domingo, 10 de marzo de 2024

NUEVOS TIEMPOS, NUEVOS ANTAGONISMOS

Como ya hemos señalado aquí con anterioridad, junto con el acenso de los países emergentes el otro gran fenómeno de nuestro tiempo es la implosión de la izquierda occidental. En efecto, tras la desaparición de ese gran referente que fue la Unión Soviética, la izquierda occidental fue vaciada de contenido y dirigida desde dentro por la potencia triunfante en el mundo unipolar de la posguerra fría, es decir, EEUU. A partir de ahí la defensa de los derechos civiles individuales y la reivindicación de las más variopintas identidades sustituyen a la lucha de clases y las élites burguesas ya se pueden ir tranquilas a dormir. Como decía Margaret Thatcher, precursora de este mundo unipolar neoliberal, “no existe la sociedad, tan solo individuos.” Consecuentemente, el ecologismo, el nacionalismo, el feminismo, el LGTBismo y demás ideologías interclasistas son fomentadas por las élites para borrar del mapa el viejo antagonismo burguesía / clase obrera. A todo esto se une, por una parte, la creación de una clase media a la que le venden el mito del fin de las ideologías para ideologizarla hacia el conservadurismo y el conformismo y, por otra parte, la desindustrialización gracias a la coartada ecologista, que acaba por desarticular a la clase obrera al desmantelar las fábricas. Tras ello la izquierda acaba por no tener ya sentido, por eso termina por comportarse como la extrema derecha: es pro OTAN y aplaude al cabecilla del régimen neonazi de Kiev en el parlamento español. Y de esta manera la izquierda occidental firma su acta de defunción. 

Todo esto no quiere decir que ya no vaya a ver nunca más izquierda o derecha ni se hayan acabado los antagonismos. Más bien, lo que sucede es que ahora los antagonismos hay que buscarlos en otra parte, precisamente en el mencionado choque entre el viejo mundo unipolar moribundo y el nuevo mundo multipolar recién nacido. Tampoco es cierto, por otra parte, que haya desaparecido la lucha de clases: la pugna entre el viejo orden colonial (representado por el occidente colectivo y la OTAN) y el nuevo multipolarismo (los países emergentes con Rusia y China a la cabeza) es la proyección en el plano internacional del antagonismo burguesía / proletariado o, dicho de manera más llana, del choque ricos / pobres. Y a partir de aquí se generan una serie de antagonismos enraizados en la lucha unipolarismo / multipolarismo.

Uno de estos antagonismos está representado por el binomio soberanía / globalismo. El mundo regido por el unipolarismo norteamericano ha devenido en un contexto dominado por oligarcas cuyo poder trasciende a los estados nación individuales. Estos millonarios disfrazados de filántropos se parapetan detrás de organismos supraestatales o fundan ONGs para burlar cualquier restricción que vengan del poder del estado y de sus leyes. Con esto la democracia burguesa entra en crisis al ser secuestrada por las grandes fortunas. George Soros, Bill Gates, los Rothschild, los Rockefeller, los Ford, etc. son algunos de esos clanes de magnates que fomentan cambios de régimen a través de golpes de estado y revoluciones de colores, compran a los políticos o controlan los medios de comunicación. Frente a esta dictadura global el mundo multipolar opone la acción soberana de los estados nación, que siempre están más cerca de los ciudadanos ya que estos tienen más o menos poder (dependiendo del estado en cuestión) de quitar y poner a sus gobernantes y de controlar lo que estos hacen. En cambio, nadie puede pedir cuentas a oligarcas como Soros.

Otra pareja de contrarios es la especulación frente a la producción. Los oligarcas globalistas nos han intentado convencer a través de la izquierda por ellos intervenida o las ONGs que la producción es mala, que hay que decrecer por el bien del planeta y de la humanidad. Todo esto no es más que uno de los puntos cruciales de su agenda neomalthusiana. El decrecimiento predicado por la falsa izquierda en los últimos 20 años no es más que una preparación para el empobrecimiento que estas clases oligárquicas quieren imponer a la población mundial. Esto es especialmente palmario en el occidente colectivo, donde nuestras autoridades y medios de comunicación nos están lavando el cerebro con el ahorro de energía, el vivir con lo mínimo, no comer carne, no salir de viaje, etc. Y no solo eso, también quieren diezmar la población ya que para los neomalthusianos sobramos muchos. De hecho, el fomentar el lobby LGTB tiene entre otros objetivos que la gente no se reproduzca. Por eso tales políticas generan tanto rechazo en países como Rusia, donde saben perfectamente que están en desventaja demográfica con EEUU, el país que precisamente más financia a este lobby.

Por último, otro importante dilema es el del eurocentrismo / internacionalismo. Aquí habría que señalar que el imperialismo yankee no viene de la nada y que es el último estadio en la evolución del imperialismo occidental. Este empezó con Portugal y España, donde, tras liquidar la mestiza y fecunda sociedad de Al-Ándalus, que tenía una conexión privilegiada con la antigua Ruta de la Seda china, se comenzó una carrera por dominar América, África y Asia, sus mercados y sus gentes. A partir de allí se fueron sumando otras potencias (Francia, Bélgica, Holanda, Alemania) a esta carrera colonial hasta llegar al Imperio Británico y a su vástago, el imperialismo norteamericano, el que más ha devastado con guerras y balcanizaciones forzadas los países que ha intervenido. Sin embargo, el antes llamado Tercer Mundo está hoy día tomando conciencia y se está poniendo en pie y, de la mano de Rusia y de China, está dando la espalda al mundo occidental que ya ni es tan poderoso y ni es tan influyente como solía. De hecho, ya no es referente ni para la ciencia ni para el arte ni para la cultura; su decadencia es cada vez más evidente, su endogamia lo debilita y es incapaz de producir ya nada nuevo. El eurocentrismo hace aguas por todos los lados. Frente a esto los países emergentes están aportando nuevos y variados puntos de vista y son los que van a liderar el progreso humano en las décadas venideras. Por tanto, nunca ha tenido más sentido el viejo ideal proletario del internacionalismo, ideal que ha abandonado cierta ex izquierda de occidente por nacionalismos trasnochados, más propios del medievo. Aquí habría que señalar que el mundo multipolar tiende a reintegrar más que a disgregar por su rechazo de la balcanización impuesta por el imperialismo occidental. Ahí está la lucha de Rusia por recuperar el Donbás, Crimea o Transnistria, por ejemplo. O también el intento de China de recuperar esa gran autopista de cooperación y desarrollo internacional que fue la Ruta de la Seda, que, como ya hemos señalado, conectaba el lejano oriente con el sur de Europa occidental.

En resumen, están surgiendo nuevos antagonismos al calor del ascenso del mundo multipolar y la decadencia de occidente. Ello explica que hay gente que antes estaba en trincheras opuestas que ahora se han encontrado en la misma. Mucha gente que era de derechas a fuerza de criticar la hipocresía del liberalismo burgués acabará en la izquierda antiimperialista que nazca en este nuevo orden mundial y, por el contrario, mucha gente que ahora milita en la izquierda woke acabará siendo parte de los que se niegan a aceptar los cambios, es decir, de la reacción o, dicho de otra manera, de una nueva derecha. El nuevo antagonismo en el seno de la UE está entre los que apoyan la acción de Rusia contra la OTAN en Ucrania, por un lado, y los que, por otro lado, aún creen que la OTAN y el occidente colectivo siguen siendo moral, cultural y tecnológicamente superiores y, por ende, deben seguir saliéndose con la suya. Esta gente se ha quedado en el siglo XX. El siglo XXI es multipolar y será el siglo en que la dominación colonial occidental morderá el polvo. Y a partir de ahí se abren muchas puertas para, por fin, empezar a caminar hacia un mundo más justo.