En diciembre de 1989 los medios de comunicación del "mundo libre" daban cuenta de una revolución popular en Rumania contra el "ogro" comunista Nicolae Ceausescu cuya ejecución fue mostrada en la TV para regocijo todos los "demócratas". No fue el único cadáver que se exhibió: una hilera de supuestos civiles inocentes asesinados por la policía del régimen fueron expuestos en la ciudad de Timisoara ante los ojos de millones de televidentes. Era la prueba de que todas las utopías revolucionarias (no sólo el marxismo) desembocaban en la tiranía y el terror. Sin embargo, días más tarde el nada revolucionario New York Times desevelaba que la supuesta matanza de Timisoara había sido un fraude, pues los muertos filmados por los intrépidos periodistas occidentales habían sido sacados de un depósito de cadáveres y colocados uno junto a otro; procedían de víctimas de enfermedas o de accidentes, no de represión policial. Según escribió el periodista Juan Ramírez en su artículo "La muerte de la libertad de expresión" para la publicación contrainformativa El Otro País(nº de julio-agosto de 1999, p. 18-21), uno de los difusores del bulo fue el corresponsal español Arturo Pérez Reverte. Diez años más tarde, un histororiador rumano publica el resultado de unas investigaciones en que demuestra que la caída de Ceausescu en 1989 no fue una revolución sino un golpe de estado urdido por el sector procapitalista de la burocracia comunista aliada con occidente y sus "democráticos media". Para ello se valieron de un grupo terrorista "fantasma" entrenado por la CIA, cuya misión era atentar contra la población haciéndose pasar por la policía de Ceausescu. Curiosamente, el ejército rumano, fiel a los conspiradores, ni mató ni hizo prisionero a ninguno de los supuestos "agentes de Ceausescu" (!). Nuestros periodistas hablaron de 60.000 muertos, pero según dicho historiador, las víctimas fueron 1.104, de los cuales la mayoría murieron cuando Ceausescu estaba ya fuera de combate o incluso muerto (Diario 16, 22/11/1999, p. 24). Hoy día el nivel de vida de los rumanos ha descendido a niveles desconocidos desde hacía varias décadas gracias a la nueva élite burguesa creada tras el golpe de diciembre de 1989, a quienes incluso el escritor derechista Vargas Llosa ha criticado duramente por expresar su admiración por la antigua Guardia de Hierro (nazis rumanos contra los que, precisamente, luchó Ceausescu). No es extraño pues que hoy día según reconoce El País del 19/11/1999 (p. 4), sea el mismísimo Ceausescu el líder político más valorado por los rumanos.
sábado, 5 de noviembre de 2011
(RETROSPECTIVA:) RUMANÍA: UN GOLPE MEDIÁTICO
Extraído de Amor y Rabia, nº 59, junio/julio 2000
En diciembre de 1989 los medios de comunicación del "mundo libre" daban cuenta de una revolución popular en Rumania contra el "ogro" comunista Nicolae Ceausescu cuya ejecución fue mostrada en la TV para regocijo todos los "demócratas". No fue el único cadáver que se exhibió: una hilera de supuestos civiles inocentes asesinados por la policía del régimen fueron expuestos en la ciudad de Timisoara ante los ojos de millones de televidentes. Era la prueba de que todas las utopías revolucionarias (no sólo el marxismo) desembocaban en la tiranía y el terror. Sin embargo, días más tarde el nada revolucionario New York Times desevelaba que la supuesta matanza de Timisoara había sido un fraude, pues los muertos filmados por los intrépidos periodistas occidentales habían sido sacados de un depósito de cadáveres y colocados uno junto a otro; procedían de víctimas de enfermedas o de accidentes, no de represión policial. Según escribió el periodista Juan Ramírez en su artículo "La muerte de la libertad de expresión" para la publicación contrainformativa El Otro País(nº de julio-agosto de 1999, p. 18-21), uno de los difusores del bulo fue el corresponsal español Arturo Pérez Reverte. Diez años más tarde, un histororiador rumano publica el resultado de unas investigaciones en que demuestra que la caída de Ceausescu en 1989 no fue una revolución sino un golpe de estado urdido por el sector procapitalista de la burocracia comunista aliada con occidente y sus "democráticos media". Para ello se valieron de un grupo terrorista "fantasma" entrenado por la CIA, cuya misión era atentar contra la población haciéndose pasar por la policía de Ceausescu. Curiosamente, el ejército rumano, fiel a los conspiradores, ni mató ni hizo prisionero a ninguno de los supuestos "agentes de Ceausescu" (!). Nuestros periodistas hablaron de 60.000 muertos, pero según dicho historiador, las víctimas fueron 1.104, de los cuales la mayoría murieron cuando Ceausescu estaba ya fuera de combate o incluso muerto (Diario 16, 22/11/1999, p. 24). Hoy día el nivel de vida de los rumanos ha descendido a niveles desconocidos desde hacía varias décadas gracias a la nueva élite burguesa creada tras el golpe de diciembre de 1989, a quienes incluso el escritor derechista Vargas Llosa ha criticado duramente por expresar su admiración por la antigua Guardia de Hierro (nazis rumanos contra los que, precisamente, luchó Ceausescu). No es extraño pues que hoy día según reconoce El País del 19/11/1999 (p. 4), sea el mismísimo Ceausescu el líder político más valorado por los rumanos.
En diciembre de 1989 los medios de comunicación del "mundo libre" daban cuenta de una revolución popular en Rumania contra el "ogro" comunista Nicolae Ceausescu cuya ejecución fue mostrada en la TV para regocijo todos los "demócratas". No fue el único cadáver que se exhibió: una hilera de supuestos civiles inocentes asesinados por la policía del régimen fueron expuestos en la ciudad de Timisoara ante los ojos de millones de televidentes. Era la prueba de que todas las utopías revolucionarias (no sólo el marxismo) desembocaban en la tiranía y el terror. Sin embargo, días más tarde el nada revolucionario New York Times desevelaba que la supuesta matanza de Timisoara había sido un fraude, pues los muertos filmados por los intrépidos periodistas occidentales habían sido sacados de un depósito de cadáveres y colocados uno junto a otro; procedían de víctimas de enfermedas o de accidentes, no de represión policial. Según escribió el periodista Juan Ramírez en su artículo "La muerte de la libertad de expresión" para la publicación contrainformativa El Otro País(nº de julio-agosto de 1999, p. 18-21), uno de los difusores del bulo fue el corresponsal español Arturo Pérez Reverte. Diez años más tarde, un histororiador rumano publica el resultado de unas investigaciones en que demuestra que la caída de Ceausescu en 1989 no fue una revolución sino un golpe de estado urdido por el sector procapitalista de la burocracia comunista aliada con occidente y sus "democráticos media". Para ello se valieron de un grupo terrorista "fantasma" entrenado por la CIA, cuya misión era atentar contra la población haciéndose pasar por la policía de Ceausescu. Curiosamente, el ejército rumano, fiel a los conspiradores, ni mató ni hizo prisionero a ninguno de los supuestos "agentes de Ceausescu" (!). Nuestros periodistas hablaron de 60.000 muertos, pero según dicho historiador, las víctimas fueron 1.104, de los cuales la mayoría murieron cuando Ceausescu estaba ya fuera de combate o incluso muerto (Diario 16, 22/11/1999, p. 24). Hoy día el nivel de vida de los rumanos ha descendido a niveles desconocidos desde hacía varias décadas gracias a la nueva élite burguesa creada tras el golpe de diciembre de 1989, a quienes incluso el escritor derechista Vargas Llosa ha criticado duramente por expresar su admiración por la antigua Guardia de Hierro (nazis rumanos contra los que, precisamente, luchó Ceausescu). No es extraño pues que hoy día según reconoce El País del 19/11/1999 (p. 4), sea el mismísimo Ceausescu el líder político más valorado por los rumanos.