus zonas de la ciudad, se hicieron fuertes en las colinas. Éstas eran permanentemente atacadas desde el centro de la ciudad; y a estas agresiones respondían los serbios con sus disparos y artillería. Las autoridades musulmanas conocían de sobra el impacto que una bomba o un disparo en el centro de una ciudad tienen de cara a los medios de comunicación. Y aprovecharon este interés. Valga una comparación: ¿se imaginan un intercambio de fuego entre los habitantes -que no ocupantes exteriores- de un barrio periférico de Madrid y los habitantes de los barrios céntricos próximos al Palacio Real o la Puerta del Sol? ¿Qué llamaría más la atención de los media? Lógicamente, los daños sufridos en el centro, especialmente si afectaban a zonas conocidas y monumentales, y con gran concentración de población civil. ¿A quién señalarían como culpables esos mismos media? Se olvidaría entonces que, para aquellos que viven en ese barrio periférico, su hogar tiene más interés que cualquier monumento. Como decíamos, las autoridades musulmanas conocían este efecto ante la atención pública, y lo exprimieron hasta lograr aparecer como víctimas, utilizando para ello el sufrimiento de su población, que fue un rehén de sus propios defensores. Veamos algunos ejemplos muy conocidos:

En la calle Vase Miskina, el 27 de mayo de 1992, fue bombardeada una cola de gente que esperaba para comprar pan. Hubo 16 muertos y más de 140 heridos. Tres días después, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas decidía, apoyado en el horror de las imágenes, castigar a los serbios como presuntos autores de la matanza. Adoptó la resolución 757, que imponía sanciones económicas contra Yugoslavia (Serbia y Montenegro). Como muestra de buena voluntad, Yugoslavia exigió (y consiguió) a los serbios de Bosnia que entregasen el aeropuerto de Sarajevo a las fuerzas internacionales, e inviten a los observadores internacionales a controlar las medidas de prevención contra los bombardeos incontrolados de la ciudad. En la historia escrita por medios como la CNN o la BBC, entre otros, los serbios aparecían como autores de aquel terrible crimen.

Tiempo después, el 5 de febrero de 1994, la explosión de un mortero en el mercado Markale de Sarajevo causaba la muerte de 68 personas y más de 200 heridos. Las estremecedoras imágenes de los cuerpos destrozados inundaron las cadenas de todo el mundo. Sólo cuatro días después, el 9 de febrero, el Consejo del Atlántico Norte, en su reunión de Bruselas, decidía emplear la fuerza aérea contra los serbios. Las vísceras de los muertos del mercado fueron el mejor argumento de la OTAN ante sus opiniones públicas.

A estas atrocidades se podía añadir una larga lista, como el bombardeo del cementerio judío de Sarajevo. Todas tienen en común tres puntos:

1.-Todas han ocurrido en vísperas de alguna reunión internacional de gran trascendencia, donde había que tomar decisiones respecto a Bosnia. Reuniones que estaban fijadas previamente, y no eran consecuencia de las atrocidades, como pudiera parecer en su momento a los ciudadanos.

2.-Todas han tenido consecuencias fatales para los serbios: en Bosnia, bombardeos contra sus territorios; y en Serbia, el embargo comercial vigente hasta hoy.

3.-Todas han sido cometidas o provocadas por las fuerzas musulmanas que, sacrificando población civil, sacaban grandes beneficios políticos y militares. Este último punto puede ser el más chocante para un lector poco informado y víctima de la intoxicación mediática, pero las informaciones y las fuentes son de máxima autoridad política y moral.

Entre las informaciones más importantes, los informes de Naciones Unidas, que después de tantos años siguen bajo secreto oficial y, por tanto, fuera del alcance de investigadores y ciudadanos en general. Varias agencias mundiales y medios de otro tipo han intentado difundir otra visión de los hechos, pero no han podido contra el poder de las televisiones. Así Deutsche Presse, el 6 de junio de 1999, reconocía la existencia de dichos informes, y citaba a Yasushi Akashi, subsecretario general para los Derechos Humanos y antiguo jefe de la misión de Naciones Unidas en Bosnia, que declaraba: “el informe secreto no es ningún secreto”.

Sin embargo, Madeleine Albright, que sin duda conocía esos y otros informes, afirmaba entonces, siendo embajadora de Estados Unidos en la ONU, acerca de la matanza de Markale: “Es muy difícil creer que algún país en el mundo pueda hacer esto a su propia población. Además, a pesar de que no disponemos de las pruebas, nos parece posible que los serbios tienen buena parte de la responsabilidad”. ¿Era esta posibilidad, sin pruebas, razón suficiente para bombardear brutalmente las posiciones serbias, causando al menos 150 muertos y más de 270 heridos?

En The Sunday Times, el 1 de septiembre de 1995, Hugh McManners, responsable de los temas militares, dice: “Los expertos que han examinado el caso de la masacre del mercado Markale de Sarajevo han comunicado que no hay pruebas de que los serbios fueran los autores del disparo mortal. Ellos sospechan que los autores del crimen fueron las fuerzas del gobierno de Sarajevo”.

Agencias como France-Presse o Reuters, entre otras, distribuyeron algunas informaciones al respecto el 2 de septiembre de 1995, igual que hizo la agencia rusa TASS los días 2 y 4 del mismo mes. El coronel ruso Andrei Demurenko vio cómo su carrera en UNPROFOR cesaba fulminantemente tras negarse a acusar a los serbios de los crímenes. “La investigación de Demurenko”, afirmaba TASS, “ha causado un gran enfado entre los cuerpos oficiales de UNPROFOR, porque muchos podrían ver frustradas sus aspiraciones profesionales si llegara a confirmarse su versión de los hechos. Las fuentes confidenciales en UNPROFOR nos han confirmado que Demurenko puede convertirse en persona non-grata para las autoridades de Sarajevo, y una persona “no deseada” para los comandantes de UNPROFOR”.

Para no extendernos demasiado en citas de prensa, podemos citar la bibliografía sobre el tema. Lord David Owen, que era entonces negociador de la Unión Europea en el conflicto, decía en su libro “Balkan Odyssey”, página 260, lo siguiente: “Aquellas personas cercanas al general Rose (entonces comandante de UNPROFOR) nunca han ocultado el hecho de que en esta reunión él dijo a los líderes de los musulmanes bosnios que acababa de recibir un informe técnico que confirma que el disparo mortal había llegado desde las posiciones bajo su control, y no bajo control serbio”. A continuación, el veterano diplomático es más claro si cabe: “Cuando esta información, altamente acusatoria, llego a la sede de Naciones Unidas en Nueva York el martes, se hizo todo lo posible para restringir al máximo el número de personas que la podían ver, evitando así cualquier filtración a la prensa”.

Otro protagonista del conflicto que reconoce los hechos es el general canadiense Mackenzie, en su libro “Peacekeeper. The road to Sarajevo”. Autores españoles como Palau, en “El espejismo yugoslavo”, o Emilio de Diego García, en su valioso ensayo “Los Balcanes, polvorín de Europa”, insisten en desmontar la mentira. Éste último señala: “(...) utilizadas para conmover a la opinión pública internacional, se acabó demostrando que habían sido cometidas por las propias fuerzas musulmanas”. Fuerzas que, aparte del apoyo occidental incondicional, gastaron millones de dólares en contratar agencias asesoras de imagen que les hicieron el trabajo para sacar el máximo provecho de sus manipulaciones.

Antes de finalizar con la guerra de Bosnia, sería conveniente añadir otros momentos cuya explotación hecha por los media no guarda relación con lo sucedido realmente. Es el caso de la tristemente famosa fotografía de los musulmanes detenidos en lo que se llamó un “campo de concentración” de los serbios. Con el tiempo, el montaje realizado ha sido abundantemente desacreditado, pero como casi siempre ocurre, la verdad ha llegado tarde, y ha sido ignorada por los mismos media que se recrearon en la manipulación. Quien más ha hecho por combatir esta y otras mentiras ha sido Michel Collon, en su libro fundamental “El juego de la mentira”, donde con detalle desmiente lo sucedido en esa y en otras ocasiones, no sólo de Bosnia. Igualmente citaremos el artículo publicado en El País el 17 de agosto de 1997 titulado “Una foto con dos versiones”, de Phillip Knightley; o el artículo del prohibido Egin, titulado “Toma falsa del campo de Trnopolje”, aparecido el 6 de abril de 1997.

No está de más señalar, al hablar de campos de detención -más correcto que de concentración-, que no eran los serbios los únicos que encerraban a sus prisioneros en este tipo de recintos. Según datos de Emilio de Diego García, croatas y serbios contaban en Bosnia con el mismo número de campos de detención -quince cada uno-, mientras que había ocho campos de los musulmanes, y dos conjuntos croato-musulmanes. Sin embargo, no se oyó hablar más que de los campos serbios.

De la misma forma, mucho se ha escrito de los presuntos miles de asesinados en Srbrenica, Zepa y Gorazde, ( 1; 2; ) pero sobre estos episodios hay, todavía hoy, demasiadas zonas de sombra no despejadas. En cualquier caso, no se ha encontrado más que una pequeña parte de los miles de cuerpos anunciados, sin más esclarecimientos. No es exagerado decir que el fracaso del pueblo serbio radica, en gran parte, en la tergiversación que sobre víctimas, agresores y agredidos se ha hecho desde cadenas como CNN, Sky, BBC, o diarios como Der Spiegel, Frankfurter Alemeine Zeitung, Washington Post, New York Times, Le Monde, Le soir, La libre Belgique, Die Zeit o, porque no decirlo, El País en España.