mpr21, 30/07/2021
Quien piense que el «apocalipsis climático» es cosa de estos tiempos se equivoca. La narrativa actual del calentamiento global no es nueva, ni mucho menos. Igual que el timo de las cartas nigerianas, que ahora se hace mediante correo electrónico, o el tocomocho, que se hace mediante SMS, los buenos timos son los que perduran en el tiempo.
En 1817, el presidente de la Royal Society de Londres descubrió que se había producido «un cambio climático considerable, inexplicable en la actualidad para nosotros» y dijo que esto conduciría a cambios en la accesibilidad de los mares árticos. Era una tontería, por supuesto.
Un siglo después, en 1922, el Washington Post advertía que el Ártico se estaba calentando, que los icebergs escaseaban y que en algunos lugares las focas encontraban el agua demasiado caliente.
En 1947, The West Australian citó al Dr. Hans van Ahlmann, un geofísico sueco que advertía sobre un misterioso calentamiento del clima. Y en 1958, el Sunday Telegraph de Londres advirtió que el clima se estaba volviendo más cálido.
Luego, los alarmistas de repente dieron marcha atrás y, en la década de 1970, los expertos advirtieron que una nueva edad de hielo podría apoderarse del mundo en el transcurso de la vida de las generaciones presentes. Nigel Calder, un escritor científico, advirtió en un importante documental de televisión de la BBC que la amenaza de una nueva edad de hielo debe estar junto a la guerra nuclear como fuente de muerte y miseria al por mayor. Calder afirmó que el hemisferio norte se había estado enfriando desde la década de 1950 y que las sequías en África e India se debían a una «pequeña edad de hielo».
En 1975, la revista Newsweek publicó una historia llamada «The Cooling World» y predijo el comienzo de un dramático enfriamiento global que bien podría conducir a una drástica disminución en la producción de alimentos. Hablaron de ajustes económicos y sociales a escala mundial. (En 2006, más de 30 años después, Newsweek tuvo que publicar una corrección).
La conclusión es que si a la población se la asusta con una catarata de informaciones sesgadas, la gente será más proclive a aceptar medidas draconianas que afecten a su calidad de vida. Ocurre lo mismo en las grandes empresas, cuando tras tener balances millonarios, tienen que justificar despidos: «es por el bien de todos». El cuco del clima vale para un roto y para un descosido.
Otro ejemplo histórico de estas prácticas lo fueron los sacerdotes del antiguo Egipto. Sus conocimientos astronómicos les permitieron predecir con asombrosa exactitud la venida de diferentes eclipses. De esta manera, simulaban dominar las fuerzas de la naturaleza, utilizando este recurso como medio de control de la población ignorante.
Es decir, el control del flujo de información permite hacer que ahora mismo estemos viviendo una «ola de calor». Si a esto le acompañamos mapas del tiempo en rojo (que antes no se publicaban con ese color), ya tendremos a toda una población convencida de que los incendios que asolan la península ibérica «son culpa nuestra».
Por supuesto, nada habrán tenido que ver décadas de abandono de los territorios, legislaciones absurdas que sancionan hasta el recoger piñas del suelo, una gestión hídrica orientada al agronegocio y a la especulación urbanística y unas sutiles reformas de las leyes ambientales y de gestión del suelo que permitirán, en breve, el aprovechamiento económico de la tierra quemada.
Fuente: The Exposé