Juanlu González
Canarias Semanal, 03/05/2022
Marcuse, en 1964, alertaba de la pérdida de la capacidad revolucionaria en occidente por causa del triunfo de las medidas represivas, puestas en marcha por las sociedades industriales avanzadas, para acallar cualquier tipo de disidencia intelectual a través de los medios de comunicación, la publicidad, la propaganda y el consumismo más desaforado. Por aquel entonces anunciaba el nacimiento del Hombre Unidimensional, un individuo sin capacidad crítica, extremadamente dócil y maleable al antojo de los poderosos.
A pesar del tiempo transcurrido, este proceso no ha venido a menos. Todo lo contrario, desde la segunda mitad del siglo pasado, se han afinado los sistemas de control y dominación social hasta extremos inimaginables que escandalizarían al filósofo y sociólogo alemán. La ciudadanía europea ya no está ni se la espera a la vanguardia de nada. El grado de decadencia, de sumisión, de acomodación al pensamiento dominante es tal, que no existe pensamiento crítico y cualquier tipo de disidencia intelectual es aplastada de inmediato por el propio sistema, pero también por una intelectualidad, que antaño jamás estuvo ligada al poder y que hoy es su más útil instrumento.
Estos días, con la guerra de Ucrania, están apareciendo como setas, articulistas y tertulianos, cuya misión es precisamente atacar los reductos de librepensamiento que pueden quedar en la izquierda europea y española. Son del tipo de la intelectualidad orgánica que cree que su discurso está muy por encima del defendido por el resto de los mortales y que, además, pretende gozar de una superioridad moral indiscutible, aunque no dejan de ser más que correas de transmisión de un unidimensionalismo decadente, pobre y enfermizo. Armados de lugares comunes, de lenguaje vacuo y toneladas de infantilismo naíf y buenista, cargan su totalitarismo pseudodemocrático contra cualquier tipo de disidencia, máxime cuando se trata de la izquierda, a la que consideran su coto privado de caza.
Pero, a pesar de todo, sí que subsiste a duras penas una izquierda orgullosa de serlo, sin complejos, librepensante, que se sobrepone al argumentario mediático dominante y trata de poner encima de la mesa la luz de la razón frente a la ceguera emocional, que es donde los propagandistas bélicos han situado la contienda, para evitar así cualquier tipo de análisis que les estropee la campaña propagandística que tan cuidadosamente han puesto en marcha. Como decía Fidel, el gran objetivo que persiguen los que manejan el relato es hacer perder la capacidad de pensar a la opinión pública mediante la generación de reflejos condicionados. Y a fe que lo están consiguiendo.
La guerra psicológica, parte indisoluble de las guerras de IV generación, requiere justamente del uso intensivo de la propaganda y la mentira para dirigir pensamientos y conductas como método de control social “pacífico”. Fue Winston Churchill quien dijo que “en tiempos de guerra, la verdad es algo tan preciado que debe ser cuidada por un guardaespaldas de mentiras”, aunque ya Sun Tzu, en el arte de la guerra, allá por el 500 a.C. decía que “toda guerra está basada en el engaño”. Sin embargo, nuestros intelectualoides de izquierda, parece que aún no se han enterado de cómo funcionan estas cosas. Quizá necesiten otros dos mil quinientos años más para darse cuenta…
Walter Lippmann inicialmente, seguido después por Hartman y Chomsky, definió el consenso —o el consentimiento— manufacturado como un arma de control de la opinión pública, en sociedades nominalmente democráticas, para que sus poblaciones se dejen dirigir por las clases gobernantes bajo la apariencia de una aparente confluencia de discursos, objetivos e intereses. La fase de fabricación del consenso, se hace absolutamente necesaria antes del inicio de cualquier conflicto bélico, sobre todo en aquellos que pueden exigir ciertos sacrificios a las poblaciones implicadas. Hemos llegado a un punto donde las guerras de hoy ya no comienzan cuando se dispara el primer tiro, sino en el momento en el que el primer periódico cargado con propaganda contra el futuro enemigo sale de la rotativa.
Estar penetrado por la propaganda de guerra, tenerla interiorizada, equivale a apoyar sin fisuras la contienda para la que ha sido preparada, aunque el concepto de guerra en sí mismo nos pueda resultar rechazable desde el punto de vista intelectual o moral. De ahí que hayamos visto a izquierdistas o a pacifistas pidiendo actuar militarmente por ejemplo, contra Gadafi, por estar masacrando —falsamente— a su población, aunque pedían cándidamente que las bombas fueran arrojadas por ejércitos árabes, porque hacer un llamado a la OTAN para esa labor les podía generar cierto rechazo o disonancias cognitivas insalvables.
La guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania ha acabado por abrir y rasgar las costuras de buena parte de la izquierda europea, hasta el punto de que ha mostrado su verdadero ser y su adscripción sin fisuras al bloque atlantista. Algunos autores indican que, sencillamente, ya no hay verdadera izquierda en el Viejo Continente. Sea como fuere, la izquierda acomplejada europea parece ignorar una serie de cuestiones bien claras e incontestables:
A pesar de que la invasión a Ucrania es responsabilidad última de Rusia, el agresor estratégico previo es Estados Unidos con su política expansiva de la OTAN, que ha colisionado con los requerimientos de seguridad expresados reiteradamente por Rusia para asegurar su supervivencia en un contexto de guerra fría que jamás ha cesado de existir desde 1947.
Moscú tiene todo el derecho a defender a la población rusa del Donbass, agredida desde 2014 por el régimen salido del golpe de estado fascista del Maidan, organizado por EEUU y la UE.
Ucrania, dopada con armas occidentales se preparaba para una guerra total contra Donetsk y Lugansk desde finales del 2021, los documentos incautados a la Guardia Nacional, demuestran que a primeros de marzo se produciría la invasión.
Está escrito que Washington buscaba una guerra de desgaste en Ucrania contra Rusia desde 2019 (Rand Corporation), esa guerra también estaba prevista por el gobierno de Ucrania como declaró en una entrevista Arestovich, el principal asesor y portavoz de Zelensky.
Las violaciones del alto el fuego de Ucrania monitoreadas por la OSCE en febrero de 2022, sugerían un «ablandamiento» a bombazos de las líneas del frente del Donbass antes de proceder a una ofensiva por tierra. Conociendo este cúmulo de hechos probados, la alineación con las políticas de EEUU, la OTAN y Ucrania significa apoyar conscientemente un verdadero genocidio ruso en la región, que es precisamente lo que estaba a punto de suceder.
¿Ha caído pues Rusia en una trampa? Esa es la tesis que defienden algunos autores. El informe de la Rand, analizando las variables posibles de su estrategia intervencionista, afirmaba que se corría el peligro de que la acción de respuesta rusa a la intención de tomar el Donbass por Kiev no se circunscribiera a las provincias hoy secesionistas, sino que se extendiese por otras regiones de Ucrania y que adicionales pérdidas territoriales permanente supusiesen un descrédito para Estados Unidos como potencia instigadora de la contienda.
Aún queda mucho por ver, pero es posible apuntar que al Donbass se le van a sumar otras repúblicas y que, observando la evolución positiva del rublo frente al dólar, Rusia va ganando también la guerra económica. Al final es posible que no vaya a salir tan debilitada del embate como habían planificado. En este sentido, aunque Rusia no tuviera más opción que la tomar la decisión que tomó, a pesar de que supiese que tampoco era una buena solución, quizá logre incluso salir airosa del trance.
Pero bueno, para nuestros analistas orgánicos hablar de este tipo de cosas equivale a ser un «hijo de Putin», como lo es mencionar los laboratorios de armas de destrucción masiva biológicas hallados en Ucrania. Unos laboratorios del Pentágono que, por cierto, nuestra prensa libre califica de «presuntos», aún a sabiendas de que han sido reconocidos por las autoridades norteamericanas como cosa del Pentágono. Por menos de eso Estados Unidos y otros países de la OTAN han lanzado invasiones con millones de muertos directos e indirectos.
Otra cosa que molesta, y mucho, a la izquierda o al movimiento pacifista es que se nombre la naturaleza neonazi del régimen surgido del golpe del Maidán. Ya pueden citarse una retahíla de ministros, de gobernadores, de militares o de batallones de ideología nazi, que su única respuesta es la de minusvalorar su fuerza e influencia. Da igual que Reuters o Amnistía digan que hay más de 20 batallones en la Guardia Nacional, que son más de 100.000 paramilitares o que supongan casi la mitad del ejército ucraniano. Da igual que algunos países los consideren como grupos terroristas o que tengan en su haber multitud de crímenes de guerra documentados. Dirán que es un invento ruso para justificar una invasión y que cosas parecidas pueden suceder incluso en España y que nadie nos invade por eso. Su acomodación al argumentario atlantista, su síndrome de Estocolmo es absoluto, lo reconozcan o no. Por cierto, algo común desde las izquierdas parlamentarias hasta la extrema derecha de toda Europa, que han condenado sin fisuras tanto a Rusia como a Putin en primera persona.
En sus contraataques siempre argumentan que somos nosotros los que estamos imbuidos de la propaganda rusa. Pretenden equiparar la capacidad de occidente de dominio del relato con la que puede tener Moscú que sería como equiparar el 98% de la prensa del mundo con un escaso 2% que, además está censurado por ley. A los medios rusos se les ha expulsado de las ondas, de los satélites y baneado en las redes sociales, en la que es la operación de censura más brutal que ha conocido en el mundo contemporáneo y frente a la cual, la izquierda sistémica ha mantenido un atronador silencio cómplice que pagará en sus carnes en un futuro próximo.
La mayor parte de ella parece ignorar qué se juega en el suelo ucraniano. Nada más y nada menos que el advenimiento de un nuevo orden mundial, que la derrota de la OTAN podría acelerar. La caída del imperio norteamericano, el surgimiento de nuevas alianzas políticas, económicas y militares… en definitiva un mundo multipolar donde el poder se reparta de manera más colegiada y democrática. Donde puedan surgir espacios de libertad para que muchos países, de forma soberana, puedan organizarse libremente al margen de los dictados del capitalismo y sus imposiciones militares. Donde se deje de oír que tal o cual sistema es el mejor de los posibles, simplemente porque jamás dejaron que existiesen otros. La tiranía mundial de la información, del capitalismo, del dólar, de la hegemonía cultural, en definitiva del unidimensionalismo marcusiano, van a ser arrojados al vertedero de la historia. Ya hemos podido comprobar cómo la malhadada comunidad internacional era solo un trampantojo propagandístico que no representa ni al 25% de la población mundial.
Sabíamos positivamente que este momento llegaría, pero también pensábamos que no lograríamos verlo en persona. En este loco mundo, mucho de lo que creíamos que era para siempre está llamado a desaparecer a corto o medio plazo. Ucrania —y Rusia— sufren los dolores de parto de ese nuevo orden mundial, así lo ha querido Estados Unidos y la OTAN, que gustan de jugar sus guerras en suelo ajeno.
Claro que, si resulta que la izquierda europea prefiere el actual orden mundial unipolar establecido por Estados Unidos que lo que pueda estar por venir, olvidándose incluso de los seis millones de muertos provocados por el imperio tras el 11S o de quién ha iniciado más del 80% de los conflictos mundiales acontecidos desde 1945 hasta hoy, es que tienen un grave problema y han de hacérselo mirar.
Probablemente es que ya hace mucho que cambiaron de bando…