Arundhati Roy
Librered, 19/10/2016
Un riesgo al que se enfrentan los movimientos de masas es la ONG-ización de la resistencia. Sería fácil malinterpretar lo que estoy por decir y entenderlo como una condena de todas las ONGs. Eso sería falso.
En las turbias aguas de las ONG’s falsas creadas para desviar donaciones o evadir impuestos (en partes de la India como Bihar incluso son otorgadas como dote) hay, por supuesto, algunas que hacen trabajo valioso. Pero es importante considerar el fenómeno de las ONG’s en su contexto político más amplio.
En la India, por ejemplo, la explosión de las ONGs que recibían fondos comenzó a finales de los 1980 y en los 1990. Coincidió con la apertura de los mercados indios al neo-liberalismo. En ese momento, el Estado indio retiró fondos del desarrollo rural, la agricultura, la energía, el transporte y la salud pública para obedecer los dictados de los ajustes estructurales. Al renunciar el Estado a su rol tradicional, las ONGs se pusieron a trabajar en esas mismas áreas. La diferencia, por supuesto, es que los fondos a los que ellas tienen acceso son una fracción minúscula del total del recorte en el gasto público.
La mayoría de las grandes ONGs son financiadas y apadrinadas por agencias de ayuda y desarrollo, que a su vez reciben fondos de los gobiernos de occidente, del Banco Mundial, de la ONU y de algunas corporaciones multinacionales. Aunque puede que no sean lo mismo que estas instituciones, son ciertamente parte de la misma formación política amorfa que supervisa el proyecto neoliberal y aboga, primero que nada, por drásticos recortes en los gastos del gobierno.
¿Por qué estas agencias le dan dinero a las ONGs? ¿Podría ser sólo ese viejo entusiasmo misionero? ¿Sentimiento de culpa? Es un poco más que eso. Las ONGs dan la impresión de que están llenando el vacío creado por un Estado ausente. Y lo están, pero en una forma materialmente inconsecuente. Su verdadera contribución es calmar la furia política y distribuir como ayuda o benevolencia lo que la gente debería tener por derecho.
Alteran la psique pública. Transforman a la gente en víctimas dependientes y amellan el filo de la resistencia política. Las ONGs forman una especie de amortiguador entre el sarkar (el gobierno) y el público. Entre el Imperio y sus súbditos. Se han vuelto los árbitros, los intérpretes, los facilitadores.
En el fondo, las ONGs son sólo responsables ante quienes las financian, no ante la gente con la que trabajan. Son lo que los botánicos llaman una especie indicadora. Es casi como si mientras más grande sea la devastación causada por el neoliberalismo, más grande será el florecimiento de las ONGs. Nada ilustra esto de forma más vívida que el hecho de que cuando los Estados Unidos se preparan invadir un país, simultáneamente preparan a las ONGs para ir y limpiar el desastre.
Para asegurarse que sus fondos no sean puestos en peligro y que los gobiernos de los países donde trabajan las dejen funcionar, las ONGs tienen que presentar su trabajo en un marco superficial, desprovisto de cualquier contexto político o histórico. En todo caso, de un contexto político o histórico inconveniente.
Los llamados de emergencia y los informes apolíticos (y por tanto, extremadamente políticos) acerca de la necesidad de ayudar a los países pobres y las zonas de guerra, con el paso del tiempo provocan que la gente (oscura) de esos países (oscuros) se vea como víctimas patológicas. Otro indio desnutrido, otro etíope muerto de hambre, otro campo de refugiados afgano, otro sudanés mutilado… todos necesitados de la ayuda del hombre blanco. Inconscientemente refuerzan los estereotipos racistas y reafirman los logros, las comodidades y la compasión (el amor duro) de la civilización occidental. Son los misioneros seculares del mundo moderno.
Finalmente, en una escala tal vez más pequeña pero definitivamente más insidiosa, el dinero disponible para las ONGs juega el mismo rol en la política radical que el capital especulativo que entra y sale de las economías de los países pobres. Comienza a imponer la agenda. Convierte la confrontación en negociación. Despolitiza la resistencia. Interfiere con movimientos populares que tradicionalmente han sido autosuficientes.
Las ONGs tienen recursos para darle empleo a personas que en otra situación podrían ser activistas en movimientos de resistencia, pero que ahora sienten que están haciendo algo bueno, inmediato y creativo (y que se ganan la vida mientras lo hacen). La auténtica resistencia política no ofrece esos atajos.
La ONG-ización de la política amenaza con hacer de la resistencia algo cortés, razonable; un trabajo de 9 a 5, con buenas prestaciones. La resistencia real tiene consecuencias reales. Y sobre todo, no recibe salario.
Arundhati Roy