Communia, 12/06/2021
Esta semana, en España se comunicó la sentencia contra unos padres que asesinaron a sus dos hijos en Valencia; en Canarias se descubrió el cadáver, a más de 1km de profundidad en el mar de una de las niñas que había sido secuestrada por su propio padre; y en Cataluña una mujer confesó el asesinato de su propia hija por despecho a su expareja y padre de la niña. Debemos preguntarnos por qué ocurren los crímenes horribles, qué los produce y por qué 20 años de leyes y políticas públicas contra la violencia de género no han servido aparentemente para nada.
Más allá de la «violencia de género»
Como vemos en el gráfico de arriba, los asesinatos de menores por sus padres y parejas de sus padres son relativamente raros: entre 1 y 8 casos al año en España, un país de 47 millones de habitantes.
Es cierto que casos como el de Sant Joan d’Espí, en los que el asesino es la madre, aunque tengan la misma motivación aparente de despecho, no se computan en la estadística oficial, a la que solo le interesa los asesinatos que puedan encajar de alguna manera como violencia contra las mujeres. La artificialidad interesada del sistema es evidente, pero no modifica ni para más ni para menos su impacto moral. Tan terrible que no podemos dejar de preguntarnos por qué ocurren y cómo evitarlos.
Para empezar, todos entendemos que en la explicación de los crímenes horribles por la ideología oficial de estado para estos temas, el feminismo, algo no cuadra. La definición que el estado hace de violencia de género es la de un crimen político, equivalente a una suerte de terrorismo de los varones contra las mujeres. Los responsables en el estado nos dicen de hecho que estos asesinatos de niños son una reacción de ese hombre que no soporta la libertad de la mujer. Cuando esta misma semana lo que hemos visto es a un padre asesino, pero también a una madre que confesó un asesinato similar y a una pareja de padres que asesinó al alimón.
Es evidente que el estado ha apostado por la intrumentalización política y mediática de los crímenes horribles a toda costa y que le da igual que la realidad no encaje en sus categorías. Para algo está la teoría de marcos que tan útil les resulta para la manipulación cotidiana.
Para entender de donde sale esta violencia lo primero es reconocer que el horror que nos produce y el escaso número en que -afortunadamente- se produce tienen una razón de ser. El camino evolutivo que llevó a la aparición de nuestra especie nos hizo animales sociales precisamente para poder cuidar de una prole no autónoma durante más tiempo. Si nos hieren especialmente estos crímenes horribles y la palabra antinatural surge una y otra vez en su descripción es por algo. La razón oficial según la cual la motivación de los padres es ideológica es demasiado débil para resultar creíble incluso intuitivamente.
¿De dónde salen los crímenes horribles?
No siempre fue así. En el siglo XIX la ciencia social aceptada, como Durkheim, se planteó incluso la naturaleza social del suicidio. Y el estado intentó una primera aproximación científica a los crímenes horribles.
El trabajo de Concepción Arenal por ejemplo, refleja este esfuerzo general de los poderes de la época. Hoy el feminismo trata de hacer suya esta figura sin pudor alguno, pero no es casual que para hacerlo se esfuerce en invisibilizar el núcleo de su obra vital, El visitador del preso. Arenal es uno de esos autores y políticos que en la segunda mitad del siglo XIX intentan incorporar los primeros avances de la psiquiatría y la psicología a la política represiva de los estados. Gracias a ellos, entre 1870 y 1928 el código penal incorporará distintas consideraciones sobre la enajenación mental.
Reflejaban los primeros descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro, el papel de las drogas y la naturaleza de la locura. El enfoque general era todavía humanista y en el caso de Arenal, católico y compasivo. Llevará a la idea de la pena como parte de un proceso terapéutico cuyo objetivo final sería la reinserción del preso en una sociedad en progreso. La evolución evidentemente no iría por ahí.
El paso del capitalismo a una fase irreversible de crisis y guerras globales llevó la investigación sobre drogas y control mental hacia sus usos militares. La primera guerra mundial fue la primera en la que se usó masivamente la farmacopea por los ejércitos: con las píldoras de cocaína de los británicos entonces y la meta-anfetamina de los ejércitos alemanes en la siguiente gran guerra imperialista se produce un primer salto que acaba en la sádica mezcla actual de fomento e industriallización de las drogas y en el endurecimietno de su represión al mismo tiempo.
Pero de aquel momento progresista de la ideología estatal sobre crímenes y criminales cabe rescatar una idea que Arenal repitió hasta la saciedad: bajo los crímenes horribles hay causas sociales y patologías mentales que van mucho más allá del impacto de tal o cual ideología.
Manipulación con método
La prensa del nazismo utilizó con profusión, bajo dirección de Joseph Goebbels la técnica del «reporte selectivo», primando la crónica cierto tipo de crímenes e invisibilizando otros de acuerdo a los intereses del régimen
Como hemos visto esta semana, la propaganda estatal y mediática reinterpreta los crímenes que sus autores argumentan como despecho como una forma de violencia contra la mujer (en general). Sin embargo no faltan mujeres que confiesan crímenes horribles contra sus hijos o sus exparejas por los mismos motivos, ni parejas de padres que asesinan a su prole juntos. La crónica criminal de los últimos años está jalonada de este tipo casos.
El marco en el que lo analizan es obviamente insuficiente y la ceguera resulta indignante. Dejan fuera precisamente lo más interesante de los reformadores progresistas del siglo XIX: para entender los casos particulares, los crímenes horribles, hay que ir más allá de cada caso en concreto e incluso de cada tipología penal.
Y no es inocente que los medios y el estado hagan lo contrario.
Para entender las causas sociales de los crímenes horribles hay que abrir el foco, no cerrarlo hasta que no podamos ver nada más que inhumanidad y vidas destruidas. Entre otras cosas porque entonces, ante lo que se ha hecho incomprensible al microscopio, solo el horror resulta tangible, todo prejuicio cuela y los prejuicios más fuertes -generalmente los alimentados por el estado- se refuerzan. Es uno de los básicos de la manipulación de masas.
Eso sí, solo funciona si se limita el enfoque a una categoría útil a la propaganda del estado. En España se producen alrededor de 700 accidentes mortales de trabajo al año y unos 3.600 suicidios. 14 y 72 veces más muertes que lo legalmente clasificado como violencia de género. Imaginemos por un segundo que el telediario reportara cada suicidio, su contexto y las familias destrozadas que deja; cada muerte en el puesto de trabajo y las condiciones laborales en las que se produce…
No, no es posible para el estado: la alarma social le es útil en la medida en que se limite a unos pocos casos y a un fenómeno concreto que permite presentar al estado y su represión como solución. Si abrimos el foco a las miles de víctimas de suicidio o a los cientos de la precariedad laboral, lo que empezaría a resultar alarmante es el propio sistema. Pero exactamente eso es lo que tenemos que hacer para comprender los crímenes horribles.
¿Por qué matan a sus hijos?
La Criminología llegó a entender al criminal horrible como un ser humano dañado, enajenado de una manera u otra. Y, ya en el XIX, tuvo que reconocer que bajo el fenómeno general, bajo la aparición de estos individuos dañados -fueran parricidas, suicidas o asesinos masivos- había causas sociales. Pero a las causas sociales debían oponerse transformaciones sociales, y ahí su horizonte se veía inevitablemente restringido.
Al final, las teorías, demostradas falsas una y otra vez, sobre el carácter disuasivo de penas mayores o sobre el origen genético o ideológico de los crímenes horribles eran más útiles para el estado. Al menos le servían para presentar soluciones que, aunque no solucionaran nada, le permitían presentarse como protector de la sociedad.
Y sin embargo a preguntas como por qué hay padres que se enajenan al punto de matar a sus hijos, por qué se suicidan miles de personas al año, por qué aparecen regularmente bandas de adolescentes asesinos, por qué hay abusos sexuales de niños en las instituciones que dicen existir para cuidarlos y por qué hay medio centenar de asesinatos de mujeres al año a pesar del continuo aumento y endurecimiento de la legislación durante las dos últimas décadas…
…solo podemos responderlas señalando a un lugar: el orden social, un sistema que destruye la salud mental masivamente y que, incapaz de brindar ya verdadero desarrollo humano, se ha convertido en una verdadera trituradora de carne que, entre otras formas de barbarie, produce comportamientos inhumanos y crímenes horribles.
La vida bajo el capitalismo es cada vez más frustrante para más personas porque el sistema simplemente no da más y su única inercia es imponer la dictadura de la acumulación (a la que llaman economía)… volviéndose más anti-humano conforme más dificultades tiene. Un sistema que, por definición, necesita crecer continuamente, está estancado en sus principales cifras desde hace más de una década. ¿Cabía esperar que un sistema que muestra su carácter anti-humano cada día y en cada cosa no fuera a producir inhumanidad en miles de los individuos que produce?
De hecho, todo apunta a que la cosa irá a peor. Los cuadros de ansiedad se han multiplicado ya incluso en los colegios. Si en la última ley de reforma educativa la educación emocional aparece en una decena de ocasiones es porque vivir en frustración se ha convertido en un problema escolar general que afecta a todos los países europeos. Una sociedad cada vez más frustrante con una ideología educativa que reduce los límites de resistencia a la frustración es una fábrica de enajenación.
Si a eso se le une el abandono de la salud mental, que por otro lado en el mejor de los casos se sustenta sobre ideologías como el conductismo más que limitadas y no pocas veces bárbaras, lo sorprendente es que no haya aun más horrores y crímenes horribles en la vida cotidiana.
Es el mismo sistema que defienden derecha e izquierda, feministas y fachos, el que produce tanto suicidios como crímenes horribles. Nacen de sus relaciones laborales, de sus expectativas sociales, de su modelo familiar en el que los niños son inversión y la pareja propiedad, de su escuela angustiosa, de sus relaciones personales cosificantes, de su ideología retorcida y mentirosa y de la destrucción sañuda y sistemática de todo lo auténticamente fraterno y comunitario.
A fin de cuentas, esto es el capitalismo hoy. Ya no es ese vigoroso autómata que prometía un ascenso infinito hacia la abundancia y el conocimiento. Pasada su época histórica de crecimiento sin trabas no es más que un mecanismo achacoso que rompe sus propias piezas. Y esas piezas, somos nosotros. Para los trabajadores de todo el mundo ya no cabe arreglar la máquina sino deshacernos de ella. La indignación no basta y las reformas no arreglan nada. Y cada uno de estos crímenes horribles, sea de niños, mujeres o varones, cada suicidio, cada muerto en el puesto de trabajo debería no solo indignarnos, sino sobre todo, recordárnoslo.