Augusto Márquez
Misión Verdad, 25/04/2022
Desde el inicio de la operación militar especial desarrollada por Rusia en Ucrania, la izquierda española se ha alineado con el relato atlantista que proyecta a Putin como un líder diabólico e imperialista, con una especial adicción a la expansión y la guerra, y a Zelenski como un demócrata que exige solidaridades automáticas bajo un manto de victimización creado a la medida por la propaganda occidental.
Podría pensarse que esta posición es producto de la confusión, de la rápida evolución de los acontecimientos o de un marco de interpretación que en Europa occidental ya estaba cerrado, a favor de la OTAN, desde la incorporación de Crimea a la Federación Rusa en 2014 o incluso desde el inicio del golpe contra Yanukóvich. Pero esta hipótesis pierde encanto a medida que se constata una afiliación voluntaria, decidida, a una narrativa que tiende a invisibilizar los asesinatos, bombardeos, persecuciones y sangrientas torturas que las agrupaciones neonazis amparadas por el gobierno de Zelenski ejecutan contra la población prorrusa, no de ahora, sino desde hace años.
La izquierda española ha hecho suyas todas las etiquetas prefabricadas que designan a Putin de autoritario, imperialista, dictador, reencarnación de los zares, facha, y un largo etcétera. Hay un Putin para cada subgrupo dentro del ecosistema ibérico: para las feministas es un provida, para el sector ilustrado un anticomunista conservador, y para los más sensatos un personaje calculador que, si bien enfrenta a Estados Unidos en el plano geopolítico, tiene "desviaciones autocráticas" preocupantes.
Por ende, era cuestión de trámite que la narrativa antirrusa dominara el espectro político de la izquierda cuando el conflicto en Ucrania subió de tono en febrero. Además, el desinterés por la alarmante situación humanitaria en el Dombás durante los últimos años, la cual no fue motivo de movilización y preocupación para la izquierda española, también favoreció su alineamiento con el pensamiento único marca OTAN.
La lógica más elemental indicaría que la izquierda española debería mostrar una condena unívoca frente a los crímenes ejecutados por milicias neonazis como el Batallón Azov, integradas a las fuerzas militares de Ucrania y que cuentan con el respaldo abierto del gobierno de Zelenski. Haber sufrido 40 años de una dictadura que se encumbró con el apoyo de Hitler y Mussolini en 1939, sobre los cadáveres de los republicanos, debería dar como resultado una oposición firme al gobierno ucraniano, en tanto la ilegalización de partidos políticos, incluyendo el socialista y el comunista, representa un guiño preocupante hacia el franquismo contra el cual luchó la izquierda.
Por extraño que parezca, e intercambiando los roles de una forma absurda, la izquierda española muestra solidaridad con un gobierno que persigue y ataca a sus iguales en Ucrania y, al mismo tiempo, rechaza una operación militar que tiene como centro extirpar grupos neonazis, cuyas redes continentales ven en España un territorio fértil para asentarse en el futuro inmediato, a la luz del ascenso electoral de Vox.
Este atentado contra sí misma refleja no solo desorientación estratégica de la izquierda española sino también la disolución práctica de los únicos dos atributos que le quedaban: la solidaridad de clase (con la población masacrada en el Dombás, con fuerte raigambre obrera e industrial) y la conservación de un pasado heroico de lucha contra el fascismo, hoy traicionado mediante el apoyo acrítico a un gobierno ucraniano claramente conducido por la extrema derecha y armado hasta los dientes por la OTAN y Estados Unidos.
El cuadro de atrofiamiento intelectual y confusión ideológica de la izquierda española ha quedado plasmado un artículo de Elisa Moros para El Salto. En la pieza afirma, contra el más elemental sentido común, que "Ucrania está lejos de ser un país perfecto o libre de contradicciones pero es (o mejor dicho era, antes de la invasión) preferible a Rusia en todos los aspectos: participación democrática, derechos civiles y políticos, libertad de expresión, etc.".
El infantilismo con el que Moros eleva a Ucrania a un estatus de democracia liberal refleja un espíritu relativista masificado. En línea con Moros, el escritor Santiago Alba Rico, de quien ha bebido Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y otras figuras de la izquierda española, escribió recientemente un artículo donde pone en un mismo plano la guerra en Ucrania y la invasión estadounidense de Afganistán e Irak.
Alba Rico, recordado por su apoyo a la invasión de la OTAN en Libia, aprovecha el conflicto en Ucrania para reforzar su tesis sobre el "imperialismo ruso" y atacar a ciertas voces de la izquierda española que han mantenido una denuncia activa sobre cómo Estados Unidos empujó la guerra en Ucrania hasta sus últimas consecuencias.
En opinión de Alba Rico, la crítica a la OTAN en la izquierda presenta un desbalance con respecto a la que debería haber contra Rusia, obviando olímpicamente que es la OTAN, y no Rusia, quien ejecuta un despliegue de armas ofensivas y tropas terrestres que abarcan toda Europa. En síntesis, para Alba Rico no condenar automáticamente a Rusia por su operación especial en Ucrania forma parte de un negacionismo que solo ve en la OTAN y Estados Unidos la causa de los más importantes conflictos internacionales. ¿No será que esa opinión es tal porque es la verdad que muestran los hechos y la historia?
Esta carga de escepticismo también queda retratada en un artículo de Daria Saburova para el portal de izquierda Viento Sur. Apoyando el suministro de armas a lo que denomina la "resistencia ucraniana", se mostraba sorprendida por "la persistente incapacidad de una buena parte de gente amiga en Francia y en otros lugares para superar una visión del mundo en la que, en última instancia, la potencia responsable de todas las guerras es Estados Unidos y la OTAN".
Justamente este esquema de ideas es el que ha llevado a Pablo Iglesias, ya retirado de la política y desde la comodidad de ser comentarista en medios, a considerar que Putin "desestabiliza a Europa" y que la nueva dinámica geopolítica, marcada por el declive de Estados Unidos y el ascenso de China y Rusia, no debería servir como justificación para blanquear ideológicamente al presidente ruso.
Como es lógico, las ideas influyen en la política hasta determinar su desarrollo práctico. Y aunque Pablo Iglesias ya no está oficialmente en el gobierno español, es una figura que continúa agrupando e influyendo en la izquierda española, al punto de que su decisión, antes de renunciar a su cargo de vicepresidente, de pasar el testigo a Yolanda Díaz, hoy configura las expectativas de toda izquierda para las siguientes elecciones generales.
A nivel de gobierno, la desorientación de la izquierda ha traído como resultado enfrentamientos indirectos entre miembros de la propia coalición de gobierno en torno a dos temas relevantes: el suministro de armas a Ucrania y el discurso de Zelenski ante el Congreso de los Diputados.
Recientemente, en relación a la política de suministro de material bélico, Yolanda Díaz salió en su defensa apelando a la "legítima defensa del pueblo ucraniano", mientras que Ione Belarra, del entorno de Pablo Iglesias, secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, mostró su rechazo, mientras firmaba una declaración abstracta de paz, carente de propuestas prácticas, con Jeremy Corbin, Yanis Varoufakis y Noam Chomsky.
Previamente, durante el discurso de Zelenski ante el Congreso a principios de abril, algunos diputados de izquierda se negaron a aplaudirlo, lo que dio paso a intrigas dentro del espectro político y sus diversas corrientes. Albert Botran, diputado de la CUP que no aplaudió a Zelenski, justificó su acción en un artículo publicado en elDiario.es, donde responsabiliza a las potencias occidentales de haber contribuido a la guerra en Ucrania y también condena cómo los gobiernos de Kiev han ilegalizado partidos políticos, amparado masacres como la de la Casa Sindical de Odesa, entre otras acciones que desdibujan el relato de victimización de Zelenski.
Sin embargo, que aplaudir o no a Zelenski se convierta en una cuestión de debate estratégico en la izquierda, dice bastante de cómo el estado de consciencia de la izquierda española se ha ido deteriorado por exceso de mediatización, "tertulia" y una lógica enfermiza donde lo políticamente correcto lo permea todo.
En resumen, estas discrepancias o desacuerdos expresan dos caras de una misma desorientación general, en la cual el envío de armas bajo el supuesto de estar apoyando a una "resistencia" capitaneada por neonazis choca con un pacifismo estéril que condena la acción de Rusia para no quedarse en esa visión sesgada de acusar a Estados Unidos de los males del mundo, aunque sea cierto.
La mezcla de relativismo, escepticismo y vocación a lo políticamente correcto prefiguran un cóctel destructivo para la izquierda española, que ha cambiado sus propios códigos de clase, solidaridad internacional y lucha contra el fascismo por el automatismo ideológico de la propaganda occidental.